martes, 25 de junio de 2013

Buscando las causas de las protestas en Brasil


 

Buscando las causas de las protestas en Brasil, por Ángel Alayón #EconPub

Por Angel Alayón | 24 de Junio, 2013
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Las protestas en las calles de Brasil han servido para que algunos hayan decretado la muerte del llamado “modelo de desarrollo brasileño”. Otros manifiestan desconcierto ante lo inesperado de las protestas: ¿cómo es posible que el país que logró sacar a 40 millones de personas de la pobreza sea el escenario de masivas manifestaciones populares? Moises Naím propone una respuesta en su artículo Turquía, Brasil y sus protestas, apoyado en Samuel Huntington:
“…Brasil no sólo ha sacado a millones de personas de la pobreza, sino que incluso ha logrado la hazaña de disminuir su desigualdad. Todos ellos tienen hoy una clase media más numerosa que nunca. ¿Y entonces? ¿Por qué tomar la calle para protestar en vez de celebrar? La respuesta está en un libro que el politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó en 1968: El orden político en las sociedades en cambio. Su tesis es que, en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Ésta es la brecha que saca a la gente a la calle a protestar contra el Gobierno. Y que alienta otras muy justificadas protestas: el costo prohibitivo de la educación superior en Chile, el autoritarismo de Erdogan en Turquía o la impunidad de los corruptos en Brasil. Seguramente, en estos países las protestas van a amainar. Pero eso no quiere decir que sus causas vayan a desaparecer. La brecha de Huntington es insalvable.”
Sergio Fausto, polítólogo y Director del Instituto Fernando Henrique Cardoso, en su análisis de las causas de las protestas, pone el acento en algunas fallas concretas del gobierno nacional y de las gobernaciones:
“Hay una indignación latente en la juventud con los gobiernos, en general, y con el modo por el cual son elegidas las prioridades del gasto estatal y utilizados los recursos públicos en particular. Esto viene de lejos, pero se ha acentuado con las noticias recurrentes sobre corrupción, mal uso de los fondos públicos e impunidad de quien comete crímenes contra la administración pública. Incluso la condena de reos notorios en el proceso del ‘mensalão’ no aligeró la sensación de impunidad, dado que hasta hoy, y así será por un buen tiempo, el STF juzga, lentamente, recursos interpuestos por los abogados de los reos condenados.
Hay una indignación latente en la juventud con los gobiernos, en general, y con el modo por el cual son elegidas las prioridades del gasto estatal.
Las grandes cantidades dispensadas con la construcción de estadios de fútbol para la Copa de las Confederaciones, que comenzó el sábado pasado, y para la Copa del Mundo, en 2014, asunto destacado en los medios y en las conversaciones del día a día, le pusieron pimienta al caldo de la indignación. Sobre todo en un cuadro en que las inversiones en las grandes regiones metropolitanas quedan muy por debajo de la creciente demanda por servicios públicos. El transporte público en cantidad y calidad insuficientes, es uno de los puntos sensibles del problema. La seguridad pública es otro de ellos. La violencia se ha recrudecido en varias grandes ciudades brasileñas, inclusive en São Paulo, donde había disminuido a los largo de los últimos diez años. La ciudad está tensa, como hace mucho que no se veía.
A este escenario se suma la reducción del crecimiento económico y el aumento de la inflación, que ya comprometen el optimismo en relación al futuro característico de los diez últimos años. Aisladamente, ninguno de estos factores sería suficiente para desencadenar las protestas.
Combinados, en el tiempo y en el espacio, encendieron la mecha que dio impulso a las manifestaciones.”
“La gente protesta no sólo cuando debe sino cuando puede. Porque casi nadie sale a la calle cuando existe la posibilidad de ser atravesado por alguna bala. Por supuesto, la protesta democrática encierra peligros. Pero también requiere de ciertas seguridades. Razón que explica por qué casi siempre las grandes protestas sociales nunca tienen lugar en contra de fuertes dictaduras sino cuando esas dictaduras ya se han vuelto débiles. O en democracia.
De modo que hay una paradoja: las democracias son más afectas a protestas populares que las no-democracias. Y, lo más importante, las protestas populares en naciones democráticas no se dirigen en contra de la democracia. Por el contrario, sus actores exigen más democracia, más participación, o simplemente, ser más tomados en cuenta por los respectivos gobiernos.”
Creo que los análisis son complementarios y pueden, simplificando, resumirse en una serie de premisas:
a) El proceso de desarrollo lleva tiempo y, a pesar de que la mayoría se beneficie, no todos se benefician por igual ni en todas las dimensiones relevantes para el bienestar de los ciudadanos.
b) Un país puede crecer económicamente, pero eso no implica que la población esté satisfecha con la actuación de los políticos y el gobierno. Esa insatisfacción representa protestas latentes.
c) El crecimiento de la proporción de la población que pertenece a la clase media aumenta la probabilidad de protestas por fallas concretas en el gobierno. Esta relación entre crecimiento de la clase media y probabilidad de la protesta es aún mayor en países democráticos.
d) Las protestas tienen mayor probabilidad de ocurrencia en aquellos países y en aquellos momentos en el que la población cree se pueden obtener respuestas del gobierno (cuando la protesta tiene un fin político).
Creo que los que decretan la muerte del “Modelo de desarrollo brasileño” juegan posición adelantada. Curiosamente, estas protestas otorgan al gobierno y a la sociedad brasileña la posibilidad de replantear y resolver problemas que parecen cruciales para la insatisfacción de los brasileños: la corrupción, la mala calidad e insuficiencia de los servicios públicos, por ejemplo. Usando los términos de Hirschman, los brasileños están ejerciendo su voz y le toca al gobierno (y a la sociedad) rectificar. Ya veremos sí son capaces de hacerlo. Mientras tanto, el tipo de protestas que vemos en Brasil —y en Turquía— parecen inherentes a procesos de crecimiento económico y desarrollo.
Ya Amartya Sen lo ha dicho: nada como el hambre para suprimir la voluntad de protestar.

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