EL UNIVERSAL
Santos: metiste tremendo autogol
Si las FARC quieren participar en política dejen las armas como en su momento hizo el M19
ADOLFO P. SALGUEIRO
| EL UNIVERSAL
sábado 1 de junio de 2013 12:00 AM
Desde La Habana anunciaron que
ha culminado la primera fase de las conversaciones de paz que vienen
llevando el gobierno de Colombia y las FARC. Dicha primera fase -según
el procedimiento convenido por las partes- tuvo que ver con la régimen
de la tierra y se concreta en un comunicado conjunto titulado "Hacia un
nuevo campo colombiano-Reforma rural integral". La próxima etapa, a
iniciarse a partir del 11 de junio, corresponderá a la participación
política de los irregulares y así una a una hasta que el acuerdo cubra
todos los temas que uno y otro bando han determinado como necesarios
para lograr la pacificación completa de Colombia (drogas ilícitas, fin
del conflicto y entrega de armas y por último reparación a las
víctimas).
En principio nadie puede estar en desacuerdo con que se lleve adelante un proceso que pueda devolver la paz a cualquier país o región, tanto más si se trata del vecino más cercano de Venezuela con el cual compartimos no solo una historia de raíz común sino una realidad geográfica que nos vinculará por toda la eternidad. Así pues no es ocioso afirmar que la paz en Colombia es del máximo interés para Venezuela y así lo entienden todos.
Sin embargo -y allí vienen los "peros"- aun cuando la paz es unánimemente deseable no es que por eso uno va a dejar de tomar en cuenta las circunstancias en las que la misma se negocia ni la posición desde la cual cada quien entra a conversar.
En el caso en cuestión nos parece que el gobierno de Santos no tenía por qué siquiera haber consentido en conversar nada toda vez que -según percibimos- la minusvalía de las FARC era más patente que nunca, casi vencidas (aunque no del todo) en el campo militar, repudiadas por la casi totalidad del pueblo colombiano, fuera de contexto y solitarias en el tablero de la lucha política contemporánea. El gobierno de Uribe -del cual Santos era ministro de la Defensa- se anotó los más resonantes triunfos y el de Santos parecía ir por el camino de rematar aquella tarea cuando de pronto tomó cuerpo la idea de dar tribuna en condición de paridad a un grupo que aunque era un incordio estaba en la desbandada final, con sus cuadros dados de baja en el campo de batalla con el beneplácito del país y del mundo. Lo lógico parecía ser terminar el conflicto con la victoria total y sin otras limitaciones que no fueran los derechos humanos dentro de las leyes de la guerra ante un enemigo que fue capaz de las crueldades más horribles e indiscriminadas en contra del pueblo colombiano, su dirigencia y su fuerza armada.
Ahora resulta que un grupo de asesinos narcotraficantes aspiran y consiguen discutir algo tan crucial e importante como el régimen de la tierra en Colombia el cual no era para negociarse en una mesa en La Habana sino en el Congreso de Bogotá donde se sientan los que son elegidos por el pueblo. Si las FARC quieren participar en política dejen las armas como en su momento hizo el M19, postúlense para los cargos de elección popular y desde allí actúen con legitimidad en el marco de las instituciones de un país democrático como afortunadamente lo es ahora Colombia.
En principio nadie puede estar en desacuerdo con que se lleve adelante un proceso que pueda devolver la paz a cualquier país o región, tanto más si se trata del vecino más cercano de Venezuela con el cual compartimos no solo una historia de raíz común sino una realidad geográfica que nos vinculará por toda la eternidad. Así pues no es ocioso afirmar que la paz en Colombia es del máximo interés para Venezuela y así lo entienden todos.
Sin embargo -y allí vienen los "peros"- aun cuando la paz es unánimemente deseable no es que por eso uno va a dejar de tomar en cuenta las circunstancias en las que la misma se negocia ni la posición desde la cual cada quien entra a conversar.
En el caso en cuestión nos parece que el gobierno de Santos no tenía por qué siquiera haber consentido en conversar nada toda vez que -según percibimos- la minusvalía de las FARC era más patente que nunca, casi vencidas (aunque no del todo) en el campo militar, repudiadas por la casi totalidad del pueblo colombiano, fuera de contexto y solitarias en el tablero de la lucha política contemporánea. El gobierno de Uribe -del cual Santos era ministro de la Defensa- se anotó los más resonantes triunfos y el de Santos parecía ir por el camino de rematar aquella tarea cuando de pronto tomó cuerpo la idea de dar tribuna en condición de paridad a un grupo que aunque era un incordio estaba en la desbandada final, con sus cuadros dados de baja en el campo de batalla con el beneplácito del país y del mundo. Lo lógico parecía ser terminar el conflicto con la victoria total y sin otras limitaciones que no fueran los derechos humanos dentro de las leyes de la guerra ante un enemigo que fue capaz de las crueldades más horribles e indiscriminadas en contra del pueblo colombiano, su dirigencia y su fuerza armada.
Ahora resulta que un grupo de asesinos narcotraficantes aspiran y consiguen discutir algo tan crucial e importante como el régimen de la tierra en Colombia el cual no era para negociarse en una mesa en La Habana sino en el Congreso de Bogotá donde se sientan los que son elegidos por el pueblo. Si las FARC quieren participar en política dejen las armas como en su momento hizo el M19, postúlense para los cargos de elección popular y desde allí actúen con legitimidad en el marco de las instituciones de un país democrático como afortunadamente lo es ahora Colombia.
apsalgueiro@gmail.comTweet
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