lunes, 28 de abril de 2014

Miguel Von Dangel

         

Miguel Von Dangel 

y la profecía del decir; 

por Jesús Torrivilla

Por Jesús Torrivilla | 27 de Abril, 2014 
Miguel Von Dangel y la profecía del decir, por Jesús Torrivilla 640
Miguel von Dangel es un pintor de feroces premoniciones. En su casa, mientras sus perros descansan, las brochas, resecas de color, vibran con la imagen en potencia. Afuera, Petare. La Av. Francisco de Miranda desemboca en el este así, como un río que se estanca, que entre meandros se arrepienten de su destino. Está nublado y la estación de La California es un chubasco industrial color ladrillo, desde donde entran y salen decenas de personas con el insidio del rayo. Von Dangel dice: “Ha llegado el fin del mundo”.
La Petera Civitate Dei que se exhibe en el Museo de Arte Popular Bárbaro Rivas son  las páginas de una ciudad que ha sido perdonada, después de los estertores del dolor.
¿Con qué ojos ver ese desangramiento?
Quizás baste con otra esperanza: el pasado bucólico, los sueños de una infancia en una ciudad que no se imaginaba la industria. En la posguerra del siglo veinte, cuando las naciones de Europa eran destrozos, Petare se pintaba con verde. Podría haber sido escuela de impresionistas: legiones de caballetes entre las montañas, en búsqueda la imagen del instante.
Ahora los sentidos encuentran otros derroteros, otra música. El serpentear de las filas para el transporte público, que sube hacia las jorobas de las colinas. El ardor de las planchas de hamburguesas, los cascos que cuelgan de los manubrios de las motos, el café compartido con una queja por una factura. Un gentío, en la tarde de la semana, peatones que ya buscan su casa y robos que se encienden en la tierra, como en un mapaque cobra vida.
Esas postales carecen de interés para el artista.
Otra es la mirada que propone Von Dangel: reconocer el paisaje a través de la fe. Esta es, así lo afirma, la “identidad de la resistencia”, el momento cumbre, los dolores de parto. Es la vía que propone San Agustín de Hipona en su texto La Ciudad de Dios: somos la visión mística de una ciudad futura, en la que el conflicto da paso a la felicidad.
La representación como vínculo. Para Von Dangel “las cosas son más simples de lo que uno piensa”. Al recorrer su exposición, narra con rapidez una breve historia de los cuadros. Le gusta que pregunten, pero no por nimiedades técnicas, pasa de largo los tiempos de hechura. Espera el descanso para un cigarrillo, parece precipitarse hacia él. Mientras, da una sencilla clave:“Esta exposición es un juego: descubrir dónde está Petare en cada uno de los cuadros”.
Las obras, en distintas dimensiones, representan esa tercer visión del artista. En formato horizontal, a gran escala, fundidos con el texto, cuadernos, pequeñas ventanas, todos con las distintas texturas de la materia: repujado, pintura, escritura. Son visiones de Vincent Van Gogh paseando por el pueblo en 1893, un saludo a Bárbaro Rivas, el que “veía a Petare como un cementerio”, como afirma Von Dangel en el recorrido por la exposición.
La reiteración de los motivos acompaña la lectura de los cuadros. La cuadrícula fundacional, la silueta de la Iglesia Dulce Nombre de Jesús, la montaña. Una estrategia se repite: una barra horizontal, como heredada de una cruz, que atraviesa el paisaje. Esa ruptura tiene nombre de prócer: “Petare era una unidad urbanística, pero Pérez Jiménez la destruyó con la construcción de la avenida Francisco de Miranda. Rompió un organismo vivo”. Caracas se transforma en una ciudad de quiebres, de intentos fallidos que han hecho metástasis después de años de desidia.
Pero esos iconos son apenas la primera cara de sus cuadros, que se despliegan como un acordeón de símbolos. Aparecen los ángeles, “las nuevas ideas que se apoderarán de la pintura”; el arcoíris como el pacto de Dios con el hombre, el arca invertida que le es regalada a Noé después del diluvio; la escritura, el garabato, la notación musical como estrategias de un decir pictórico. Para Von Dangel: “El arte es una manera de vincular al humano con el universo”.
Enunciar las profecías. De una pietá de dos metros sale una máscara: un juego para evidenciar lo oculto. Dice Von Dangel: “Pintar es agregar para descubrir. No todo está dicho. Hay que encontrar detrás del cuadro su sentido intelectual y espiritual. Esa realidad tangible es la máscara de lo que quieres decir”. Explica con parsimonia el sentido del cuadro, en cuyo límite inferior destaca la figura de la Iglesia de Petare. El artista no solo encara a Miguel Ángel sino a la historia: “Una madre no debe sostener el cuerpo de su hijo, por eso me propuse pintar la postal inversa, la natural”.
Esa máscara sale del cuadro para “buscar detrás de los dioses”. De tradición luterana, Von Dangel cree en el arte como hecho religioso, como el camino de una voluntad superior. “Los artistas no tenemos un don especial. Somos más sensibles y eso nos hace más frágiles, más débiles. Nuestros miedos son mayores. El arte es un ejercicio de humildad”.
En su obra pictórica el espectador va de la huella figurativa a la escritura, el garabato y la mancha. En sus esculturas e instalaciones, restos orgánicos, animales disecados. Von Dangel, Premio Nacional de Artes Plásticas, recuerda esa obra anterior como comprobación de la carne, de lo muerto. En Petare Civitate Dei, la visión mística lo arropa todo, para darle una oportunidad a la redención.
Es la buena nueva de Von Dangel.
El sentido religioso de su obra es una apuesta a la mirada como acto de fe. El trabajo del artista se vuelve una faena voluntariosa. Solo así se entiende el designio del artista, convocar: “las imágenes que se me imponen a mí como creador”. Para eso Von Dangel trata de desligar su propia estampa de la obra, en la que él no existe para compensar ningún vacío: “Dejar que el espíritu hable”.
Se propone recuperar el peso de lo originario:“Yo pertenezco a los arquetipos y respondo de ellos a través de la imagen”.
Elegir la contradicción. Al mismo tiempo que Petare Civitate Dei, Von Dangel exhibe Stigmata en la Organización Nelson Garrido. El artista ha repetido que no quiere exponer más, que son sus últimas muestras. Cree que el trabajo está ahora en la formación, en la evangelización de la imagen.
En sus mismas palabras, el afán por representar Petare ha desbordado el sentido religioso hacia lo político. La jornada de protestas de los últimos dos meses también lo ha afectado, pero se defiende: “esta exposición es mi guarimba”.
En medio de gestas imposibles y lenguaje militar, Von Dangel retrocede cien años y recuerda cómo los pintores le usurparon la palabra “vanguardia” a los ejércitos. Por eso rechaza el término. Su cruzada, de nuevo, hace otros énfasis: “Yo prefiero estar adelante en el espíritu”. Que la pintura no sea producto de seres sin fe, sino testimonio de la religiosidad profunda, para que las imágenes que produzca reverberen con el poder de la profecía.
Propone cerrar filas con el espíritu. “Yo me declaro en contradicción: te contradigo, te hablo, porque es mi derecho, poder decir encontra de lo que tú me impones. Es, en un solo cuerpo, conciliar la imagen con la palabra, mis armas. Y qué es la palabra sino el verbo, qué es el verbo sino Dios”.
Miguel Von Dangel, de nuevo en la sala de su casa, apila sus libros, revisa sus cuadernos y transcribe anotaciones. La biblioteca es un pesado esqueleto de marrón trajinado, que sostiene el peso de decenas de títulos. Del otro lado de la pared, el color de sus cuadros interpela a la profecía. Un respiración profunda, sonora, marca el compás de los cigarrillos. Es un hombre de fe, al que al final solo le interesa una cosa:
“Quiero que quede algo dicho”.


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