Buscando las causas de las protestas en Brasil, por Ángel Alayón #EconPub
Por Angel Alayón
| 24 de Junio, 2013
Las protestas en las calles de Brasil
han servido para que algunos hayan decretado la muerte del llamado
“modelo de desarrollo brasileño”. Otros manifiestan desconcierto ante lo
inesperado de las protestas: ¿cómo es posible que el país que logró
sacar a 40 millones de personas de la pobreza sea el escenario de
masivas manifestaciones populares? Moises Naím propone una respuesta en
su artículo Turquía, Brasil y sus protestas, apoyado en Samuel Huntington:
“…Brasil no sólo ha
sacado a millones de personas de la pobreza, sino que incluso ha logrado
la hazaña de disminuir su desigualdad. Todos ellos tienen hoy una clase
media más numerosa que nunca. ¿Y entonces? ¿Por qué tomar la calle para
protestar en vez de celebrar? La respuesta está en un libro que el
politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó en 1968: El orden político en las sociedades en cambio.
Su tesis es que, en las sociedades que experimentan transformaciones
rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la
capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Ésta es la brecha que
saca a la gente a la calle a protestar contra el Gobierno. Y que alienta
otras muy justificadas protestas: el costo prohibitivo de la educación
superior en Chile, el autoritarismo de Erdogan en Turquía o la impunidad
de los corruptos en Brasil. Seguramente, en estos países las protestas
van a amainar. Pero eso no quiere decir que sus causas vayan a
desaparecer. La brecha de Huntington es insalvable.”
Sergio Fausto, polítólogo y Director del Instituto Fernando Henrique Cardoso, en su análisis de las causas de las protestas, pone el acento en algunas fallas concretas del gobierno nacional y de las gobernaciones:
“Hay una indignación
latente en la juventud con los gobiernos, en general, y con el modo por
el cual son elegidas las prioridades del gasto estatal y utilizados los
recursos públicos en particular. Esto viene de lejos, pero se ha
acentuado con las noticias recurrentes sobre corrupción, mal uso de los
fondos públicos e impunidad de quien comete crímenes contra la
administración pública. Incluso la condena de reos notorios en el
proceso del ‘mensalão’ no aligeró la sensación de impunidad, dado que
hasta hoy, y así será por un buen tiempo, el STF juzga, lentamente,
recursos interpuestos por los abogados de los reos condenados.
Hay una indignación
latente en la juventud con los gobiernos, en general, y con el modo por
el cual son elegidas las prioridades del gasto estatal.
Las grandes
cantidades dispensadas con la construcción de estadios de fútbol para la
Copa de las Confederaciones, que comenzó el sábado pasado, y para la
Copa del Mundo, en 2014, asunto destacado en los medios y en las
conversaciones del día a día, le pusieron pimienta al caldo de la
indignación. Sobre todo en un cuadro en que las inversiones en las
grandes regiones metropolitanas quedan muy por debajo de la creciente
demanda por servicios públicos. El transporte público en cantidad y
calidad insuficientes, es uno de los puntos sensibles del problema. La
seguridad pública es otro de ellos. La violencia se ha recrudecido en
varias grandes ciudades brasileñas, inclusive en São Paulo, donde había
disminuido a los largo de los últimos diez años. La ciudad está tensa,
como hace mucho que no se veía.
A este escenario se
suma la reducción del crecimiento económico y el aumento de la
inflación, que ya comprometen el optimismo en relación al futuro
característico de los diez últimos años. Aisladamente, ninguno de estos
factores sería suficiente para desencadenar las protestas.
Combinados, en el tiempo y en el espacio, encendieron la mecha que dio impulso a las manifestaciones.”
Fernando Mires apunta a una relación entre democracia y la posibilidad de la protesta:
“La gente protesta
no sólo cuando debe sino cuando puede. Porque casi nadie sale a la calle
cuando existe la posibilidad de ser atravesado por alguna bala. Por
supuesto, la protesta democrática encierra peligros. Pero también
requiere de ciertas seguridades. Razón que explica por qué casi siempre
las grandes protestas sociales nunca tienen lugar en contra de fuertes
dictaduras sino cuando esas dictaduras ya se han vuelto débiles. O en
democracia.
De modo que hay una
paradoja: las democracias son más afectas a protestas populares que las
no-democracias. Y, lo más importante, las protestas populares en
naciones democráticas no se dirigen en contra de la democracia. Por el
contrario, sus actores exigen más democracia, más participación, o
simplemente, ser más tomados en cuenta por los respectivos gobiernos.”
Creo que los análisis son complementarios y pueden, simplificando, resumirse en una serie de premisas:
a) El proceso de desarrollo lleva tiempo
y, a pesar de que la mayoría se beneficie, no todos se benefician por
igual ni en todas las dimensiones relevantes para el bienestar de los
ciudadanos.
b) Un país puede crecer económicamente,
pero eso no implica que la población esté satisfecha con la actuación de
los políticos y el gobierno. Esa insatisfacción representa protestas
latentes.
c) El crecimiento de la proporción de la
población que pertenece a la clase media aumenta la probabilidad de
protestas por fallas concretas en el gobierno. Esta relación entre
crecimiento de la clase media y probabilidad de la protesta es aún mayor
en países democráticos.
d) Las protestas tienen mayor
probabilidad de ocurrencia en aquellos países y en aquellos momentos en
el que la población cree se pueden obtener respuestas del gobierno
(cuando la protesta tiene un fin político).
Creo que los que decretan la muerte del
“Modelo de desarrollo brasileño” juegan posición adelantada.
Curiosamente, estas protestas otorgan al gobierno y a la sociedad
brasileña la posibilidad de replantear y resolver problemas que parecen
cruciales para la insatisfacción de los brasileños: la corrupción, la
mala calidad e insuficiencia de los servicios públicos, por ejemplo.
Usando los términos de Hirschman, los brasileños están ejerciendo su voz
y le toca al gobierno (y a la sociedad) rectificar. Ya veremos sí son
capaces de hacerlo. Mientras tanto, el tipo de protestas que vemos en
Brasil —y en Turquía— parecen inherentes a procesos de crecimiento
económico y desarrollo.
Ya Amartya Sen lo ha dicho: nada como el hambre para suprimir la voluntad de protestar.
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