EL UNIVERSAL
El Nazareno
Encontrarme frente a frente con Él que me podía curar del asma,
era estar delante de Papá Dios
LEOPOLDO FONTANA | EL UNIVERSAL
sábado 19 de abril de 2014 12:00 AM
De mi libro: "Vidas que conocí".
En Semana Santa, Lola, la mejor amiga de mi mamá, hacía algo que para mí era extremadamente emocionante.
Mamá Inés, hermana de mi abuela, era muy devota del Nazareno de San Pablo, y todos los miércoles santos me llevaba a verlo en Santa Teresa, vestido de Nazareno con una sotana morada, para que me quitara el asma.
El Nazareno, en un suntuoso traje de terciopelo morado bordado de oro, estaba en toda su gloria, altísimo, encaramado encima del altar mayor, delante de una enorme cruz de luces y orquídeas moradas, y un bosque de velas prendidas por todos lados. Teníamos que hacer una cola larguísima para poder entrar, y al fin, cuando llegábamos al pie del altar, atisbarlo a través del gentío ¡era ver a Dios! ¡Pues cuán no sería mi emoción, cuando Lola, el Viernes Santo por la mañana, nos llevaba a una casona de Miracielos a Hospital, bajando de Santa Teresa a la plaza de la Concordia!
En la madrugada del Jueves Santo, cuando la veneración del Nazareno había terminado a medianoche, y se cerraba la iglesia, tenía lugar una ceremonia íntima y secreta. Hacia las dos de la mañana, era descendido de la gloria en que la multitud de devotos lo había visto el Miércoles Santo, y llevado en procesión hasta la casa de la familia Carbonell, donde era colocado en una mesa baja, delante del comedor.
Entonces los amigos de la familia iban a verlo y Lola nos llevaba. ¡Encontrarme frente a frente con Él, que según Mamá Inés, me podía curar del asma, era estar delante de Papá Dios!
Era un santo moreno con unas hermosas facciones, y yo no salía de mi asombro al ver que tenía pestañas en sus ojos nublados por el sufrimiento de llevar la cruz. El Nazareno de San Pablo volvía a su nicho en Santa Teresa, quince días después.
leofontanab@hotmail.com
En Semana Santa, Lola, la mejor amiga de mi mamá, hacía algo que para mí era extremadamente emocionante.
Mamá Inés, hermana de mi abuela, era muy devota del Nazareno de San Pablo, y todos los miércoles santos me llevaba a verlo en Santa Teresa, vestido de Nazareno con una sotana morada, para que me quitara el asma.
El Nazareno, en un suntuoso traje de terciopelo morado bordado de oro, estaba en toda su gloria, altísimo, encaramado encima del altar mayor, delante de una enorme cruz de luces y orquídeas moradas, y un bosque de velas prendidas por todos lados. Teníamos que hacer una cola larguísima para poder entrar, y al fin, cuando llegábamos al pie del altar, atisbarlo a través del gentío ¡era ver a Dios! ¡Pues cuán no sería mi emoción, cuando Lola, el Viernes Santo por la mañana, nos llevaba a una casona de Miracielos a Hospital, bajando de Santa Teresa a la plaza de la Concordia!
En la madrugada del Jueves Santo, cuando la veneración del Nazareno había terminado a medianoche, y se cerraba la iglesia, tenía lugar una ceremonia íntima y secreta. Hacia las dos de la mañana, era descendido de la gloria en que la multitud de devotos lo había visto el Miércoles Santo, y llevado en procesión hasta la casa de la familia Carbonell, donde era colocado en una mesa baja, delante del comedor.
Entonces los amigos de la familia iban a verlo y Lola nos llevaba. ¡Encontrarme frente a frente con Él, que según Mamá Inés, me podía curar del asma, era estar delante de Papá Dios!
Era un santo moreno con unas hermosas facciones, y yo no salía de mi asombro al ver que tenía pestañas en sus ojos nublados por el sufrimiento de llevar la cruz. El Nazareno de San Pablo volvía a su nicho en Santa Teresa, quince días después.
leofontanab@hotmail.com
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