domingo, 22 de septiembre de 2013

Fernando Núñez Noda Lúcido más angustiado


Lúcido más angustiado

 
 
Fernando Núñez Noda
(@nuneznoda en Twitter)
MIAMI (infoCIUDADANO)
22/Septiembre/2013
lucidomasangustiado
Apuntes disperos sobre la mayor de las obsesiones…

1. La filosofía es un río inagotable que nace y muere con cada individuo.

La filosofía podría pasarse la vida autopensándose, interrogándose “ella misma”. Nada tan útil y tan inútil, según se le mire. Se acerca a la Razón y olvida el corazón, su verdadero padre. Buscando lo universal, queda presa en el yo del pensador o del discípulo o del lector, que es una forma de refugiarse en aquello que pretende trascender.
Y “lo trascendente”, su más cruda obsesión, quiere salirse de las palabras e ir a los hechos, a la acción, pero descubre que sólo puede expresarlo todo por signos. ¿Y “la realidad”? Pues con más signos que de costumbre.

2.

La filosofía considera la “realidad última” como ontología, el estudio del ente y del resto: la nada. En la universidad fui ganado por la corriente que predica el carácter lingüístico del “amor a la sabiduría”.  Según la Escuela de Viena y de los llamados “positivistas lógicos”, la filosofía es al final una semántica (una teoría de los significados). Allí comienza y termina.
Pero si una filosofía sólo busca la forma del pensamiento, sin procurar el contenido de la vida; si no es capaz de enfrentarse a las grandes tragedias, a las grandes maravillas, si no se entrena para la especulación y sólo se deleita en la indecidibilidad… está muerta o moribunda. Es referencial, no fundamental.
Hay una dimensión ética en la filosofía. Aún no sé si la filosofía, toda ella, puede expresarse científicamente. O, más atrevido aún, si la filosofía es la ciencia de lo que estrictamente no puede expresarse científicamente, y entre estos, la ética.
De modo que una reflexión sistemática que pretenda descubrir el sentido del mundo más allá del yo, sin -por así decirlo- atravesar ese yo, equivale a la de un astrónomo que especula sobre planetas y constelaciones sin conocer la biología, la física e incluso la propia historia de la Tierra.
Arturo Graf lo expresa mejor: “No es filósofo quien teniendo una filosofía en la cabeza no la tiene además en el corazón.”

3.

Según entiendo a Ludwig Wittgenstein (uno de los genios del positivismo lógico), la filosofía no sale de las palabras y, por tanto, constituye una forma especial, magna, rigurosa y difusa a la vez, de estudiar el lenguaje.
Si es así, la semiología (la teoría de los signos) no es ciencia sino metaciencia, forma en la que se escribe la ciencia.
La rigurosidad semántica de nuestro corpus conceptual hace, como Wilde, “estar de acuerdo con nosotros mismos”, y eso es suficiente para mitigar el largo viaje de insatisfacción filosófica.
Según entiendo a otro maestro, Soren Kierkegaard, “lo ético es lo absoluto”. Todo surge de allí y para resolverse allí. Sea ciencia, poesía o… ética. Kierkegaard es considerado el padre del existencialismo, incluso cristiano, aunque en su caso no con fines de revelación sino, precisamente, del encuentro puro y duro con el absurdo de la existencia.
Entonces quedamos siempre en un “loop”, en un ciclo que se autoalimenta. Esa recursividad de la filosofía, para no resolverse nunca, me fascina. Y no obstante, los grandes filósofos han logrado resolver la realidad dentro de sus obras (Platón, Kant, Hegel), lo que pasa es que la “otra” realidad transcurre ajena a sus obras, siempre con un amplio sector no resuelto.
A principios del siglo pasado, el lógico austríaco Kurt Gödel sacudió las matemáticas (el lenguaje último de la ciencia) al afirmar que un sistema axiomático (es decir, fundamental, como el sistema operativo en computación) no puede ser consistente y completo a la vez.
En el dominio de los números Naturales, la aritmética, por ejemplo, resuelve los casos de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones del cero hacia arriba. Es consistente. Pero no abarca del cero hacia abajo, por ejemplo, “dos menos tres igual a menos uno” está en el campo de los números enteros. O entre números naturales, como “dos entre tres”, que arroja 0,6666666… Ahora, cuando se hace más completo surgen casos sobre los que no puede decidir. Por ejemplo, una división entre cero o una serie “infinita” de decimales no repetitivos (como el valor de pí).
La filosofía como descripción ha avanzado años-luz y ha devenido en la ciencia. Se ha desprendido del tronco madre. Describe y predice, lo cual ha producido la tecnología y, estrictamente, toda la infraestructura que permite acceder a este documento por internet.
Pero si es completo un sistema, luego surgen muchos casos sobre los que no puede decidir. Si es consistente, entonces quedan fuera de él muchos casos sobre los que tampoco puede decidir. Así es, sin duda, la filosofía, indecidible en última instancia y siempre, porque es más difusa que la ciencia y la ciencia es consistente sólo en una porción (pequeña) de la realidad conocida.
Como consideración y resolución de las preguntas esenciales, la filosofía es conjetural, es una propuesta y, a veces, al final una apuesta. Un aporte al esfuerzo imparable e indesestimulable de otorgarle sentido al universo.

4.

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“Mi nada es bastante sustancial”

De mi ensayo “Nada” comparto este fragmento:
Se señala a Parménides  (vivió en Grecia hacia el siglo V aEC), como el primer pensador con una consideración concreta acerca de la nada. Al parecer, la despachó con este razonamiento: Sólo se puede hablar del ser. La nada es no-ser, por tanto no es real, ni siquiera como concepto. Brillante, la nada es incomprensible, inaccesible, desde el antropocentrismo resulta irreal, no existe.
No es extraño que un griego contemporáneo de Parménides  haya dicho: “El hombre es la medida de las cosas”. Un ejemplo de antropocentrismo que aporta una poderosa herramienta para el manejo de lo insondable: la transformación de algo externo a la persona en un contenido que puede pensar.
Así, el infinito y la nada son cuestiones que aprehendemos, o creemos aprehender y eso parece bastar para que el conocimiento humano (limitado) se enfrente a lo estrictamente indecible.
Lo peor es que sigue siendo poco para la ambición intelectual del ser humano. “El hombre es la medida de las cosas”, al decir de Protágoras, pero también es “la medida de la ambición”, de modo que los conceptos empaquetados y archivables llegan a no satisfacernos.
Surge el deseo de conocer “la cosa en sí”. ¿Es la nada una cosa en sí o un no-concepto? ¿Qué puede más: las limitaciones o las ambiciones humanas?
Blas Pascal pregunta y se responde: “¿Qué es el hombre dentro de la naturaleza? Nada con respecto al infinito. Todo con respecto a la nada. Un intermedio entre la nada y el todo.”
Un poco “católico” a mi juicio, el homenaje al creador y tal. Pero más allá, Pascal ofrece un completo boceto de relatividad. Noten que dice: “Nada con respecto al infinito”. Se anulan, se igualan. Lo “mucho” quizá es lo “poco” visto desde otra perspectiva. Lo poco con la distancia se deshace y desaparece. Queda la palabra (mucho) pero el espacio que llenaba ahora es cero. Cualquier concepto puede decrecer su presencia mental a cero. La nada sería la memoria dormida, la distancia en el interés y en la voluntad. Una tesis vitalista, muy pragmática.
Como me gustan las tesis que no tienen utilidad práctica, pues sigue la búsqueda…
Para Martin Heiddegger (un filósofo alemás que escribe mucho y al que se le entiende poco) la pregunta fundamental de la metafísica es: “¿Por qué el ser y no más bien la nada?” La nada es más probable, más definitiva, más extensa. ¿Por qué se molestó su quietud con galaxias, luz, sonidos, usted y yo?
Jean Paul Sartre, existencialista del siglo XX, escribió un libro muy largo (que sólo un adolescente muy obsesivo o loco se lee) llamado El ser y la nada (1943). Una profunda depresión por la II Guerra Mundial hizo que una generación de filósofos se volcara hacia el absurdo, la incertidumbre y lo indecidible como fundamento para una comprensión de la realidad.
Según recuerdo, para Sartre la nada es una especie de “materia oscura” filosófica, algo que no se registra pero que ejerce un peso gravitatorio definitivo sobre nuestro universo cultural. Justo lo que ocurre con la energía oscura en el cosmos conocido: los astrofísicos estiman que un tercio o más de la masa del universo conocido se explica por energía que no se puede captar. Los efectos que produce en la expansión del espacio-tiempo permiten conocerla “por ausencia”, como si viésemos la impresión 3D de algo sin ver el algo.
Por otra parte, la nada de Sartre es más semántica y psicológica que metafísica. La nada es la ausencia. La no presencia de cualquier ente o concepto. Es una “nada transfinita”, a diferencia de la energía oscura del universo físico conocido, que es numerable.  (Ver Pedazos de infinito).
Las cosas ocurren y luego se hacen conocimiento. Por eso la existencia de las cosas precede su esencia, su formulación para el conocimiento. No hay signos ni consignas previas. La libertad producto de esta fenomenología es inevitable. No tiene que ver con la nada pero lo menciono para que vean lo que genera este concepto en mentes fértiles (¿y desocupadas?).

5. Maestros, obras y frases

He leído a unos cuantos pero menciono algunos que han dejado una huella o causado un impacto telúrico:
Lao Tsé. “Sin nombre es el principio del universo” comienza el corto pero infinito compendio Tao Te King. Siempre he dicho que la conclusión del libro es una hoja en blanco.
Heráclito. Este sabio del Éfeso heleno se ha conocido por su “Lo único permanente es el cambio”, su consideración del tiempo como la fuerza transformadora inexpugnable. “Nadie se baña en el mismo río” decía, pero no sólo porque el río cambia siendo el mismo, no sólo porque sus aguas, su topografía e incluso su curso se modifican, sino sobre todo porque quien se baña ya es otro.
San Agustín. El último hombre de la antiguedad o el primero del medioevo, según prefiramos, es a mi juicio todo lo opuesto a un maestro escolástico calmo y sólido como Santo Tomás de Aquino. San Agustín es la cruenta batalla entre el instinto humano y la inspiración; entre las sensualidad y la revelación. Cuando era un pecador pero sentía la necesidad de purificación pidió: “Dios mío, dame la castidad, pero no me la des todavía”. Prefiguró el “pienso luego existo” de Descartes y dio una explicación magistral del tiempo: “Si pienso en el tiempo no lo entiendo. Si no lo pienso, lo entiendo”. Sólo los genios…
 Descartes. En medio de la vastedad de sus descubrimientos y enseñanzas, René me dejó algo muy sencillo, casi imperceptible comparado con su cogito ergo sum, sus ejes de variables y su método de razonamiento: un repudio a la pontificación, a la arrogancia de quien sabe versus quien ignora. Descartes dice en el Discurso del Método que, paradójicamente, mientras más estudiaba más ignorante se sentía y que él no iba a decirle a nadie cómo manejar su espíritu. Se limitaba sólo a decir cómo había manejado el suyo.
Kierkegaard. El autor de El concepto de la angustia (1843), que inaugura el existencialismo, es disruptivo, busca tumbar todos los fundamentos de lo que creíamos. Es cristiano pero su relación con Dios es conflictiva y dolorosa. “El diálogo con Dios es un monólogo”, porque Dios no se manifiesta, es puro silencio, como la “no palabra” del Tao te King. Uno de sus libros me detonó el cerebro en la adolescencia y, en cierta forma, me cambió la vida: Temor y temblor que mira, cara a cara y valientemente, el insodable absurdo de la vida. En el capítulo que trata el sacrificio de Abraham de su hijo Isaac, Kierkegaard pregunta: “¿Es Abraham un héroe o un asesino?”.
Niestzsche. Conjugación excepcional de fondo y forma, renovación del lenguaje filosófico. El “profeta de Dionisio”, primer hombre del siglo XX, inauguró una filosofía asistemática, fírmemente enraizada con la vida, sin respetar las “categorías kantianas” y burlándose del edificio conceptual de Hegel (que dominaba en su época). “Olvidamos el objeto del deseo y amamos el deseo” y “No hay fenómenos morales sino una interpretación moral de los fenómenos” son dos aforismos que han quedado en mí del enloquecido profesor que quiso vivir “más allá del bien y del mal”.
Bertrand Russell. Es una figura paradójica para mí: un modelo y a la vez un enemigo intelectual. Él odiaba a Nietzsche, cuando yo lo veneraba. Deseó refutar a Dios, cuando yo quería afirmarlo (sin éxito). Lo leí en una época rebelde en la que me oponía a la sistematización de la lógica y la ciencia. Su recuento de la filosofía occidental es una importante síntesis de la dinámica reflexiva del hombre y su historia. Enciclopédico pero, igual así, selectivo, Russell presenta una masterwork de cómo explicar lo complejo al lector común.
Hay muchos otros de profunda influencia: Platón, Spinoza, Kant, Schopenhauer, Wittgenstein y en ámbito venezolano me eduqué con la obra de David García Bacca y algo de Juan Nuño. Todos han provisto ladrillos en el edifico intelectual que he armado como he podido.
Hay dos frases sobre la filosofía o de filósofos que me fascinan: “Hombre soy y nada me es ajeno” del latino Terencio. Lo entiendo como que un filósofo, aunque sepa poco de mucho, tiene licencia para hablar de cualquier cosa. Sea como sea, me encanta entender la filosofía como un campo que puede tratarlo todo sin resolverlo y sin que eso importe.
La otra, quizá mi sentencia favorita de todos los tiempos, se le atribuye al gran Epicuro. No la comento porque tiene muchas interpretaciones y es el grito de guerra de los escépticos y de los desengañados:

Si los dioses existen, se olvidaron de nosotros.

 Más nada.
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6.

Antes de la filosofía está el filosofar. Acto individual o ético, que es decir lo mismo. Estos trabajos individuales se suman a un concierto filosófico ensamblado con palabras y luego reexpresado en distintas artes y actitudes.
El concierto es el eco pasado de una furia: no tener tiempo para decir lo más importante. Y un agradecimiento: perseguir el último momento diciéndolo sin embargo.
La filosofía, si se consulta y coteja toda, no puede sacarnos de la propia angustia que produce. Cuando halla la “lucidez” genera una comezón muy parecida al desasosiego. Cuando aprehende la “cosa en sí”, apresa el mismo “fenómeno” de siempre… trastocado un poco por el recuerdo y la invención, sí, pero al final tan “intrascendente” como aquél que ignora con desinterés el mediocre.

7.

Dicen ellos

“No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa.” -Ortega y Gasset
“En filosofía son más esenciales las preguntas que las respuestas.”
“Filosofar es y sólo es aprender a morir. -Karl Jaspers
“El que domina a los otros es fuerte; el que se domina a sí mismo es poderoso.” -Lao-tsé
“No se puede aprender filosofía, tan sólo se puede aprender a filosofar.” -Immanuel Kant
“El primer paso hacia la filosofía es la incredulidad.” -Denis Diderot
“Una gran filosofía no es la que instala la verdad definitiva, es la que produce una inquietud.” -Charles Péguy

8.

Cuando la filosofía alcanza la plenitud personal termina la historia personal. Entonces lo “trascendente” viene a ser el asomo de las palabras en la otra historia, la que se escribe en plural.
Este tránsito tan súbito apenas permite construir el andamiaje, no la obra, porque el máximo logro del autor es una expresión no hecha. Su camino es continua e inevitablemente improvisado e incompleto.
Es verdad que la historia aporta un sustento de orden, y cada vez en mayor medida, pero ese fundamento se deshace ante preguntas tan elementales como porqué morir.

9.

Primero leí filosofía por la filosofía. Luego por los filósofos. Ahora no la leo, hasta nuevo aviso
Según veo, la filosofía ha quedado atrapada entre dos selvas. La de la ciencia, por un lado, cuyo lenguaje es matemático y la de la ética, por otro, que impone las leyes del individuo frente al conocimiento. Es ninguno de tanto ser ambos. Lo de siempre, pero nuevo.
La filosofía, según el principio del verbo antes que el sustantivo, termina emparentada con la narrativa, con la historia y monólogos de un autor que estilizó su autobiografía intelectual y emocional, que la descompuso en ideas y señales que son tanto él como el mundo.
Por tanto, cuando a través de los pensamientos, teorías o lucubraciones de un autor, presiento el fantasma de una ontología; cuando miro a la primera pareja morder la fruta del conocimiento; cuando escucho a Fausto decir: “No te quiero Mefistófeles, pero acepto tu trato”; cuando detrás de todo se quiere colmar lo incolmable, me digo: “Éste es un filósofo: bienaventurado y condenado, un auténtico doctor de su incertidumbre, el lúcido más angustiado”.

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