martes, 23 de abril de 2013




El chavismo y el rostro de la derrota, por Alonso Moleiro

Por Alonso Moleiro | 21 de Abril, 2013

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Nadie se esperaba la magnitud del derrumbe de votos que experimentó el chavismo el pasado 14 de abril. Ni siquiera algunos sectores de la Oposición. La dudosa victoria de Nicolás Maduro es especialmente dramática cuando desglosamos  los resultados en capítulos regionales. Durante una campaña electoral que fue, incluso, más corta que las propias exequias oficiales de Hugo Chávez, Henrique Capriles Radonski le arrebató al oficialismo casi 800 mil votos, recuperando el favor popular en 8 estados y triunfando en casi todas la capitales y en la determinante mayoría de las ciudades grandes del país, incluyendo a Caracas y las cinco que le siguen en tamaño y entidad.
Conviene en este punto detenerse a recordar cuales han sido los fundamentos de la narrativa chavista durante estos años. Se suponía que la oposición política en Venezuela era una minoría con un epicentro en los reductos de la clase media, incapaz de comprender las demandas populares, irrespetuosa ante los designios de un pueblo bravío que había escogido los designios eternos del socialismo bolivarianos. Llegados a este punto, cuando las circunstancias los contradicen, ahora se atreven a afirmar, incluso, que este no es un problema electoral.
No lo olvidemos: las decenas de miles de personas que ahora votaron por Capriles contravinieron una petición expresa de Chávez el pasado 9 de diciembre, fecha de su última alocución pública, en la cual este solicitaba el voto a Maduro luego de haberlo ungido como su sucesor. Circunstancia ésta que constituye una prueba inequívoca de que fue mucho lo sembrado por Capriles en su prédica durante el año pasado y suficientemente fundamentado el trabajo de la Mesa de la Unidad para presentarle una salida a la nación. Sin el esfuerzo del 2012 lo logrado por la MUD hoy no habría sido posible.
El chavismo está haciendo hasta la fecha un esfuerzo desesperado por presentarse como la víctima de una componenda porque necesita lavarse el rostro y activar un escenario emocional que le permita motivar a su militancia y reconvertirse en términos organizativos. De forma casi inocente, insólita por tratarse de quién se trata, el propio Diosdado Cabello lo denunciaba: la oposición quiere hablar del resultado electoral, no detenerse a discutir sobre los alcances de los desórdenes del pasado lunes. La maniobra ha quedado cantada.
Para ello los chavistas sobreexplotan la circunstancia de las ocho personas fallecidas en el país durante los disturbios de estos días. Se trata de una maniobra deliberada; ejecutada con una pasmosa frialdad. No hay muerte que no sea condenable y no produzca repugnancia, pero es obvio que, términos numéricos, este es un asunto que al oficialismo jamás le ha mortificado en exceso. Todos los días mueren en Venezuela un promedio de 50 personas a manos del hampa: cuando estos dígitos son expuestos por la prensa con toda su crudeza los dolientes de Miraflores  suelen defenderse argumentando que los medios de comunicación juegan con el dolor de las víctimas haciendo amarillismo para obtener réditos económicos. Muy rara vez, por no decir nunca, los medios del gobierno hacen alusión a las decenas de muertos que se acumulan cada fin de semana en este país.
La versión deslavada del efecto “11 de abril” que intentamos describir tiene otros correlatos. Se expresa en las amenazas de barrer de la administración pública a quien no sea militante del gobierno; en las presiones a las televisoras; en el planteamiento de una demanda penal contra la dirigencia opositora. En el repugnante montaje, felizmente desmontado, que el aparato informativo del chavismo intentó hacer sobre inexistentes asaltos a centros de salud inaugurados en el tiempo reciente. En esa decisión de carácter falangista de la directiva de la Asamblea Nacional de suprimirle el derecho  de palabra a los diputados de la Mesa de la Unidad. Algunos diputados del Psuv aparecieron literalmente llorando de la furia luego de tener que hacer los balances correspondientes del resultado electoral y sus consecuencias.
Se trata de una arremetida desesperada, sin orquestación, probable producto de una reflexión hecha puertas adentro. Ya va siendo hora de que el chavismo se convenza de que la Oposición supera los dominios de la clase media.  No estando Chávez el legado político del gobierno es mucho más difícil de defender; las enojosas circunstancias que todos los días tienen que enfrentar los venezolanos –el desborde delictivo, los cortes eléctricos, la escasez y la inflación- lucen ya inexcusables en un gobierno que ha disfrutado de una holgada renta petrolera. La cuarta república ya nos queda muy lejos a todos.
No queda duda en que nuevas circunstancias y horizontes se le aproximan a la nación. El chavismo sigue siendo una fuerza social legítima y con raigambre, pero el agotamiento de sus recursos luce evidente. Ha sido ésta, a no dudarlo, la derrota política más estrepitosa y preocupante de todas las que hayan tenido que vivir en el pasado. Nicolás Maduro es un presidente que sale a la escena evidentemente lastimado: su discutida victoria es el fruto de una interminable secuencia de abusos y violaciones a la normativa electoral. Un dispositivo fraudulento que forma parte de una tradición: el financiamiento de PDVSA en la campaña; el uso del Plan República para la Operación Remolque; el proselitismo político desplegado en el día de las elecciones.  Hoy ganan relieve en virtud del estrechísimo resultado electoral Todos los ardides de esta semana lucen telegrafiados y evidentes.
En lugar de reciclar amenazas, más le valdría a Maduro y sus ministros escuchar a José Vicente Rangel. Es mucho más lo que tiene que perder ahora el chavismo que la oposición política.  Es hora de interpretar con sabiduría el delicado equilibrio planteado en el país. Vamos a comenzar a respetarnos. La vía de la imposición ha fracasado en Venezuela.

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