martes, 25 de junio de 2013

¿Por qué hay que dejar de castigar a los niños inquietos en clase?


 

 

¿Por qué hay que dejar de castigar a los niños

 inquietos en clase?

Por Prodavinci | 23 de Junio, 2013
dunce textoEs un escenario conocido para muchos educadores: en plena lección, el profesor nota, desde el rabillo del ojo, un súbito movimiento entre sus filas, o escucha un ligero —pero insistente— murmullo que interrumpe su concentración, que debe ser atenuado antes de que el desorden se vuelva mayor. Se trata de lidiar con un alumno inquieto¸ la mayoría de las veces, un niño en vez de una niña. Para muchos profesores que enseñan a niños en bachillerato y escuela básica, la tarea se vuelve una batalla sin claro ganador, donde el estudiante castigado y el profesor angustiado sufren por igual las consecuencias.
Tratar de encontrar una solución a los problemas de atención y comportamiento del alumnado resulta ser un obstáculo que no sólo dificulta el proceso de enseñar, sino también el de evaluar y el aprendizaje general que obtienen los niños. Estas son las cuestiones abordadas por Jessica Lahey en un artículo para The Atlantic, donde revela estudios sobre la problemática actual que muestran los estudiantes varones en la educación primaria y secundaria. Lahey señala como primera fuente el libro Reaching Boys, Teaching Boys: Strategies That Work and Why, que concentra estadísticas y soluciones creativas centradas en la falta de atención masculina en los salones de clase: entre los descubrimientos está que los niños tienen el doble de probabilidades de repetir un año académico que las niñas; es cinco veces más probable ser expulsado siendo varón, al igual que cuatro veces más probable de ser diagnosticado con algún desorden de aprendizaje, incluyendo Déficit de Atención. No sólo eso, sino que los chicos hacen su tarea con mucha menor frecuencia que las chicas, y superan al género femenino en cuanto a porcentaje de abandono de estudios, conformando apenas el 43% de estudiantes universitarios en EE.UU.
La razón principal de tales estadísticas responde a los métodos de evaluación y enseñanza aplicados en los salones de clase. Los niños son usualmente más enérgicos e intranquilos que las niñas, y esto suele condicionar la mirada del profesor, que valora los esfuerzos cognitivos del estudiante a través de la percepción de su conducta. Esto lleva, en gran medida, al aislamiento de muchachos inteligentes pero inevitablemente inquietos, que ventilan su energía durante clases y el profesor, antes de redireccionar el ánimo del niño en un esfuerzo constructivo, lo castiga por ello.
Esto no significa que la culpa cae entera en el profesor, pero sí revela que los métodos convencionales para dar una clase y motivar al estudiantado no funcionan con igual eficacia en niños y niñas. La clase magistral, realmente, suele germinar el comportamiento disruptivo en el alumno, que no espera una dinámica que ponga en uso su ímpetu. Por eso, los doctores Michael Reichert y Richard Hawley, en conjunto con la International Boys’ School Coalition, publicaron en 2009 el estudio Teaching Boys: A Global Study of Effective Practices (“Enseñando a chicos: un estudio global de prácticas efectivas”). El equipo recolecto 2.500 testimonios de profesores y alumnos de EE.UU., Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Sudáfrica, provenientes de distintas escuelas con diversidades y clases económicas muy variadas. Cada testimonio responde a la pregunta de qué práctica es, en la opinión del encuestado, la mejor para incentivar el aprendizaje entre los muchachos. Al desglosar las respuestas el estudio conjuró ocho categorías de instrucción, y cada método sugerido se valía de al menos dos categorías para funcionar. Estas son:
- Lecciones que resultan en un producto acabado: un juguete, un panfleto, un cómic o poema, una canción.
- Lecciones que giran alrededor de juegos competitivos.
- Lecciones que requieren algún tipo de actividad motora.
- Lecciones que pidan de los muchachos que asuman responsabilidad por el aprendizaje de otros.
- Lecciones donde los niños confronten problemas o cuestiones que no hayan sido resueltos
- Lecciones que combinen la competencia con el trabajo en equipo.
- Lecciones que se enfoquen en el descubrimiento y realización personal.
- Lecciones que incluyan elementos dramáticos, incluso sorpresivos.
Estas categorías ofrecen evidencia de que la energía reprimida puede, en cambio, ser recompensada a través de actividades que involucren al niño y enfoquen su agitación en la persecución de objetivos claros, en dinámicas de grupo que lo lleven a superarse a sí mismo, como es el caso de los juegos y competencias. Apostar a la individualidad también parece servir, lo que puede dar pie a actividades creativas que busquen estimular la expresividad de cada niño; mientras que hacer al chico responsable de otros compañeros lo hace sentir involucrado, como una pieza importante en el aprendizaje de sus compañeros.
La importancia de estos estudios se basa en que afrontan un tema que puede pasar desapercibido por profesores y alumnos por igual, y es que no todos tienen las mismas necesidades, ni todos aprenden por igual. Los niños, lejos de ser castigados, necesitan de una figura que los impulse y los haga aprovechar su inquietud, demostrándoles que su curiosidad y sed competitiva no los debe llevar al rincón, sino al centro de la clase.
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Fuente: The Atlantic

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