EL UNIVERSAL
Brasil: el Gulliver en Sudamérica
DANIEL LANSBERG RODRÍGUEZ | EL UNIVERSAL
viernes 21 de junio de 2013 12:00 AM
En 1726, el escritor irlandés Jonathan Swift publicó Los Viajes de Gulliver, el cual relata las experiencias de un viajero europeo en varias tierras exóticas. Entre todas éstas, el destino que mejor capturó la imaginación popular, y la que es hoy más famosa, es el continente de Liliput: una tierra poblada por una raza de enanos de cultura muy particular. Para Gulliver, a pesar que, presumiblemente, su estatura y fuerza lo debería posicionar para dominar y liderar a estos nativos, las diferencias resultan ser insuperables y al final huye de la isla.
Brasil es el Gulliver de Sudamérica. Adentro de sus inmensas fronteras, las cuales cubren casi 50% del área total del continente, residen aproximadamente un 50% de la población sudamericana, y cinco de sus ocho ciudades más grandes. Casi el 60% del PBI sudamericano se debe a la economía brasilera, un porcentaje que además ha ido creciendo durante las últimas décadas.
Sin embargo, a pesar de que Brasil luzca ser potencia regional, tanto a nivel económico como demográfico, su nivel de integración con el vecindario resulta ser relativamente débil. La mayoría de su comercio, el cual impulsa tan prodigiosa economía, se debe a comercio con los países asiáticos, o con Estados Unidos, no con sus vecinos. Además, diferencias de idioma y cultura aseguran que la experiencia brasileña sea –si es que se puede utilizar el término para hablar del 50 % de cualquier cosa– atípica.
Lo mismo ocurre con su diplomacia. Un país fundador y miembro de las organizaciones regionales más importantes: como la OEA, Unasur y Mercosur, la participación de Brasil indudablemente aporta cierta credibilidad a cualquier iniciativa multilateral en la región. Lo irónico es que, de toda nuestra región es el país que menos depende en ese tipo de instituciones, dado su aislamiento económico y político de la región.
Durante las tumultuosas semanas que le siguieron a la disputada elección de Nicolás Maduro a la presidencia venezolana, muchos resultaron sorprendidos ante la facilidad con la cual el gobierno de Dilma Rousseff aceptó los resultados oficiales sin condiciones, descartando por completo la posibilidad de un fraude. Que Brasil haya aceptado los resultados, y la legitimidad del Madurillato, además socavó las iniciativas de otro países –como Perú– que sí le dieron un poco más de prioridad al asegurar la salud democrática de los países del continente.
En parte, la razón por la cual Brasil, se negó a actuar como un líder democrático en dicha ocasión tiene que ver con las dinámicas internas dentro su propio panorama político. Se trata de incentivos: siendo el partido de izquierda, Partido dos Trabalhadores, o PT, se pensaría que mantiene una posición mucho más a la izquierda que las reformas –en realidad bastante pragmáticas y centristas– con la cual han logrado Lula y Dilma su "milagro económico" durante la ultima década. Esto crea un desconecto entre la base política del partido que lidera a Brasil, y las políticas con las cuales se manejan al país. Como es de esperarse, a lo largo un desconecto como éste resulta bastante peligroso.
Para el gobierno de Brasil, expresar una solidaridad absoluta con los gobiernos de ultraizquierda en la región, resulta ser una manera bastante eficaz con la cual crear capital político entre los constituyentes más radicales de su propio partido. Así mantienen su credibilidad como socialistas mientras que siguen incentivando inversión capitalista del exterior. Si gobiernos como el nuestro o el de Cristina terminan debilitando a sus propios países, esto no le afectará mucho a Brasil, aislado y protegido por sus junglas y distantes lazos económicos.
Esta semana, las inmensas protestas ocurriendo en las principales ciudades de Brasil, tras un rechazo popular de medidas que hubieran elevado el precio de transporte público, parecen ilustrar que el desconecto entre la plataforma de PT, y su política, se ha vuelto insostenible. Habiendo sobrevivido los eventos de 1989, donde también un partido históricamente de izquierda intentó reformar a un sistema insostenible con resultados trágicos, el venezolano entiende mejor que cualquiera, el peligro que el desafío popular en estas situaciones puede crear.
En realidad este tipo de protesta masiva, a pesar de ser algo común en nuestros países liliputeños, históricamente no ha ocurrido mucho en Brasil.
A nuestro vecino, le deseamos un retorno pacífico y eficaz a la estabilidad y a la paz ciudadana. Pero también le pedimos a su gobierno, que empiecen actuar como un líder y que deje de sacrificar el bienestar regional en el altar de sus dinámicas internas. El continente anhela liderazgo. Lo necesita. Cualquier diferencia idiosincrática que puede existir entre idiomas, historias o legados coloniales no es insuperable. Pero para que Brasil pueda liderar tendrá que empezar actuar como un gigante de Liliput, y no como un Gulliver.
@Dlansberg
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