¿Por qué hay que dejar de castigar a los niños
inquietos en clase?
Por Prodavinci
| 23 de Junio, 2013
Es
un escenario conocido para muchos educadores: en plena lección, el
profesor nota, desde el rabillo del ojo, un súbito movimiento entre sus
filas, o escucha un ligero —pero insistente— murmullo que interrumpe su
concentración, que debe ser atenuado antes de que el desorden se vuelva
mayor. Se trata de lidiar con un alumno inquieto¸ la mayoría de las
veces, un niño en vez de una niña. Para muchos profesores que enseñan a
niños en bachillerato y escuela básica, la tarea se vuelve una batalla
sin claro ganador, donde el estudiante castigado y el profesor
angustiado sufren por igual las consecuencias.
Tratar de encontrar una solución a los
problemas de atención y comportamiento del alumnado resulta ser un
obstáculo que no sólo dificulta el proceso de enseñar, sino también el
de evaluar y el aprendizaje general que obtienen los niños. Estas son
las cuestiones abordadas por Jessica Lahey en un artículo para The Atlantic,
donde revela estudios sobre la problemática actual que muestran los
estudiantes varones en la educación primaria y secundaria. Lahey señala
como primera fuente el libro Reaching Boys, Teaching Boys: Strategies That Work and Why,
que concentra estadísticas y soluciones creativas centradas en la falta
de atención masculina en los salones de clase: entre los
descubrimientos está que los niños tienen el doble de probabilidades de
repetir un año académico que las niñas; es cinco veces más probable ser
expulsado siendo varón, al igual que cuatro veces más probable de ser
diagnosticado con algún desorden de aprendizaje, incluyendo Déficit de
Atención. No sólo eso, sino que los chicos hacen su tarea con mucha
menor frecuencia que las chicas, y superan al género femenino en cuanto a
porcentaje de abandono de estudios, conformando apenas el 43% de
estudiantes universitarios en EE.UU.
La razón principal de tales estadísticas
responde a los métodos de evaluación y enseñanza aplicados en los
salones de clase. Los niños son usualmente más enérgicos e intranquilos
que las niñas, y esto suele condicionar la mirada del profesor, que valora
los esfuerzos cognitivos del estudiante a través de la percepción de su
conducta. Esto lleva, en gran medida, al aislamiento de muchachos
inteligentes pero inevitablemente inquietos, que ventilan su energía
durante clases y el profesor, antes de redireccionar el ánimo del niño
en un esfuerzo constructivo, lo castiga por ello.
Esto no significa que la culpa cae
entera en el profesor, pero sí revela que los métodos convencionales
para dar una clase y motivar al estudiantado no funcionan con igual
eficacia en niños y niñas. La clase magistral, realmente, suele germinar
el comportamiento disruptivo en el alumno, que no espera una dinámica
que ponga en uso su ímpetu. Por eso, los doctores Michael Reichert y Richard Hawley, en conjunto con la International Boys’ School Coalition, publicaron en 2009 el estudio Teaching Boys: A Global Study of Effective Practices
(“Enseñando a chicos: un estudio global de prácticas efectivas”). El
equipo recolecto 2.500 testimonios de profesores y alumnos de EE.UU.,
Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Sudáfrica, provenientes
de distintas escuelas con diversidades y clases económicas muy variadas.
Cada testimonio responde a la pregunta de qué práctica es, en la
opinión del encuestado, la mejor para incentivar el aprendizaje entre
los muchachos. Al desglosar las respuestas el estudio conjuró ocho
categorías de instrucción, y cada método sugerido se valía de al menos
dos categorías para funcionar. Estas son:
- Lecciones que resultan en un producto acabado: un juguete, un panfleto, un cómic o poema, una canción.
- Lecciones que giran alrededor de juegos competitivos.
- Lecciones que requieren algún tipo de actividad motora.
- Lecciones que pidan de los muchachos que asuman responsabilidad por el aprendizaje de otros.
- Lecciones donde los niños confronten problemas o cuestiones que no hayan sido resueltos
- Lecciones que combinen la competencia con el trabajo en equipo.
- Lecciones que se enfoquen en el descubrimiento y realización personal.
- Lecciones que incluyan elementos dramáticos, incluso sorpresivos.
Estas categorías ofrecen evidencia de
que la energía reprimida puede, en cambio, ser recompensada a través de
actividades que involucren al niño y enfoquen su agitación en la
persecución de objetivos claros, en dinámicas de grupo que lo lleven a
superarse a sí mismo, como es el caso de los juegos y competencias.
Apostar a la individualidad también parece servir, lo que puede dar pie a
actividades creativas que busquen estimular la expresividad de cada
niño; mientras que hacer al chico responsable de otros compañeros lo
hace sentir involucrado, como una pieza importante en el aprendizaje de
sus compañeros.
La importancia de estos estudios se basa
en que afrontan un tema que puede pasar desapercibido por profesores y
alumnos por igual, y es que no todos tienen las mismas necesidades, ni
todos aprenden por igual. Los niños, lejos de ser castigados, necesitan
de una figura que los impulse y los haga aprovechar su inquietud,
demostrándoles que su curiosidad y sed competitiva no los debe llevar al
rincón, sino al centro de la clase.
***
Fuente: The Atlantic
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