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HOY CON MÁS VIGENCIA
Venezuela
por Laureano Márquez
12 Abril 2013
Pequeña Venecia
según algunos y según otros nombres despectivos dados por Vespucio quien trató
de comparar a unos modestos palafitos con la imponente ciudad italiana. Tierra
de gracia y paraíso para Colón, al adentrase por primera vez en el continente
americano. Los conquistadores soñaban con una ciudad completamente hecha de
oro, la leyenda de El Dorado y resultó que el oro estaba y era negro.
¿Qué somos? ¿Qué es
este territorio lleno de historias, aventuras, leyendas?; ¿cómo somos sus
hijos?; ¿con qué soñamos? Me aturde la sensación de que medio país crea que la
otra mitad no tiene derecho a existir por su manera de pensar. Me agobia la
idea de saber que alguien piense que otro, semejante a él no es gente, sino
escoria. Me enferma escuchar en un programa que Chúo Torrealba tiene una
manguera conectada desde el recto al cerebro y que por eso lo tiene lleno de
excremento (por no usar la palabra original). ¿En que nos hemos convertido?
¿Por qué hemos envilecido tanto nuestro destino? ¿A dónde nos conduce la
negación del otro, su exterminio moral? Llevo una semana pensando en la
definición de democracia de George Bernard Shaw: “La democracia es el proceso
que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos”. ¿Qué nos
merecemos los venezolanos? Quizá esa es la gran pregunta que todos los sectores
de la sociedad debemos hacernos este domingo. Por fin qué carajo somos y hacia
dónde queremos ir.
Esta semana tuve una inesperada reunión de varias
horas con unos trabajadores del sector delictivo. Me sorprendió que ellos
estuvieran, también, divididos políticamente. Había caprilistas y maduristas. Y
me llamo la atención que en un intercambio de ideas y de opiniones políticas y
estando todos armados ninguno decidiera dispararle al otro. Había algo superior
que los convocaba: el delito. No será que nosotros también, siguiendo este
ejemplo podamos encontrar algo superior que nos convoque. ¿No será que no hemos
definido todavía el concepto Venezuela, el destino de este proyecto? ¿No será
que nos toca reinventarnos? Creo que Cabrujas tenía razón:
Venezuela todavía
no se ha fundado. El “vivamos callemos y aprovechemos” nos rige. Fingimos
afectos y desafectos que encubren la misma búsqueda frenética de aquel
conquistador español de ambición desmedida.
¿Qué queremos ser?
¿Hacia dónde vamos? Las preguntas me asaltan una y otra vez y entre asalto y
asalto, me invaden los sueños, todo lo bonito que hemos logrado. Me dejo llevar
por la idea de la paz, la razón y la justicia y de repente otro país se me
aproxima a esa masa gris de excrementos que tengo, como Chúo, en la cabeza: sí
puede ser, claro que podemos soñar, claro que hay esperanza. Yo creo que
podemos ser otra cosa. Quiero niños que jueguen a la paz, no chamos de 18 años
que me apunten con una pistola. Quiero hospitales y escuelas, administradores
honestos, quiero vías buenas, quiero universidades que nos llenen de sabiduría,
quiero que de una vez por todas nuestra alma nacional se libere de sus
atavismos. Quiero que nos sentemos un rato, que nos escuchemos. Quiero que los
índices de inseguridad de cada fin de semana no sea culpa de las víctimas. En
una tertulia que tuve con unos amigos a los que siempre les di la razón, en
esos momentos en que el destino te confronta con la solución final, hablando de
sueldos y ganancias vino a discusión el salario de los profesores universitarios,
tema que me pareció de lo más distante a una conversación hamponil. Sin
embargo, la reflexión de uno de los jóvenes, aun hoy golpea mi poceta cerebral:
“¡Los profesores universitarios ganan una miseria, dígalo ahí causa, como va a
progresar un país en el que los que tienen que educar ganan una miseria!”.
Puede que usted crea amable votante, que esto me lo inventé. Que un
secuestrador no haría una reflexión así. Pues lo hizo y lo que me dolió al
mirarle desde el piso, desde todo otro se ve grande, que era mucho más elevada
la certeza de su reflexión y que si tuviésemos maestros y profesores mejor
pagados y escuelas y museos y sueldos y fábricas y empleos y avenidas y parques
y deportes y sueños y esperanzas y un poquito de decencia, quizá todo sería
mejor. Un muchacho que, sin saberlo, retrataba su tragedia, que era también la
mía, aunque graduado en la UCV.
Este domingo son
las elecciones. Yo no soy quién para decirle a usted qué debe hacer. La certeza
de que la vida es buena y de que la quiero bonita para todos mis hermanos,
incluidos los que casi me la quitan, me llevará a intentarlo una vez más.
Quiero que de una vez por todas Venezuela se funde.
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