Historia y Tradición
Sucre…crónica de una muerte
anunciada, 4 de junio de 1830.
Eumenes Fuguet
Borregales (*)
Antonio José de Sucre, el hijo de Cumaná, bien denominado: “El caballero de la historia”, “el prócer más puro de la independencia
americana” y por parte del Libertador “mi
otro yo”, se puede decir que vivió un día, por cuanto nació un 3 (de
febrero) y murió un 4 (de junio). El 20 de enero de 1830, Bolívar reúne en
Bogotá al Congreso Admirable, renuncia a continuar en la actividad política y
son elegidos Sucre como Presidente y monseñor José María Estévez, obispo de
Santa Marta como vicepresidente, estos son enviados a Venezuela para entrevistarse con Páez con
la finalidad de evitar la ruptura de la Gran Colombia fundada el 17 de
diciembre de 1819 en Angostura. Mariño como representante del “Centauro”, los atendió en Cúcuta a
mediados de abril, sin resultados favorables e impide el paso hacia territorio
venezolano, quizás sería la única misión que el Gran Mariscal de Ayacucho no
pudo cumplir exitosamente. Al regresar a Bogotá le informaron que el Libertador
se había dirigido el 8 de mayo hacia Cartagena para embarcar con destino
Curazao-Jamaica-Londres, deseoso de olvidar y de que lo olvidaran sus amigos
gratuitos, además no contaba ni con dinero para los gastos, ni salud para
soportar la travesía. Sucre deseaba llegar a Quito antes del 13 de junio, día
de San Antonio, su Patrono; escogió la ruta: Bogotá, Neiva, Popayán, Pasto y
Quito; descarta la ruta puerto de Buenaventura-puerto de Guayaquil y Quito por
mayor duración. En el diario bogotano
“El Demócrata”, apareció el 1ro. de junio la noticia de:
“ojalá se haga con Sucre, lo que no se pudo hacer con Bolívar”; se
refería al fracaso que hubo en el atentado del 25 de septiembre de 1828. A
Sucre lo acompañaron el Dr. José Andrés García Trellez, diputado por Cuenca,
los sargentos Lorenzo Caicedo, su ayudante y Francisco Colmenares, asistente de
García y dos arrieros. El 29 de mayo al llegar a Popayán, pernoctaron en la
casa de monseñor Rafael Mosquera, quien los alertó de un posible atentado. El 2
de junio durmieron en Salto de Mayo, en
la casa del comandante José Erazo, amigo del Gral. José María Obando (autor intelectual del
magnicidio). Al día siguiente pernoctaron en Venta Quemada, allí se encontraron
con Erazo y al comandante Juan Gregorio Sarria (quien entregó las armas a los
tres asesinos); El coronel trujillano Apolinar Morillo pagó cuarenta pesos a
los ejecutores del crimen. El 4 de junio la caravana se internó en la selva de
Berruecos al sur de Pasto-Colombia. En el sitio La Jacoba, conocido como
Cabuyal, al ser sorprendidos, Sucre recibe un balazo en el cuello, otro en el
pecho y un tercero en la cabeza, apenas alcanzó a decir “Ay balazo”; los
demás sin recibir heridas huyen hacia La
Pascana de la Venta. Nuestro ilustre paisano permaneció veinticuatro horas a la
intemperie, hasta que el fiel mayordomo Caicedo lo enterró en el sitio de La
Capilla, colocando una improvisada cruz; seis días después llega Caicedo a la
casa de Doña Mariana Carcelén y Larrea, con las botas y el sombrero de Sucre
con la infausta noticia. La viuda ordena la traída en forma sigilosa del
cadáver hacia la hacienda El Deán de su propiedad, cerca de Quito; expresaría
en carta a Obando: “corazón más puro que el Sucre, no ha palpitado en pecho alguno”.
Bolívar se entera en Cartagena la noche del 1ro. de julio y exclama: “ ¡
Santo Dios, se ha derramado la sangre del Abel de América!...como soldado
fuiste la victoria, como magistrado la justicia, como ciudadano el patriotismo,
como amigo la lealtad. Para gloria lo tienes todo ya; lo que te falta, sólo a
Dios le corresponde darlo”. Doña Mariana trasladó el cadáver en 1841
hasta la iglesia El Carmen en El Bajo Quito, donde una hermana era la
Superiora, hizo saber que estaba enterrado en la iglesia de San Francisco.
Después de setenta años, sin ser ubicado por las autoridades, la señora Rosario
Rivadeneira de la servidumbre de Mariana, ya fallecida, informó la ubicación
exacta de los restos; enterrados con gran solemnidad en la catedral de Quito el
4 de junio de 1900. El orador fue monseñor Federico González, obispo de Ibarra,
quien dijo: “Si Sucre hubiera hablado después de muerto, seguro que sus palabras
serían para perdonar a sus asesinos”.
@eumenesfuguet
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