domingo, 4 de enero de 2015

Sin embargo

    



Sin embargo; por Piedad Bonnett

Por Piedad Bonnett | 2 de enero, 2015

Sin embargo; por Piedad Bonnett 640
La historia, con sus continuos vaivenes, nos aboca permanentemente a un juego entre azar y destino que muchas veces inclina la balanza del lado trágico.
Siempre recuerdo una anécdota, perdida en las páginas de los periódicos, que me conmovió especialmente: un habitante de Alemania Oriental, deseoso de franquear el muro, construyó en su casa, con el mayor sigilo, un globo aerostático que le permitiera escapar. Muy seguramente el hombre se referenció bien y creyó cumplir con las especificaciones técnicas que garantizaran el éxito de su empresa, pero en algo grave falló: el globo ascendió mucho más de lo previsto y su ocupante murió por congelamiento. Pero ahí no termina el hecho dramático. Apenas dos o tres semanas después vino la caída del Muro, que le habría permitido cumplir su sueño. O el hombre no supo leer las señales del momento histórico, o los hechos se desencadenaron de manera tan sorpresiva que jamás habría podido preverlos.
Suele pasar que un grupo de seres humanos quede atrapado en una circunstancia histórica que lo condena, bien poniéndolo en riesgo de muerte o bien empobreciendo su calidad de vida. Ejemplos sobran: ser judío en tiempos de Hitler, palestino en la Franja de Gaza, mujer en las regiones donde impera el fundamentalismo islámico, o venezolano en estos tiempos de crisis y arbitrariedades de un gobierno obtuso.
Del mismo modo, los cubanos han sido víctimas del bloqueo, que terminó por radicalizar las políticas revolucionarias. Empobrecidos, cercados, han vivido las más extrañas paradojas: alcanzar uno de los niveles más altos de educación de América Latina, con una cobertura enorme, y sin embargo verse obligados a menudo a trabajar en los oficios más pedestres por falta de demanda, o recibir remuneraciones poco más que simbólicas. Contar con un sistema de salud altamente competente, pero carecer, por épocas, de los medicamentos más fundamentales. Pero como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, ahora se han reconstruido las relaciones con Estados Unidos y hay esperanzas de que en cierto tiempo cese también el bloqueo. Entonces uno se pregunta por el futuro: ¿será que todo cambia para que nada cambie, como afirma el personaje de El Gatopardo de Lampedusa? Pues lo peor sería que Cuba fuera en unos cuantos años otro país sometido al neoliberalismo despiadado, con sus consecuencias de desigualdad y corrupción, o un lugar donde vuelva el desmadre de los tiempos de Batista. Entonces el sacrificio de casi tres generaciones de cubanos se habría perdido.
Raúl Castro habló sensatamente de “discutir y resolver las diferencias mediante negociaciones, sin renunciar a uno solo de nuestros principios”. Pero la Cuba de hoy no es la de los 60 ni la de los 80. No sólo el panorama internacional ha cambiado, sino que los cubanos tienen ya una experiencia enorme que debe hacerles saber qué quieren y qué no. La dirigencia cubana deberá probar su inteligencia: tendrá que plantearse hasta dónde conceder, cómo devolver libertades y recomponerse económicamente, qué cambiar y qué preservar a toda costa. Tendrá, en fin, que saber leer los signos de los nuevos tiempos, para estar a la altura que la historia reclama.

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