Prodavinci
Capriles en Colombia, por Alonso Moleiro
Por Alonso Moleiro | 3 de Junio, 2013
¿Qué habría pasado en el alto gobierno si a Colombia se le hubiera ocurrido plantearle al país una crisis diplomática en virtud de las incontables ocasiones en las cuales Hugo Chávez recibió en su despacho a Piedad Córdova o a los jefes militares de las Farc?
Las pataletas de Maduro, Jaua y Cabello en contra de Bogotá no sólo han sido expresadas en términos pobrísimos y rudimentarios: son inaceptables, tanto para el gobierno colombiano como para una cantidad gigantesca —hoy mayoritaria— de venezolanos que votaron por Henrique Capriles Radonski y que lo ven como su líder natural en esta circunstancia.
Hablemos con claridad: el discurso de Capriles en Bogotá está destinado, casi por obra de la gravedad, a desenmascarar las muchas imposturas y engañifas que el gobierno de Venezuela le quiere imponer a la opinión pública de la nación hermana; y que Santos, el presidente colombiano, sobrelleva forzado por las obligaciones diplomáticas y los intereses comerciales que cimientan parte fundamental de las relaciones entre ambos países.
Circunstancia esta que va bastante más allá de desenmascarar la actitud especuladora y farsante de las autoridades electorales de este país, y la complicidad descarada del resto de los poderes públicos respecto a los dudosos resultados del pasado 14 de abril. Capriles va a Bogotá a relatarle a los colombianos (pero también, por añadidura, a la opinión pública internacional) que vivimos en una nación millonaria incapaz de producir nada, saqueada por una sórdida red de corruptelas con ropaje patriotero, en la cual no se consiguen insumos fundamentales en los mercados, y que, luego de haber tenido un envidiable entramado industrial, de infraestructura y servicios en la región, hoy tiene que sobrellevar su cotidianidad con tres y cuatro cortes de luz por día. Un país que hace rato es bastante más peligroso que la que hasta hace poco era la nación más peligrosa del mundo. Toda la cursilería nativista que tanto maravilla al tren ejecutivo actual queda desenmascarada ante la patética e inaceptable realidad que viven los venezolanos hoy.
Los medios de comunicación del gobierno pierden su tiempo empleando hasta extremos inconcebibles de la banalidad las acusaciones de fascismo. El apuro por retratar a Capriles como un criminal es una enorme mortificación ante la posibilidad de que el capital político del ahora Madurismo termine de derrumbarse por completo. Cualquier otro ciudadano que se hubiera atrevido a plantearle al oficialismo el jaque político actual habría sido objeto de la misma andanada de improperios. Capriles ha sido acusado de fascista, de asesino, y también de ser una prolongación de capitales judíos.
Además, esta es una señal desmelenada que le envía el gobierno de Venezuela al resto de la región: nadie debe tomarse la molestia de intercambiar impresiones con la poderosa y creciente disidencia venezolana, haciendo uso de su soberanía, so pena de terminar siendo objeto de todas las iras de la Casa Amarilla.
Esfuerzos inútiles: el lobby que están desarrollando en este momento las fuerzas organizadas de la Mesa de la Unidad Democrática en el seno de muchos poderes constituidos de América Latina —Uruguay, Argentina, Paraguay, Colombia, México— no sólo viene a llenar una de las materias pendientes más urgentes de la oposición hoy en día, sino que va estructurando, con metódica lentitud, una apreciable masa crítica que comienza a mirar a Venezuela con otra óptica.
Capriles Radonski no es un antojo, una impostura del pentágono, un artificio o un engendro generado en un laboratorio: es un liderazgo orgánico y completamente legítimo, la expresión de una marea viva de venezolanos inconformes con el país que tienen, el resultado de una nueva voluntad que está a punto de imponerse en esta nación, ahora que el actual ciclo histórico comienza a dar evidentes muestras de agotamiento.
Por primera vez en años, América Latina se expande económicamente, reduce la pobreza de sus naciones y fortalece su democracia en el marco de un contexto económico mixto y una fortaleza institucional inusitada. Venezuela sigue siendo un pobre país petrolero, que recicla una y otra vez modelos productivos fracasados y cuyos habitantes sobreviven en medio de un espantoso y violento caos social.
A falta de una respuesta más completa en medio de las tormentas, Maduro declaraba hace poco que Roger Noriega y otros espías, presuntamente colombianos, estaban conspirando para envenenarlo “inoculando un veneno”, que lo mataría poco a poco, tanto a él como a Cabello. La pobreza de sus declaraciones delata como nunca antes la pobreza y deprimente decadencia del momento venezolano actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dentro del mejor de los climas y respeto