viernes, 26 de diciembre de 2014

Nacimiento y Resurrección; por Fernando Mires

                



Nacimiento y Resurrección; 

por Fernando Mires

Por Fernando Mires | 25 de diciembre, 2014
los-reyes-magos-el-bosco 640
Para quienes Navidad no es solo una fiesta comercial resulta  inevitable hacernos cada año un par de preguntas acerca del sentido del nacimiento de Jesús. Y quienes conocemos la historia de Jesús no podemos dejar de sentir cierta pena al recordar que ese niño recién llegado al mundo morirá tres decenios después, pleno de amor y vida, del modo más cruel y brutal: crucificado.
Jesús, como todos nosotros, desde que nació fue, para emplear un término de Heidegger, “el ser que va hacia la muerte”.  O como aún mejor lo dijo el gran novelista griego Nikos Kasantzakis, somos “el que debe morir”.
Jesús es un representante de la tragedia humana. Tragedia que no viene de la inevitabilidad de la muerte sino del conocimiento de su inevitabilidad. Sabemos que vamos a morir -¿maldición o destino?- y ese saber acompaña cada acto de nuestra vida. Es la razón por la cual una de las frases evangélicas que más desconcierto continúa produciendo –creo que no solo entre cristianos- fue la pronunciada por Jesús poco antes de morir: “Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46)
La exégesis cristiana ha intentado interpretar la terrible frase señalando que ella corresponde con el primer verso del Salmo 22, es decir, Jesús cuando la pronunció, rezaba. Como sea, el segundo verso del Salmo 22 es aún más desgarrador : “¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor?”  Mas, dejemos el tema a los teólogos y supongamos que de verdad Jesús rezaba en la cruz. Así y todo, el problema sigue siendo el mismo: ¿Por qué eligió Jesús ese salmo y no otro para rezar?
Mi respuesta tentativa está dividida en dos partes. La primera dice: Jesús era un hombre y como en todo ser humano coexistían dentro de su cuerpo (el cuerpo es el ser del humano) su materia y su espíritu. En ese momento, frente a su muerte física, habló el hombre Jesús. La segunda parte de mi respuesta agrega: Jesús, así como todo humano, es portador del Logos, es decir, de la posibilidad de ser Dios en sí a través del pensamiento que lleva al Espíritu.
La diferencia de Jesús con los demás seres humanos fue que él asumió la posibilidad de ser en Dios (y Dios en él) en toda su intensidad, es decir, esa posibilidad que todos llevamos como potencia en la memoria (Agustin) se convirtió con Jesús en realidad. Es por eso que él, Jesús, también es Dios. Pero entiéndase: Él no asumió su condición humana ni su condición divina como dos partes diferentes de su ser. Jesús –todavía hay gente que no lo entiende- no era un ser dividido, no era un centauro helénico. Jesús era todo hombre y todo Dios a la vez. El  Hijo del Hombre y el Hijo de Dios en una sola relación. Y como el pleno humano que era, al igual que cada uno de nosotros lo es, aún sabiendo que iba a morir, Jesús no quería morir.
Jesús amaba a la vida.
Los cuatro Evangelios nos hablan de un hombre que asumía la vida en su máxima existencialidad: Iba a fiestas, curaba enfermos, se sentía feliz rodeado de niños, comía y bebía con placer junto a sus amigos, conversaba con los extranjeros (samaritanos) excluidos por la Ley, las mujeres lo seguían, amaba a la belleza de los lirios y a los colores de los pájaros. Era “humano, demasiado humano” (Nietzsche). Tampoco era hombre de libros y por sobre las leyes ponía siempre el amor a Dios, predicando incluso en los días festivos de su religión. Su intensa, su radical humanidad no era opuesta, pero sí absolutamente complementaria con su radical divinidad. En cada cosa del mundo, en cada objeto de la creación, en el pan y en el vino, veía Jesús el rostro de Dios. El Dios de Jesús no estaba solo “arriba”,  sino , además, “entre” y “dentro” de nosotros.
El Dios cristiano, hay que reiterarlo, no es metafísico. Paulo de Tarso lo entendió como nadie: Si interiorizamos a Jesús (comunión) seremos como él en Él. Es decir, seremos Dios en nosotros a través del cuerpo de Jesús. Ese cuerpo humano que, como todo cuerpo humano, no quería morir
¡“Dios mío ¿por qué me has abandonado”?!
Efectivamente, Dios, la vida, abandonó a Jesús como nos abandona a cada uno cuando llega su momento.  Pues en cada muerte, Dios, la vida, abandona al cuerpo. Dios, al ser todo, integra en sí el abandono de Dios. O dicho a la inversa, en cada muerte de un cuerpo humano Dios abandona al ser del “estar aquí”  para integrarlo en otras formas de ser.
Según el presentimiento de Agustin (Confesiones, libros 11 y 12) la dimensión del tiempo humano es solo una de las diversas posibilidades o formas de un solo tiempo. En ese, nuestro tiempo, el pasado no existe porque ya se ha ido y el futuro todavía no existe porque no ha llegado. Pero el presente tampoco existe porque si pensamos en lo presente ya ha dejado de ser presente ( Agustin: “yo sé lo que es el tiempo, pero cuando me preguntan qué es, yo no lo sé”).
Hay, según Agustin, un tiempo, y ese es el tiempo de Dios, donde todo lo sucedido y todo lo por suceder es un solo presente. Luego, la muerte es un tránsito entre nuestro tiempo y el otro tiempo que contiene al primero y que ya existía antes de que viniéramos al mundo. En cierto modo la muerte es un regreso. En consecuencias, es mi deducción, así como en cada muerte Dios abandona el cuerpo, en cada nacimiento aparece la posibilidad del retorno de Dios entre nosotros. O dicho así: En cada niño que viene al mundo existe la potencia de Jesús y por lo mismo, la posibilidad de ser Dios sobre la tierra. En cada nacimiento, y sobre todo en el nacimiento de Jesús, yace la posibilidad de la resurrección de Dios en el mundo.
¿El nacimiento de Jesús fue entonces una resurrección? Desde la perspectiva de “el otro tiempo”, el tiempo eterno según Agustin, sí lo fue. No, no voy demasiado lejos. Para quienes que, como Agustin (uno de los santos del intelecto) suponemos que no hay contradicción entre creer y pensar, nunca Dios estará demasiado lejos.
Deseo a todos unas felices y tranquilas Navidades.
Fernando Mires

Así mostraron los medios del mundo al diálogo

               

Así mostraron los medios del mundo al diálogo entre Cuba 

y Estados Unidos

Portales de Internet de todo el planeta se hicieron eco de la reanudación de relaciones comerciales y diplomáticas entre ambos países
Granmma, órgano oficial del Partido Comunista Cubano.  Foto:  Captura de pantalla
Foto 1 de 12
COMPARTIR

En Navidad, la Iglesia advierte

            



En Navidad, la Iglesia advierte sobre el narcotráfico y la violencia social

Los obispos advirtieron en las distintas misas que brindaron alrededor del país reclamaron un mayor esfuerzo en la lucha contra el delito
Los obispos insistieron hoy en advertir sobre el avance del narcotráfico, la violencia y la inseguridad en sus mensajes navideños, al tiempo que exhortaron a la fraternidad, el diálogo y el encuentro entre los argentinos.
En vísperas de un año electoral, los prelados llamaron a construir un país en paz, solidaridad y justicia, y le reclamaron a los políticos trabajar por los pobres con mayor vocación de servicio, honestidad y menos corrupción.
El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, José María Arancedo, advirtió: "Qué lejos nos encontramos del mensaje de paz y amor de Navidad , cuando tenemos que hablar de esa realidad tan cercana que no corresponde a la dignidad del hombre. Me refiero al desprecio por la vida de mi hermano, que se expresa en la violencia y la inseguridad, al delito del narcotráfico y la trata de personas, al odio que cierra el camino al encuentro y la reconciliación, al egoísmo que nos aísla y debilita los lazos fraternos".
El desprecio por la vida de mi hermano, que se expresa en la violencia y la inseguridad, al delito del narcotráfico y la trata de personas, al odio que cierra el camino al encuentro y la reconciliación, al egoísmo que nos aísla y debilita los lazos fraternos
Por su parte, el arzobispo de Santa Fe, Alfonso Delgado destacó que en Navidad se debe potenciar "la capacidad de poder cambiar para el bien" y reclamó que cada persona se convierta en "sembradores de paz, de diálogo y de entendimiento, sin la tristeza de rencores y enfrentamientos, tan dañinos como estériles".
Y en línea con Arancedo, monseñor Delgado pidió: "recorrer con la frente alta el camino de la honestidad, sin dejarnos atrapar por el éxito efímero de cualquier tipo de corrupción. En la preocupación por la seguridad de los ciudadanos frente a una delincuencia y a un narcotráfico cada vez más sofisticados".
Alfredo Zecca, prelado católico de Tucumán pidió "hoy más que nunca afianzar esta paz social, el diálogo en torno a la verdad y el consenso". En este sentido también se expresó su par mendocino, Carlos Franzini: "Que esta Navidad nos ayude a reencontrarnos como hermanos, reconociéndonos como constructores de una verdadera amistad social".
Que esta Navidad nos ayude a reencontrarnos como hermanos, reconociéndonos como constructores de una verdadera amistad social
"No hay Navidad sin buenas noticias para los pobres. El papa Francisco nos impulsa a ir con la buena noticia del amor de Dios a las periferias existenciales, esas donde no llega el trabajo digno, pero llega antes la droga, el alcoholismo, la violencia doméstica, la prostitución para la sobrevivencia o la aberración de la trata", afirmó el obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano.
Jorge Lugones, obispo de Lomas de Zamora, advirtió que el hombre se "hace desagradable, casi inhumano en los rostros del codicioso, del traficante, del testaferro, del prepotente, del usurero, del difamador o descalificador crónico, del calumniador, del mentiroso, del coimero, del golpeador, del violento, del que desprecia su propio hogar

LA PARADURA DEL NIÑO

               Historia y Tradición
LA PARADURA DEL NIÑO
Eumenes Fuguet Borregales
 Antigua tradición religiosa de los andes venezolanos dedicada al Niño Dios, o Niño Jesús, cuyo origen se remonta a la época colonial. Su celebración, marca el final de la Navidad y su escenificación popular, también conocida como “Robadura del Niño”, ocurre entre el 1º de enero y el dos de febrero, día de la Candelaria. La tradición incluye un Pesebre que se elabora antes del 24 de diciembre, y representa, una antiquísima idea de San Francisco de Asís en la Edad Media, para recordar la natividad de Jesús en la tierra; así surgió el tradicional nacimiento.
  De acuerdo al país que se trate, el pesebre cambia de nombre, en Venezuela lo llamamos Nacimiento, en España se le llama Belén. La iglesia católica, estableció el año 330 del calendario gregoriano, al nacimiento del Mesías el 24 de diciembre, La “Robadura del Niño”, se inicia cuando una persona sustrae de una casa la pequeña estatuilla yacente, que representa al “Niño  Dios”. Informados del "robo", los vecinos organizan en horas de la tarde  una caminata para buscarlo; el dueño de la “casa robada”, invita y constituye un variado grupo de vecinos y amigos; de estos, se escogen los padrinos, que pueden ser más de dos, igualmente están, los “músicos paradureros” (violinistas, guitarristas, cuatristas, mandolineros y maraqueros), cantantes y los rezanderos.
Frente al pesebre vacío por la ausencia del “Niño”, los peregrinos rezan el Rosario. Para dar calor a la actividad, los músicos interpretan, en honor al “Niño”, canciones que no se bailan. Posteriormente, se inicia una peregrinación llevando velas encendidas y cantos religiosos  propios de la ocasión, de villancicos para localizar “al niño perdido”; las velas de los padrinos son más grandes.  En cada región andina y poblaciones aledañas como Biscucuy, Barinitas e inclusive Punto Fijo  y Naguanagua, se dan toques especiales al acto de búsqueda y aparición.
En Trujillo, la casa donde se encuentra el “Niño Robado”, está cerrada al momento del llegar los buscadores; desde afuera todos piden cantando que se abra la puerta y devuelvan la “Inocente Víctima”; al momento de devolverse la sagrada imagen, la alegría se manifiesta con canciones y fuegos artificiales.  En el estado Táchira cuando la caminata  llega al sitio del escondite, el Niño es rescatado, y colocado sobre un paño blanco con cintas atadas a cada una de las cuatro puntas.
Los padrinos levantan la figura del Niño, tomando cada extremo de las cintas.  Los padrinos  regresan al frente de la procesión, para dirigirse hacia la casa de los dueños del pesebre vacío; cada caminante de la procesión canta y reza el Rosario.
En Mérida, la tradición es bastante parecida a la del Táchira; el recorrido de regreso es conocido como “La Serenada del Niño Jesús”. Al llegar al sitio de origen, la comunidad ofrece plegarias por  la paz del mundo, las buenas cosechas, por la bendición de los hogares y porque la Divina Providencia los proteja. Uno de los padrinos lo asienta en su regazo, mientras los asistentes le dicen cantando
 “Dichosos padrinos-que dicha tendrán-han paseado al niño-por todo el zaguán”.
Todos los presentes, a excepción de los padrinos, apagan las velas, e inician la adoración,  con el Rosario cantado, los Misterios Gozosos, la Salve y Alabanzas. Vecinos y asistentes, se acercan a besar la imagen. Los padrinos colocan  de pie al “Niño Aparecido” en su Pesebre , el cual siempre estará iluminado; para protagonizar los papeles de la Virgen María, San José y los tres Reyes Magos, algunos niños son vestidos con indumentaria antigua.
Finalmente los participantes de la tradición del “Niño Robado”, consumen bebidas espirituosas, porque sin “miche”, la fiesta no queda bien, pudiendo ser leche e´ burra, ponche andino, vino, un refrigerio, que acuerdo a la región, puede ser de hayacas, ponqué,  el infaltable biscochuelo, quesillo, gelatina, majarete, dulce de naranja y lechosa, y otros platos típicos. Para cerrar, se lanzan fuegos artificiales.
Churuguarero777@gmail.com                                                                             @eumenesfuguet


martes, 16 de diciembre de 2014

Un pasillo rodeado de nubes

    

Un pasillo rodeado de nubes; 

por Leonardo Padrón

Por Leonardo Padrón | 15 de diciembre, 2014


Voy al canal de televisión donde he trabajado 18 años. Llevo el último capítulo de una telenovela. El final de una extensa faena. Antes era complicado conseguir puesto en el estacionamiento. Ahora, eliges dónde pararte. La gran edificación parece un pueblo abandonado. Como si una peste mortal hubiera arrasado con todo. No están los de siempre. Quedan rastros, más que rostros. En el pasillo central donde reinaban fotos de estrellas de la animación y la actuación ahora solo hay polvo, aire, demasiado espacio libre. Puedes caminar cinco minutos sin tropezarte con nadie. En una oficina, dos ejecutivos conversan sobre la partida de sus hijos al extranjero. “¿Y por qué no te vas con ellos?”, le dice uno al otro, con la sensación neta de que en ese sitio ya no cabe el futuro. Todas las conversaciones tienen una atmósfera de última vez. Antes, ese sitio era puro vértigo laboral, productores en carrera, cabinas de edición colapsadas, pautas de cuarenta escenas diarias, vestuaristas afanadas, cola en la sala de maquillajes, cantantes internacionales en los pasillos, actores en el apogeo de sus personajes, novelas en estreno, trajes olorosos a premier. Hoy: silencio, estudios vacíos, y todo reducido al remake de una vieja novela.  Es el funeral del presente.
***
Comentar que ibas de viaje a USA, en un tiempo no muy lejano, generaba una recatada lista de encargos: un teléfono inteligente, un iPod, un cargador. Hoy día la lista se desborda, aunque los encargos son mucho más modestos. Y desesperados. Hasta una de tus ex puede aparecer encomendándote su desodorante favorito. Es lo que pasa cuando somos una potencia en proceso (La Revolución dixit). Antes procuraba hacer tiempo para ir a Barnes & Noble, Best Buy, o a las extintas Borders y Virgin. Libros y discos, ese siempre ha sido mi Disney personal. Pero hoy la necesidad soslaya al placer. Debes resolver la emergencia: productos de aseo personal y medicinas, pues el gobierno venezolano no anda muy pendiente de la salud del hombre nuevo, ni de su pulcritud. Los nuevos templos del turismo son los CVS y Walgreens. Un must en la agenda de cualquier viajero criollo. Son los Farmatodo del Imperio. Orlando y sus parques temáticos deben esperar. La Orca del Sea World perdió el rating ante el acetaminofén.
Esta vez saldé la emergencia el primer día de mi viaje. Entré a la farmacia con un leve aire de emoción. Me aturdió la exuberancia de sus anaqueles. Recorrí los pasillos atiborrados de cosméticos con un cóctel de nostalgia y envidia. Y, de repente, una sensación de triunfo me invadió: había conseguido la marca de champú que mi mujer me encargó. Me sentí heroico. Le tomé foto a las opciones. Porque otros países tienen eso: opciones. Champú para cabello reseco, lacio, ondulado, brillante. El clásico, el reforzado, el de acción prolongada, el avanzado, el extremo. Con olor a melón, a rosa, a imperio. Para los tímidos, los ni ni, los fitness. Para daño extremo, para cuidado diario, para fortaleza instantánea. Por primera vez me fijé en los adjetivos de la industria cosmética, en su abrasiva versatilidad. Le mandé fotos a mi pareja: “¿Cuál de tantos?” Y su respuesta, vía whatsaap, fue dictada por la urgencia y la alegría: “Cualquieraaaaa!”.
Un “a lo que hemos llegado” me corrió por el idioma. La emoción de haber conseguido el vellocino de oro se transformó, a los quince minutos, en una viscosa humillación. Es vergonzosa la imagen de centenas de venezolanos convertidos en ávidos trashumantes por las farmacias del imperio, buscando solventar lo que la revolución ha convertido en cotidianidad: la carestía.
Salí del CVS con un resuello de sentimientos encontrados. Y con la certeza de que esa mosca en el ánimo no la espantaría fácilmente.
***
En la víspera de una ciudad siempre hay un avión.
Hay dos tipos de pasajeros solitarios: los que se recluyen en sí mismo (mirada sedentaria, alergia a los grandes ventanales) y los que conducen los ojos como caballos de trote, de aquí a allá, posándose en cada rincón de la realidad.
En el avión, el hombre a mi lado no duerme, no come, no lee, no oye música. Solo se trenza las manos y clava los ojos en el piso. Se ajusta la camisa, se rasca la barbilla, le crece el cabello. Hace nada. Todo el tiempo. Nada. Está solo consigo mismo. Piensa tanto que hace ruido.
De pronto, me atraviesa con la mirada, como si le estorbara. Con un mohín me indica que afuera anda la luna, más cerca de lo debido, repleta. La contemplación de la belleza exige, en ocasiones, ser compartida. Intentas tomarle una foto. Pero la luna no permite que su magnitud sea replicada tan fácilmente. Lo comentas con el vecino. Pero ya está ahí otra vez, solísimo con él mismo. Sin mirar a nadie. A nada.
El pasillo del avión es una soledad indeleble.
***
A veces puedo pasar más de una hora eligiendo los libros que me acompañarán en un viaje. Es una decisión clave. Calculo si se hastiarán de mí en el camino. En ocasiones hay alguno que nunca abro, pero me alivia saber que está a mi lado. Hay libros que comienzo a leer en un avión y jamás retomo. Como si su continuación solo estuviera destinada a un pasillo rodeado de nubes.
Los aviones se han convertido en mi mejor salón de lectura: sin internet, sin llamadas telefónicas, con la larga noche que aúlla detrás de las ventanillas a mil kilómetros por hora.
Esta vez viajan conmigo Vidas escritas de Javier Marías y  Manual del Contorsionista de Craig Clevenger (la primera línea, un anzuelo: “Puedo contar mis sobredosis con los dedos de una mano”). Hasta que abrí las puertas de un libro feroz en su belleza, raro, rarísimo, La mujer desnuda, de Armonía Somers, la sorprendente uruguaya con olor a Djuna Barnes, Clarice Lispector y Onetti. Finalmente me aparejo con ella. Y vivo algo bastante parecido a una conmoción. Tenía años sin asomarme a una prosa así, tan anómala y hermosa. Temí que al bajar del avión el libro se volviera un recuerdo inaccesible.
***
Miami desde el aire: un sereno mantel de luces rectas. Una ciudad que no conoce la palabra montaña.
***
Una coyuntura me reunió con Delia Fiallo, la reina madre del género más popular en la televisión latinoamericana: la telenovela. Tenía casi diez años sin verla. A sus 90, exhibe una lucidez que parece haber vencido ese naufragio que es la vejez. Le comento de las exequias del género en el país que la acompañó a triunfar. Habla de Venezuela con dolor y sentido de pertenencia. Desde su sitial, inamovible, cuenta de los plagios que han cometido en tantas latitudes con sus tramas. Lo narra más como anécdota que rencor. Es como si cada argumento robado sólo corroborara su importancia. Delia es un pájaro. Ocupa un breve espacio físico, pero su aleteo imantó por décadas a millones de televidentes. Su tiempo es el de la historia.
Conozco esa misma tarde a Patricia Maldonado, la autora de Floricienta, toda una especialista en historias juveniles. Hablamos de gentilicios. De Argentina y Venezuela.  Me cuenta que allá existe la misma división entre familias y amigos. Los kirchneristas y los oligarcas (¡cuántos oligarcas hay en el mundo!). Del control de divisas. De la compra de medios. De la creciente escasez de medicinas. “Nos estamos pareciendo tanto que ya la llaman Argenzuela”, me dice.
Chávez y Kirchner: dos pasillos que desembocan en el mismo fracaso.
***
Menú único en la conversación de los viajeros venezolanos: la patria rota. El postre es puro desasosiego.
Cuando vuelves confirmas que el país y su crispamiento están escritos en los neones apagados de la ciudad capital. En el sobresalto de lo que puede pasar en la próxima esquina. En la mirada de las mujeres en cada cola. Pero ser ciudadano de un país es también una determinación: desacatar la tragedia que nos rodea, inventar otros titulares, ladearse para que quepan el ánimo y la posibilidad de redención.
Carestía es el segundo nombre de Venezuela. Escasean la comida, los remedios y la paz. Se achican la sensatez, los gestos de concordia y el apego a la justicia. Hay insuficiencia de rumbo. Anarquía en la brújula. Vidrios rotos en el mapa. Sobra desafecto y oportunismo. Es el momento estelar de los rufianes. Pero toda infamia amerita un capítulo final. La única carestía que no nos podemos permitir es la de la esperanza. Aunque la más de las veces es un pasillo oscuro, rodeado de nubes.
Las nubes suelen desplazarse. Con el viento. Eso dice la geografía. Se invita al público a dejar de ser público y convertirse en viento. Eso pide nuestra historia.
***
Esta página vuelve en enero. Los buscará. Siempre en domingo. Mientras tanto, ensayemos la contraseña que dice “Feliz Navidad”.

Maduro con José Vicente Rangel

               

Maduro con José Vicente Rangel 

(o “Más fuego a la candela”)

; por Willy McKey

Por Willy McKey | 15 de diciembre, 2014


maduro jose vicente 640
El domingo 14 de diciembre Nicolás Maduro fue invitado al programa de televisión que conduce José Vicente Rangel en la señal abierta. Cuando el veterano periodista y ex-ministro le preguntó sobre el aumento de la gasolina, Maduro respondió lo siguiente:
“En una economía como la que estamos viviendo, donde las mafias criminales, las mafias especulativas, los factores especulativos están disparados, del capitalismo éste que está por ahí pululando, tomar una decisión de ésas sería echarle más fuego a la candela. Ése es mi criterio”
El simple hecho de que desde la vocería principal del Estado se asuma un candelero como contexto-país, sin que la acción inmediata sea proponer oficialmente lo que se hará para salir de las brasas, es una equivocación comunicacional rotunda. Pero algo llama más la atención: el ligero pero significativo desliz en la manera de enunciar el lugar común de “Echar más leña al fuego” y construir una variación todavía más combustible.
De las ciencias que estudian el lenguaje, la que se encarga de refranes, dichos y proverbios como “En boca cerrada no entran moscas” o “Echarle más leña al fuego” es la paremiología, una disciplina que extrae la esencia de esas expresiones (que sobreviven siglos con su sentido intacto) para estudiar lo humano por una razón poderosa: lo que se concentra en los proverbios son verdades ontológicas, resúmenes de lo que el ser humano ha aprendido con el tiempo.
¿Qué sucede, entonces, cuando un ser humano tuerce el camino de un proverbio?
¿Qué puede pasar para que un proverbio no sea suficiente como resumen de lo que se quiere decir y haya que torcerlo, escondiendo el torniquete detrás de la retórica?
¿Qué hace que alguien no tenga suficiente con “Echar más leña al fugo” y necesite redundar con un “Echar más fuego a la candela” para poder decir lo que quiere decir?
Tratándose de la primera vocería del país, ¿es la candela un diagnóstico? ¿O son el fuego y la candela un simple pleonasmo, una redundancia?
Cuando se redunda adrede, se hace para aclarar, para evitar malentendidos, para reafirmar. Pero en este caso no estamos ante pleonasmos simples, como “los precios de la gasolina subirán para arriba” o “el precio del barril del petróleo está bajando para abajo”. Además, es imposible no recordar otras temperaturas de la retórica oficial, como aquella máxima “Candelita que se prenda, candelita que se apaga”.
Pero, al parecer, los incendios de la economía no se apagan con la misma facilidad que los muebles en combustión.
Luego de diagnosticar la combustión como paisaje, la primera vocería oficial asume que tomar una decisión como aumentar la gasolina (que ya fue pedida por la clase trabajadora; que según dice el Presidente contaría con apoyo popular; que significaría una importante entrada de dinero; que sería un golpe al contrabando) no sería un acierto sino “echarle más fuego a la candela”.
Los pleonasmos aparecen cuando se desea diferenciar lo que se quiere decir de una posible lectura metafórica. Pero para eso funciona mejor la reiteración, un recurso que mal puesto se parece demasiado a la duda:
“Ya tenemos la fórmula de cómo sería, digamos, su adaptación en el tiempo de los nuevos precios de hidrocarburos y llegará el momento… llegará el momento… en el 2015…  quizás en 2015″.
Con estos insumos en las manos, la lectura básica de cualquier semiólogo interesado por la política local sólo deja espacio para dos interpretaciones.
La primera es que el momento político (esta candela) no es adecuado, aunque se cuente con la aparente aprobación popular.
La segunda es que ese “esquema que ya se ha trabajado” y “justo” significa un perjuicio para esos “factores especulativos” y sea eso lo que tenga un costo político (ese fuego). En dos platos: que quienes se benefician con el status quo podrían tomarse a mal que se tomaran las decisiones correctas.
Todo eso concentrado en una sola intervención: la candela como diagnóstico y el fuego como eso que pide el pueblo.
El aumento de la gasolina una vez más convertido en un fantasma.
No hay que dejar de lado que es la gasolina y no la leña la manera accidentada en la que el primer mandatario intenta volver a la sabiduría del proverbio cuando dice: “No tenemos apuro y no le vamos a echar más gasolina al fuego que ya existe en la especulación la y la inflación inducida, no controlada aún”.
La gasolina y no la leña, enunciando en negativo, tal como se usa la expresión en inglés: Not add fuel to the fire.
Y en medio de todas las referencias inflamables, pasa desapercibida una más: esa insistencia en que no hay urgencias, en que no hay apuro, en decirnos en voz alta que todo está bien.
Nada más sospechoso que alguien que cree necesario advertir que no hay apuros. La calma no se anuncia: cuando es real, es evidente… como la candela.