domingo, 27 de abril de 2014

Y ese día callo la música y se rompió la hoja...


EL UNIVERSAL


Hablemos ahora de "Aracaona"

JESÚS M. SALCEDO PICÓN |  EL UNIVERSAL
domingo 27 de abril de 2014  12:00 AM
Como sabemos, el día 17 de abril dejó dos notas tristes y bruscas. Impactantes, bajo el pentagrama y la pluma de la vida: se fueron juntos o casi juntos, dos grandes hombres de las artes; uno, de las letras; otro de la música. Calíope y Euterpe con brillo tímido esta vez, se hicieron con ellos, cada una uno, desde su queda y pavorosa inspiración. La muerte profunda, omnímoda e inapelable de los humanos, llevada entre nosotros desde siempre y desde siempre nunca aceptada cuando llega, aún cargada de la fuerza de ríos verticales e imposibles como los que nos dejara uno de ellos, al decirnos, sin grito alguno nunca: "No le permitió siquiera pasar de la puerta que un momento después tuvo que cerrar porque la casa estaba llena de mariposas amarillas." Es el propio Gabo quien atrevido, y a quien sin licencia yo más atrevido aún cito, le espetaba a la musa que por él venía. Y para ello se sirvió de su propio texto que ya no suyo, ya nuestro, boquiabiertos y fascinados lectores, deteniéndola para decirle: "no me toques, me iré por mis propios medios. Me esperan, tiempo ha. He sido llamado. Déjame despedir mis mariposas", puntualizó. Y entonces el mundo vio que cual Remedios la Bella se elevó en cuerpo y alma en medio de sus metáforas de viento desaforado e hiperbólico realismo mágico irrepetible, Gabo dejaba su carcaza ya superada por su espíritu e iniciaba un nuevo relato intangible, verdoso, cenagoso cercano y lejano al mismo tiempo, a su "El amor en los tiempos del cólera", lleno de sentidos y plumaje. Y viento tropical de selvas y fuentes.

Vacío de nostalgia, completo y pleno en una nunca ida lontananza de espejos de única estirpe de genealogías imposibles, de siestas y brocados de cenizas insólitas pintadas en la frente de miércoles de diecisiete tristes creyentes Aureliano. Murieron como muchos de sus personajes, con solo voltear la página, diríamos; como murió el pobre del viudo de Xius, después de que le vinieron a comprar el gallo en aquella inaudita garciamarquiana "Crónica de una muerte anunciada". Pero aunque de él, no son sobre Gabo estas historias de vida y obrar. De él son mis nostalgias, que reconozco gracias a Dios con sólo abrir de nuevo "La hojarasca"; o su atónito "El coronel no tiene quién le escriba". Él seguirá allí, entretenido en medio de sus recovecos, ya no de sus páginas salidos, sino de su templaria, gélida e imperial nueva Aracataca eterna. La del Cielo. Su celeste morada que para nosotros es aún increíble dédalo in-distante.

Y a ti Feliciano, te imploro una nueva "Amada mía", para seguir enamorado en lutos de júbilo, de güiras y claves tentadoras. Y bombas; y plenas de mar de azufre sobre la "Anacaona" que cabalgas desde siempre, sin relincho ni parpadear jadeante. Cómo te esperaron aquellos salseros de guapacha e indefinible costa caribe de isla y ciudad. Caribe, echa siempre tus aguas sobre mis pies sedientos de púrpuras melodías jamás imaginadas en otros orbes."Hacerte venir", dijiste una vez a los oídos de alguien. Hacerte venir decimos ahora, para arrepentirnos luego sabiendo que tus musas y tus cantos y tus voces son ya de otros. Del Otro, mejor digamos. Ya el vibráfono me dice que"Cuando estoy contigo" es porque ya no. Quédame mi amada mujer para oír susurrar y susurrarle, a ella, inspirado en la solitud de saberte salsero feliz y romántico baladista de mil siglos. Y ahora menos, cuando tu voz, que siempre tuvo un eco inefable, ahora pasó ya a ser cúpula omni-abarcante – disculpen semejante neo – de paz y zozobra de ritmo inexplicable.

El sabrosón porro "Macondo" del compositor Rodolfo Aicardi une a ambos. Feliciano jamás la cantó pero pudo haberla oído. Sí. Más aún, pudo haberla cantado, sin haberla grabado. Y entonces yo, su oidor, su escucha, lo ignoro ahora. ¿Quién va a terciar en mi contra y a decirme que Feliciano no leyó nunca una línea de Gabo? Tal vez leyó muchas, en medio de una pausa de garganta y sonrisa, desde su túnel de mieles e indecisión de parecerse a su maestro Tito Rodríguez, quien seguro lloró y rió al oírlo cantar ya tan cerca, desde una gutural e inasible voz su: "Los entierros", dejando esparcir, cual Melquíades macondesco, sus flores – ya no amarillas – sino de papel, tal como lo había cantado para otros entierros; y ahora cerró los ojos, respiró profundo, vio que era de él mismo el entierro e inició su balada de "En los entierros de mi pobre gente pobre, las flores son de papel..."

Encontré la clave para rendir honor a Cheo Feliciano y a Gabo al mismo tiempo: la palabra Aracaona, síntesis entre Aracataca, pueblo donde nació Gabo; y Anacaona, canción emblemática de Feliciano.

Eternos para siempre.

@JSalcedoPicon

 

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