EL UNIVERSAL
Maduro vs. Santos
FERNANDO OCHOA ANTICH
| EL UNIVERSAL
domingo 16 de junio de 2013 12:00 AM
La política exterior
venezolana, en la mal llamada "revolución bolivariana", estuvo siempre
al servicio del proyecto personal de Hugo Chávez: transformarse en el
nuevo líder latinoamericano de ese proceso radical de izquierda que fue
incapaz de expandir la revolución militarmente, en la década de los
sesenta, bajo la conducción de Fidel Castro, al tener que aceptar las
limitaciones que le impuso la Unión Soviética después del repliegue de
Nikita Kruschev en su intento de establecer bases misilísticas en Cuba.
Esa política nunca consideró los intereses nacionales... Esta verdad, en
el caso de Colombia, tiene características de suma gravedad que no es
fácil de valorar en la actualidad, pero que puede tener delicadas
consecuencias en el futuro.
Las relaciones entre los dos países han sido siempre muy complejas, pero en los últimos años de los gobiernos democráticos se logró un interesante equilibrio que le permitió a Venezuela avanzar en la consolidación de su fundamental objetivo estratégico: garantizar nuestra soberanía sobre el golfo de Venezuela. Este avance se inició después del delicado fracaso que tuvo el gobierno del presidente Barco y su canciller Londoño al ordenar a la corbeta Caldas penetrar en aguas territoriales venezolanas y mantenerse allí hasta nueva orden. La eficiente operación militar y la decisión política del presidente Lusinchi de ir a la guerra obligó al gobierno colombiano a retirar dicha corbeta y aceptar que Venezuela no iría jamás a una negociación de asuntos vitales con presencia de terceros.
Este avance se consolidó con la firma por los presidentes Barco y Pérez del Acta de San Pedro Alejandrino, el 6 de marzo de 1990, en la cual se establecieron la bilateralidad y la globalidad como principios básicos de las negociaciones entre los dos países, se definieron los asuntos prioritarios en las relaciones bilaterales y se crearon las Comisión Presidencial Negociadora y la Comisión de Asuntos Fronterizos. La firma de este acuerdo entre Colombia y Venezuela significó un importante triunfo de nuestra diplomacia ya que al aceptarse los principios de la bilateralidad y la globalidad se consolidaba la posición venezolana y se dejaba a un lado la permanente amenaza colombiana de llevar esta discusión a la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Las relaciones entre los dos países han sido siempre muy complejas, pero en los últimos años de los gobiernos democráticos se logró un interesante equilibrio que le permitió a Venezuela avanzar en la consolidación de su fundamental objetivo estratégico: garantizar nuestra soberanía sobre el golfo de Venezuela. Este avance se inició después del delicado fracaso que tuvo el gobierno del presidente Barco y su canciller Londoño al ordenar a la corbeta Caldas penetrar en aguas territoriales venezolanas y mantenerse allí hasta nueva orden. La eficiente operación militar y la decisión política del presidente Lusinchi de ir a la guerra obligó al gobierno colombiano a retirar dicha corbeta y aceptar que Venezuela no iría jamás a una negociación de asuntos vitales con presencia de terceros.
Este avance se consolidó con la firma por los presidentes Barco y Pérez del Acta de San Pedro Alejandrino, el 6 de marzo de 1990, en la cual se establecieron la bilateralidad y la globalidad como principios básicos de las negociaciones entre los dos países, se definieron los asuntos prioritarios en las relaciones bilaterales y se crearon las Comisión Presidencial Negociadora y la Comisión de Asuntos Fronterizos. La firma de este acuerdo entre Colombia y Venezuela significó un importante triunfo de nuestra diplomacia ya que al aceptarse los principios de la bilateralidad y la globalidad se consolidaba la posición venezolana y se dejaba a un lado la permanente amenaza colombiana de llevar esta discusión a la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
La
estrategia aplicada por Venezuela se basaba en lograr un importante
fortalecimiento en todos los aspectos de las relaciones entre los dos
países, con el fin de transformar la delimitación de las áreas marinas y
submarinas en un aspecto secundario para Colombia ante los otros
intereses, entre ellos los económicos, que se crearían a través de un
importante proceso de integración. Lamentablemente, la aventurera
política internacional diseñada e implementada durante el gobierno de
Hugo Chávez y ahora continuada por Nicolás Maduro, ha sometido a las
relaciones con Colombia a tan grandes tensiones políticas y económicas
que han destruido el esfuerzo de integración que se había logrado en los
últimos años de los gobiernos democráticos.
El reciente enfrentamiento entre Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos no es fácil de entender. Comienza con la audiencia del presidente Santos a Henrique Capriles. Las destempladas declaraciones de Nicolás Maduro transformaron una visita sin mayor trascendencia en un escándalo que ocupó la primera página de importantes diarios internacionales y nacionales. No contento con ese absurdo, el ministro Miguel Rodríguez Torres denunció que fueron arrestados un grupo de paramilitares, "con un plan orquestado en Colombia para asesinar a Nicolás Maduro y desestabilizar su gobierno". Lo más curioso fue el armamento presentado: una escopeta de 12, un AK47 y dos granadas. Un atentado a un jefe de Estado exige un armamento y un apoyo tecnológico altamente sofisticado.
El colmo de los colmos, fue la acusación de José Vicente Rangel: "venezolanos de la oposición firmaron un contrato de compra de 18 aviones de guerra que serán llevados próximamente a una base militar de Estados Unidos en Colombia", llegando a dar hasta las coordenadas de la base militar. Es tan absurda la acusación que pareciera un problema de edad de José Vicente Rangel, pero casi de inmediato fue invitado a formar parte del Consejo de Estado, convocado por Nicolás Maduro para recibir recomendaciones ante la crisis con Colombia. Lo preocupante de todo este escándalo es la inmensa ridiculez de las acusaciones. Pienso que solo busca hacer olvidar la ilegitimidad del gobierno de Nicolás Maduro y la inmensa crisis interna que vive Venezuela...
El reciente enfrentamiento entre Nicolás Maduro y Juan Manuel Santos no es fácil de entender. Comienza con la audiencia del presidente Santos a Henrique Capriles. Las destempladas declaraciones de Nicolás Maduro transformaron una visita sin mayor trascendencia en un escándalo que ocupó la primera página de importantes diarios internacionales y nacionales. No contento con ese absurdo, el ministro Miguel Rodríguez Torres denunció que fueron arrestados un grupo de paramilitares, "con un plan orquestado en Colombia para asesinar a Nicolás Maduro y desestabilizar su gobierno". Lo más curioso fue el armamento presentado: una escopeta de 12, un AK47 y dos granadas. Un atentado a un jefe de Estado exige un armamento y un apoyo tecnológico altamente sofisticado.
El colmo de los colmos, fue la acusación de José Vicente Rangel: "venezolanos de la oposición firmaron un contrato de compra de 18 aviones de guerra que serán llevados próximamente a una base militar de Estados Unidos en Colombia", llegando a dar hasta las coordenadas de la base militar. Es tan absurda la acusación que pareciera un problema de edad de José Vicente Rangel, pero casi de inmediato fue invitado a formar parte del Consejo de Estado, convocado por Nicolás Maduro para recibir recomendaciones ante la crisis con Colombia. Lo preocupante de todo este escándalo es la inmensa ridiculez de las acusaciones. Pienso que solo busca hacer olvidar la ilegitimidad del gobierno de Nicolás Maduro y la inmensa crisis interna que vive Venezuela...
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