Por Alonso Moleiro | 10 de diciembre, 2014
Hace unos años, los activistas chavistas que alguna vez ejercieron el periodismo desplegaron una cruzada para intentar convencer a los indiferentes de una idea fundamental: en Venezuela no está ocurriendo absolutamente nada. En la Opinión Pública, rezaba aquel argumento, existe un escándalo artificial, fomentado por un puñado de poderosos dueños de medios de comunicación, antinacional y mafioso, conjurado contra la esperanza popular.
Una vez que los conflictos del año 2002 concluyeron, el chavismo desplegó una intensa campaña para presentarse como la víctima de una celada tendida por los medios de comunicación y los periodistas independientes venezolanos. Me botaron, persiguiendo mi credo, conculcando mis derechos. Violando mi derecho al trabajo, no me dejaron publicar un articulo. Me pusieron un jefe encima nada más porque soy chavista. La Oposición no tiene ética. Peor: el que no sea chavista, no tiene ética.
Consejos comunales, asambleas celulares, centros de discusión en el trabajo y la fábrica. Reporteros regulares, convertidos en poderosos y bien remunerados jefes de prensa. Todo el mundo resolvió que era periodista. Se puso de moda la fulana “comunicación popular”. Activistas que recién entraban a la política exigían ser llamados, también, periodistas. Súbitamente, con la convicción del advenedizo, comenzaron a llamar “palangrista” a todo reportero que no estuviera militando con él.
Fueron varios los episodios de agresiones y amenazas, cohonestadas y estimuladas por el alto gobierno, que algunos de estos activistas perpetraron en nombre de la verdad y la ética. Pasemos por alto, esta vez, los insultos directos en los programas de televisión. Había expresiones auténticamente partisanas, con actitud falangista, fanática a más no poder, expresada en ocasiones en aquellos formatos de la guerrilla comunicacional. La más conocida, la emboscada que perpetraron un puñado de chavistas contra unos trabajadores de la Cadena Capriles, con saña y espíritu gagnsteril, en el centro de Caracas en el año 2010. Episodio que colocó a personas de 60 años en una clínica con dobles y triples fracturas.
Todavía hoy podemos verlos, o escucharlos, ocasionalmente, esgrimiendo de forma mecánica y precaria los mismos argumentos: básicamente, y como siempre, acusaciones a terceros, complots y atentados fallidos, ejecutando ejercicios de triangulación para poder victimizarse. Haciendo un esfuerzo desesperado y lastimoso por abstraerse del duro dictamen de la realidad nacional. Escupiendo injurias, todavía, contra “El Consejo” Nacional de Periodistas
Todo el mundo la agarró por pergeñar a los medios, reflexionar sobre la ética, hacer “análisis de contenido” en torno la jerarquización de las noticias de la prensa burguesa. Prensa en la cual algunos de ellos trabajó sin inconvenientes toda su vida. Cualquier pirata se sentía con derecho a presentarse en la puerta de un rotativo o estación de radio para presentar su queja apoyándose en un artificio; explicarle al periodista de turno cómo era que debía hacer su trabajo, y, a continuación, proponer una réplica para salir declarando.
Mientras los duros dirimían sus diferencias con los demás a guamazos, otros, los más exquisitos, emitían comunicados. El más primoroso de todos era un grupo denominado “Periodismo Necesario”. Lecciones académicas en torno a la importancia de los valores: es necesario realzar esta Bella Venezuela que estamos construyendo. Basta de negativismo.
De nada de eso se discute ahora. Hace tiempo no hemos vuelto a saber de algunas de estas personas. Algunos de ellos vegetan en El Correo del Orinoco, o Ciudad CCS, reciclando estereotipos antiamericanos para mantener el ánimo militante. Concentrados en cambiarnos la conversación. El debate nacional sobre los medios que promovió el chavismo concluyó. Venezuela tiene un déficit fiscal de 20 puntos del PIB; están faltando toallas sanitarias y medicamentos para tratar el dengue; el dólar paralelo conquista cotas propias de una distopía y los precios, controlados y fiscalizados, trepan por las paredes y los árboles.
Está ocurriendo lo que ellos querían: la mayoría de los medios no está ocupándose de estas cosas. Los volvimos buenos. Es importante reconocerlo: reflexionaron. Ahora ellos también hablan del Alba, de la Esperanza de los Pueblos, de las trascendentes reflexiones de Nicolás Maduro en la cumbre de Unasur. Ahora los medios son conscientes, responsables, colaboradores: los mejores amigos de la tranquilidad pública. Resolvimos el problema. Sentamos las bases de la Era del Disimulo. Triunfamos. Todos nos volvimos éticos.
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