martes, 14 de abril de 2015

¿Conmigo o con el Diablo?

           

Al límite // Obama a la Cumbre: ¿Conmigo o con el Diablo?; por Luis García Mora

Por Luis García Mora | 5 de abril, 2015
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La Cumbre de las Américas en Panamá y la anunciada visita del expresidente español Felipe González, como cabeza de puente de otros exmandatarios y jefes de Estado europeos y latinoamericanos que amenazan al régimen de Maduro con entrar a ver cómo se sacan de las cárceles a los presos políticos, signan este comienzo de abril.
Definitivas acciones para intentar forzar la circunstancia venezolana de secuestro socioeconómico y político por un gobierno que luce más preocupado por su permanencia en el poder, que por resolver el evidente colapso de su liderazgo, y el colapso del país en general.
Es decir, que ante la andanada diplomática-democrática que se asoma sobre el régimen con características semidictatoriales de Maduro, y el síncope del país por la crisis, lo que puede ocurrir en adelante es que el gobierno se deslegitime y desestabilice todavía más, junto a esta casi hiperinflación con desabastecimiento, monstruo de despensas vacías que asoma sus fauces día a día.
Una catástrofe doméstica que la emergencia alimentaria y de insumos no soporta, ante la fluctuación continua de los precios.
Que en el vaivén cotidiano conmina al régimen a actuar sobre las circunstancias concretas de la crisis, y abandonar sus salidas propagandísticas efectistas.
Ya el fantasmón antinorteamericano levantado por el segundo al mando del país, advirtiendo sobre una inminente invasión militar para distraer de la coyuntura, se disipa, quedando sobre el tapete el marco real de las sanciones a los siete funcionarios del régimen y el cambio de política exterior desde Washington, el cual replantea todas las relaciones hemisféricas de un golpe.
Ahí no valen salidas políticas de vuelo corto, como la de confrontarnos con Washington, con una operación de impacto meramente doméstico, como la de intentar movilizar al país con una recolección de firmas contra Obama, un enemigo exterior que jamás se materializará tras los anaqueles.
Por lo que quizás en los próximos días se agudice desde el aparataje propagandístico que nos ahoga, el acento en la Cumbre de las Américas. Con profusión de imágenes de Castro y Maduro como los irrenunciables protagonistas del show. Y dentro de una coyuntura de cambios que quizás no percibamos claramente, pero que sacude cualquier aspecto de esta realidad, sujeta a evolución. Cambios que irán generando grados insoportables de incertidumbre en cuanto a su irreversibilidad, como en todas las crisis, pues no se trata de meras reacciones automáticas. Van más allá.
Y traerán consecuencias.
Ante esto, la Cumbre de Panamá no está ciega. Aunque lo quiera. Los asuntos de Venezuela se van a comenzar a mover más rápidamente.
Se está librando una verdadera batalla en la mente de los venezolanos.
Millones de votantes en potencia que la coyuntura colocará inevitablemente ante el reto, el desafío, y la provocación, de enfrentarse en las urnas a la única y real posibilidad de cambio que hasta ahora se perfila en el horizonte.
Con una soterrada violencia existencial promovida desde el poder, desde su exhortación policíaco-militar, en la memoria y el imaginario común, de sus demostraciones desproporcionadas e inconcebibles, del comportamiento cuasi dictatorial que ha dejado surcos profundos en nuestra psique colectiva, al hostigar, al reprimir, al asesinar sin tapujos, absolutamente envalentonado por su fuerza física.
Junto al uso dominante y administrado de pautas tales como la desactivación de los controles civiles y militares, que han permitido la exacerbación de la delincuencia organizada desde barrios y prisiones, así como desde los despachos del manejo de la cosa pública, o para decirlo en otros términos, desde el ejercicio casi criminal de las formas patrimoniales de dominación ciudadana, en esta especie de sultanato “revolucionario” que se ha enseñoreado en el país.
De la dominación sin horizontalidad del poder.
Sin limitaciones entre la cosa pública y la privada.
Sin institucionalidad autónoma e independiente a la cual recurrir.
Una situación que permeará con fuerza la agenda de la Cumbre, aunque el enfoque principal, claro está, se concentrará en la naturaleza histórica del acto, la primera Cumbre de Presidentes y de Jefes de Estado de América, en la que tanto los Estados Unidos como Cuba, se sentarán en la misma mesa.
Y el enfoque periodístico estará en la foto final del apretón de manos entre Raúl Castro y Barak Obama, con todo el contenido simbólico del momento, y del trascendental cambio que de hecho ya se ha producido en las relaciones hemisféricas.
Post Guerra Fría. Llevado adelante por el primer presidente negro norteamericano.
Todo ello en medio del desgaste y la fatiga hemisférica, dado el desenfreno de energía política post chavista, de permanente provocación de retórica. Pues solamente ha sido una batalla de la boca para fuera, con una continua explotación oportunista de cada circunstancia, sin gestión constructiva alguna para nuestro país.
Con la acción debilitadora de las instituciones políticas del Estado, la erosión de la autoridad de los gobernantes y la pérdida del equilibrio político, la seguridad social e individual de los venezolanos, y la desaparición de toda noción de rectoría social.
Una Venezuela que se administra como una hacienda particular.
Sultanismo rampante y dominación personalista, que según refieren las redes sociales, muestra contornos extravagantes de las fiestas de hijos y familiares de los gobernantes, los cuales se bañan ante las cámaras auténticamente con dólares. Dólares que el poder sin control arrastra en su inmundicia, hasta los bordes de los mejores años de los Trujillo y los Marcos, los Ortega, los Somoza y los Stroessner.
Dice Castañeda, el ex canciller mexicano, que Venezuela rompió el molde, y que los estragos de 15 años de despilfarro, corrupción, deriva autoritaria y violaciones crecientes de los derechos humanos, ya dejaron de solamente dañar a nuestro país. Y que la decisión de Obama de calificarnos como “una amenaza para la seguridad nacional” de Estados Unidos escala el enfrentamiento Venezuela-Washington.
Que la pasividad latinoamericana ante los encarcelamientos, la represión de las manifestaciones estudiantiles con la orden de, si hace falta disparar, la censura de los medios y la calamidad económica, con su desconcertante silencio, prácticamente ha terminado por deslegitimar cualquier posibilidad del liderazgo real latinoamericano, en el rescate de un diálogo de la mayoría del país con el gobierno de un Maduro abunquerado.
Y que lo que existe en Venezuela es una realidad política que lo destroza, encerrado como está en una cápsula de autismo político, incrementado por la corrupción y la ideología, fenómenos que le incapacitan para darse cuenta, de una manera pragmática, que Obama ha cambiado su estrategia ante el mundo, y fundamentalmente sobre nuestra parte del hemisferio, en el que se han “sustituido las relaciones de dominación militar por relaciones de hegemonía política” (Mires).
Y que con las sanciones a los siete señores en sus visas y sus cuentas, lo que le ha trazado a Venezuela y a la región, es una Línea Maginot post Guerra Fría ante la que los jefes de Estado, en la reunión de Panamá, deberán decidir con quién juegan, con quién están.
Como decía aquel Chávez invulnerable: “Conmigo o con el Diablo”.
Ante el juego venezolano de convertir la Cumbre en “un aquelarre” retórico sobre la supuesta intervención yanqui en Caracas, para vituperar a Obama y arrinconarlo en una supuesta confrontación verbal y política con Venezuela.
Está por verse la actitud de Cuba, en un momento de reapertura de embajadas con EEUU y su salida de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo, además de su apertura económica ante el mundo, tras medio siglo de antagonismos.
En el trasfondo late, además, el acuerdo al que se acaban de llegar USA e Irán en Lausana sobre el aspecto nuclear, que marca un hito en las relaciones de estos países que, desde 1999, jamás estuvieron tan cerca.
Es decir, no hay más Ahmadineyad.
Y en este cambio de estrategia, esos jefes de estado latinoamericanos se podrían ver obligados por las circunstancias y por su propia visión de supervivencia, ante un futuro que les luce prometedor, a repetir aquel exhorto de tan infausto recuerdo, tan desagradable, del Rey Juan Carlos:
“¿Por qué no te callas?”

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