martes, 3 de septiembre de 2013

Los medios y el ciudadano


Los medios y el ciudadano en Venezuela

por Boris Muñoz

Texto publicado en The New Yorker
Por Boris Muñoz | 31 de Agosto, 2013
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Globovisión, el primer canal de noticias las 24 horas en Venezuela, fue durante más de una década un medio crítico con el gobierno. Se convirtió en el último santuario de las opiniones de la oposición cuando, en el 2007, Hugo Chávez decidió no renovar la concesión de transmisión de RCTV, el canal de televisión más antiguo y popular de Venezuela. Por años, Leopoldo Castillo fue la cara de Globovisión, el presentador del programa diario “Aló, ciudadano”. Fue un acérrimo crítico del chavismo, la ideología asociada a Chávez, algo que lo convirtió en la némesis del fallecido presidente y de su programa “Aló, Presidente”. El 16 de agosto, Castillo sorprendió al público y a su propio equipo de colaboradores anunciando en cámara su salida de Globovisión, canal que dirigía desde finales de abril.
La despedida estuvo cargada de melodrama. Castillo, popularmente conocido como El Ciudadano, reprodujo “My Way”, la canción ícono de Frank Sinatra, y caminó por el estudio despidiéndose personalmente de cada una de las personas que trabajaban en el programa. Su invitado en este último programa fue el conocido sociólogo Tulio Hernández, quien ha sido uno de los críticos más prominentes del gobierno.
Desde que Globovisión cambió de dueños, Castillo se convirtió en el representante del esfuerzo del canal por ofrecer una línea editorial más sutil, sin debilitar su posición crítica. El canal ya había atenuado el tono de su programación y había sacado del aire a sus rostros más controversiales. Entonces, el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, acusó a Globovisión de conspirar contra el país.
No está claro si Castillo renunció voluntariamente o si fue forzado a hacerlo, pero se especuló ampliamente que la acusación de Maduro había originado su salida. Tan pronto como Castillo anunció su renuncia, le siguieron otros: desde los narradores de noticias del prime-time, hasta el vicepresidente. Estos eventos marcaron el fin de una era de guerra mediática entre el gobierno y la oposición. También parece representar una disminución de los medios a través de los cuales se pueden expresar las voces disidentes en Venezuela y facilita al gobierno el establecimiento de lo que los estrategas chavistas de la comunicación llaman “hegemonía mediática”, lo que se traduce como la imposición de la verdad oficial.
El gobierno de Venezuela, al igual que sus partidarios en el exterior, sostienen que la libertad de prensa está en auge en Venezuela: afirman que los medios de comunicación privados superan en número a los medios del gobierno y la mayoría de ellos defienden a la oposición. Esto es una verdad a medias. En realidad, tan pronto como Chávez llegó al poder, tomó a los medios como su campo de batalla. En abril de 2002, en medio del más intenso periodo de confrontación entre la oposición y el gobierno, los dueños de los medios de comunicación apoyaron activamente un golpe de Estado en contra de Chávez, creando un apagón de los medios. Las pantallas de los canales de televisión más importantes mostraron dibujos animados y algunos periódicos de alcance nacional no circularon. Esto evitó que el público se enterara sobre lo qué estaba pasando en el país y el paradero del presidente. Por eso Chávez intensificó la confrontación, invirtiendo grandes sumas de dinero en un sistema de medios estatales en los que pudiera transmitir los éxitos de su gobierno y hacer contrapeso a la prensa contrarrevolucionaria.
Estas inversiones estuvieron acompañadas de una serie de medidas de contención. A través de Jimmy Carter, el antiguo presidente de Estados Unidos, Chávez forjó un pacto de no agresión con Gustavo Cisneros, un poderoso magnate de los medios que es dueño de Venevisión, un canal de televisión y el hombre más rico del país. También reformó las leyes que regulaban las comunicaciones y su contenido, con fines de mantener el control sobre los medios. Tras bastidores, promocionó la autocensura para neutralizar a los más molestos presentadores de radio y televisión, como los periodistas César Miguel Rondón, Marta Colomina y Nelson Bocaranda, entre otros. Globovisión se convirtió en el único radical libre.
Globovisión, de proporciones regionales, era una operadora pequeña en comparación con las estaciones de televisión nacional. Su señal sólo alcanzaba tres ciudades del país y tenía sólo una reducida fracción de televidentes. Pero su estatus como último bastión de la oposición le dio una influencia desproporcionada.
Sin embargo, en los últimos años, las autoridades aplicaron fuertes multas a Globovisión por transmitir contenido que, según ellos, motivaba a la desobediencia civil y violaba la ley de responsabilidad social para medios de comunicación. Eso, sumado a la hostilidad abierta del gobierno, la hizo “no viable financieramente”, de acuerdo con su dueño anterior, Guillermo Zuloaga, y eso lo forzó a vender.
Chávez odiaba a los poderosos dueños de los medios. Los atacó con su devastadora oratoria, tratándolos como bulliciosos apéndices de la oligarquía económica y como cuarteles generales de la oposición, ambos adversarios de su proyecto revolucionario. Pero nunca fue tan lejos como han hecho sus sucesores, con agresivas “take-overs” de los medios privados que aún no se han alineado con el gobierno.
En abril, un grupo de empresarios compró Globovisión por sesenta y ocho millones de dólares. Estos hombres son considerados boliburgueses —miembros de la burguesía bolivariana— por sus lazos cercanos a altos funcionarios del gobierno. Este precio fue mucho más alto que el valor real del canal si se considera, al menos formalmente, que está condenado a morir. Su licencia operativa vence el 2015 y es poco probable que Maduro la renueve, dadas sus opiniones sobre el canal.
Los nuevos dueños hicieron cambios drásticos. En los últimos tres meses han sacado del aire programas que de manera frontal criticaban al gobierno. Castillo sobrevivió a esta primera purga. En junio me invitó a su programa y durante una de las pausas comerciales me dijo que no iba a cambiar su estilo y se iba a mantener crítico y pluralista tanto tiempo como pudiera.
Desde su renuncia, Castillo no ha dado entrevistas ni ha clarificado sus motivos. Al principio de la semana, le mandé un tweet preguntándole su opinión acerca de la controversia alrededor de su renuncia. Su respuesta un minuto después fue, “Gracias no voy a decir nada ahora. Estoy fuera de juego. Gracias”.
Insistí en preguntarle sobre los rumores que andaban por todas partes que decían que todo era un montaje y que pronto regresaría a Globovisión. Él contestó, “No hay duda. No voy a volver”. Luego respondió, “Todo en lo que pienso ahora es en tomarme un descanso. Han sido muchos años y mucho estrés”.
La caída de Globovisión no se limita a Castillo, los narradores de noticias y los periodistas. El domingo pasado, Moisés Naim —un economista, antiguo editor de Foreing Policy y uno de los intelectuales más influyentes de Venezuela— anunció que su programa El Efecto Naím no volvería a transmitirse por Globovisión. Naím me dijo que “la decisión de Globovisión de cancelarlo ilustra tres amplias tendencias que trascienden a Venezuela y a mi programa. La primera. los gobiernos no-liberales están tratando de reprimir las voces independientes mientras intentan mantener una fachada de libertad de expresión. La segunda: está creciendo la confianza en la intimidación económica y en los incentivos económicos de los gobiernos para inducir a los medios ‘privados’ para autocensurar ‘espontáneamente’ el contenido que pudiera ofender a las autoridades. Tercero: este truco se ha hecho increíblemente difícil de ejecutar. Para ilustrarlo, mientras que mi programa ya no será visto en Globovisión, todavía puede ser visto en Venezuela pues dos canales de cable lo transmiten al país y también puede ser visto por internet”.
Muchos periodistas en Venezuela han criticado el estilo polarizado de Globovisión, pero esto parece menor, comparado con las consecuencias que trajo su venta. Tulio Hernández, el sociólogo que apareció en el último programa de Castillo, me dijo: “bajo el comunismo, no había problema con la libertad de prensa porque la prensa representaba al Estado. Tampoco hay problemas bajo las dictaduras porque los medios están censurados. En las democracias, la libertad de prensa es una lucha diaria. Pero un régimen petrolero neo-autoritario oscila entre esas tres posiciones. También pueden hacer lo que hacían las oligarquías en las democracias primitivas: usar a los empresarios como frentes para comprar la libertad de prensa. El objetivo común es aniquilar la experiencia de la pluralidad in las comunicaciones”. ¿Y quién pierde todo en esto? El ciudadano.
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Traducción: Rodrigo Marcano. Texto publicado en The New

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