viernes, 2 de noviembre de 2012

(...) Socialismo

  
DEL ROMANTICISMO AL REVISIONISMO

Superproducción, crisis y derrumbe del capitalismo

                                                                                                 

 

E1 único camino histórico por el cual pueden destruirse y  transformarse las

Contradicciones de una forma histórica de producción es el desarrollo de esas

Mismas contradicciones”

                                                

Marx, El capital, I-l3, pg.409

 

Si se examina el debate planteado por los revisionistas a finales del siglo XIX, se observa que fue en el terreno económico donde fundamentalmente se dio la batalla contra el marxismo. Sin embargo, la crítica de los fundamentos económicos del revisionismo constituye una de las partes menos conocidas y peor estudiadas del marxismo-leninismo. Y eso que los revisionistas no apuntaron nada nuevo en sus posicionamientos, sino que se limitaron a promocionar viejas concepciones provenientes del socialismo utópico que habían formado parte de las tradiciones intelectuales del movimiento obrero y que nunca habían sido completamente abandonadas. Por otro lado, las ideas económicas de Marx han incidido, más que cualesquiera otras, entre la burguesía, los intelectuales y los académicos, dando lugar a una especie de híbrido que poco tiene que ver con su origen. Todo esto ha dificultado extraordinariamente la lucha contra el revisionismo en la Economía Política y, como consecuencia de ello, es aquí donde más fuertemente han arraigado sus posicionamientos.

El revisionismo se incubó y fortaleció a comienzos de este siglo, tras un período de evolución acelerada, pacífica y plácida del capitalismo que no solamente no parecía tener fin, sino ni siquiera crisis. Sus ideas se apoyan en casi treinta años de evolución y expansión económica sin precedentes y tratan de demostrar la capacidad del capitalismo para desarrollar indefinidamente sus fuerzas productivas, la revolución científico-técnicaque elimina las crisis y las contradicciones. Para ellos el capitalismo es un modo de producción eterno, con una capacidad expansiva ilimitada: sociedad opulenta, estado de bienestar, revolución postindustrial, son hoy las expresiones que tratan de inculcar esas mismas ideas.

El marxismo, por el contrario, ha demostrado científicamente que el capitalismo, como toda formación histórica, tiene un final, un término al que deberá llegar inexorablemente empujado por sus propias contradicciones internas. Existen, por tanto, dos teorías sobre la crisis capitalista, una primera, la burguesa y revisionista, que niega la existencia de crisis, o la considera una mera oscilación pendular, destinada a corregir disfunciones y a permitir continuar indefinidamente el desarrollo de las fuerzas productivas; la segunda es la marxista, y se caracteriza por haber analizado los mecanismos objetivos tanto de expansión como de destrucción del capitalismo. Ambas teorías no se han expuesto paralelamente sino en medio de una permanente crítica y lucha entre ellas y reflejan la posición antagónica de las dos clases sociales directamente enfrentadas en el proceso de producción capitalista: la burguesía y el proletariado.

 

I. Romanticismo económico y socialismo utópico

 

Marx agrupaba a los economistas en cuatro categorías (1). En primer lugar, decía, están los  “fatalistasque, a su vez se dividen en otras dos categorías, los clásicos y los románticos. Los clásicos (Smith y Ricardo) representan a la burguesía en ascenso y demuestran que el capitalismo es un modo de producción superior al feudalismo, al que debe suceder inevitablemente. Por el contrario, los románticos, cuyo máximo exponente fue el economista suizo Sismondi, muestran sobre todo el lado negativo del capitalismo, sus lacras, sus miserias y, en consecuencia, afirman la superioridad del feudalismo sobre el capitalismo: quieren dar marcha atrás a la historia. Las otras dos, la humanitaria y la filantrópica, propias de los socialistas utópicos como Saint-Simon, Fourier y Owen, confunden la ciencia con la moral; quieren el capitalismo pero sin sus consecuencias, sin sus miserias, sin la lucha de clases. Los clásicos ponían el acento en la producción; los románticos y demás en el consumo. Pero sin embargo, todas estas

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(1)    Miseria de la Filosofía, Júcar, Madrid, 1974, pg. l92.

Pero sin embargo, todas estas corrientes tenían un punto común: consideraban que la producción se regía por leyes naturales”, eternas, independientes de la voluntad de los hombres, mientras que el consumo y la distribución son artificiales”, modificables ya que en ellas intervienen los hombres: La forma capitalista de producción es excelente y puede subsistir; pero la forma capitalista de distribución no vale nada y debe abolirse. A estos absurdos se llega cuando se escribe de economía sin haber comprendido siquiera la relación necesaria existente entre producción y distribución(2). La gran aportación de Marx a la ciencia consistió en demostrar que todas esas leyes (tanto las de la producción como las de la distribución) no eran naturales sino sociales y, por consiguiente, históricas: no solamente se podían modificar sino que inexorablemente se modificarían. Marx se consideraba heredero de los primeros, de los economistas clásicos, mientras que calificó de utópicos a todos los demás, especialmente a aquéllos que confundían la realidad económica con sus deseos. La crítica de Engels contra Dühring contenía ese mismo reproche: Dühring transporta toda la teoría de la distribución del terreno económico al de la moral y el derecho, es decir, del terreno de los hechos materiales al más movedizo de las opiniones y los sentimientos. No tiene ya necesidad de estudiar ni de probar; le basta con declamar, exigir que la distribución de los productos del trabajo se regule, no según sus causas reales, sino como a él le parece justo y moral (...) Esa invocación a la moral y al derecho no nos hace adelantar un paso en la ciencia; la ciencia económica no puede ver en la indignación moral, por justificada que sea, un argumento, sino solamente un síntoma; su tarea consiste más bien en mostrar que los abusos sociales que se notan son los consecuencias necesarias de la forma de producción subsistente, al mismo tiempo que los signos de su disolución inminente, y descubrir en el seno  del movimiento económico que se disgrega los elementos de una nueva organización futura de la producción y del cambio que pondrá fin a esos abusos” (3). El socialismo utópico de los economistas respondía a un incipiente desarrollo del proletariado como clase.  Sismondi a comienzos del siglo XIX expuso vivazmente en sus obras todas las lacras del capitalismo, teniendo gran influencia entre los utopistas, como Proudhon en Francia y Rodbertus en Alemania. En los utopistas, la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado se sustituye por un conflicto puramente cuantitativo: la desigualdad entre ricos y pobres; el capitalismo no es para ellos un sistema de producción basado en la explotación de la fuerza de trabajo, sino en un reparto injusto de la riqueza. Los utopistas se centran en que la plusvalía no es más que trabajo no retribuido, pero de ahí sólo alcanzan a reclamar una mejor distribución, un reparto igualitario. Este es también el punto de partida de las teorías del sub-consumo, que Sismondi adoptó de los fisiócratas: como los capitalistas no consumen toda la plusvalía y acumulan una parte, la oferta supera a la demanda, la producción crece más que el consumo. Al no obtener en forma de salario una parte mayor del valor creado por el trabajo, se comprime la capacidad adquisitiva del mercado, que no es capaz de absorber toda la producción. La pauperización del proletariado está en la base de las tesis románticas y utopistas: hay que mejorar la distribución, elevar el nivel de vida de la clase obrera para ampliar el mercado y evitar las crisis. Los románticos describen el capitalismo no como un sistema económico destinado a acumular y producir plusvalía, sino destinado a satisfacer 1as necesidades sociales por medio de la fabricación de mercancías, su distribución y su venta. Sustituyen una contradicción económica principal, la que se da entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, por una contradicción secundaria, la que se verifica entre la producción y el consumo, o dicho de otro modo, contradicción producción-mercado, producción-realización, producción-circulación, producción-distribución. De ahí derivan todas las teorías sub-consumistas, de la contracción de los mercados y de las dificultades de realización. Para Marx “la verdadera ciencia de la economía política comienza allí donde el estudio teórico se desplaza del proceso de circulación al proceso de producción” (4). Pero para los románticos, la burguesía invierte su dinero no con el fin de obtener un beneficio, no para valorizar su capital, sino para prestar un servicio al consumidor, para producir las mercancías que demanda. Sus ideas se apoyan en la supuesta dependencia de la producción respecto del mercado y la circulación. Estas ideas engendraron un retroceso hacia el viejo mercantilismo.

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(2)   Engels: Anti-Dühring. Ayuso, Madrid, 3ª Ed., 1978, pg. 209.

(3)   Anti-Dühring, cit, pgs. 174 y 168.

(4)   El capital. Crítica de la Economía Política, Fondo de Cultura Económica. México. 1973, III-20, pg. 325.

(5) que se prolonga hasta la actualidad, siendo Keynes uno de sus máximos exponentes. Según  Sismondi, el capitalismo restringe el mercado interior como consecuencia de la pauperización, de la distribución desigual de la riqueza. Para evitar la superproducción y extender el mercado hay que mejorar la distribución, evitar las injusticias y elevar el nivel de vida del proletariado. Sismondi decía que se diferenciaba de Smith en que éste no era intervencionista, mientras él reclamaba el control, la regulación, la planificación, centrada en la distribución.

Sismondi se caracterizó por la defensa de la pequeña producción y por poner en primer plano la distribución, en lugar de la producción. De aquí a afirmar que la producción está determinada por el consumo no había más que un paso, que Sismondi y todos sus seguidores no vacilaron en dar, fundamentando así sobre una base totalmente equivocada sus teorías sobre el sub-consumo. La Economía Política empezaba a dar un giro, asumiendo lo peor de los fisiócratas (el sub-consumo) y de los mercantilistas (la preocupación central por los mercados). Por el contrario, para Marx y Engels, en la contradicción entre la producción y el consumo, la producción es el aspecto dominante: “La distribución, en rasgos generales, resulta siempre de la situación de la producción y del cambio en una sociedad determinada, así como de los antecedentes históricos de dicha sociedad, de tal suerte que, cuando conocemos estos últimos, podemos inferir con precisión la forma de distribución que existe en la sociedad” (6). Ciertamente el capitalismo es una unidad dialéctica de producción y consumo; pero es sobre todo una unidad dialéctica entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización. Dentro mismo de la producción capitalista se desenvuelve una contradicción entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización, donde la valorización es el aspecto dominante. Esta ha sido una de las cuestiones que más han tergiversado los revisionistas del pensamiento de Marx, promoviendo nuevas variantes del mercantilismo. Por ejemplo, Hilferding extrae todo su análisis económico del ámbito de la producción y la explotación, poniendo el acento en la circulación monetaria y en los aspectos financieros; así, consideraba que las crisis son perturbaciones de la circulación y consisten en la escasez de ventas (7). El rastro de este tipo de concepciones neo mercantilistas llega hasta el día de hoy y son las más extendidas entre los intelectuales. Actualmente un economista norteamericano tan influyente como Sweezy sigue escribiendo: “El  proceso de la producción es y debe seguir siendo, independientemente de su forma histórica, un proceso destinado a producir artículos para el consumo humano. Cualquier intento de alejarse de este hecho fundamental representa una huida de la realidad y debe concluir en una quiebra teórica”. Por eso no duda en afirmar que su teoría de la crisis (que confunde con la de Marx) es aceptable también para los economistas burgueses. Según él, Marx “supone que la crisis no es el resultado sino más bien la causa de un déficit de demanda efectiva. La dificultad, por consiguiente, no reside en ningún sentido en la escasez de mercados. sino en una distribución insatisfactoria (desde el punto de vista capitalista) del ingreso entre los que perciben salarios y los que perciben plusvalía”(8). Vincula la producción al consumo y se desliza por la misma pendiente que Keynes: la demanda efectiva, el despilfarro, el sub-consumo en definitiva. Por ello conviene insistir en las repetidas opiniones de Marx al respecto a fin de no caer en este tipo de errores “muy peregrinos”, como él mismo los calificaba (9):

             “La producción de  plusvalía es la finalidad propulsora de la producción capitalista, el nivel de

          la riqueza no se gradúa por la magnitud absoluta de lo producido, sino por la magnitud relativa del

          producto excedente” (10). “El motivo propulsor y la finalidad determinante del proceso de producción capitalista son, ante todo, obtener la mayor valorización  posible del capital, es decir, hacer que rinda la mayor   plusvalía posible y que, por tanto, el capitalista pueda explotar con la mayor intensidad la fuerza de trabaj.

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(5)     Según Marx, el mérito de los fisiócratas consistió en centrar el análisis económico en la producción y no  en la circulación,  como habían hecho los mercantilistas (Historia crítica de la teoría de la plusvalía, Brumario, Buenos Aires, 1974, tomo I, pg. 29).

(6)   Engels, Anti-Dühring, cit., pg. 171.

(7)   El capital financiero, Tecnos, Madrid, 1963, pgs. 268 y 281.

(8)   Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de Cultura Económica, México, 1974, pgs. 192, 174-175 y 173.

(9)   Teorías de la plusvalía, tomo II, pg. 28.  

(10)  El capital, I-7, pg. 175.

(11) La Producción

 

        “La producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es, sustancialmente,

         producción de plusvalía (...) Por tanto, el concepto del trabajo productivo no entraña simplemente       

        Una relación entre la actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el producto de su trabajo,   

        Sino que lleva además implícita una relación específicamente social e históricamente dada de

        Producción, que convierte al obrero en instrumento directo de valorización del capital” (12).

 

           “En el régimen capitalista de producción, el proceso de trabajo no es más  que un medio para el        

        Proceso de valorización; del mismo modo, la reproducción es simplemente un medio para reproducir

       Como capital, es decir, como valor que se valoriza, el valor desembolsado”(13).

 

           “Como un fanático de la valorización del valor, el verdadero capitalista obliga implacablemente a

       la humanidad a producir por producir y, por tanto, a desarrollar las fuerzas sociales productivas y a

       crear las condiciones materiales de producción, que son la única base real para una forma superior

       de sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de todos los individuos” (14).

 

           “El capitalismo queda destruido por su base al sentar la premisa de que el motivo propulsor es el   

       disfrute y no el enriquecimiento” (15).

 

           “Al desarrollarse la producción capitalista. la escala de la producción es determinada en grado   

       cada vez menor por la demanda directa de productos y en grado cada vez mayor por el volumen del     

       capital del que el capitalista individual dispone, por el impulso de valorización de su capital y por la

       necesidad de la continuidad y la extensión de su proceso de producción. Con ello, crece

       necesariamente, en cada rama especial de producción, la masa de productos que aparecen en el

       mercado bajo forma de mercancías o buscan comprador. Aumenta la masa de capital plasmada

       durante más o menos tiempo bajo la forma de capital mercancías Aumentan por tanto, las 

       mercancías almacenadas” (16).

 

          “El proceso capitalista de producción consiste esencialmente en la producción de plusvalía,

        representada por el producto sobrante o por la parte alícuota de las mercancías producidas en que

       se materializa el trabajo no retribuido. No debe olvidarse jamás que la producción de esta plusvalía -

       y la reversión de una parte de ella a capital, o sea la acumulación, constituye una parte integrante de

       esta producción de la plusvalía- es el fin directo y el motivo determinante de la producción capitalista. Por eso no debe presentarse nunca ésta como lo que no es, es decir, como un régimen de  producción que tiene como finalidad directa el disfrute o la             producción de medios de disfrute para el capitalista. Al hacerlo así, se pasa totalmente por alto su carácter específico, carácter que se imprime   en toda su fisonomía interior y fundamental” (17).

La contradicción económica fundamental del capitalismo, en consecuencia, únicamente puede situarse en el interior del proceso de trabajo y valorización, no entre la producción y el mercado. Precisamente la diferencia entre el capitalismo y los precedentes modos de producción radica en que,

mientras sus antecedentes se basaban en la mera circulación de mercancías M-D-M, el capitalismo se basa en la circulación D-M-D', donde D'=D+  D. Lo razonaba Marx de esta forma: “El ciclo M-D-M arranca del

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(11) E1 capital, I-11, pg. 267.

(12) El capital, I-l4, pg. 426.

(13) El capital, I-21, pg. 476.

(14) El capital, 1-22, pg. 499.

(15) El capital, II-4. pg. 107.

(16) El capital, Il-6, pg. 128.

(17) El capital, III-15, pgs. 242-243.

polo de una mercancía y se cierra con el polo de otra mercancía, que sale de la circulación y entra en la órbita del consumo. Su fin último es, por tanto, el consumo, la satisfacción de necesidades o, dicho en otros términos, el valor de uso, Por el contrario, el ciclo D-M-D' arranca del polo del dinero para retornar por último al mismo polo. Su motivo propulsor y su finalidad determinante es, por tanto, el valor de cambio” (18). La circulación M-D-M supone un cambio final cualitativo; la circulación D-M-D' supone un cambio meramente cuantitativo: ese cambio de valor D'=D+  D es la plusvalía, el incremento de valor que constituye el nervio de todo el sistema capitalista: “El proceso de vida del capital -escribió Marx- se reduce a su dinámica de valor que se valoriza a sí mismo” (19).El capitalismo, por tanto, no es fundamentalmente un sistema de producción de valores de uso, un sistema de satisfacción de necesidades, sino de valorización, de creación de valor de cambio y de plusvalía. La producción está dominada por Ias necesidades de valorización, de acumulación.

Por contra, las posiciones de Sismondi sobre el sub-consumo eran simétricas a las de Malthus: la producción crece en progresión aritmética, mientras la población lo hace en progresión geométrica (20). Este desfase entre producción y consumo es lo que, según Malthus, justifica la existencia de “terceros”, de sectores sociales intermedios o improductivos, que no son ni la burguesía ni el proletariado y que con su despilfarro absorben la superproducción capitalista (21). Malthus daba la vuelta al problema: la causa

de la miseria es que no llega para todos porque existe superpoblación. Las posiciones de Malthus enlazaron con la ley de la fertilidad decreciente de la tierra de Smith y Ricardo. Esta ley suponía el incremento constante de los precios de los productos agrícolas y de las materias primas, respecto de los cuales, los salarios disminuían, lo que a su vez engendraba el pauperismo de la clase obrera y la reducción

sistemática de su nivel de vida con el transcurso del tiempo. Por esta vía, el sub-consumo de Sismondi coincide con el sub-consumo de los malthusianos: “De esta teoría de Malthus es de donde nace toda esa concepción sobre la necesidad de que exista y se desarrolle sin cesar el consumo improductivo, concepción que tiene un celoso propagandista en este apóstol de la superpoblación por falta de medios de sustento” (22). Frente a la producción por la producción de la burguesía Malthus opone el consumo por el consumo, “la glorificación de la sociedad inglesa con sus terratenientes, su estado y su Iglesia, sus clases pasivas. sus recaudadores de impuestos, sus diezmos, su deuda pública, sus bolsistas, sus verdugos, sus sacerdotes, sus lacayos” (23).

No podemos extrañarnos de que Keynes considerara a Malthus un precursor de sus teorías de la “demanda efectiva” y el sub-consumo. La superpoblación es el hermano gemelo del sub-consumo. Donde Sismondi veía un desfase entre la producción y el consumo, Malthus vio un desfase entre la producción y la población. Por supuesto, la ley de Malthus es una ley “natural” que está más allá del alcance del hombre, lo mismo que la ley de la fertilidad decreciente de la tierra: no se puede hacer nada por impedir ese desfase entre la producción y la población. La miseria no deriva del capitalismo sino de la naturaleza

Superpoblación significaba paro, bajos salarios, pauperismo, etc.

Malthus no aportó nada original a la Economía Política, de modo que Marx en  El capital apenas se preocupa en discutir sus afirmaciones y únicamente subraya su continuidad con respecto a Sismondi y su

teoría del sub-consumo. Marx demostró que las barreras a la producción no eran naturales sino sociales, que provenían de las relaciones de producción capitalistas. Para él no existe un exceso absoluto de fuerza

de trabajo sino relativo, lo que llama ejército industrial de reserva, que es imprescindible para la

acumulación: “La producción de una población sobrante relativa, es decir, sobrante con relación a las necesidades medias de explotación del capital, es condición de vida de la industria moderna (...) A la

producción capitalista no le basta, ni mucho menos, la cantidad de fuerza de trabajo disponible que le suministra el crecimiento natural de la población. Necesita, para poder desenvolverse

 

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(18)  El capital, 1-4, pg 106.

(19)  E1 capital, 1-9, pg. 248.

(20)  Primer ensayo sobre la población, Alianza Editorial, Madrid, 1993, pg. 53.

(21)  Marx, Teorías de la plusvalía, tomo II, pg. 123.

(22)  Marx, Teorías de la plusvalía, tomo II, pg. 115.

(23)   Marx, Teorías de la plusvalía, tomo II, pgs. 121-122.

desembarazadamente, un ejército industrial de reserva libre de esta barrera natural” (24).

Para demostrarlo, Marx expone el caso de Irlanda a mediados del siglo XIX, donde como consecuencia del hambre de 1846 y la emigración en masa durante las décadas siguientes, perdió la tercera parte de la población, retrocediendo más de cuarenta años hasta 1800. Sin embargo, esto no afectó ni al capital global del país ni a la superpoblación relativa: a pesar de la emigración masiva “la producción de superpoblación relativa ganó la partida a la despoblación absoluta” (25). La población había descendido de ocho a cinco millones y, a pesar de todo, el trabajo escaseaba, los jornales eran muy bajos y la miseria no se había reducido. Demostraba así que el capitalismo no puede funcionar sin el ejército industrial de reserva y sin miseria, que el pauperismo no es la causa de la crisis del capitalismo sino, más bien al contrario, condición indispensable para su buen funcionamiento.

Los románticos no comprendieron que la diferencia entre la producción y el consumo no conduce al sub-consumo, sino a la acumulación, que es la base del funcionamiento del capitalismo. Negar la acumulación es negar el progreso del capitalismo: “Sería difícil expresar con más relieve y nitidez

 -escribió Lenin- la tesis fundamental del romanticismo y de la concepción pequeñoburguesa acerca del capitalismo. Cuanto más rápidamente aumenta la acumulación, es decir, el excedente de la producción sobre el consumo, tanto mejor, enseñaban los clásicos (los cuales) formularon la tesis absolutamente correcta  de que la producción crea su propio mercado, determina el consumo. Y nosotros sabemos que Marx ha tomado de los clásicos esta concepción de la acumulación (...) Los románticos sostienen

precisamente lo contrario, cifran todas sus esperanzas en el débil desarrollo del capitalismo y claman porque este desarrollo sea detenido” (26).

Todos los posicionamientos económicos del romanticismo y sus epígonos tienen la misma naturaleza clasista, si bien unas veces, ponen el acento en la pequeña propiedad campesina y otras en la pequeña burguesía urbana. Y la pequeña burguesía siempre se ha considerado a sí misma como el prototipo de la humanidad; por eso todas sus variantes ideológicas se presentan como liberadoras de “toda” la humanidad  (27). El capitalismo arrincona y arruina la pequeña propiedad, y sus paladines tienen que defenderla tratando de dar marcha atrás a la historia.

 

2. Los posiciones económicas de Bernstein y los revisionistas

       

Las ideas económicas del romanticismo tuvieron una extraordinaria influencia sobre el movimiento obrero en el siglo XIX porque subrayaron la miseria que el capitalismo engendraba entre las masas trabajadoras, sus aspectos más censurables. Del romanticismo derivan todos los principios utopistas de comienzos del siglo XIX, así como los de Proudhon en Francia y Rodbertus en Alemania. El revisionismo recogerá toda esta herencia, ampliamente arraigada en la conciencia de las masas obreras, para combatir al marxismo, esta vez desde el mismo interior de sus filas.

Este fenómeno se dio en el seno de la socialdemocracia alemana, que hacia finales de siglo constituía la parte más importante e influyente del movimiento obrero internacional. Su contacto permanente con Engels y su enorme peso electoral, recubrió a sus jefes de una enorme autoridad ideológica y política ante las demás organizaciones obreras europeas Uno de éstos, Eduardo Bernstein, que había colaborado estrechamente con Engels, inició a la muerte de éste el desarrollo de nuevas concepciones ideológicas, políticas y económicas, supuestamente fundadas en el marxismo, que él mismo calificó de “revisionistas”. Su obra más importante, “Las premisas del socialismo y la tarea de la socialdemocracia” (28), apareció en 1899 con el propósito explícito de criticar y cambiar determinadas concepciones de Marx y Engels. Pero Bernstein no fue el único: además de él, toda una serie de dirigentes socialdemócratas que habían

mantenido relaciones con Engels se pusieron a la tarea de “revisar” el marxismo e implantar nuevos principios, Entre ellos cabe destacar a Conrad Schmidt, Otto Bauer, Rudolf Hilferding, Mijail Tugan-

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(24)  El capital, I-23, pgs. 536-537.

(25)  El capital, I-23, pg. 599.

(26)  "Para una caracterización del romanticismo económico", en Obras Completas, tomo II, pg. 139-140.

(27)  Engels: "Del socialismo utópico a1 socialismo científico", en Marx-Engels: Obras Escogidas, Ayuso, Madrid, 1975, tomo II,

         pg. 116.

Baranovski, además de Carlos Kautsky. No se trataba sólo de escritores e intelectuales sino también de economistas prácticos que ocuparon altos cargos en diversos gobiernos burgueses. Sin embargo, la obra de estos autores, excepto la de Kautsky, pasó casi desapercibida, por lo que sus escritos económicos siguieron teniendo un peso importante dentro del legado intelectual del movimiento obrero.

Cuando después de la guerra franco-prusiana, la socialdemocracia alemana tomó la dirección del

del movimiento obrero europeo, gracias al impulso de Marx y Engels, aún coexistían con el marxismo importantes lacras ideológicas en su interior. En su obra “Contribución a la cuestión de la vivienda”, escrita en 1872, Engels se enfrentó contra quienes pretendían introducir a Proudhon en el movimiento obrero alemán. Dirigentes obreros como Lassalle, uno de los fundadores de la socialdemocracia alemana, se basarán en el romanticismo para exponer ideas económicas tan erróneas pero tan impactantes como la llamada ley de bronce de los salarios (29). Contra los lasalleanos escribiría Marx en 1875 uno de los textos más importantes sobre la dictadura del proletariado, la “Crítica del programa de Gotha”, en donde la raíz de la ley de bronce de los salarios se identificaba con los principios de Malthus acerca de la población (30). Aún se desarrollarían corrientes, como el “socialismo de cátedra”, representado por economistas como Wagner y Sombart, muy influyentes en Alemania durante la década de los setenta y los ochenta del siglo XIX y cuyas ideas extendieron en Rusia los “marxistas legales”. Finalmente, en 1878, Engels tuvo que salir al paso de la ideología que trataba de introducir Dühring entre la socialdemocracia alemana.

El “Ant-Dühring” de Engels tuvo una extraordinaria influencia en la socialdemocracia alemana y, en general, en todo el movimiento obrero europeo. Marca un punto de inflexión: a partir de entonces el marxismo será la ideología dominante del proletariado europeo, lo que permite culminar en 1889 en París los trabajos para la reconstrucción de la nueva  Internacional. Desde entonces los enemigos de la clase obrera comenzaron a hurgar desde su mismo interior, como si fueran marxistas. Bernstein, por ejemplo, iniciador del movimiento revisionista, había sido el más importante valedor de las teorías de Dühring dentro de la socialdemocracia alemana antes de hacerse pasar por marxista. Con él nace el revisionismo, que no es otra cosa sino la continuación de la misma política pequeñoburguesa de tratar de aprovechar la pujanza del movimiento obrero en beneficio propio. En expresión de Lukacs, los revisionistas eran “proudhonistas con terminología marxista” (31).

Por tanto, a la muerte de Engels el marxismo ya se había convertido en la ideología dominante en el seno del movimiento obrero, y sin embargo, e! peor enemigo del marxismo pasó a integrarse en sus propias filas. El triunfo del marxismo supuso que todo tipo de errores se deslizaran por su interior bajo la apariencia de una acérrima defensa de los principios expuestos por Marx y Engels: “La dialéctica de la historia es tal -decía Lenin- que el triunfo teórico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas” (32).Los revisionistas se apoyaron en las erróneas tradiciones del movimiento obrero para combatir al marxismo desde su mismo anterior.

El capitalismo no es ya para los revisionistas aquel modo de producción dominado por la anarquía de que hablaba Marx, sino que está “organizado”, es decir, es capaz de regular mecánicamente su funcionamiento para reducir al máximo los colapsos. Anarquía era sinónimo de competencia:

desaparecida la competencia con los monopolios, desaparecía igualmente la anarquía. La idea de que el capitalismo era un modo de producción anárquico estaba muy arraigada en el movimiento obrero y se identificaba esa anarquía con la competencia, con el capitalismo premonopolista. Cuando los

socialdemócratas comienzan a referirse a los monopolios, es para demostrar que el capitalismo ha introducido racionalidad en la anarquía, que es capaz de planificar eficazmente la producción, la

distribución, la acumulación y el consumo, de manera que puede evitar distorsiones importantes: los

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(28)   En castellano se ha titulado El socialismo evolucionista, Fontamara, Barcelona, 1978. Su titulado  original en alemán era

        Die Voraußetzungen des Sozialismus un die Aufgaben der Sozialdemocratie.

(29)   “Es preciso purificar la atmósfera y limpiar el Partido de toda esta hediondez lassalleana que queda”, le escribía en 1865

         Marx a Engels en una carta (Marx-Engels: Correspondencia, Cultura Popular, México, 1977, pg.239).

(30)   Marx-Engels, Obras Escogidas, cit., tomo II, pg. 21. Ver también la carta de Engels a Bebel de 18-28 de marzo de 1875.   

         Otra de las críticas expuestas por Marx en su “Crítica del programa de Gotha” estaba dirigida contra la reivindicación del

         derecho a percibir “el fruto íntegro del trabajo” (pg.10).

(31)  Historia y consciencia de clase, Grijalbo, Barcelona, 1975, pg. 40. 

(32)  "Vicisitudes históricas de la doctrina de Carlos Marx", en Obras completas, tomo XXIII, pgs. 1-4.

monopolios, escribió Hilferding, “están en condiciones de suprimir por completo las crisis, ya que pueden regular la producción y adaptar en todo momento la oferta a la demanda” (33).El capitalismo competitivo llevaba a la anarquía y a las crisis, pero el capitalismo monopolista regula y amortigua las crisis. En la nueva etapa del capitalismo, no hay ningún límite a la monopolización creciente de la economía, de manera que si Kautsky habló de “ultraimperialismo, Hilferding expondrá también su teoría del “cartel general”, una instancia suprema que está en condiciones de regular conscientemente todas las esferas de la economía: desaparece la división del trabajo, cesa la especulación, se elimina el dinero y, en suma, el capitalismo deja de ser capitalismo.

Ahora bien, hay que remarcar que anarquía no significa caos, porque la competencia capitalista está regida por leyes económicas que son ajenas a la voluntad de los propios capitalistas. Cuando los revisionistas hablan de control y regulación del capitalismo se refieren, naturalmente, a la posibilidad de que el Estado intervenga en el funcionamiento del mercado. Enlazan con dos precedentes: fue Sismondi el primero en reclamar ese intervencionismo del Estado contra el liberalismo de Smith; y fue Lassalle quien otorgaba al Estado unos poderes demiúrgicos, por encima de las clases (34). Los revisionistas alemanes, por tanto, empalman el intervencionismo económico de Sismondi con algo más próximo para ellos: el concepto de Estado en Lassalle como ente hegeliano, portador de una racionalidad universal, que debe elevar el nivel de vida de las masas cambiando la distribución y frenando las crisis de superproducción. El Estado es capaz de planificar porque no es parte del sistema económico, sino que está por encima, es ajeno a él: la cuestión de quién planifique y regule, decía Hilferding, es una cuestión de poder; pero por sí mismo el capital financiero “significa la creación del control social sobre la producción”, lo que facilita mucho “la superación del capitalismo. Tan pronto como el capital financiero haya puesto bajo su control las ramas más importantes de la producción, basta que la sociedad se apodere del capital financiero a través de su órgano consciente de ejecución, el Estado, conquistado por el proletariado, para poder disponer inmediatamente de las ramas más importantes de la producción” (35).

Pero ni el Estado capitalista ni los monopolios pueden modificar las leyes de funcionamiento del sistema económico porque ambos son parte integrante de esas mismas leyes. Son las leyes de la competencia las que conducen indefectiblemente a su negación al monopolio; éste, a su vez, también está regido por leyes económicas. Por tanto, son estas leyes las que se imponen a la competencia lo mismo que al monopolio, por lo que la idea de un capitalismo regulado y planificado es absurda. Como expondrá claramente Lenin, el monopolio no puede controlar el funcionamiento de la economía capitalista, lo mismo que tampoco lo podía controlar su precedente, la competencia; no solamente no puede sobreponerse a las leyes objetivas, sino que está sometido a esas mismas leyes El capitalismo no deja de ser capitalismo porque llegue a su fase monopolista, de modo que bajo esta nueva fase siguen vigentes las mismas leyes económicas que en la fase competitiva. Por contra, el revisionismo siempre, antes como ahora, ha pretendido aparentar que con posterioridad a la muerte de Marx y Engels aparecieron “nuevos” fenómenos económicos que aquéllos no pudieron tomar en consideración y que alteran sustancialmente la naturaleza del capitalismo. Aparentemente el monopolismo les daba motivos para todo ese tipo de planteamientos. Los revisionistas pretendieron divulgar que bajo el monopolismo imperan leyes distintas que en la etapa del capitalismo competitivo. El monopolismo sería una fase nueva y distinta, con sus propias características, de todo punto diferentes de la anterior. El monopolismo sería la antesala del socialismo que demostraría que e! capitalismo no se hundía sino que daba lugar a una etapa diferente, casi socialista, que permitiría una aproximación de ambos modos de producción y el tránsito pacífico (democrático) de uno a otro. El capitalismo no camina hacia el derrumbe sino hacia el socialismo. El monopolismo sería una especie de

socialismo con propiedad privada: bastaba eliminar ésta para encontrarnos, sin más, con el socialismo. Además, añaden los revisionistas, Marx no conoció esa nueva fase y, por tanto, no pudo describir el funcionamiento de la economía contemporánea, en la que los monopolios han acabado con la competencia.

Nada más falso. El monopolio ya fue descrito por Marx y Engels, al analizar cómo la competencia

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(33) E1 capital financiero, cit., pg. 324.

(34) Engels calificó a Lassalle de “demócrata vulgar, específicamente prusiano con marcadas inclinaciones bonapartistas” (Carta

        a Kautsky. 23 de febrero de I891, Obras escogidas, cit., tomo II, pg..39).

(35)  El capital financiero, cit., pgs. 326 y 410-411.

capitalista surge dialécticamente de la destrucción de los monopolios feudales y cómo, en un nuevo nivel de desarrollo, el monopolio reaparece de la competencia capitalista: “La competencia ha sido engendrada por el monopolio feudal. Así, primitivamente, la competencia ha sido lo contrario del monopolio y no el monopolio lo contrario de la competencia. Luego el monopolio moderno no constituye una simple antítesis; es, por el contrario, la verdadera síntesis”. Esta síntesis, añade Marx, es dinámica, es movimiento y contradicción: “El monopolio produce la competencia, la competencia produce el monopolio. Los monopolistas se hacen la competencia, los competidores devienen monopolistas (...) La síntesis resulta tal que el monopolio no puede sostenerse más que pasando continuamente por la lucha de la competencia” (36).

Apenas puede ofrecerse una descripción mejor, más clara y más exacta de qué son los monopolios y cuál es su relación con la competencia capitalista. El monopolismo no es una fase nueva ni distinta del capitalismo competitivo sino solamente una fase superior dentro del mismo capitalismo. En consecuencia,

ninguna de las leyes del capitalismo se modifica en esta nueva etapa. Como manifestaba el Programa de la

Internacional Comunista, los monopolios agudizan e intensifican la competencia (37). Cuando el monopolismo está más extendido es cuando más se habla de competencia y competitividad y cuando la competencia es más aguda.

Marx relacionó el resurgimiento de los monopolios bajo el capitalismo con la centralización del capital, que es un modo de reforzar su acumulación. Si ésta concentra masas de capital cada vez mayores en unas mismas manos, la centralización es una especie de expropiación de capitales dispersos para formar grandes volúmenes de capital bajo una misma dirección. La acumulación de capital origina un proceso de dispersión de los capitales: al crecer la masa de capital crece también el número de capitalistas, “enfrentados como productores de mercancías independientes los unos de los otros y en competencia mutua. Los nuevos capitales crean, por tanto, nuevos capitalistas independientes; pero frente a este fenómeno de dispersión, surge el opuesto de atracción: los capitales ya existentes se concentran en unas mismas manos, unos capitalistas expropian a otros, los grandes capitales devoran a los pequeños sin que necesariamente se cree nuevo capital. Marx destacó cómo la centralización de capital es un instrumento mucho más poderoso comparado con la acumulación y que sus mecanismos más importantes son el crédito y las sociedades por acciones. La centralización consiste en una redistribución del capital ya existente y no exige acumulación, sino que basta la reproducción simple. Sin embargo, 1a centralización permite ampliar la escala de las operaciones, constituir poderosos consorcios económicos, lo que es imprescindible a medida que el capital constante crece y se expande, en que crece cada vez más el volumen mínimo necesario para explotar una empresa.

La centralización del capital es consecuencia de la concurrencia, en la que los capitales más débiles sucumben y son absorbidos por los más fuertes. Los capitales se desplazan unos a otros. Muchos se arruinan y los pocos supervivientes ven muy fortalecida su situación. “Esto equivale -decía Marx- a la supresión del régimen de producción capitalista dentro del propio régimen de producción capitalista y, por tanto, a una cantradicción que se anula a sí misma”, hasta el punto que la aparición de los monopolios obliga al Estado a intervenir en el funcionamiento económico (38).

Para los revisionistas bastaba abandonar el liberalismo económico e intervenir en el sistema económico para que el capitalismo no se derrumbara. El intervencionismo, el control y la regulación demostraban que se trataba de un modo de producción eterno, “natural” e inmutable. Los revisionistas, en definitiva, mantienen una visión estática del capitalismo, donde las contradicciones y los desequilibrios no tienen cabida. Mientras Engels subrayaba frente a Dühring la naturaleza esencialmente histórica de la Economía Política (39), los revisionistas, como todos los burgueses, conciben las leyes económicas por las que se rige el capitalismo como “independientes de la influencia del tiempo. Son leyes eternas que deben regir siempre la sociedad. Por tanto, ha existido la historia pero ya no la hay. Existió la historia, puesto que existieron instituciones feudales, y en estas instituciones feudales se hallan relaciones de producción

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(36)  Miseria de la Filosofía, cit., pgs.. 227-229.

(37) VI Congreso de la Internacional Comunista, Primera Parte, Cuadernos de Pasado y  Presente, México, 1977, pg. .253.

(38)  El capital, III-27, pg. 417.

(39)  Anti-Dühring, cit., pg. 166.

Completamente diferentes de las de la sociedad burguesa, las cuales quieren los economistas hacer pasar por naturales y, por tanto, eternas” (40). Lo mismo que Fukuyama hoy, Bernstein defendía hace cien años “el fin de la historia”: el capitalismo es imperecedero. Rota la perspectiva del final del capitalismo, los revisionistas llegaban a su fórmula mágica: los objetivos no son nada, el movimiento es todo. “Por lo tanto -escribirá Bernstein- la socialdemocracia no tiene que esperar ni desear el pronto derrumbe del actual sistema económico, si éste es concebido como el producto de una gran y devastadora crisis económica. Lo que debe hacer -y lo que deberá hacer aún por largo tiempo- es organizar políticamente a la clase obrera y prepagarla para la democracia, así como luchar por todas las reformas del Estado que sean adecuadas para elevar el nivel de la clase obrera y transformar la naturaleza de aquel en el sentido de la democracia” (41).

Hay que apuntar, además, toda una serie de planteamientos que Bernstein comienza a exponer y que se han mantenido sustancialmente desde entonces en todas las argumentaciones revisionistas. El primero de ellos es la desaparición de las crisis que, aunque Bernstein sigue reconociendo su posibilidad, considera que en el futuro se irán amortiguando hasta desaparecer, gracias al control de las fluctuaciones económicas. El segundo es otro factor que, supuestamente, Marx no tomó en consideración: las nuevas clases medias, el creciente protagonismo que, según él, tiene la pequeña producción en el capitalismo, gracias al crédito y a las sociedades anónimas que “democratizan” el capitalismo y hacen partícipe de sus beneficios a toda la población. En este punto, Bernstein ni siquiera está de acuerdo con Hilferding y sus teorías acerca del capital financiero, negándose a reconocer el nuevo papel que empezaban a desempeñar los grandes monopolios, destacando por el contrario una supuesta tendencia al reparto de la propiedad. Por otro lado, estrechamente ligado con lo anterior, está la mejora en las condiciones de vida de la clase obrera que demuestra el “error” de Marx cuando afirmaba que, por el contrario, el proletariado experimentaría un proceso de pauperización creciente. Finalmente, de ahí pasa a la idea de que la sociedad camina hacia una progresiva democratización. que hay que profundizar, incluyendo no sólo el ámbito político, sino el económico, aspecto éste en el que los revisionistas modernos tampoco han innovado nada (42).

Pero sobre todo, los revisionistas se empeñaron en dos batallas económicas fundamentales: trasladar las causas de la crisis desde la producción en que las situó Marx a la circulación, aludiendo a crisis de realización, de sub-consumo y de desproporción, y también enfrentarse contra lo que entonces se llamaba la “zusammenbruchstheorie”, la teoría del derrumbe (43) que constituyó el núcleo central de la polémica con los revisionistas hasta la Primera Guerra Mundial. En suma, trataban de acabar con la idea de que el capitalismo no tenía viabilidad como sistema de producción y valorización y que sus propias contradicciones internas le llevarían al colapso. Según los revisionistas, como el capitalismo no se desplomaba, no había que sustituirlo por el socialismo sino dirigirlo, controlarlo, regularlo a discreción: el papel de la socialdemocracia consistiría precisamente en gestionar el capital, ganar las elecciones y sentarse en los consejos de administración de los monopolios.

La trascendencia del debate sobre el colapso radicaba en las consecuencias políticas que de ahí se desprendían para el movimiento obrero y, en particular, para la unidad de lo objetivo y lo subjetivo en el proceso revolucionario. La ley del derrumbe colocaba el proceso revolucionario hacia el socialismo sobre

un fundamento objetivo, el desmoronamiento del capitalismo, mientras los revisionistas pretendían fundamentarlo sobre factores puramente subjetivos. Los revisionistas sustituyeron a Marx por Kant: la revolución no era ya una necesidad sino una posibilidad, no se basaba en leyes inexorables sino en la voluntad y en la ética: la revolución socialista era un “imperativo categórico”. El capitalismo no se hunde,

pero lo vamos a reconducir. Según Bernstein, las injusticias del capital acrecentarían la conciencia y organización del proletariado: para edulcorar el capitalismo hay que “repartir la riqueza” y apoyar la pequeña producción. 

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(40)   Miseria de la Filosofía, cit., pg. 189.

(41)   Horst Heimann: Textos sobre el revisionismo. La actualidad de Eduard Bernstein, Nueva Imagen,  México, 1982, pg. l27

(42)   Así por ejemplo, en nuestro país, vid. Un futuro para España: la democracia económica y política, prólogo de Santiago

          Carrillo, París, 1968.

(43)   Del alemán zusanmenbruchstheorie se viene traduciendo a1 castellano como teoría o ley del derrumbe, que Lenin tradujo al

          ruso como teoría de la bancarrota y que también suele aparecer como colapso, e incluso como catástrofe o hundimiento.

Los revisionistas conciben el sub-consumo no como una consecuencia de la crisis sino como su causa

y, por tanto, no encuentran contradicciones entre los procesos de producción y valorización, por lo que el capitalismo es un modo de producción inagotable. Si tiene crisis y espasmos, serán externos, fuera de la producción, y en ningún caso conducirán al derrumbe. El revisionismo sólo admite el sub-consumo, que a su vez tiene su remedio en las recetas keynesianas de la demanda efectiva y el despilfarro. El prototipo más sencillo de este tipo de concepciones fue el libro del yerno de Marx, Paul Lafargue, “El derecho a la pereza”, publicado 1863 (44), el mismo año de la muerte de su suegro, donde el sub-consumo es el eje central de las reflexiones económicas. Estos errores básicos conducen a otros: la pequeña burguesía como

sector social en crecimiento que puede evitar la contracción de los mercados con su enriquecimiento, la imposibilidad de realizar la plusvalía dentro de las fronteras y la necesidad de buscar salidas al exterior, etc.

Marx sólo utiliza de pasada la expresión "derrumbe" en su “Historia crítica de la teoría de la plusvalía” pero fue aceptada por todos los que intervinieron en el debate, en el sentido de una inviabilidad del modo de producción capitalista para reproducirse indefinidamente, hasta el punto de que se incluyó en un apartado del Programa de la Internacional Comunista, como sello distintivo frente a la socialdemocracia (45). Pero la idea de la naturaleza esencialmente transitoria del capitalismo aparece repetidas veces en las obras de Marx y Engels y, en concreto, en “El capital”:

             “Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas que usurpan  y

         monopolizan este proceso de transformación -escribía Marx-, crece la masa de la miseria, de la        

         opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía

         de la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más organizada por el

         mecanismo del mismo proceso capitalista de producción. El monopolio del capital se convierte en

         grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La centralización de los medios

         de producción y la socialización del trabajo llegan a un  punto en que se hacen incompatibles con su

         envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada

         capitalista. Los expropiadores son expropiados” (46).

           

             “El régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las fuerzas productivas con un

         obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la riqueza en cuanto tal. Este

         peculiar obstáculo acredita precisamente la limitación y el carácter meramente histórico,

         transitorio, del régimen capitalista de producción: atestigua que no se trata de un régimen absoluto

         de producción de riqueza, sino que, lejos de ello, choca al llegar a cierta etapa con su propio

         desarrollo ulterior” (47).

          

             “El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital, es el hecho de que en ella

         son el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la meta, el motivo y el    

         fin de la producción; el hecho de que aquí la producción sólo es producción para el capital y no a la

         inversa, los medios de producción simples medios para ampliar cada vez más la estructura del

         proceso de vida de la sociedad de los productores. De aquí que los límites dentro de los cuales tiene

         que moverse la conservación y valorización del valor capital, la cual descansa en la expropiación y

         depauperación de las grandes masas de los productores, choquen constantemente con los métodos

         de producción que el capital se ve obligado a emplear para conseguir sus fines y que tienden al

         aumento ilimitado de la producción, a la producción por la producción misma, al desarrollo

         incondicional de las fuerzas sociales productivas del trabajo. El medio empleado -desarrollo

         incondicional de las fuerzas sociales productivas- choca constantemente con el fin perseguido, que

         es un fin limitado: la valorización del capital existente. Por consiguiente, si el régimen capitalista de

         producción  constituye un medio histórico para desarrollar la capacidad productiva  material y

         crear el mercado mundial correspondiente, envuelve al propio tiempo una contradicción constante

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                (44)   En castellano en la Editorial Fundamentos, Madrid, 5ª Ed., 1991

(45)   VI Congreso. Primera parte, cit., pg. 256.

(46)    El capital, I-24, pgs. 648-649.

(47)    E1 capital, III-l5, pg. 241.

         entre esta misión histórica y las condiciones sociales de producción propias de este régimen” (48).

        

            “El punto de vista que sólo considera como históricas las relaciones de distribución, pero no las

         de producción es, de una parte, el punto de vista de la crítica ya iniciada pero todavía rudimentaria,

         de la economía burguesa. De otra parte, tiene su base en la confusión e identificación del proceso

         social de la producción con el proceso simple de trabajo tal como podría ejecutarlo un individuo

         anormalmente aislado, sin ayuda ninguna de la sociedad. Cuando el proceso de trabajo no es más

         que un simple proceso entre el hombre y la naturaleza, sus elementos simples son comunes a todas

         las formas sociales de desarrollo del  mismo. Pero cada forma histórica concreta de este proceso

         sigue desarrollando las bases  materiales y las formas sociales de él. Al alcanzar una cierta fase de

         madurez, la forma histórica concreta es abandonada y deja el puesto a otra más alta. La llegada del

         momento de la crisis se anuncia al presentarse y ganar extensión y profundidad la contradicción y

         el antagonismo entre las relaciones de distribución y, por tanto, la forma histórica concreta de las

         relaciones de producción correspondientes a ellas, de una parte, y de otra, las fuerzas productivas,

         la capacidad de producción y el desarrollo de sus agentes. Estalla entonces un conflicto entre el

         desarrollo material de la producción y su forma social” (49) .

 

Estos párrafos sintetizan el término del capitalismo como modo de producción, su naturaleza

histórica transitoria. Bernstein calificó este análisis de Marx como “teoría del derrumbe” y lo consideró mecanicista y fatalista. Pretendía dar a entender que Marx únicamente tomaba en consideración el factor objetivo de la revolución, el desplome del capitalismo, algo que conociendo mínimamente la naturaleza dialéctica de todo el pensamiento marxista, no se puede sostener con un mínimo de seriedad. Criticando el colapso, Bernstein trataba de desplazar la concepción del proceso revolucionario hacia una vertiente puramente subjetiva y, por sí mismo, este giro significaba un regreso al socialismo utópico, situar la revolución en un futuro indefinido e incierto. Por eso Bernstein criticó lo que consideraba una forma de “determinismo” en Marx, que para él estaba asociado a la dialéctica y a las contradicciones; el socialismo no era una necesidad sino una posibilidad, no dependía de circunstancias objetivas sino subjetivas. La tarea de Bernstein era doble: por un lado, romper la unidad dialéctica de lo objetivo y lo subjetivo en el proceso revolucionario, pretextando que Marx sólo tuvo en cuenta el aspecto objetivo del problema, es decir, que era un “catastrofista”, un mecanicista vulgar y corriente; segundo, rota esa unidad y aislados sus dos aspectos, Bernstein se preocupó de poner el acento en el aspecto subjetivo, ético, de la lucha de clases. Pero Marx tenía bien claro este proceso: “De todos los instrumentos de producción, el mayor poder productivo es la misma clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que puedan engendrarse en el seno de la vieja sociedad” (50).

Todas las demás tergiversaciones revisionistas derivan de esa ruptura de la unidad de lo objetivo y lo subjetivo en el proceso revolucionario. Si la revolución es un problema ético, en ella deben intervenir no sólo ni principalmente el proletariado, sino “todos” aquellos que son conscientes de las desigualdades del capitalismo. La lucha de clases se esfuma y trasladamos el eje de la crítica desde la explotación hacia una distribución calificada de “injusta”. Por el contrario, para Marx “la forma de cambio de los productos

corresponde a la forma de producción. Cambiad la última y la primera se modificará en consecuencia. También observamos en la historia de la sociedad cómo se regula el modo de cambiar los productos según el modo de producirlos. El cambio individual corresponde también a un modo de producción determinado,

el cual a su vez, responde al antagonismo de clases. Así pues, no existe cambio individual sin antagonismo

de clases” (51).

No es de extrañar que los revisionistas hicieran de la dialéctica y de la contradicción el eje de sus ataques, para sustituir a Marx por Kant y Malthus, del mismo modo que los economistas de hoy (Sweezy,

Baran, Dobb) sustituyen a la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, por

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(48)  E1 capital, III-15, pg. 248.

(49)  El capital, III-51, pgs. 815-816.

(50)  Miseria de la Filosofía, cit., pg. 258.

(51)  Miseria de la Filosofía, cit., pg. 131.

las modernas versiones keynesianas de la demanda solvente. Al tiempo, el derrumbe se sustituye por la optimista creencia en la posibilidad de un crecimiento continuo e ilimitado de las fuerzas productivas en donde los sobresaltos serán cada vez menores ante una capacidad de control y regulación cada vez

mayores. No hay más que un paso desde aquí a afirmar que si el capitalismo es viable, lo que es inviable es el socialismo.

 

3. La lucha contra el revisionismo desde e1 propio revisionismo: Kautsky

 

Los ataques de Bernstein desataron una fuerte polémica dentro de la socialdemocracia alemana, aunque no ocurrió lo mismo con los demás revisionistas, cuyos escritos pasaron más desapercibidos Esto condujo a que las posiciones económicas fundamentales de los revisionistas quedaran en un segundo plano, insuficientemente rebatidas. Bernstein no fue expulsado del Partido, a pesar de las peticiones que se lanzaron en ese sentido. Su crítica resultó puramente formal y en ella no intervinieron el conjunto de militantes obreros de la socialdemocracia. Puede decirse que dentro de la socialdemocracia, la polémica no fue más allá de los escarceos entre los intelectuales que componían la dirección del Partido. Aunque las posiciones de Bernstein hubieran resultado triunfantes, eso en modo alguno hubiera cambiado el rumbo de los acontecimientos, porque no se combatió el núcleo de las posiciones económicas de los revisionistas y se soslayaron sus consecuencias estratégicas y tácticas, Todo quedó como una polémica meramente teórica. reservada a los jefes socialdemócratas. El Partido, por su parte, seguía aferrado a las viejas concepciones lassalleanas y utopistas que venían de atrás y que no acababan de erradicarse. En contra del criterio de Marx y Engels, se había autodisuelto en 1878 por la promulgación de las leyes de excepción y únicamente su facción parlamentaria había asegurado su continuidad. Cuando en 1890 volvió o reanudarse la actividad partidaria, su funcionamiento estaba ya lastrado por la experiencia. Los jefes tenían miedo a nuevas leyes de excepción si adoptaban la vía revolucionaria; los militantes no estaban acostumbrados a intervenir activamente en los debates y a ser protagonistas en las discusiones. Toda esta situación condujo a que la socialdemocracia alemana se estancara en el reformismo, que es la vertiente práctica y concreta del revisionismo. El imperativo ético de hundir el capitalismo se reconvertía en el más cercano de modificarlo para mejorado.

El ejemplo más expresivo de las posiciones teóricas y prácticas de 1a socialdemocracia alemana se personifica en Kautsky, el marxista más influyente a comienzos de siglo. Kautsky fue uno de los primeros en salir al paso del revisionismo y defender una supuesta “ortodoxia” marxista. Esta actitud, por una parte, fue meramente superficial y temporal, porque Kautsky acabó abrazando posteriormente todas y cada una de las posiciones del revisionismo, de manera explícita, es decir, acabó como un “renegado”, como le llamó Lenin. Pero incluso analizando sus primeras posiciones ideológicas contra el revisionismo, se observa que Kautsky se atiene a los aspectos secundarios y los pone en primer plano para destacar sus diferencias con Bernstein, mientras soslaya los principales, en los que adopta una actitud muy ambigua.

La postura de Kautsky resultó, por tanto, inicialmente centrista: consideraba la ley del derrumbe como el “punto capital” de la crítica de Bernstein (52) pero no la admitía. Sin embargo, tampoco admitía la viabilidad ilimitada del capitalismo y para “demostrarlo” recurrió, como alternativa, a los propios

revisionistas, tomando prestada de ellos una singular versión subconsumista. Decía Kautsky:

           

             “La forma de producción capitalista se hace imposible desde el momento en que el mercado no se

          extiende en la medida en que la producción, es decir, que el exceso de producción se hace crónico.

             (...) He aquí una situación de lo cual, si se presenta, resultará inevitablemente el triunfo del

          socialismo.

             “Se ha de llegar a tal situación si la evolución económica continúa progresando como hasta aquí,

          porque el mercado exterior, lo mismo que el interior, tiene sus límites, en tanto que la extensión de

          la producción es ilimitada (...). La forma de producción capitalista llegará a ser insoportable no

          tan sólo para los proletarios, sino también para la masa de la población, en cuanto la posibilidad

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 (52)  La doctrina socialista, Fontamara, Barcelona, 2ª Ed., 1981, pg. 73. El título original en alemán es “Bernstein und das  

        sozialdemokratische”. Es interesante el comentario de Lenin a este trabajo en  Obras Completas, tomo IV, pgs. 196-197.

          de la extensión del mercado no responda a las necesidades de la extensión de la producción, que

          nacen del aumento de la población industrial, del crecimiento del capital, de los progresos de las

          ciencias aplicadas” (53).

        

Por tanto, el subconsumo no lo concibe Kautsky como una mera oscilación cíclica coyuntural, a las

que también se refiere, sino como un colapso definitivo de todo el sistema capitalista mundial, lo que

otorga al socialismo un carácter insoslayable más allá de la mera postulación utópica. En efecto, más adelante continúa razonando Kautsky:

 

              “Demostrar que la superproducción llega a ser crónica e irremediable, no es profetizar

          que muy pronto ha de sobrevenir una enorme crisis universal de donde brote la sociedad   

          socialista triunfante como nuevo fénix que renace de sus cenizas.

              “Esta superproducción crónica acaso tenga un proceso tardío. No sabemos cómo ni

          cuándo ocurrirá. Y hasta reconocería de buen grado que puede dudarse de su realización

          tanto más fácilmente cuanto más rápida sea la marcha del movimiento social. La

          superproducción crónica irremediable representa el límite extremo más allá del cual no puede

          subsistir ya el régimen capitalista; pero otras causas pueden hacerle sucumbir antes. Hemos visto

          que la concepción materialista, al lado de la necesidad económica, admite otros factores de la

          evolución social, factores que se explican por las condiciones económicas, pero que son de

          naturaleza moral y espiritual, y que agrupamos bajo la fórmula de 'lucha de clases'. La lucha de

          clases del proletariado puede ocasionar la caída de la forma de producción capitalista antes de que

          llegue ésta al período de descomposición. Si el demostrar que la superproducción se hará crónica

          no es predecir la gran crisis universal, tampoco es profetizar que el régimen capitalista acabará de

          esta o de la otra manera. Pero es importante aquella indicación, porque al fijar un término extremo

          a la duración de la sociedad capitalista actual, se hace salir al socialismo de las regiones

          nebulosas en que tantos socialistas le creen, nos aproximamos a él, y le convertimos en un objeto

          político tangible, necesario. Ya no se trata de un sueño que se realizará acaso dentro de quinientos

          años, o que acaso no se realizará nunca” (54).

    

Por tanto Kautsky diferencia claramente dos tipos de crisis, las coyunturales y las estructurales: esta última es “la crisis” por antonomasia, la última, la del colapso definitivo de todo el sistema capitalista a escala planetaria, porque “si la superproducción es general, la quiebra lo será también” (55), Esto es algo que diferenciará a Kautsky de los seguidores posteriores de las teorías subconsumistas: según él, es una crisis que no tiene remedio (56). Kautsky trató así de mantener el tipo, de guardar las apariencias, pero

no explicó en absoluto por qué y de qué modo esa crisis fatal de subconsumo llevaba al derrumbe del

capitalismo, En realidad, el subconsumo sí tiene remedio (y muy sencillo, por cierto) y no puede conducir

al hundimiento del capitalismo como sistema de producción. EI subconsumo ni siquiera puede explicar algo tan trivial como los ciclos económicos capitalistas, las fases de auge y depresión, porque éstas son

periódicas, mientras el subconsumo es permanente. En suma, como escribió Marx, “es una perogrullada decir que las crisis surgen de la falta de consumo solvente o de consumidores capaces de pagar. El sistema capitalista no conoce ninguna clase de consumo que no sea solvente, si se exceptúan los pobres de

misericordia y los 'granujas' ” (57).

Más importante aún es tener en cuenta cómo, lo mismo que Bernstein, rompe la unidad dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo en la revolución. A pesar de que alude tanto a lo subjetivo (la lucha de clases) como a lo objetivo ( el subconsumo como límite extremo del capitalismo), en su exposición ambos contrarios no aparecen unidos sino separados: los factores económicos coexisten con los “demás factores” y

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(53) La doctrina socialista, cit., pg. 207.

(54) La doctrina socialista, cit., pg. 211.

(55) La doctrina socialista, cit., pg. 213.

(56) La doctrina socialista, cit., pg. 215.

(57) El capital, II-20, pg. 366.

aparecen independientemente unos de otros, de modo de que los “demás factores” pueden adelantarse en el tiempo a los económicos y, por tanto, surgir al margen de ellos. El mecanicismo de este tipo de concepciones queda al descubierto, por más que trate Kautsky de encubrirlas aludiendo a esos “otros factores” que la concepción materialista también “admite” en forma de lucha de clases y que son -según él- de naturaleza moral y espiritual.

En consecuencia, la crítica de Kautsky al revisionismo se plantea en lo sustancial, desde dentro del revisionismo. A estas conclusiones cabía llegar ya en 1899, cuando Kautsky aparece enfrentado a

Bernstein. Naturalmente conforme avance el nuevo siglo, las posiciones se definirán todavía más claramente, sobre todo tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Fue entonces cuando quedó perfectamente claro no ya solamente que la posición de Kautsky no era diferente de la Bernstein, sino que todos los revisionistas no eran más que agentes de la burguesía entre las filas obreras.

 

4. La ley de los mercados de Say

  

La exposición del pensamiento económico revisionista no quedaría completa sin describir otro tipo de revisionismo, esta vez opuesto a las teorías subconsumistas, línea ésta defendida por Tugan-Baranovski y Hilferding. Junto a las posiciones tradicionales de Kautsky, prototipo de defensa del subconsumo, en la línea iniciada por Sismondi, el revisionismo defendió otro tipo de planteamientos radicalmente diferentes, que enlazaban directamente con los clásicos y, muy particularmente, con Ricardo, que no admitía ninguna forma de superproducción, ni la de mercancías ni la de capital, mientras que sus sucesores aceptarán la de capital, pero nunca la de mercancías, planteamiento que ya fue criticado por Marx como incongruente (58). Los posicionamientos que se caracterizan por la negación de la superproducción, asumen la defensa de la “ley de los mercados de Say” o de la correspondencia entre la producción y el consumo: no cabe subconsumo porque toda producción engendra su propio consumo. La primera exposición la hizo el economista ruso Tugan-Baranovski en 1894 en su obra  “Estudios sobre la teoría y la historia de la crisis industrial en Inglaterra”, traducida al alemán en 1901 con gran éxito entre la socialdemocracia. A diferencia de los subconsumistas, no partían de la demanda sino de la oferta, de la producción y consideraban, también acertadamente, que el capitalismo no tenía por objeto la satisfacción de las necesidades sino la recaudación de plusvalía. Para argumentar este criterio, Tugan-Baranovski interpretaba a Marx en ese mismo sentido: la producción puede desarrollarse independientemente del consumo y, en consecuencia, el capitalismo puede avanzar indefinidamente sin crisis. Según estos dos economistas, las ecuaciones de equilibrio expuestas por Marx en el Libro II de “El capital” demostraban la ilimitada capacidad de crecimiento de los mercados y, en consecuencia, negaban cualquier posibilidad de superproducción: “La producción puede ampliarse hasta el infinito sin conducir por eso a la superproducción”, escribió Hilferding, para quien “cada rama industrial crea con su expansión una demanda para las otras, los sectores de la producción se alimentan mutuamente, la industria se convierte

en el mejor cliente de la industria” (59) . De este modo, las tesis de Hilferding aparecen absolutamente

incongruentes con sus propios postulados: niega la “plétora” o superproducción de capital y sin embargo toda su obra se caracteriza por subrayar el dominio del capital bancario y centrar el análisis económico en el

ámbito de la circulación y especialmente del capital financiero.

La ley de Say, escribió Lenin, “se encuentra en flagrante contradicción con la doctrina de Marx sobre la evolución y la desaparición final del capitalismo” (60). Sus partidarios niegan la posibilidad de

contradicción entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda. Ante esto hay que decir que esta es una contradicción secundaria, pero es una contradicción al fin y al cabo: “Las condiciones de la

explotación directa y las de su realización no son idénticas”, decía Marx ya que la capacidad de consumo, a diferencia de la capacidad de producción, de la sociedad capitalista está limitada “por el impulso de la

acumulación” que la reduce a un mínimo “susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos”

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(58)  Teorías de la plusvalía, tomo II, pg. 29.

(59)  E1 capital financiero, cit., pgs. 265 y 282.

(60)  “Algo más sobre la teoría de la realización”, en Obras completas, tomo IV, pg. 85.

 (61). Es una ley económica del capitalismo expuesta por Marx que el sector dedicado a fabricar medios de producción avanza más rápidamente que el que elabora bienes de consumo; pero eso no significa que éste no avance en absoluto; avanza, aunque más lentamente que el otro. La acumulación amplía tanto el sector

que produce medios de producción como el que produce bienes de consumo. La superproducción de bienes de consumo existe precisamente porque la producción se desliga del consumo y se comienza a fabricar en masa para un mercado anónimo: el proceso inmediato de producción y el proceso de circulación hacen que se desarrolle de nuevo y se ahonde la posibilidad de la crisis, que se manifestaba ya en la simple metamorfosis de la mercancía. La crisis existe desde el momento que esos procesos no se funden, sino que se independizan el uno frente al otro” (62).

          El consumo depende de la acumulación. La acumulación determina tanto el salario de los trabajadores como el propio consumo de los capitalistas porque amplía tanto el volumen del capital constante como el del capital variable. Las teorías de Tugan-Baranovski y Hilferding que niegan la superproducción apoyándose en la ley de Say y se resumen en la                           idea de “fábricas que producen fábricas” ya fueron anticipadas por Marx: “La producción de capital constante no se realiza nunca por la producción misma, sino simplemente porque hay más demanda de él en las distintas ramas de producción cuyos productos entran en el consumo individual” (63). No existe la producción por la producción misma. La plusvalía tiene un triple destino: una parte se destina al consumo improductivo de la burguesía; otra parte se destina a incrementar el capital variable, es decir, los salarios y, en consecuencia, también se destina al consumo improductivo; sólo una tercera parte se destina al incremento del capital constante, es decir, al sector fabricante de medios de producción. Un error muy generalizado en la economía burguesa no considera ni el consumo improductivo de los capitalistas ni el de los obreros como parte de la acumulación capitalista, sino parte del coste de la producción. Desde ese punto de vista, lo que ellos denominan “ahorro” está destinado a ser invertido únicamente en medios de producción. Procediendo de esa forma es fácil caer en el error de tomar los salarios como la variable independiente y dejar el ahorro como un residuo, es decir, cambiar el curso causal de los acontecimientos. Como decía Lenin, “no es posible hablar de 'independencia' de la acumulación respecto de la producción de artículos de consumo, aunque sólo fuere porque para la ampliación de la producción hace falta un nuevo capital variable y, por consiguiente, también artículos de consumo” (64).

En la contradicción entre producción y consumo, es la producción la que desempeña el papel dominante: la producción va por delante del mercado, la oferta no espera a la demanda, el consumo no determina la producción. Marx no aceptaba que los problemas económicos pudieran analizarse desde el punto de vista de la demanda: “La gran industria, obligada por los mismos instrumentos de que dispone a producir en una escala cada vez mayor, no puede esperar a la demanda. La producción precede al

consumo, la oferta fuerza la demanda” (65). Efectivamente, el capitalismo produce una brecha cada vez mayor entre la producción y el consumo, pero en eso consiste justamente la ganancia y la acumulación. El

progreso del sector dedicado a la elaboración de bienes de consumo desempeña, sin embargo, un papel fundamental en el capitalismo, porque es el que incide sobre los salarios, el precio de la fuerza de trabajo.

La elevación del nivel de vida de la clase obrera forma parte de ese progreso del sector de empresas

dedicadas al consumo improductivo. De aquí que determinadas conclusiones de los subconsumistas sobre el pauperismo carezcan de fundamento y, al mismo tiempo, eso  tampoco significa que no haya pauperismo, es decir, que la condición de la clase obrera no empeore con el progreso del capitalismo. Las previsiones de

Marx sobre la proletarización y el empobrecimiento creciente de la clase obrera son absolutamente exactas y responden a leyes inexorables del capitalismo. La condición material de la clase obrera no es mejor que hace l50 años; es simplemente distinta porque el capitalismo es distinto y crea necesidades distintas. Desde el punto de vista cuantitativo no cabe duda que la situación de la clase obrera sigue siendo la misma: el salario sigue siendo una medida de las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo; los trabajadores

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(61)   El capital, III-15, pg. 243.

(62)   Teorías de la plusvalía, tomo II, pg 35.

(63)   E1 capital, III-18, pg. 297.

(64)   “E1 llamado problema de los mercados”, en Obras completas, tomo I, pg. 94.

(65)   Miseria de la Filosofía, cit., pg. 119.

siguen sin poder ahorrar de sus salarios porque viven a nivel de pura supervivencia Si el problema se analiza relativamente es indiscutible que la situación de la clase obrera con respecto a la burguesía es infinitamente peor que hace siglo y medio.

Por tanto, el pauperismo crece pero no se puede argumentar en base a ello la existencia de una crisis de superproducción sino que, por el contrario, impulsa el crecimiento de la acumulación capitalista, que se

vería dificultada si desaparecieran los bajos salarios y el ejército industrial de reserva: “La medida de esta

producción en exceso la da el propio capital, la escala existente de las condiciones de producción y el desmedido instinto de enriquecimiento y capitalización de los capitalistas; no la da en modo alguno el consumo, que es de por sí limitado, ya que la mayoría de la población, formada por la población obrera, sólo puede ampliar su consumo dentro de límites muy estrechos” (66).

Marx se opuso tanto a las teorías subconsumistas de los románticos, como a la ley de Say, pero los revisionistas no tuvieron en cuenta sus críticas y adoptaron una de ambas posiciones: o bien consideraron que la producción depende de la demanda y de ahí derivaban el subconsumo, o bien, consideraron que no existía contradicción alguna y que toda oferta crea su propia demanda (ley de Say). Los subconsumistas exponen la ley de Say justo al revés: donde Ricardo y Say decían “toda oferta crea su propia demanda”,

los subconsumistas afirman “toda demanda crea su propia oferta” (67). Ambos tipos de errores tienen una raíz común, y es que Sismondi no se apartó de Smith en un desliz que éste (seguido luego por Ricardo) cometió: reducir todo el valor a renta, a ingresos de los trabajadores (salarios) y de los capitalistas (plusvalía). Para Smith como para Ricardo y Sismondi, es decir, tanto para los clásicos como para los románticos, no existe en el valor una parte que se dedica a reponer el capital constante sino que desglosan el valor en capital variable y plusvalía. Esto significa que la circulación sólo es posible como consumo improductivo, porque en cuanto se toma en consideración la parte de la plusvalía que se acumula, surgen todos los problemas de realización que han atascado a populistas, revisionistas, marxistas legales, etc. Y es que hay una parte del valor que sólo circula como capital y que no puede reconducirse a renta, es decir, que no son salarios ni ganancias. Para los clásicos como para los románticos, el capital constante no existe ya que continuamente tiene que descomponerse en ingresos de unos u otros. Marx no incurrió en este error ni tampoco en el de la “demanda solvente” o de la “demanda efectiva” que han tratado de aproximar su posición a la de Keynes. Marx defendió la existencia de contradicciones entre la producción y el consumo y, por tanto, la existencia de una superproducción de mercancías. Los problemas de superproducción, según Marx, radican en la misma producción. Por tanto, la superproducción no se amortigua con el consumo improductivo o con el despilfarro, elevando los salarios e incrementando el gasto público y demás recetas keynesianas, sino todo lo contrario.

 

5. La lucha contra el revisionismo: Rosa Luxemburgo

 

Es importante dejar un hueco a un punto de vista muy influyente en la tradición revolucionaria, como el de Rosa Luxemburgo que, en paralelo con Kautsky, también se enfrentó a los revisionistas en general y a Bernstein en particular, con importantes errores y aciertos. Entre sus errores, el más importante es el del

subconsumo, lo que demuestra que esta teoría está mucho más arraigada que la ley de Say; que un

economista monopolista como Keynes comparta las teorías subconsumistas, demuestra hasta qué punto esta versión está más arraigada que la ley de Say de los clásicos y que es ella la que merece una atención preferente. Aunque no quepa encuadrar a Luxemburgo entre los reformistas, sino todo lo contrario, es indudable que sus posiciones ideológicas estuvieron impregnadas, cuando menos, de una gran confusión,

propia de la tradición que estaba heredando la socialdemocracia alemana y de la que no acababa de desprenderse. Cabe decir que Luxemburgo pretende fundamentar una teoría revolucionaria pero no consigue depurar a Marx de los románticos y los utopistas y lo que es peor: incurre en sus mismos errores. Llega a algunas conclusiones acertadas pero siempre por caminos totalmente erróneos. Muchas de sus concepciones

son comunes con los revisionistas, a los que sin embargo critica, y presentan todavía más semejanzas con

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(66)      Marx, Teorías de la plusvalía, tomo II, pgs.25-26.

(67)      V. gr. Baran y Sweezy: El capital monopolista, Siglo XXI, 9ª Ed., México, 1974, pg. 7.

los populistas rusos.

En su obra “Reformismo o revolución”, escrita en 1899, Luxemburgo sale al paso de los revisionistas, a los que considera herederos de Kant, de Proudhon y de Lassalle, al tiempo que defiende la ley del derrumbe. Para ella el colapso inevitable del capitalismo es la “piedra angular” del socialismo científico (68), que poco a poco debe irse imponiendo sobre todos los errores utopistas pequeñoburgueses que le han precedido. Considera, además, que la ley del hundimiento inevitable del capitalismo forma parte de la tradición teórica de la socialdemocracia alemana y que, al separarse de ella, Bernstein la ha traicionado. La socialdemocracia siempre había pensado que el socialismo llegaría con una “crisis general y aniquiladora”, de que el capitalismo acabaría “por sí solo y víctima de sus propias contradicciones” (69).

Ahora bien ¿qué tipo de contradicciones son esas capaces de hundir al capitalismo según ella? Aquí comienzan los errores de Luxemburgo. Trata de fundamentar la inviabilidad del capitalismo como modo de producción, pero tomando en consideración contradicciones secundarias que no tienen esa virtualidad. Pone al mismo nivel la contradicción entre la socialización de la producción y la privacidad de la apropiación, con la contradicción entre la producción y el consumo (70). Crítica a Bernstein porque defiende la posibilidad de superación de las crisis por el capitalismo, cuando según ella “la eliminación de las crisis supone la superación de la contradicción entre producción e intercambio”(71). Aquí su posición es la misma que la de Kautsky: el capitalismo desaparecerá como consecuencia de la crisis de subconsumo. Lo mismo que Kautsky, traslada las contradicciones al ámbito de la circulación, de la realización de la plusvalía (72). Según ella, no habría crisis si la producción coincidiera con el mercado, si éste tuviera una capacidad de expansión ilimitada (73). Sustituye así la contradicción producción-mercado, por la contradicción producción-valorización. Este error está aún más acentuado en otras obras posteriores.

 Su obra posterior “La acumulación del capital”, escrita en 19l3, suscitó una viva y violenta

reacción de los jefes de la socialdemocracia alemana (74), viéndose ella obligada, a su vez, a defenderse

escribiendo, ya en la cárcel, la “Anticrítica”. En principio, no cabe entender porqué los jefes revisionistas

protestaron contra unas posiciones que ya eran conocidas de antemano por sus escritos anteriores.

Evidentemente no había cambiado Luxemburgo de posición, sino los jefes socialdemócratas. Catorce años después, la guerra imperialista estaba a punto de estallar y preparaban la gran traición contra el proletariado internacional. ¿No era la guerra imperialista la mejor prueba del colapso total del capitalismo? Próxima la guerra imperialista, la ley del derrumbe tenía interpretaciones demasiado peligrosas para una corriente ideológica que, en plena crisis revolucionaria, se disponía a sostener el edificio en ruinas. Esto explica esa desproporcionada ofensiva de los revisionistas contra Luxemburgo.

Estas dos obras de Luxemburgo, sin embargo, no solo no mejoran “Reformismo o revolución” sino

que amplifican sus errores. E1 núcleo de la argumentación de Luxemburgo parte de los fundamentos que ya expusiera en “Reformismo o revolución”: el consumo determina la producción; como los capitalistas no consumen toda la plusvalía, esta acumulación engendra un subconsumo que no encuentra salida porque carece de demanda solvente; este subconsumo sólo se puede compensar con las ventas en el mercado

exterior, en áreas al margen del capitalismo; por tanto, el capitalismo es un sistema económico que sólo puede funcionar si coexiste con regiones no capitalistas, porque la producción no encuentra compradores ni entre los obreros (ya que estos realizan el capital variable) ni entre los capitalistas (ya que éstos consumen sólo la parte de la plusvalía que no se acumula); hacen falta “otras clases sociales” situadas al margen de esas dos que completen la demanda; una vez que el capitalismo se extienda tanto que no tenga regiones

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(68)  "Reformismo o revolución", en Obras Escogidas, Ayuso, Madrid, 1975, tomo II, pg.99.

(69)  "Reformismo o revolución", cit., pg.46.

(70)  "Reformismo o revolución", cit., pgs.53 y 73.

(71)  "Reformismo y revolución", cit., pg.48.

(72)    El primero en aludir a las dificultades para realizar la plusvalía, antes que Rosa Luxemburgo, fue precisamente Bernstein en

          sus "Premisas".

(73)    "Anticrítica". En castellano se ha publicado junto una crítica de Bujarin a las posiciones económicas de Luxemburgo, bajo    

          el título "El imperialismo y la acumulación de capital". Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba (Argentina), 1974, pg.30.

(74)    Por e1 contrario, Lukacs apoyó las concepciones de Luxemburgo sobre la acumulación de capital y el  imperialismo que, a        

          su modo de ver, ofrecían un fundamento económico concreto a la  "zusammenbruchstheorie" ( Lukacs sobre Lenin 1924-       

          1970, Grijalbo, pgs.60 a 69).

vírgenes precapitalistas ni tampoco “terceras personas” que completen la demanda, se producirá el derrumbe. La causa del derrumbe, por tanto, es la falta de demanda, la reducción del consumo, la limitación de los mercados.

Luxemburgo, en realidad, está describiendo el proceso de expansión capitalista, la acumulación originaria de capital que se desarrolla a costa de las formas de producción precapitalistas, de la ruina de la pequeña producción agrícola y artesanal. En ella la coexistencia de esos dos modos de producción no se verifica necesariamente fuera de las fronteras, porque es posible la expansión interior, cuando existen regiones a las que aún no ha llegado el capitalismo. Desde el momento en que se agotan esos mercados precapitalistas, Luxemburgo no es capaz de explicar el funcionamiento del capitalismo, porqué éste se hunde irremisiblemente. Por eso su teoría es, a la vez, una teoría del imperialismo ya que no concibe el capitalismo sin esa búsqueda angustiosa de regiones vírgenes, sin burgueses ni proletarios, que le permitan sobrevivir. Como se ve, es una posición simétrica a la de Malthus y en estas ideas radica la fuente inspiradora de las modernas teorías “tercermundistas” del imperialismo. Lo que Luxemburgo “demuestra” es la imposibilidad del capitalismo, no su desmoronamiento. Es una posición similar también a las que se dieron entre los populistas rusos y que Lenin ya había criticado años antes. A pesar de que Luxemburgo critica expresamente a populistas y revisionistas, incurre en sus mismos errores: las salidas exteriores son imprescindibles, así como “otras clases sociales” al margen del proletariado y la burguesía.

Pero sobre todo, Luxemburgo incurre en un error mucho más grave, verdadero núcleo de todas las teorías del subconsumo: partir de la demanda, del consumo y localizar los problemas  económicos en la realización. Para Luxemburgo es imprescindible una expansión de la demanda y del mercado para proseguir con la acumulación. En la polémica de Kautsky contra Tugan-Baranovski y Hilferding, que habían defendido la ley de Say, Luxemburgo reconoce expresamente que su opinión es la misma de Kautsky. Por tanto, su teoría de la crisis se apoya en el subconsumo. Para ello, saca también las contradicciones no solamente fuera de la producción sino fuera de las fronteras, fuera del capitalismo mismo. Por tanto, Luxemburgo no critica al revisionismo sino que toma partido dentro del mismo revisionismo por una de sus dos corrientes, la de Kautsky. Su postura no está, en realidad, muy alejada de la de Bernstein: él también necesitaba buscar “clases medias” que estén fuera del proceso productivo para “explicar” el funcionamiento de la acumulación capitalista. Todas las teorías de la realización, en definitiva, inciden en ese mismo error, si bien Luxemburgo se cuidó de no deslizarse por la pendiente del reformismo y buscar contradicciones, aunque sea artificialmente, que “demostraran” el hundimiento del capitalismo.

Luxemburgo parte de un error muy común en aquella época entre la socialdemocracia: partir de los esquemas de la reproducción capitalista del Libro II de El capital y tomarlos por un modelo del funcionamiento real del capitalismo. Pero esos esquemas parten del supuesto simplificador de que no existe el mercado exterior y, por tanto, no se puede pretender “demostrar” a partir de ellos que el mercado exterior es imprescindible. Por otro lado, en dichos esquemas Marx supone también que los intercambios se producen por su valor y que no existen transferencias encubiertas de valor a través de los precios de producción, que no obstante resulta característico del comercio internacional.

Los errores de Luxemburgo no pueden empañar el acierto de muchas de sus críticas, por ejemplo, al reafirmar al capitalismo como un sistema económico movido por la ganancia y no por la mera producción de mercancías; su defensa de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, “uno de los descubrimientos más importantes de la economía marxista (...) el que infunde un sentido real a la teoría del valor” (75), y finalmente su peculiar teoría de la bancarrota, a la que se llegará, según Luxemburgo, por dos vías: bien porque la expansión capitalista reduce cada vez los sectores no capitalistas y, en consecuencia, impide la acumulación, bien porque sin esperar a ese momento, el proletariado se levantará y acabará con el

régimen del capital (76). Como afirma muy acertadamente, la lucha de clases es un “mero reflejo ideológico de la necesidad histórica objetiva del socialismo, que resulta de la imposibilidad económica objetiva del capitalismo al llegar a una cierta altura de su desarrollo” (77).

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(75)  "Anticrítica", cit., pg. 28.

(76)  "Anticrítica", cit., pg. l7.

(77)  "Anticrítica", cit., pg. 31.

 

No cabe desconocer tampoco importantes aportaciones que Luxemburgo elabora ya en “Reformismo o revolución”, como el distinto tratamiento que hace de las crisis iniciales del capitalismo “producto de su crecimiento infantil” con las crisis de decadencia que aún no han llegado pero que cabe esperar. Aquellas primeras crisis, decía Luxemburgo, derivan de la fase de expansión del capitalismo, mientras que las futuras van a ser crisis de envejecimiento y decrepitud. Esta genial aportación, que luego desarrollaría Lenin, aparece por vez primera en Luxemburgo, aunque aparece siempre ligada al mercado: expansión es expansión del mercado y no de la producción, los límites están en el mercado no en la misma producción, el capitalismo no es capaz de una expansión ilimitada precisamente por esos límites del mercado, las crisis aparecen como crisis comerciales, llegando a afirmar, en contra de Marx, que bajo el capitalismo “el intercambio domina la producción” (78). Luxemburgo critica acertadamente a Bernstein y su teoría de la “distribución injusta” de las riquezas pero la sustituye por otra equivalente. Defiende acertadamente el marxismo cuando sostiene que todo sistema de producción engendra una determinada distribución, pero no es capaz de concluir que, del mismo modo, ese sistema de producción condiciona el mercado.

Hay también en esta obra otras importantes aportaciones que luego desarrollará también Lenin, como la negación de que el monopolismo pueda resultar compatible, según decía Bernstein, con la progresiva democratización: “A consecuencia del desarrollo de la economía mundial y la agudización y generalización de la lucha competitiva en el mercado mundial, el militarismo y la marina de guerra han pasado de ser instrumentos de la política mundial a llevar la voz cantante tanto en la vida interior como en la exterior de los grandes Estados. Y si la política mundial y el militarismo suponen una tendencia ascendente en el momento actual, en consecuencia la democracia burguesa se moverá en línea descendente” (79).

El éxito de las teorías subconsumistas posteriores, especialmente en los ámbitos académicos anglosajones, radica precisamente en que Luxemburgo les proporcionó un formato revolucionario; de otro modo hubieran acabado recluidas en el ámbito de la socialdemocracia y del sindicalismo reformista, ya que su papel consistía en “demostrar” la necesidad de aumentar los salarios reales de los trabajadores para estimular la demanda y salir de las crisis. La obra de Luxemburgo tuvo una enorme influencia posterior, ya que desde 1907 había dirigido la sección de economía de la escuela de cuadros del partido socialdemócrata alemán. Gran cantidad de intelectuales centroeuropeos (especialmente polacos) bebieron en sus fuentes como si se tratara del manantial cristalino del mismo Marx. Sus obras contribuyeron a trasladar una ideología, como el subconsumismo, totalmente reformista, a ciertos sectores intelectuales de la “nueva” izquierda en los años sesenta, así como a grupos “tercermundistas”. La crítica de sus posiciones ideológicas es fundamental para deslindar los campos, tanto con respecto al reformismo como con respecto al izquierdismo. En particular, el “tercermundismo” que absolutiza la contradicción entre las grandes potencias y los Estados subdesarrollados de la periferia, no tiene en cuenta o menosprecia la lucha de clases dentro de las metrópolis imperialistas, llegando a sostener a veces que la clase obrera de estos países participa del saqueo neocolonial. Lo que Lenin consideró una característica del imperialismo, la gestación de la “aristocracia obrera” que promociona el reformismo entre los trabajadores, los “tercermundistas” la extienden al conjunto de la clase. La lucha de clases es sustituida por una única contradicción entre los países desarrollados y los subdesarrollados.

 

6. Un revisionista entre los bolcheviques: Nicolás Bujarin

      

Bujarin fue miembro del partido bolchevique, en el que mantuvo posiciones ideológicas

contradictorias. Durante cierto tiempo fue considerado el economista “oficial” del Partido y sus escritos tuvieron una cierta resonancia gracias a que intervino en los debates de la Internacional Comunista. Sin

embargo, no elaboró ninguna aportación significativa al marxismo y su fama se debe más a la labor propagandística de los anticomunistas que al mérito intrínseco de sus estudios De toda su obra, nos interesan aquí dos de sus ensayos, uno de ellos, escrito en l914, exponiendo sus propias concepciones sobre el imperialismo, que se tituló “La economía mundial y el imperialismo” y el otro, escrito en l925,

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(78)  "Reformismo o revolución", cit., pg. 83.

(79)  "Reformismo o revolución", cit., pg. 89.

replicando a Luxemburgo y titulado “El imperialismo y la acumulación de capital”.         

Bujarin, influido por el revisionismo, defiende las tesis subconsumistas y su crítica a Luxemburgo no tiene más que ese núcleo sustancial, en el que, por lo demás, coincide con ella: que la producción tiene el consumo como destinatario final, que hay una “conexión totalmente objetiva” entre ambos, que hay una “mutua dependencia” y, en suma, que “el volumen de la producción es determinado por el nivel de la demanda (...) La contradicción entre el valor de uso y el valor de cambio de la mercancía aparece aquí en el marco de la contradicción entre la producción de plusvalía, que tiende a una expansión sin límites, y el limitado poder de compra de las masas, que realizan el valor de su fuerza de trabajo. Esta contradicción

encuentra su solución en las crisis” (80). Alude en varias ocasiones al poder de consumo de las masas, que es cada vez menor, a causa de una distribución de la riqueza que tiende a reducir al mínimo vital los salarios y se adhiere así a la vieja ley de bronce de los salarios (81). En una conocida obra de divulgación, “El ABC del comunismo”, Bujarin escribe: “¿Qué son las crisis? He aquí cómo se desenvuelve el proceso éste. Un buen día resulta que se han producido algunas mercancías en cantidad excesiva. Los precios bajan y, sin embargo, no se encuentra quien las compre. Todos los almacenes se abarrotan. Gran cantidad de obreros son reducidos a unas condiciones de miseria en las que no pueden comprar lo  poco que consumían en otros tiempos. Entonces comienzan las catástrofes” (82). El abarrotamiento de los mercados obstaculiza las salidas a la producción en el interior del país; el imperialismo se vincula a esa búsqueda afanosa de mercados donde vender mercancías.

Su pensamiento económico es muy contradictorio: en lo sustancial Bujarin es un subconsumista, pero por lo demás sigue fielmente todas las tesis de Hilferding. En su caso, no hay aciertos que compensen los numerosos errores teóricos y simplicidades en que incurre. Así, por ejemplo, sostiene que los movimientos migratorios internacionales tienen su origen en los diferentes niveles de salarios existentes entre los países, cuyas diferencias tienden a igualar, lo mismo que se iguala la cuota de ganancia por medio del comercio internacional: “Tratando de maximizar las ganancias busca fuerza de trabajo más barata y, al mismo tiempo, la mayor tasa de explotación. Esta diferencia en la remuneración del trabajo, que está relacionada funcionalmente con la ganancia, es la verdadera razón de aquella cacería” (83).

Del mismo modo, siguiendo siempre literalmente a Hilferding (84), considera que es la diferencia en las cuotas de ganancia (y por tanto, en las composiciones orgánicas de capital) la que provoca la exportación de capitales. Por tanto, concibe la superproducción de capitales no de manera absoluta sino puramente relativa (85): en un país dado el capital resulta excedente y exportable sólo en relación al beneficio que puede obtener en comparación con otro país. Y este principio erróneo lo eleva nada menos que a la categoría de “ley general del modo de producción capitalista en su amplitud mundial”. Escribe Bujarin: “No es, pues, la imposibilidad de desplegar una actividad en el país, sino la búsqueda de una tasa de beneficio más elevada lo que constituye la fuerza motriz del capitalismo. Ni siquiera la 'plétora capitalista' moderna representa un  límite absoluto. Una tasa de beneficio más baja desplaza mercaderías y capitales cada vez más lejos de su 'país de origen'. Este proceso se cumple simultáneamente en las diversas

partes de la economía mundial. Los capitalistas de las diferentes economías nacionales chocan dentro de ellas como concurrentes, y cuanto menos débil es el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo mundial, la expansión del comercio exterior resulta menos contenida y más aguda la lucha en el terreno de la concurrencia” (86). Por el contrario, Marx y Lenin no tenían esa concepción económica. Ya en su época,

Marx defendió la naturaleza absoluta de la superproducción de capital: “El sistema  de crédito es, de por sí, un resultado  de la dificultad con que tropieza para invertir el capital  'productivamente', es decir, de un modo rentable Esto es, en efecto, lo que obliga a los ingleses a prestar sus capitales al extranjero para abrirse mercados. La superproducción, el sistema de crédito, etc.,  son medios con los que la producción

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(80)   El imperialismo y la acumulación de capital, cit., pgs. 173 y 174.

(81)   La economía mundial y e1 imperialismo, Ruedo Ibérico, París, 1969, pg. 72.

(82)   El ABC del comunismo, Júcar, Madrid, 1977, pg. 47.

(83)   El imperialismo y la acumulación de capital, cit., pg. 188; La economía mundial, cit., pg. 31.

(84)   E1 capital financiero, cit., pg. 348.

(85)   El imperialismo y la acumulación de capital, cit., pgs. 164-165, 186-187 y 194.

(86)   La economía mundial, cit. pgs. 37-38 y 75

capitalista se esfuerza en traspasar las fronteras que circunscriben su campo de acción y en producir con exceso. Obra así empujada de una parte por su propia tendencia y, de otra parte, porque no admite más producción que aquella en que el capital existente encuentre una inversión rentable. Y así es como estallan las crisis” (87). Lenin tampoco se refirió para nada a una supuesta superproducción “relativa” de capital, y escribió al respecto: “La necesidad de la exportación de capital es debida al hecho de que en algunos países el capitalismo ha 'madurado' excesivamente y (en las condiciones creadas por el desarrollo insuficiente de la agricultura y por la miseria de las masas) no dispone de un terreno para la colocación lucrativa del capital” (88). La superproducción de capital es, por tanto, según Marx y Lenin, de carácter absoluto: un país no exporta capital porque pueda obtener fuera de las fronteras un beneficio mayor que en el interior, sino porque aquí aparece un excedente, un sobrante. Esto es propio, como dice Lenin, de los Estados más maduros desde el punto de vista capitalista, de las grandes potencias, que es donde se produce ese fenómeno de superproducción de capital. La superproducción “relativa” de capital a la que se refieren Hilferding y Bujarin no explica que la exportación de capital sea mutua entre las grandes potencias imperialistas, donde la cuota de ganancia  y, por tanto, la expectativa de beneficio, es parecida. La teoría de la superproducción  “relativa” de capital es otro de los grandes tópicos económicos del revisionismo, que Bujarin definirá sintéticamente del modo siguiente: “La expansión del capital está condicionada  por el movimiento de la ganancia, su monto y su tasa, de la cual el monto depende” (89). Algunas décadas después, el Partido Comunista Francés repetirá: “El excedente de capital no se aprecia en sí mismo sino en relación con la cuota de ganancia perseguida” (90).

En contradicción con la plétora de capital, Bujarin, lo mismo que Hilferding, exagera el poder de 1a

banca. Según él, el capital bancario domina progresivamente al industrial, operando como organizador de la industria, de manera que no se puede fundar ningún nuevo monopolio sin intervención de la banca (91).

Esta influencia bancaria contribuye a superar el caos del mercado competitivo y tiende hacia un gigantesco monopolio omnicomprensivo, hacia el superimperialismo de que hablaba Kautsky: “Las diferentes esferas del proceso de concentración y organización se estimulan recíprocamente y originan una fuerte tendencia a la transformación de toda la economía nacional en una gigantesca empresa combinada bajo la égida de los magnates de las finanzas y del Estado capitalista, de una economía que monopoliza el mercado mundial y que llega a ser la condición necesaria de la producción organizada en su forma superior no capitalista(92). Tampoco este fue el criterio de Marx, quien escribió: “Cuando la producción capitalista se desarrolla plenamente y pasa a ser el régimen fundamental de producción, el capital usurario se somete al capital industrial y el capital comercial se convierte en una modalidad de éste, en una forma derivada del proceso de circulación. Más para ello, ambos tienen que rendirse y supeditarse previamente al capital industrial (93). Lenin tampoco habló jamás de supeditación del capital industrial al capital bancario sino de la fusión

de ambos, a la que denomina capital financiero.

          En la misma línea que Hilferding, sostiene Bujarin que a finales del siglo XIX el capitalismo experimentó un claro proceso de creciente “organización” que modificó seriamente el libre juego de las fuerzas de la competencia. Según Bujarin, el proceso de concentración y de creciente monopolización es lineal; el volumen y tamaño de las empresas crece cada vez más hasta llegar a un consorcio identificado con

el Estado: “Cada una de las 'economías nacionales' desarrolladas, en el sentido capitalista de la palabra,

se ha transformado en una especie de trust nacional del Estado (...) La economía nacional se transforma en un gigantesco trust combinado, cuyos accionistas son los grupos financieros y el Estado(...) Los Estados económicamente desarrollados han llegado, por así decirlo, a un punto en que se les puede considerar como una especie de organización trustificada o, conforme al nombre que les hemos dado, como trusts

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(87)    Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg. l68.

(88)      E1 imperialismo, fase superior del capitalismo, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1972, pgs. 77-78.

(89)    El imperialismo y la acumulación de capital, cit., pg. 194.

(90)     Capitalismo monopolista de Estado. Tratado marxista de Economía Política, Ediciones de Cultura  Popular, México, 1972,    

           tomo I, pg. 194.

(91)     La economía mundial, cit., pgs. 63-64. En el VI Congreso de la Internacional Comunista, Bujarin  salió expresamente en  

           defensa de Hilferding para sostener esta  tesis (Informes y Discusiones. Segunda Parte, cit., pgs. 198-203).

(92)     La economía mundial cit.,  pg. 65.

(93)     Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pgs. 376-377.

capitalistas nacionales(94). Después de muchas matizaciones Bujarin acaba finalmente por sucumbir ante las tesis de Hilferding y Kautsky: “La formación de los trusts capitalistas nacionales desplaza casi enteramente la concurrencia al campo de la concurrencia exterior”. La competencia, añade, “está a punto de desaparecer” (95). Operan dos tendencias contradictorias; por un lado la internacionalización que lleva hacia una organización capitalista mundial; por la otra, una tendencia nacionalista más fuerte que obliga al cierre de las fronteras. La competencia capitalista ya sólo existe fuera de las fronteras, donde se manifiesta como una pugna de los grupos nacionales entre sí, porque a corto plazo no cabe esperar que los diversos Estados, a su vez. se coaliguen en un trust mundial único, en una organización capitalista universal, aunque finalmente ésta se imponga “pero solamente después de un largo periodo de áspera lucha entre los trusts capitalistas nacionales” (96) En su obra “El ABC del comunismo” su posición es aún más contundente:

        

                  “Los Sindicatos y los trusts dominan casi por entero el mercado. No temen la concurrencia         

               porque la han suprimido previamente. En el puesto de la concurrencia han colocado al   

              monopolio capitalista, esto es, el dominio del trust.

                  “Con esto la concurrencia ha sido lentamente destruida por la concentración y centralización  

              del capital. La concurrencia se devoró a sí misma. A medida que se acentuaba progresaba la

              centralización. Hasta que finalmente, la concentración del capital provocada por la    

              concurrencia mató a la concurrencia misma. En lugar de la libre concurrencia apareció el

              dominio de las Asociaciones de monopolio, de los sindicatos, de los trusts” (97).

        

Por contra en el Vl Congreso de la Internacional Comunista, Bujarin matizó que el superimperialismo era viable en teoría pero no en la práctica (98). En cualquier caso, todas estas ideas son ajenas al marxismo.

En cuanto al derrumbe, Bujarin se manifiesta contrario y critica en este aspecto a Rosa Luxemburgo por su “determinismo económico” (99). Considera que el futuro del capitalismo sólo depende de la “relación de fuerzas sociales en lucha y nada más” (100) Su exposición es, por tanto, notablemente peor que la de Kautsky: al menos éste aludía a un factor “objetivo” paralelo al subjetivo, mientras que Bujarin únicamente expone este último. La revolución vuelve a convertirse en un imperativo categórico kantiano, en una cuestión meramente ética.

 

7. La lucha contra el revisionismo: Lenin

  

Fue Lenin singularmente quien planteó batalla a las concepciones de los revisionistas en el

terreno político, ideológico, estratégico y organizativo, defendió el marxismo y lo desarrolló con nuevas e

importantes aportaciones. Esta tarea de Lenin es bien conocida y ha sido    continuada después por todo el movimiento comunista internacional, especialmente por Mao Zedong, debido a la persistente influencia del revisionismo en las filas del movimiento obrero.

Sin embargo, los primeros escritos económicos de Lenin estuvieron dirigidos contra los populistas,

cuyas posiciones, tomadas de Sismondi (101) y Malthus (102), eran muy parecidas a las revisionistas.

Apenas trascendieron en su momento fuera de Rusia y algunos de ellos ni siquiera se publicaron entonces. La polémica contra los populistas en Rusia es anterior a la de la socialdemocracia alemana contra los revisionistas y, sin embargo, los argumentos de Lenin no se tomaron en consideración por la debilidad de los círculos marxistas rusos, en general, y de Lenin, en particular, que en aquella época tenía 23 años y no

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(94)     La economía mundial, cit., pgs. 98 y 110.

(95)     La economía mundial, cit., pg. 115.

(96)     La  economía mundial, cit., pgs. 129-130

(97)     Cit., pgs.75-76. Otras traducciones de1 mismo texto, aluden a un trust único (con  E.    

            Preobrazhenski: ABC del comunismo, Fontamara, Barcelona, 1977, pg. 98).

(98)     Informes y Discusiones. Segunda Parte, cit., pgs. 204-205.

(99)     El imperialismo y la acumulación de capital, cit., pg. 201.

(100)   La economía mundial, cit., pg. l26.

(101)  "Para una caracterización...", tomo II, pgs. 192 y 243.

(102)  "El contenido económico del populismo", en Obras completas, tomo I, pgs. 465-466 y 470 y siguientes.

era conocido. Buena parte de las críticas de Lenin van dirigidas contra el economista ruso Tugan-Baranovski, que formaba parte con Bulgakov y Struve de los “marxistas legales”, un anticipo ruso de lo que luego sería el revisionismo dentro de la socialdemocracia alemana. Después de la lucha contra el revisionismo entre la socialdemocracia alemana, Lenin no insiste sobre las cuestiones económicas porque en 1903 sobreviene la escisión dentro de la socialdemocracia rusa y el enemigo principal pasó a ser otro distinto y no ya los populistas. Entonces Lenin tuvo que trasladar la discusión al terreno político, estratégico e ideológico y sólo muy superficialmente entró en las cuestiones económicas. Basta leer “La revolución proletaria y el renegado Kautsky” o “El Estado y la revolución” para caer en la cuenta de cuáles eran las cuestiones más importantes que entonces abordó Lenin en su lucha contra el revisionismo. Incluso en su obra “El imperialismo, fase superior del capitalismo” Lenin critica a Kautsky porque éste consideraba el imperialismo como un fenómeno exclusivamente político, lo que lleva a Lenin a centrarse en los fenómenos más aparentes y descriptivos del monopolismo, debido al carácter popular y divulgativo del folleto, que contrasta radicalmente con otros estudios suyos extremadamente concienzudos, como por ejemplo “Materialismo y empiriocriticismo”, en el que critica las corrientes filosóficas más en boga entonces. Por el contrario, la Economía Política no volvió a atraer la atención de Lenin, después de sus primeros trabajos juveniles. Incluso Lenin lamenta en “El imperialismo, fase superior del capitalismo” no haber podido escribir una obra menos económica y más política, a causa de la censura. Y es que los aspectos económicos del revisionismo quedaban en un segundo plano ante la colaboración de la socialdemocracia en la guerra mundial y su oposición a la revolución de octubre en Rusia. Consideraba superada la polémica con el revisionismo en el plano económico: lo importante era explicar cómo era posible que en la nueva etapa imperialista una parte de los trabajadores, la aristocracia obrera, traicionara a su clase. Los estudios económicos que Lenin elaboró en su juventud tenían un claro carácter instrumental; incluso obras tan vastas como “El desarrollo del capitalismo en Rusia” estaban concebidas para la elaboración de la línea política de la socialdemocracia. Más que su  indudable interés para el análisis económico, prevalecía la necesidad de diseñar una estrategia revolucionaria para Rusia.

Las posiciones de Lenin han sido abiertamente tergiversadas después por los propios revisionistas contemporáneos, por lo que importa dejar bien claras cuáles fueron sus posiciones en la lucha contra los que caricaturizaban al marxismo. Así por ejemplo para Umberto Cerroni la teoría del derrumbe, “uno de los problemas más espinosos de la tradición marxista”, fue rechazada por Kautsky, Luxemburgo y Lenin. Incluso llega a decir que en este aspecto, Lenin estaba de acuerdo con Kautsky (103). Todos sus esfuerzos radican en demostrar que Lenin se opuso tanto a la idea de un colapso como a la de la superproducción y que entendía el proceso revolucionario como un fenómeno exclusivamente subjetivo: el capitalismo sería derribado por la creciente conciencia y organización del proletariado. Según Cerroni, la crisis económica

es “un aspecto más” de la crisis social, en la que inciden factores jurídicos, políticos y, cómo no, morales, porque Marx no tenía una noción tan mecanicista de la crisis capitalista, sino que la subjetividad desempeña un papel de primer orden (104). Cerroni no se limita a falsificar el pensamiento de Kautsky y de Luxemburgo: lo que es peor, falsifica el de Marx y el de Lenin.

Lenin defendió abiertamente las ideas económicas de Marx y, en cuanto a la ley del derrumbe y en contra no sólo de Bernstein sino también de Kautsky, escribió: El capitalismo marcha hacia la bancarrota, tanto en el sentido de las crisis políticas y económicas aisladas como en el del completo hundimiento de todo el régimen capitalista” (105). No se trata únicamente de dificultades de realización, de desproporciones o de contracción de los mercados sino de la inviabilidad del capitalismo como sistema económico de producción y valorización, de que la acumulación tiene un límite que, una vez alcanzado,

impide la reproducción del sistema.

Los populistas rusos negaban la viabilidad del capitalismo en Rusia, pero Lenin supo aclarar que la situación en Alemania y en Rusia era diferente; el primero era un país maduro donde el capitalismo había desarrollado sus fuerzas productivas y estaba en trance de entrar en su fase monopolista e imperialista, es decir, en la fase de decadencia, mientras en Rusia aún la penetración era muy débil y el desarrollo capitalista

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(103)   La  teoría de las crisis sociales en Marx, Comunicación, Madrid, 1975, pgs. 107 y 110.

(104)   Ibid, pg. l31 y 133.

(105)  "Marxismo y revisionismo , cit.

 no había extendido aún sus efectos progresistas. Por eso la situación económica en Alemania había que analizarla sobre todo en base al Libro III de “El capital”, mientras que para el estudio de la de Rusia había que adoptar los esquemas de reproducción y acumulación del Libro II. En un caso había que hablar de la crisis del capitalismo y en el otro de su desarrollo. Ese es el significado del Libro Il: demostrar la circulación del capital y su posibilidad de realización interior, ilustrar el paso de la economía natural a la mercantil y de ésta al capitalismo. Además, en esa época, el Libro III aún no había sido llevado a la imprenta por Engels, por lo que al escribir sus primeras obras Lenin no pudo tener una visión completa del pensamiento de Marx al respecto.

Los esquemas del Libro II se basan en la idea de equilibrio y, por tanto, tienen un alcance explicativo muy limitado; hay que ponerlos en relación con el análisis marxista de las tendencias del capital en su conjunto y, especialmente, con la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, que sólo aparece en el Libro III. Los esquemas de circulación del Libro II parten de supuestos muy estrictos que no existen en el mundo real. Los dos supuestos más importantes son que, en ese nivel de análisis, Marx sigue suponiendo que el sistema económico está cerrado al comercio exterior y que las mercancías se venden por su valor, las cuotas de ganancia de los dos sectores no están aún igualadas y no hay transferencias de valor de un sector a otro y que sólo circula dinero metálico:

             

                “Para mantener en su pureza la fórmula del ciclo, no basta suponer que las mercancías se   

             venden por su valor, sino que hay que partir, además. de la premisa de que las demás

             circunstancias en que esto ocurre permanecen invariables”

            

                  “Partimos siempre del supuesto de que el dinero es dinero metálico, con exclusión del dinero

             simbólico, de los simples signos de valor, que son especialidad de ciertos Estados, y del dinero-

             crédito, que aún no ha llegado a desarrollarse” (106).

           

Puede decirse que mientras en el Libro II se trata del equilibrio a corto plazo, en el Libro III se

trata de las tendencias, de los desequilibrios a largo plazo y, sobre todo, de la caída de la cuota de ganancia. Si no se tiene esto en cuenta, los esquemas de reproducción del Libro II no sirven en absoluto para examinar los mecanismos de acumulación y reproducción.

En cuanto a la superproducción, Lenin criticó las concepciones de Sismondi al respecto, ya que el subconsumo “existió en los regímenes económicos más diversos, mientras que las crisis constituyen el rasgo distintivo de un sólo régimen: el capitalismo (107). Lenin no extrae el diagnóstico de las crisis del

ámbito de la producción sino que las sitúa en el epicentro del modo de producción capitalista, en la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, entre el carácter socializado de

las primeras y el privatizado de las segundas. Y lo que es más importante. Lenin no niega la existencia de

subconsumo sino que lo “pone en su lugar considerándolo como un hecho secundario que concierne a un

sector de la producción capitalista” (108). Lenin reconoció la enorme importancia de las contradicciones entre la producción y el consumo y del problema de subconsumo que origina, pero no la situó en el mismo plano que la otra porque ella “no puede explicar las crisis”, en cuanto que “dicha contradicción no significa que el capitalismo sea imposible” (109). La contradicción entre la producción y el consumo no está al mismo nivel que la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción: la primera es una contradicción secundaria frente a la segunda, que es la principal; esta última

es una contradicción antagónica que conduce al desmoronamiento del capitalismo, mientras que la primera

puede controlarse, de modo que toda producción se realice íntegramente en el mercado: “Naturalmente, si el capitalismo hubiera podido desarrollar la agricultura, que actualmente se halla en todas partes enormemente atrasada con respecto a la industria; si hubiera podido elevar el nivel de vida de las masas de la población, que siguen viviendo, a pesar del vertiginoso progreso de la técnica, una vida de hambre casi y

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(106)   El capital, II-4, pgs. 95 y 100.

(107)   "Para una caracterización...", cit., tomo II, pg. 159.

(108)  "Para una caracterización...", cit., pg. 160.

(109)  "Respuesta al Señor P.Nezhdanov", en Obras completas, tomo IV, pg. 167.

de miseria, no habría por qué hablar de un exceso de capital. Este 'argumento' es constantemente empleado por los críticos pequeñoburgueses del capitalismo, pues el desarrollo desigual y el nivel de vida de las masas semihambrientas son las condiciones y las premisas básicas, inevitables, de este modo de producción. Mientras el capitalismo es capitalismo, el exceso de capital no se consagra a la elevación del nivel de vida de las masas en un país determinado, ya que esto significaría la disminución de las ganancias de los capitalistas, sino al acrecentamiento de estos beneficios mediante la exportación de capital al extranjero, a los países atrasados” (110).

Una de las críticas de Lenin a Sismondi, los populistas y todos los subconsumistas, consistía en decirles que sólo tenían en consideración el consumo improductivo, el consumo personal, mientras que el mercado de medios de producción también es consumo (consumo productivo) y entra en la circulación de mercancías. A su vez esta errónea concepción de románticos y revisionistas procede de que Sismondi no enmendó el error de Smith al subdividir la producción únicamente en capital variable y plusvalía, sin tener en cuenta el capital constante (111). De ahí deriva la concepción del capitalismo como un mecanismo

económico volcado en el consumo y, por ende, todas las teorías del subconsumo. Es justamente este mercado de capital constante, de medios de producción, el que va adquiriendo con el desarrollo del capitalismo una importancia mayor, frente al consumo improductivo. De modo que una parte de la pequeña burguesía rural se arruina y se escinde en burguesía rural y proletariado rural, pero este fenómeno de proletarización contribuye, por una parte a liberar mano de obra para la industria y, por el otro, promueve el mercado de medios de producción. La acumulación originaria de capital consiste precisamente en una expropiación de la pequeña propiedad rural, en una centralización de la propiedad sobre los medios de producción, que pasan a convertirse en capital. Eso no reduce el mercado interior sino que lo crea (112). Decía Lenin: “El empobrecimiento de las masas del pueblo (ese miembro infaltable en toda disquisición populista sobre el mercado) lejos de obstaculizar el desarrollo del capitalismo, expresa su desarrollo, es condición de éste y lo fortalece. El capitalismo necesita de 'obrero libre', y el empobrecimiento se traduce justamente en que los pequeños productores se convierten en obreros asalariados. Este empobrecimiento de las masas es acompañado por el enriquecimiento de unos pocos explotadores; a la ruina y decadencia de los pequeños establecimientos siguen el fortalecimiento y desarrollo de los más grandes; ambos procesos contribuyen a la ampliación del mercado: el campesino empobrecido, que vivía antes de su propia agricultura, vive ahora de un salario, es decir, de la venta de su fuerza de trabajo. Ahora tiene que comprar los artículos de consumo necesarios (aunque en menor cantidad y de peor calidad); por otra parte, los medios de producción de los cuales es liberado este campesino se concentran en manos de una minoría, se convierten en capital y el producto entra al mercado” (113).

Lenin analiza la contradicción entre la producción y el mercado sobre la base crucial de la acumulación y de cómo ésta supone un crecimiento de las necesidades de toda la población, incluido el

proletariado. Por tanto, en contra de lo que exponían Tugan-Baranovski y Hilferding, la acumulación tiene

que incrementar el sector de la producción dedicado a fabricar bienes de consumo; una parte de la acumulación se tiende que destinar a incrementar el capital variable; el desarrollo de ese sector dedicado a la fabricación de bienes de consumo es también fundamental porque contribuye a reducir los salarios. Esta es la clave para analizar la cuestión de la pauperización de la clase obrera: el sector dedicado a la fabricación de medios de producción crece más rápidamente que el dedicado a fabricar bienes de consumo, pero no significa que éste no crezca en absoluto.

Otro de los postulados defenestrados por Lenin es el de la exigencia de “terceros” y del mercado exterior para la viabilidad del capitalismo, exigencia requerida tanto por los populistas en Rusia como por

Luxemburgo en Alemania. Este análisis de Lenin, basado en el Libro II de “El capital”, es el que permitió comprender correctamente el carácter de la revolución futura en Rusia y la clase destinada a dirigir esa revolución, la clase obrera. Sólo esta certera comprensión de las tendencias económicas en Rusia permitió a los bolcheviques diseñar una estrategia adecuada, prever el papel de las demás clases en el proceso

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(110)   El imperialismo, cit., pg. 77.

(111)   "El contenido económico del populismo", cit., tomo I, pgs. 514-515.

(112)   "Para una caracterización...", cit, tomo II, pg. l31

(113)   "El llamado problema de los mercados", cit., tomo I, pg. ll3.

revolucionario y ganarse importantes aliados.

En obras posteriores Lenin desarrolló esta misma idea relacionándola con sus tesis sobre el imperialismo, una de cuyas características era precisamente la descomposición. En 1910 Rudolf Hilferding publica “El capital financiero”, en el que relaciona a los monopolios con la posibilidad de regular el capitalismo y evitar las crisis, descartando radicalmente cualquier posibilidad de colapso del sistema. Los monopolios habían eliminado la anarquía de la producción, es decir, la competencia. Lenin también criticó estas concepciones: “La afirmación reformista burguesa de que el capitalismo monopolista de Estado no es ya capitalismo, que puede llamarse ya socialismo de Estado', y otras cosas por el estilo, es el error más difundido. Naturalmente, los trusts no proporcionan, no han proporcionado hasta ahora ni pueden proporcionar una planificación completa. Pero por cuanto son ellos los que trazan los planes, por cuanto son los magnates del capital quienes calculan de antemano el volumen de la producción a escala nacional o incluso internacional, por cuanto son ellos quienes regulan la producción con arreglo a planes, seguimos, a pesar de todo, en el capitalismo. Cierto que en una fase suya, pero indudablemente en el capitalismo La 'proximidad' de tal capitalismo al socialismo debe constituir, paca los verdaderos representantes del proletariado, un argumento a favor de la cercanía, la facilidad, la viabilidad y la urgencia de la revolución socialista; pero de ninguna manera un argumento que justifique la tolerancia con quienes niegan esta revolución y con quienes embellecen el capitalismo, como hacen todos los reformistas” (114). En otra obra señala: “Al mismo tiempo, los monopolios, que se derivan de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen por encima de ella y a la par con ella, engendrando así contradicciones, rozamientos y conflictos particularmente agudos y bruscos (...) El monopolio no puede eliminar nunca del mercado mundial de un modo completo y por un período muy prolongado la competencia” (115).

Por otro lado, Lenin deja también muy claro que el imperialismo tiende a la agudización de todas las contradicciones, que lleva al capitalismo a su crisis general. Es la tendencia al colapso capitalista la única que permite explicar esa creciente agudización de todas las contradicciones bajo el monopolismo, así como el fermento de las condiciones subjetivas de la revolución: extensión de la conciencia de clase, predisposición para el combate revolucionario, fortalecimiento de la organización del proletariado, etc. El materialismo enseña que las condiciones subjetivas no brotan de la nada sino que se corresponden a una situación objetiva, de manera que resultaría imposible su crecimiento si el capitalismo pudiera desarrollarse indefinidamente y si sus contradicciones se amortiguaran con el transcurso del tiempo, como pretendían los revisionistas. La crisis general del capitalismo significa precisamente que la bancarrota del sistema económico se expande al sistema político, jurídico, ideológico e institucional: que no hay ninguna

esfera que se salve de la degeneración capitalista. Sobreponerse a esta crisis general es cada vez más difícil porque cuantitativa y cualitativamente los antagonismos son cada vez mayores. De ahí también que el imperialismo sea un sistema de soborno de una parte de los trabajadores, de creación de una aristocracia obrera cómplice de las maniobras de los monopolistas. Las crecientes dificultades del capital necesitan de

auxiliares suyos dentro de las filas obreras: de los reformistas, de los sindicatos amarillos, etc. El surgimiento de este sector traidor y corrupto entre los trabajadores no es un síntoma de debilidad o de falta de conciencia del movimiento obrero, sino de crisis del capitalismo en su conjunto.

Lenin no consideraba de ninguna de las maneras que bajo el monopolismo pudiera democratizarse el sistema burgués de dominación, sino todo lo contrario: “El viraje de la democracia a la reacción política constituye la superestructura política de la nueva economía, del capitalismo monopolista (el imperialismo es capitalismo monopolista). La democracia  corresponde a la libre competencia. La reacción política corresponde al monopolio (...) El imperialismo está en contradicción, en contradicción 'lógica', con toda la democracia política en general (...) La sustitución de la libre competencia con los monopolios 'dificulta'

más aún la realización de cualquier libertad política” (116). Hoy el capitalismo se mueve sobre una situación económica cada vez más difícil; su reproducción reproduce las contradicciones a un nivel de creciente confrontación y es precisamente esa circunstancia la que impulsa la lucha de clases del proletariado como lucha revolucionaria.

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(114)   El Estado y la revolución, Progreso, Moscú, 1974, pg. 73.

(115)   El imperialismo, cit., pgs. 112 y 127

8. Eugen Varga y los nuevos revisionistas

 

Eugen Varga fue economista y ministro de finanzas del gobierno revolucionario húngaro de 1919, tras cuyo aplastamiento tuvo que emigrar a Moscú, donde residió el resto de su vida. Tuvo también una destacada intervención en los Congresos de la III Internacional.

En  sus escritos, Varga iniciará un estilo de análisis económico que ya estaba también presente en las obras de Bujarin y que luego seguirán todos los economistas soviéticos. Por un lado, ese estilo insistirá en una repetición de determinados párrafos de los escritos de Marx y Lenin, para demostrar un apego formal por los textos y una continuidad en la investigación. Por el otro, las obras de Varga y los “Manuales” soviéticos se limitarán a una tarea puramente descriptiva de los fenómenos más superficiales del capitalismo contemporáneo. Parecen dar a entender que en Economía Política todo ya estaba escrito y que únicamente quedaba actualizar estadísticamente los estudios de Marx y Lenin. Se trataba de una cómoda “puesta al día” de los viejos textos con los nuevos datos.

Pero a diferencia de los economistas soviéticos, Varga aún conserva retazos de la teoría del derrumbe, y escribirá: “La doctrina de Marx relativa a las crisis está indisolublemente vinculada a su teoría del carácter históricamente temporal y al hundimiento revolucionario inevitable del capitalismo por la lucha del proletariado (...) Quien niega la teoría marxista del hundimiento debe necesariamente repudiar o falsificar de manera oportunista su teoría de las crisis”(117). Sin embargo, no hay una explicación de las razones objetivas de ese hundimiento inevitable, del papel que desempeña ahí la crisis del capitalismo.

Por lo demás, la teoría de Varga y los soviéticos sobre las crisis no es otra que la vieja teoría revisionista del subconsumo. Varga diferencia la producción (a la que denomina “poder de compra de la sociedad”) del poder de consumo (los salarios de los obreros más la plusvalía de los capitalistas que no se destina a la acumulación) y considera que el abismo entre ambas cantidades progresa cada vez más; la contradicción entre una producción socializada y una apropiación privatizada se manifiesta en esa divergencia creciente entre la expansión de la producción de mercancías y la limitación del consumo: “Es la limitación y la disminución relativa, continua, fatal, del poder de consumo lo que resulta decisivo para la suerte del capitalismo”. Tal teoría se apoya, como es natural, en que “los medios de producción sirven, en el proceso de reproducción social, o la producción de medios de consumo” y, por tanto, “la producción de medios de producción está, en último análisis, limitada por el poder de consumo de la sociedad capitalista. La disminución relativa del poder de consumo producida por la acumulación, necesariamente debe poner fin tarde o temprano, a la extensión de la producción (...) Es así como la contradicción que se exacerba fatalmente entre la evolución de las fuerzas productivas y el poder de consumo de la sociedad

capitalista determina en un grado creciente, la marcha del ciclo industrial y constituye la base económica

de la maduración acelerada de la crisis revolucionaria”. El monopolismo agrava el problema del subconsumo al reducir la capacidad de absorción de los mercados: “El poder de consumo de la sociedad capitalista disminuye relativamente con el desarrollo de los monopolios y como, en último análisis, la potencia del poder de consumo determina también la potencia del poder de compra, la contradicción entre las posibilidades de producción y las posibilidades de salida se hacen cada vez más grandes y el problema del mercado cada vez más insoluble” (118)

Los “Manuales de Economía” de los soviéticos han repetido hasta la saciedad las ideas de las dificultades de realización y venta de las mercancías. Así para Rumiantsev “las crisis de superproducción --

se distinguen por una considerable agravación de las dificultades de venta del producto” (119) y, según Nikitin,  “la capacidad adquisitiva de las masas trabajadoras queda a la zaga de la producción, que se amplía constantemente. Este atraso alcanza periódicamente enormes proporciones y da lugar a las crisis económicas de superproducción (...) El exceso de mercancías sólo existe si se tiene en cuenta la demanda solvente, pero no en comparación con las verdaderas necesidades de la sociedad. Durante la crisis no

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(116)    "Sobre la caricatura del marxismo y el economismo imperialista", en "El imperialismo y los imperialistas", Progreso,   

             Moscú, s/f, pgs. 95, 98, 99.

(117)    La crise économique, sociale, politique, Bureau d'Editions, París, 1935, pg. 19.

(118)    La crise, cit., pgs. 25, 32, 35, 37 y 39.

 

disminuyen las necesidades de la sociedad, sino que se produce un descenso vertical de la capacidad solvente de las masas trabajadoras. Durante las crisis los trabajadores se ven privados de lo más indispensable y sus necesidades son satisfechas peor que en ninguna otra época” (120). Por su parte, Rindina y Chernikov escriben:

 

               “Esta contradicción consiste en que la creciente masa de mercancías, materialización del valor y         

           de la plusvalía, requiere que se amplíen constantemente los mercados para la venta de las mismas.

           Empero a la par de ello, el incremento de la explotación de los obreros y campesinos restringe el

           consumo de la enorme mayoría de la sociedad. Así, las condiciones de su realización, dependientes

           de la capacidad adquisitiva de la sociedad y la proporcionalidad entre las distintas ramas de la

           producción. Este conflicto se manifiesta en el mercado, cuando las mercancías no encuentran salida

           a precios capaces de realizar la plusvalía que entrañan, e incluso, muchas veces, a precios capaces

           sólo de reponer los gastos de producción.

               “Las crisis económicas hacen patente que la producción capitalista depende, en última instancia,        

           del nivel del consumo personal de las masas trabajadoras” (121).

      

En otra obra de divulgación italiana se puede leer igualmente: “El punto crucial del sistema capitalista es precisamente éste, la venta de la mercancía, la reconstitución del capital necesario para reiniciar el proceso productivo, la reproducción (...) Por lo tanto, para que la mercancía producida pueda ser vendida con una ganancia, esto es, a un precio remunerativo, es necesario que exista una demanda, un poder adquisitivo (...) Una condición fundamental de desequilibrio está representada precisamente por la relativa disminución del poder de adquisición de las masas no capitalistas (...) Es característico de todas las sociedades basadas en la explotación mantener a las masas en un estado de perenne subconsumo y ello con el fin de conservar la estructura social existente (...) Si bien, pues, el subconsumo no es una característica exclusiva del sistema capitalista de producción sino que es común a todos los sistemas basados en la explotación y en la división en clases, en el sistema capitalista desempeña, sin duda, un papel importante en el origen de la crisis, cosa que vimos cuando hablamos de las tesis de Sismondi y Malthus” (122).

A través de tantos “Manuales” el subconsumo ha enraizado como la mala hierba entre el pensamiento marxista, de modo que no hay tampoco línea política de partido revisionista que no proponga

como receta la elevación de los salarios y el estímulo de la demanda, para salir de la crisis de

superproducción, ni que deje de denunciar su llamativo contraste con el “despilfarro económico” que el capitalismo desata. Sin embargo, la realidad va por otro rumbo y no hay crisis que no se salde con un fuerte descenso de los salarios y de la demanda de consumo como vía de escape. Los subconsumistas siguen también sin explicarnos la superproducción de capital-dinero, es decir, de la ganancia ya realizada.

No obstante, Varga apunta algunos detalles interesantes, que no sólo no llega a desarrollar mínimamente, sino que no hacen más que añadir confusión al problema. Así por ejemplo, esboza correctamente la naturaleza de los ciclos económicos que, a diferencia de sus tesis anteriores, no relaciona con el subconsumo, sino con la acumulación, a la que considera como “un proceso dialéctico”. Así en su obra, se engendra una dualidad irresoluble: la crisis no parece tener vinculación con el ciclo económico; ambos parecen caminar en paralelo, la primera vinculada al subconsumo y el segundo a la acumulación.

Las teorías, viejas y modernas, del subconsumo no pueden aportar nada al análisis de la crisis del capitalismo. La superproducción no es la causa de la crisis sino su consecuencia y no es una superproducción compuesta principalmente de bienes de consumo sino una superproducción de capitales, bien en su forma de mercancías, bien en su forma de capital-dinero. Su origen está en la insuficiente

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(119)   Economía Política. Capitalismo, Manual, Progreso, Moscú, 198O, pg 451.

(120)   Manual de Economía Política, Akal, Madrid, 1986, pgs. 152-153.

(121)   Economía Política del capitalismo, Ayuso, Madrid, 1975, pg. 169.

(122)   Antonio Pesenti: Lecciones de Economía Política. Tratado marxista de Economía Política, Ediciones de Cultura Popular,

            México, 1975, pgs. 259 a 264.

valorización del capital. Pero el análisis de la superproducción en los nuevos revisionistas es extraordinariamente confusa y ambigua. Por ejemplo, según Nikitin “la superproducción de mercancías que da lugar a las crisis no es absoluta, sino relativa” (123). Y para Rumiantsev, la esencia de las crisis “reside en que la cantidad de mercancías producidas en la sociedad resulta superior a la demanda solvente y no encuentra salida. En consecuencia, cierta parte da la producción suspende su actividad, disminuye la producción de mercancías y el período de crecimiento de la producción cede lugar a la decadencia. Este exceso de mercancías respecto de la demanda en la sociedad expresa la superproducción de capital, la excesiva ampliación de la producción, debida al afín de lucro, en comparación con el volumen de la demanda solvente posible en las condiciones de cada caso concreto” (124). Sólo admiten, por tanto, la superproducción relativa y no aluden para nada a la superproducción absoluta (125). Varga pone en boca de Marx que 1a acumulación significa “una superproducción relativa continua” (126), mientras los soviéticos dicen que fue Lenin quien “subrayó” la relatividad de la superproducción de capitales (127). Los economistas soviéticos tienden a recargar todos los males del capitalismo sobre los monopolios, y en particular a responsabilizarles de la superproducción (128), lo que resulta falso porque la superproducción aparece también en la fase premonopolista del capitalismo: como es igualmente falso referirse a la superproducción de capital como capital sólo monetario, crediticio, bursátil o accionarial (129). No obstante, al copiar literalmente a Lenin, a veces dan finalmente con la clave: “La necesidad de exportar capitales obedece a que en unos pocos países el capitalismo está 'demasiado maduro' y al capital le falta espacio para su aplicación 'lucrativa'” (130). Esto, que podía haber resultado un excelente punto de arranque para el análisis del problema, no se desarrolla, quedando en un mero calco aislado de lo que Lenin escribió, pero sin citarle siquiera.

Los economistas del Partido Comunista Francés adoptan una posición intermedia: admiten las dos clases de superproducción, la absoluta y la relativa. Denominan superproducción absoluta de capital cuando una cantidad suplementaria de capital no rinde ningún beneficio adicional al ya existente, mientras que la califican de relativa cuando el capital suplementario no alcanza a obtener la cuota media de ganancia (131). Este planteamiento tampoco es correcto, aunque quepa disculparlo en el contexto en el que los autores de este estudio lo plantean, al tomar en consideración dos factores muy concretos que nosotros hemos dejado

de lado, a saber, por una lado, la intervención del Estado en la economía y el funcionamiento de las empresas públicas, la mayor parte de las cuales operan con pérdidas o con beneficios por debajo de la cuota media de ganancia y, por el otro, determinados pequeños negocios de tipo familiar que operan por debajo de los márgenes de beneficio corrientes, constituyendo bolsas de desempleo encubiertas. Pero este planteamiento es estático y considera la cuota de ganancia algo fijo y no en continuo movimiento (y en movimiento de descenso, además). Una consideración dinámica de la cuota de ganancia explicaría cómo una misma empresa en un momento dado obtiene beneficios por encima de la cuota media y luego por debajo de ella y ninguna de ambas situaciones cambiaría sustancialmente la situación sino que seguiría funcionando mientras el capital acumulado siguiera rindiendo beneficios. A veces la superproducción aparece con una cuota de ganancia por encima de la cuota general y otras veces cuando su cuota individual

está por debajo de ella. La superproducción relativa no alcanza a explicarnos cómo es posible que se produzca exportación de capitales entre países con similares cuotas de ganancia, entre las mismas potencias imperialistas Lo que le interesa al capitalista no es tanto un número abstracto, un mero índice, la cuota general, sino la masa total de beneficio en relación con el capital acumulado: para Marx el flujo de capital o su acumulación “se desarrollan en proporción al peso que ya tiene y no en proporción a la cuantía de la

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(123)   Manual de Economía Política, cit.,  pg. 153

(124)   Economía Política. Capitalismo, cit., pg. 443.

(125)   Rumiantsev, Economía Política. Capitalismo, cit., pg. 492-493; Nikitin, ob.cit., pg. 153.

(l26)    La crise, cit., pg. 32.

(127)   N.S.Spiridonova y L.A.Cherkasova: Rasgos económicos del imperialismo, Grijalbo,          

            Barcelona, 1974, pg.52. Lo mismo afirman Rindina y Chernikov, ob.cit., pgs. 254-255.

(128)   Rindina y Chernikov, ob.cit.,, pg. 254; Spiridonova y Cherkasova, ob.cit., pg. 52.

(129)   Rindina y Chernikov, ob.cit., pg. 254; Spiridonova y Cherkasova, ob.cit., pg. 52.

(130)   Spiridonova y Cherkasova, ob.cit., pg. 53.

(131)   Capitalismo monopolista de Estado, cit., tomo I, pgs. 48-49.

cuota de ganancia” (132). No existe la superproducción relativa de capital: la cuota de ganancia disminuye pero la masa de ganancia aumenta, y el capitalista se preocupa justamente cuando la masa (y no la cuota) empieza también a descender.

 

9. La superproducción absoluta de capital: Henryk Grossman

 

El economista polaco Henryk Grossman elaboró después de la muerte de Lenin la contribución más importante a la Economía Política, apoyándose en los estudios de Marx. Su obra “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”, aparecida en 1929, constituye una aportación decisiva al materialismo histórico, que los revisionistas se han esforzado por silenciar completamente, hasta el punto de que sus estudios no se mencionan ni siquiera para criticarlos.

No cabe duda que Grossman es un economista “maldito”. De entre todo el grupo de polacos que comenzaron a escribir en el período de entreguerras (Moszkowska, Kalecki, Lange, Rosdolsk ) es el único que no sólo no se apoya en Luxemburgo, sino que la critica certeramente y, con ella, todas las teorías subconsumistas. En sus análisis, Grossman arranca de los postulados marxistas sobre el valor, que pone en el centro mismo de su exposición para demostrar la tendencia inexorable del capitalismo hacia el derrumbamiento. Pero Grossman no se limita a repetir lo ya descrito por Marx sino que subraya determinados aspectos descuidados por algunos continuadores, tales como el valor de uso, el consumo

improductivo de los capitalistas, etc. Finalmente, Grossman añade importantes contribuciones al análisis económico en las que hasta ese momento nadie había reparado. Fue el primero en analizar el proceso de elaboración y la estructura lógico-dialéctica de “El capital” y aunque sus conclusiones distan de resultar exactas, hay que reconocer el extraordinario mérito de esta tarea en una época en la que aún no habían sido descubiertos los “Grundrisse”. No obstante su enorme importancia, los estudios de Grossman carecieron de continuadores y no pudo crear escuela, lo que ha contribuido a que continúe siendo un desconocido, incluso en los ámbitos académicos.

Grossman concibe el capitalismo no como un sistema de producción de valores de uso, un sistema de satisfacción de necesidades, al modo de los subconsumistas, sino de valorización, de creación de valor

de cambio y de plusvalía. Para él, como para Marx, la producción está dominada por las necesidades de valorización, de acumulación, no por la demanda de los consumidores. La unidad dialéctica del proceso de producción y el proceso de valorización es la expresión económica de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. El capital desarrolla las fuerzas productivas para crear plusvalía, para incrementar su volumen, para acumular, lo que incrementa la composición orgánica de capital; los medios de producción crecen por encima de quien tiene que valorizarlos, que es la fuerza de trabajo. El capital experimenta entonces el efecto de dos tendencias contradictoras: una a reducir el capital variable y

otra a aumentar la plusvalía; esto significa que cada vez hay más (capital constante) que valorizar con menos (capital variable), que cada vez hay una parte más importante de la producción que no se traduce en renta consumible sino que sólo puede funcionar como capital. El propio desarrollo de las fuerzas productivas conduce a que una masa creciente de capital acumulado no se corresponda con una masa mayor, sino menor, de plusvalía. En palabras del propio Marx: “El desenvolvimiento de las fuerzas productivas motivado por el capital mismo en su desarrollo histórico, una vez llegado a cierto punto, anula la autovalorización del capital en vez de ponerla” (133). La crisis fundamental del capitalismo deriva entonces, no del pauperismo de las masas obreras, ni de la insuficiente demanda, ni del consumo reducido, sino de la insuficiente valorización o, lo que es lo mismo, de la sobreacumulación ,de la plétora de capital:

la producción se colapsa por grandes bolsas de capital (en forma tanto de dinero como de mercancías) que no se recuperan productivamente. Es un proceso dialéctico en el que las mismas causas que generan la prosperidad, conducen a la depresión, porque el desarrollo de las fuerzas productivas reduce la fuente de la plusvalía, que no es otra que el trabajo productivo y obstaculiza la valorización y acumulación del capital.

Es la expresión concreta y directa de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de

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(132)  El capital, III-15, pg. 244.

(133)   Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política. Grundrisse, Siglo XXI, Madrid, 2ª Ed., 1972, vo1. 2, pg.    

            282.

producción, entre una producción socializada y una apropiación privada, entre la producción de valor de cambio y la producción de valor de uso. Las posibilidades de producción son ilimitadas porque están ampliamente socializadas; las posibilidades de valorización están limitadas por la propiedad privada sobre los medios de producción.

En consecuencia, Grossman defiende tenazmente la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y critica a los subconsumistas y sus tentativas de hacer depender la producción de los niveles de demanda y del consumo. Según Grossman, la producción es la variable independiente y las magnitudes de la circulación dependen de ella (134). El capitalismo se derrumba por sus propias contradicciones internas: “La ley del derrumbe desarrollada de este modo tiene un significado general de principio. Es la ley fundamental que domina y sostiene todo el edificio teórico de Marx (...) La tendencia al derrumbe aquí demostrada posee un carácter de necesidad absoluta, que surge de la esencia del modo de producción capitalista” (135). En oposición a todos los revisionistas, Grossman fue el más ardiente defensor de la teoría del derrumbe que, en su exposición, no tiene ninguna sombra de mecanicismo ni automatismo ni catastro-fismo: el derrumbe aparece en medio de contradicciones cíclicas periódicas y no de manera continua:

 

              “La tendencia al derrumbe en tanto que 'tendencia básica' natural del sistema capitalista, se

           descompone en una serie de ciclos, en apariencia independientes, donde la tendencia al derrumbe

           sólo se impone periódicamente una y otra vez (..) La teoría marxiana del derrumbe constituye por

           ello el presupuesto y el fundamento necesario de su teoría de las crisis, porque la crisis, según     

           Marx, sólo representa una tendencia al derrumbe momentáneamente interrumpida y que no ha

           llegado a su expansión plena, o sea que representa una desviación pasajera de la 'línea

           tendencial'  seguida por el capitalismo.

              “Pero a pesar de todas las interrupciones periódicas y atenuaciones de la tendencia al

           derrumbe, con el progreso de la acumulación capitalista, el mecanismo global marcha

           necesariamente hacia su fin, pues con el crecimiento absoluto de la acumulación de capital, cada

          vez se torna gradualmente más difícil la valorización del capital generado (...) Si estas tendencias

           contrarias llegaran a debilitarse o a paralizarse (...) entonces la tendencia al derrumbe adquiere

           predominio y se impone en su validez absoluta como ' última crisis'.

              “No es necesario que la ley del derrumbe se imponga. Su realización absoluta se podría ver

           interrumpida por tendencias contrarrestantes. De este modo el derrumbe absoluto se transforma

           en una crisis transitoria, luego de la cual se reinicia el proceso de acumulación sobre una base

           distinta” (136).

 

Según este economista polaco, la clave no está en preguntar si el capitalismo se hundirá alguna vez sino en saber por qué hasta la fecha no se ha hundido (137). Para solventar este interrogante, pasa a analizar detalladamente todas y cada una de las “contratendencias” al derrumbe, tanto las que ya señaló Marx, como otras que él toma en consideración, siempre sobre la base de que esas “contratendencias” son secundarias y no pueden impedir el curso de la tendencia dominante hacia el derrumbe: “La tendencia del desarrollo histórico procede en el sentido de agudizar cada vez más las contradicciones dentro del capitalismo mundial y de acercar la tendencia al derrumbe en medida creciente al límite absoluto del derrumbe del capitalismo (...) La creciente tendencia al derrumbe y el fortalecimiento del imperialismo son sólo dos

aspectos del mismo complejo fáctico” (138). Esa agudización de las contradicciones desarrolla la conciencia de clase, el elemento subjetivo imprescindible del proceso: “El derrumbe, a pesar de su inevitable necesidad objetiva, está sujeto en gran medida a la influencia ejercida por las fuerzas vivas de las clases en

pugna, otorgando de este modo un cierto margen a la participación activa de las clases” (139). Acusado

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(134)   La ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista, Siglo XXI, 2ª Ed., 1984, pg. 160.

(135)   La ley de la acumulación, cit., pgs. 185 y 186.

(136)   La ley de la acumulación, cit. pgs. 95 y ll9.

(137)     La ley de la acumulación, cit., pg. 188.

(138)   La ley de la acumulación, cit., pgs.192 y 193.

(139)   La ley de la acumulación, cit., pg. 388.

de mecanicista, de catastrofista, determinista y espontaneísta (140), Grossman escribe: “El capitalismo puede ser abatido sólo a través de la lucha de clase de la clase obrera. Pero lo que yo quería demostrar es que la lucha de clase no es suficiente por sí misma. No es suficiente la voluntad de abatirlo (...) Como marxista dialéctico es obvio que las dos caras del proceso, los elementos objetivos y los subjetivos tienen un influjo recíproco entre sí. No se puede 'esperar' a que se den primero las condiciones 'objetivas' para después, y sólo entonces, dejar actuar a las condiciones 'subjetivas'. Sería una concepción mecánica, insuficiente, con la que no estoy de acuerdo (..) Mi teoría del derrumbe no trata de excluir esta intervención activa, sino que se propone más bien demostrar en qué condiciones puede surgir y surge de hecho una situación revolucionara de este tipo, en forma objetiva” (141).

Otro de los aspectos del pensamiento económico marxista defendido por Grossman es la pauperización del proletariado bajo el capitalismo (142), que también algunos revisionistas habían cuestionado. Crítica que se identifica con el principio establecido por Marx, según el cual el salario se fija por la cantidad necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo, con el mínimo imprescindible para el sustento cotidiano del trabajador. Para Grossman el salario no es constante sino que varía en función de la intensidad del trabajo, de modo que si, por un lado, la creciente productividad tiende a reducir el salario, por la otra, el crecimiento de la intensidad empuja hacia el incremento de los salarios reales. El crecimiento de la intensidad del trabajo aumenta, por tanto, el coste de reproducción de la fuerza de trabajo y con él, los salarios. Ahora bien, a partir de un cierto nivel, la tendencia de la acumulación opera en un sentido contrario, expulsando fuerza de trabajo y reduciendo los salarios: “La tendencia creciente del salario real y la tendencia a la agudización de la miseria, lejos de contradecirse, más bien reflejan diferentes niveles de la acumulación de capital” (143). De ese modo, la tendencia al aumento de los salarios no tiene continuidad a causa de la acumulación, que exige a partir de un cierto momento, una reducción de los salarios y un drástico empeoramiento de la condición obrera, de manera que “la pauperización es el punto conclusivo necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación capitalista” (144).

Una de las “contratendencias” a las que Grossman dedica una especial importancia es la población. Siempre partiendo de la ley de valor, Grossman recuerda que la masa de plusvalía es directamente proporcional al número de obreros y que, en consecuencia, una forma de incrementar esa masa es incrementar la población trabajadora. Considera que ni la emigración del campo a la ciudad ni la incorporación de la mujer a la producción, son suficientes para colmar la sed de beneficios del capital. El problema de la población ha cambiado desde la época de Malthus y, por ello, la significación del ejército

industrial de reserva es ahora otra: “Lo que diferencia la época actual de la malthusiana es la oposición

entre la fase inicial y la fase tardía de la acumulación de capital, la oposición entre el ritmo lento de la acumulación en sus comienzos (de ahí el ejército de reserva como consecuencia de la insuficiente acumulación de capital) y el ritmo acelerado de la acumulación en un nivel más alto del desarrollo capitalista (de ahí el ejército de reserva como consecuencia de la sobreacumulación)” (145). En la época de Malthus la burguesía temblaba por el riesgo de superpoblación; ahora por el de subpoblación. Grossman ve aquí una de las raíces del colonialismo y ofrece una exhaustiva explicación de los lazos entre colonización y población a lo largo de la historia, desde el descubrimiento de América: mientras en las

metrópolis, la mano de obra va hacia el ejército de reserva, en las colonias se produce una escasez crónica;

así surgen las grandes migraciones hacia las colonias, el mercantilismo fomenta las políticas natalistas y se desata el comercio de esclavos, uno de los negocios más lucrativos de la época “infantil” del capitalismo. El malthusianismo aparece transitoriamente, según afirma Grossman, precisamente en ese tránsito entre un déficit de fuerza de trabajo originado por un estadio precoz de la acumulación capitalista y otro también de déficit pero originado esta vez por la sobreacumulación.

Igualmente originales son las ideas de Grossman acerca del mercado mundial y la exportación de

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(140)   Todos estos calificativos están en la obra de Pesenti, refiriéndose a Grossman sin mencionarlo siquiera (pgs. 226 a 229).

(141)   Ensayos sobre la teoría de las crisis. Dialéctica y metodología en 'El capital', Pasado y Presente México, 1979, pg. 250.

(142)   La ley de la acumulación, cit., pgs. 126 y 374 y sigs.

(143)   La ley de la acumulación, cit., pg. 384.

(144)   La ley de la acumulación, cit, pg. 386.

(145)   La ley de la acumulación, cit., pgs. 246-247.

capitales, que analiza como “contratendenciasfrente a la caída de la cuota de ganancia. El comercio internacional consiste en un intercambio desigual que origina un drenaje de valor desde las colonias a los centros imperialistas por medio de la disparidad entre los valores de las mercancías y sus precios de producción. Los países imperialistas encuentran de esa forma fuentes adicionales de plusvalía que acumular. Los métodos de producción más avanzados son los que, por su más elevada composición orgánica de capital, permiten esa transferencia encubierta de valor que esquilma a las áreas coloniales, por cuyo dominio comienza a entablarse una pugna feroz. Asegurar el aprovisionamiento de materias primas a buen precio es el segundo de los motivos de esa pugna, porque el precio de las materias primas tiene una importancia creciente en el coste del capital constante y, por tanto, en la configuración de la cuota de ganancia. Los países imperialistas no buscan en las colonias “salidas” a su producción industrial. sino que, muy al contrario, son netamente importadores, especialmente de materias primas. El control del abastecimiento de materias primas es vital para el dominio de la producción y el mercado: “La lucha competitiva de los estados capitalistas comenzó, ante todo, por el dominio de las materias primas, porque aquí las posibilidades de ganancias monopólicas eran mayores. Sin embargo, ésta no es la única razón. El dominio sobre las materias primas conduce al dominio sobre la industria en general” (146).

A diferencia de Luxemburgo, Bujarin y todos los economistas “tercermundistas”, Grossman se preocupa también por las relaciones interimperialistas, ya que la competencia entre las grandes potencias va adquiriendo una importancia cada vez mayor. Comerciar con un país atrasado, de baja composición de capital, sólo es rentable mientras subsista ese atraso tecnológico que permite el drenaje encubierto de valor en favor de los países más adelantados. El comercio entre países de similar composición de capital no ofrece esas ventajas, mientras que la exportación de capital sí puede suponer una fuente adicional de plusvalía que frene la crisis de sobreacumulación. Y el imperialismo se caracteriza más por la exportación de capitales que por la de mercancías. Ahora bien, a Grossman las explicaciones ofrecidas del fenómeno de la exportación de capitales no le resultan convincentes. Tanto Hilferding, como Bujarin, como Varga y como los “Manuales” soviéticos, afirmaban que el capital se invertía en el exterior a causa de una cuota de ganancia más elevada en el extranjero, mientras Grossman sostiene que la emigración del capital tiene su origen en la sobreacumulación. La sobreacumulación ocasiona que grandes masas de mercancías (capital mercancías) no se realicen en el mercado y que grandes sumas de dinero (capital dinero) no encuentren inversión lucrativa en el interior. No es que la cuota de ganancia sea superior en el extranjero sino que en el interior no hay ninguna ocupación rentable, que se trata de capital excedente, inactivo. Critica a Varga porque admite la superproducción de mercancías pero no la de capital; y critica a Ricardo porque acepta la superproducción de capital pero no la de mercancías. Siguiendo a Marx, afirma que ambos tipos de superproducción son manifestaciones de un mismo fenómeno: la sobreacumulación de capital, es decir, un exceso de capital para el que no hay posibilidad de valorización, de inversión rentable. La burguesía pasa a

transformarse en una clase rentista, parasitaria y estudia el caso de Holanda como país precursor en este campo.

Junto a la exportación de capitales, Grossman sitúa la especulación como complemento de la sobreacumulación: “La exportación de capital hacia el exterior y la especulación en el interior del país son fenómenos paralelos y nacen de una misma raíz (...) La especulación es un medio para sustituir la insuficiente valorización de la actividad productiva con ganancias que emanan de las pérdidas de la cotización de las acciones de las amplias masas de pequeños capitalistas, de la considerada 'mano débil' y es por ello un poderoso medio de concentración del capital dinerario” (147). La plétora de capital lleva a

Grossman a criticar a Hilferding su teoría del dominio del capital bancario sobre el industrial (148): eso pudo ser posible en una fase inicial del capitalismo caracterizada por la escasez de capitales en donde los bancos pueden desempeñar plenamente su papel de mediadores; pero, en la época del capital financiero, es el capital industrial el que domina al bancario, debido a los excedentes crónicos de capital-dinero que permanecen inactivos y que permiten una holgada autofinanciación. Igualmente se opone a la tesis de

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(146)  La ley de la acumulación, cit., pg. 293.

(l47)   La ley de la acumulación, cit., pg. 346.

(148)  E1 capital financiero, cit., pg. 247.

Hilferding de la disminución de la especulación como consecuencia de la regulación monopolista (149) y le critica algo trascendental en Hilferding: el concepto mismo de capital financiero que utiliza, como sinónimo de capital bancario aplicado a la industria, al que opone la definición leninista de fusión del capital industrial con el bancario y unión estrecha con el poder del Estado monopolista. Finalmente, Grossman se enfrenta a la teoría del “superimperialismo” de Kautsky y a la idea de una corporación única de Hilferding (150), capaz de englobar y gestionar un capitalismo “organizado” y sin crisis, mediante una idea muy sencilla: el capitalismo no existe sin valor de cambio y éste, a su vez, exige una multiplicidad de productores independientes que intercambian sus mercancías, de modo que si esos productores independientes fueran engullidos por un gigantesco monopo1io, desaparecería el valor de cambio y el capitalismo, lo que resulta absurdo imaginar siquiera. Una economía capitalista no puede ser regulada y una economía regulada no es capitalista (151).

 

10. La versión moderna del subconsumo: Natalie Moszkowska

 

Durante los años treinta y en polémica con Grossman, la también economista polaca Natalie Moszkowska plantea la versión contemporánea del subconsumo, en la que elimina las incongruencias de los revisionistas y propone un planteamiento diferente para llegar al mismo resultado. En última instancia, la exposición de Moszkowska está fundamentada en la de Luxemburgo, aunque no llega a las conclusiones de ésta acerca del imperialismo, la necesidad de “terceros”, e incluso la critica explícitamente. A su vez, Moszkowska ha tenido una extraordinaria influencia en el pensamiento económico posterior, especialmente en el economista norteamericano Paul Sweezy, que escribió su “Teoría del desarrollo capitalista” en 1942; cuando en los años sesenta una cierta versión del pensamiento económico de Marx comienza a desplegarse entre los intelectuales europeos, serán Sweezy y los economistas radicales anglosajones (principalmente Paul Baran y Maurice Dobb) los que se convertirán en el punto de referencia. Una característica común tienen todos estos economistas, a diferencia de los anteriores: se trata de intelectuales y académicos con muy poca relación con la práctica, con la lucha política. Aunque la mayor parte de estos intelectuales se pueden integrar en las diversas corrientes izquierdistas aparecidas en aquellos años, sus raíces son las

mismas que las del revisionismo, maman en las mismas fuentes ideológicas, agravadas por nuevos y más importantes errores. Este proceso es el que ha hecho de las tesis del subconsumo un lugar común entre la literatura económica que pasa por “marxista”, no por más repetida menos errónea.

Los fundamentos de todos esos errores, viejos y nuevos, están en los estudios de Natalie Moszkowska. Esta economista polaca, lo mismo que los revisionistas, se propuso depurar el pensamiento económico de Marx de determinadas incoherencias e incongruencias  Marx no había dispuesto de tiempo para exponer un conjunto sistemático de ideas; no había, pues, que quedar apegados a la letra sino a su espíritu, reconstruir su tarea de modo que desaparecieran las fisuras y contradicciones. Pero en realidad Moszkowska, como luego harán Sweezy y Baran, entra a saco en los conceptos básicos de la Economía Política, tal y como Marx los definió. Así por ejemplo, su concepto de composición orgánica de capital no es el mismo que el de Marx, aunque pretenda hacer pasar sus definiciones como si fueran las del mismo Marx (152).

Pero sobre todo, para Moszkowska la ley de la cuota decreciente de ganancia es falsa; ahora bien, como no tiene una relación imprescindible con el pensamiento marxista, hay que separarla de él para que

todo el conjunto de ideas económicas no quede contaminado por dicho error. Fue así como ella, por primera vez, combate una ley que, hasta entonces, ni siquiera los revisionistas se habían atrevido a poner en cuestión: la ley más importante de toda la Economía Política, según Marx (153) y, sin embargo la que “ha inspirado siempre gran pavor a los economistas” (154). La cuota de ganancia es directamente

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(149)   El capital financiero, cit., pgs. 247 y 320 y sigs.

(150)   El capital financiero, cit., pg. 258.

(151)   La ley de la acumulación, cit., pg. 393.

(152)   El sistema de Marx. Un aporte para su construcción, Pasado y Presente, México, 1979, pg. 41.

(153)   Grundrisse, cit., vo1.2, pg. 281.

(154)      Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg. 363.

proporcional a la cuota de plusvalía e inversamente proporcional a la composición orgánica de capital, es decir, aumenta con la cuota de plusvalía y disminuye con la composición orgánica de capital. Marx pensaba que el progreso técnico aplicado a la producción subía la composición orgánica del capital más de lo que subía la cuota de plusvalía y, por ello, la cuota de ganancia debía descender. Hoy la ley de la cuota decreciente de ganancia se ha convertido en el caballo de batalla fundamental contra el pensamiento económico marxista. Fue esta economista polaca la que en 1929 inició este tipo de críticas, aduciendo que dicha ley no era histórica, sino dinámica, que era sólo tendencial, no incondicional (155). Partiendo de Moszkowska, muchas de las críticas se apoyan en que no hay que tomarse la ley como una férrea norma inexorable, porque el mismo Marx dijo que sólo se trataba de una tendencia y, en consecuencia, podía verse contrarrestada por tendencias de signo opuesto que él mismo reconoció.

En realidad todas las leyes funcionan como tendencias: “En toda la producción capitalista ocurre lo mismo: la ley general sólo se impone como una tendencia predominante de un modo muy complicado y aproximativo, como una media jamás susceptible de ser fijada entre perpetuas fluctuaciones” (156). Y advirtió can claridad: “No hay que confundir las tendencias generales y necesarias del capital con las formas que revisten. Aquí no tratamos de analizar cómo se manifiestan en la dinámica externa de los capitales las leyes inmanentes de la producción capitalista, cómo se imponen como otras tantas leyes imperativas de la concurrencia y cómo, por tanto, se revelan a la conciencia del capitalista individual como motivos propulsores; pero lo que desde luego puede asegurarse, por ser evidente, es que para analizar científicamente el fenómeno de la concurrencia hace falta comprender la estructura interna del capital, del mismo modo que para interpretar el movimiento aparente de los astros es indispensable conocer su movimiento real, aunque imperceptible para los sentidos” (157). Ahora bien, la disminución de la cuota de ganancia tiene el rango de una ley económica fundamental del funcionamiento de la economía capitalista; es una ley inexorable que desempeña un lugar destacado en el movimiento del modo de producción capitalista; en cuanto que ley objetiva, no puede ser suprimida o eliminada por la intervención de los hombres. En el Prólogo a la primera edición de “El capital”, Marx expuso su deseo de describir fielmente las leyes por las que se mueve el sistema capitalista: “Lo que de por sí nos interesa aquí no es precisamente el grado más o menos alto de desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción copitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias, que actúan y se imponen con férrea necesidad (...) Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve -y la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna- jamás podrá saltar ni descartar por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar o mitigar los dolores del parto” (158). Y pocos meses después escribió a Kugelman: “Las leyes naturales jamás pueden suprimirse. Lo único que puede variar en situaciones históricas distintas es la forma en que esas leyes se abren paso” (159).

Así concebía Marx las leyes económicas, entre las cuales, una de las más importantes, es la que describe el descenso de la cuota de ganancia. Todas las leyes son igualmente tendenciales porque todo movimiento es dialéctico y supone una unidad de contrarios: hay una tendencia y frente a ella, una contratendencia de signo opuesto. No hay nada nuevo en esta concepción y resulta inverosímil que de ello pueda deducirse una indeterminación o criticar su “incondicionalidad”. La ley del decrecimiento de

la cuota de ganancia es una consecuencia ineludible de la ley del valor y tiene la misma vigencia que

ésta: si la ley del valor describe el funcionamiento de los precios, la ley del decrecimiento de la cuota de ganancia describe el movimiento de los capitales y sus crisis. Según Marx, “la ley del valor sólo actúa aquí como ley interna que los agentes individuales consideran como una ciega ley natural y esta ley es, de este modo, la que impone el equilibrio social de la producción en medio de sus fluctuaciones

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(155)   E1 sistema de Marx, cit., pgs. 80 y 110.

(156)   El capital, lII-9, pg. l67.

(157)   E1 capital, 1-10, pg. 254.

(158)   El capital, I, pgs. XIV y XV.

(159)   Carta de Marx a Kugelman, 11 de julio de 1868, Correspondencia, pg. 318 y E1 capital, I, pg. 705.

fortuitas” (160). Lo mismo cabe decir de la ley de la cuota decreciente de ganancia. La cuota de ganancia no es más que una referencia general y abstracta, una cuota “media” como a veces la denominó Marx que varía con cada empresa, con cada sector económico y con las fases del ciclo. Hay épocas en que la cuota de ganancia asciende, y además vertiginosamente. Esto no invalida ni un ápice el que, de un modo general y a largo plazo, la cuota de ganancia desciende de una forma inexorable.

Otra de las criticas a la ley del decrecimiento de la cuota de ganancia consiste en afirmar, como hace Sweezy que si la tendencia de la cuota de ganancia a descender viene dada por el aumento de la composición orgánica de capital, es posible que dicho aumento quede compensado (o incluso anulado) por un incremento de la explotación, es decir, por un aumento de la cuota de plusvalía y “entonces la dirección en que la tasa de la ganancia cambiará se hace indeterminada” (161). También fue Moszkowska la primera en exponer este argumento contra la ley del descenso de la cuota de ganancia.

Para esta economista polaca, en los orígenes del capitalismo el capital variable era la magnitud más importante cuantitativamente porque las fábricas eran intensivas en trabajo, mientras que la magnitud del capital constante era muy reducida y lo mismo el volumen de la plusvalía. Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la importancia cuantitativa del capital variable ha ido descendiendo, de manera que si bien la composición orgánica del capital aumenta, también aumenta la cuota de plusvalía, por lo que no puede decirse con seguridad si aumentará o disminuirá la cuota de ganancia.

Este argumento es inconsistente porque mientras la composición orgánica de capital puede crecer ilimitadamente, la cuota de plusvalía está limitada y no puede ser mayor que el valor añadido en la producción, es decir, la renta bruta. Puede decirse que, en el caso límite, cuando el capital variable se reduce al mínimo, cuando prácticamente no se pagan salarios, la explotación es infinita y entonces toda la renta es plusvalía y pasa a manos de los capitalistas, alcanzando su máximo en ese hipotético momento la masa de plusvalía, que nunca será superior a la renta. Lo decisivo es que, a la larga, la renta bruta desciende relativamente en proporción a la producción. En expresión de Lenin, “la renta disminuye

a medida que crece la producción. Este es un hecho indiscutible” (162). Entonces, la cuota de plusvalía se mantiene relativamente estacionaria y no puede compensar a largo plazo el incremento de la composición

orgánica de capital, por lo que la cuota de ganancia cae. Por eso Marx razonaba siempre en el Libro III sobre la hipótesis más general de que la cuota de plusvalía no se modificaba, ya que tiene límites absolutos (duración de la jornada de trabajo, volumen de población) a partir de los cuales no es posible incrementarla indefinidamente. La posibilidad de explotación de la fuerza de trabajo tropieza con un máximo determinado: “La compensación del número de obreros o de la magnitud del capital variable -decía- mediante el aumento de la cuota de plusvalía o la prolongación de la jornada de trabajo, tiene sus

límites, límites infranqueables” (163). Y más adelante analiza el problema a escala general, añadiendo: “El incremento de la población constituye aquí el límite matemático con que tropieza la producción de plusvalía por el capital global de la sociedad” (164). El descenso de la cuota de ganancia no puede compensarse con el aumento de la cuota de plusvalía o, por decirlo en los términos más simples, se gana más explotando un poco a muchos obreros, que explotando mucho a sólo unos pocos obreros: “La compensación del menor número de obreros por el aumento del grado de explotación del trabajo tropieza con ciertos límites insuperables; puede por tanto, entorpecer la baja de la cuota de ganancia, pero no anularla” (165). Marx llamaba a este fenómeno la segunda ley de la cuota de plusvalía, cuyo enunciado

dice que no es posible compensar la disminución del capital variable aumentando la cuota de plusvalía: “Esta segunda ley, bien palpable, es de importancia para explicar muchos fenómenos que brotan de la tendencia, que más tarde explicaremos, del capital a reducir todo lo posible el número de obreros por él empleados o, lo que es lo mismo, su parte variable, invertida en fuerzas de trabajo, en aparente contradicción con otra tendencia suya: la de producir la mayor masa posible de plusvalía. La realidad es

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(160)   El capita1, III-51, pg. 813.

(161)   Teoría del desarrollo capitalista, cit., pg. 115.

(162)   "Para una caracterización..., cit., tomo II, pg. 150.

(163)    El capital, I-9, pg. 243.

(164)   E1 capital, I-9, pg. 246.

(165)   El capita1, III-15, pg. 246.

la inversa. La masa de plusvalía producida, lejos de aumentar, disminuye al crecer la masa de la fuerza de trabajo empleada, o sea, la magnitud del capital variable, si este aumento no guarda proporción con el descenso experimentado por la cuota de plusvalía” (166).

 A largo plazo, por más que se incremente la cuota de plusvalía su aumento no puede frenar la caída de la cuota de ganancia; en definitiva, como tendencia, la cuota de ganancia sólo depende de la composición orgánica del capital. Como esta relación es inversa, si la composición orgánica del capital crece con el desarrollo de las fuerzas productivas, la cuota de ganancia se reduce. La cuota de plusvalía sólo puede tener efectos sobre la cuota de ganancia a corto plazo. Llegado un punto, aunque la explotación de la fuerza de trabajo se intensifique poderosamente, la cuota de ganancia tiende a descender inexorablemente y desciende precisamente por las mismas razones por las que aumenta la explotación de la fuerza de trabajo. Esto es algo que los expertos economistas de la burguesía no pueden entender: la cuota de ganancia disminuye no porque disminuya la productividad del trabajo, sino precisamente porque aumenta (167).

Otra de las críticas fundamentales de Moszkowska contra la ley consiste en argumentar que si bien es cierto que la composición técnica de capital crece con el desarrollo de las fuerzas productivas, no sucede lo mismo con la composición en valor. La aplicación a la industria de los progresos técnicos no solamente economiza fuerza de trabajo y reduce su valor, sino también reduce el valor de los medios de producción, del capital constante.

En sus orígenes, cuando fue expuesta por Tugan-Baranovski, a esta idea no se le dio mayor importancia. Los revisionistas (168) siguieron afirmando, igual que Marx (169), que la composición orgánica del capital crecía con el desarrollo de las fuerzas productivas. Fue también Moszkowska quien insistió en descartar el aumento de la composición orgánica de capital y, a partir de entonces, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, está muy cuestionado el principio de que esa composición ascienda inexorablemente. Para todos estos autores, el desarrollo de las fuerzas productivas se debe aplicar

sobre los dos sectores fundamentales del sistema productivo, es decir, tanto sobre el sector I productor de medios de producción, como sobre el sector II productor de bienes de consumo. Si el crecimiento de la productividad expulsa fuerza de trabajo de la producción y reduce los salarios, al abaratar el coste de las mercancías que entran en el salario, lo mismo sucede con los medios de producción. Escribió Moszkowska: La creciente productividad abarata los medios de producción y de consumo. El valor decreciente de los medios de producción reduce la composición del capital. El decreciente valor de los

bienes de consumo necesarios hace posible un aumento de la tasa de plusvalor. Ambos contrarrestan la tendencia decreciente de la tasa de ganancia” (170). Por tanto, aunque la composici6n técnica entre capital constante y variable suba, la composición de valor se mantiene estacionaria o puede incluso reducirse, pero sin poder asegurar que deba crecer siempre indefectiblemente.

Esta posición es insostenible: implica afirmar que el tamaño de las empresas no es cada vez mayor sino menor, que el capital inicial mínimo a desembolsar para poder constituir una empresa, se va reduciendo con el desarrollo de las fuerzas productivas, mientras que para Marx “al disminuir la cuota de ganancia aumenta el mínimo de capital que cada capitalista necesita manejar para poder dar un empleo a su trabajo (171). La ley de la productividad creciente del trabajo significa, efectivamente, que el valor

de las mercancías se reduce porque la introducción de nuevos medios de producción aumenta la parte del valor producido que consiste en la transferencia del valor depreciado por el uso de los mismos, pero sin embargo, disminuye mucho más intensamente el gasto de capital variable. Esto quiere decir que el capitalismo es un obstáculo al progreso y al desarrollo de la productividad porque no se introducen todas las máquinas que ahorran trabajo sino sólo aquéllas que ahorran el trabajo retribuido, el capital variable

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(166)   El capital, I-9, pg. 244.

(167)   Marx, Teorías de la plusvalía, cit., tomo I, pg. 534.

(168)    Por ejemplo Hilferding, a pesar de que era un continuador de Tugan-Baranovski (E1 capital  financiero, cit., pgs. 196 y    

            281).

(169)   E1 capital, I-23, pgs. 525-526 y 532.

(170)  E1 sistema de Marx, cit., pg. 38.

(171)  El capita1, III-15, pg. 248; también en III-15, pg. 259.

 (172). Por eso los salarios elevados favorecen la promoción de nuevas técnicas productivas, mientras una elevada tasa de plusvalía las obstaculiza porque una costosa maquinaria, aunque ahorre mucho trabajo no es rentable si los salarios son muy reducidos. La composición orgánica de capital no es una cifra absoluta sino relativa: aunque disminuyera el valor del capital constante, disminuye aún más el del capital variable por efecto de la ley de la productividad creciente.

La tesis contraria de Moszkowska supone que la tendencia no es hacia la centralización del capital y que pueden ir desapareciendo el crédito y las sociedades por acciones. Por el contrario, según Marx, la caída de la cuota de ganancia ocasiona una concentración incesante del capital y, por consiguiente, un desplazamiento progresivo de los pequeños capitales, “el resultado al que tienden todas las leyes de la producción capitalista” (173). De planteamientos como los de Moszkowska derivan varios errores muy comunes en lo que respecta al papel de la ciencia y la tecnología en los procesos de producción. El primer error es el considerar que el período de rotación, en lugar de disminuir, aumenta debido a la creciente importancia del capital fijo dentro del capital constante y a la mejora de su valor de uso, que permite una utilización más dilatada en el tiempo, una mayor duración y, por tanto, un desgaste menor. Este fenómeno haría que en cada mercancía hubiera una parte cada vez menor de capital constante porque cada máquina transferiría su valor a una mayor masa de mercancías. Si bien esto es cierto, en realidad la innovación técnica implica una mayor y más rápida obsolescencia del equipamiento industrial. El “desgaste moral”, como lo llamaba Marx, acelera la circulación del capital fijo y éste es un fenómeno aún más importante que el anterior. Las empresas están obligadas a la amortización acelerada del capital fijo aunque no se haya desgastado totalmente y pueda funcionar aún durante muchos años más, porque cada innovación lo desvaloriza frente al nuevo. El capital fijo se tiene que sustituir continuamente, dando lugar a un fenómeno de capital “de usar y tirar” y obligando a una elevada amortización que transfiere una mayor cantidad en concepto de desgaste de capital constante a cada mercancía producida. La superproducción de capital presiona continuamente para sustituir un capital en funciones desvalorizado por los nuevos capitales.

El tiempo de amortización del capital constante no es un tiempo natural; el capitalista puede calcular que en ocho años surgirá una nueva maquinaria que dejará obsoleta la que ahora adquiere. Sin embargo, ésta no se desgastará totalmente hasta dentro de diez años. Por tanto, debería conseguir un desgaste más rápido de su maquinaria, por ejemplo introduciendo el trabajo por turnos, de manera que se iguale el tiempo de rotación al tiempo natural, es decir, que el funcionamiento de la maquina sea continuo, que no tenga lagunas. Entonces el capital rota más rápido, tiene un número mayor de rotaciones por unidad de tiempo. El trabajo nocturno y el trabajo por turnos están ampliamente implantados en aquellas empresas en que la composición orgánica del capital es muy elevada y el capital constante rota muy despacio por el peso de su parte fija. Es un modo de acelerar su circulación y evitar una rápida obsolescencia o desgaste moral. De ese modo la composición orgánica del capital se reduce drásticamente y se eleva la cuota de ganancia porque el tiempo de rotación del capital disminuye y el capital variable aumenta.

La rotación acelerada del capital constante y el trabajo por turnos que conlleva, conducen a la producción en cadena, a gran escala y en masa, introducida principalmente en el sector II que produce artículos de consumo; su objetivo es reducir los salarios y multiplicar la cuota de plusvalía. Los sectores productivos que tienen un período muy largo de rotación del capital constante tienen una cuota de ganancia extraordinariamente baja, de modo que se trata de sectores abocados a la nacionalización (lo que elevaría la cuota media de ganancia) y a funcionar con pérdidas, o bien a la monopolización, a la creciente centralización de capitales.

Un segundo error proviene de considerar (casi siempre de forma implícita) que las innovaciones

técnicas son gratuitas y, en consecuencia, que el coste invertido en I+D (investigación y desarrollo) no se transfiere al capital constante. Para estos autores, el mercado de patentes, royaltis y “know-how”, simplemente no existe o es tan barato como el aire y el agua que también necesitan las fábricas. Este pensamiento proviene, a su vez, de una circunstancia que ha sido hasta la fecha muy frecuente: la

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(172)  El capita1, I-13, pgs. 320 a 322 y III-15, pgs. 258-259.

(173)  Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg. 363.

asunción por parte del Estado de toda o la mayor parte de los costes de investigación y desarrollo, lo que se viene denominando “sistema universidad-empresa”, al que se añaden toda una serie de instituciones públicas dedicadas a la investigación científica. Toda la investigación básica (universidades politécnicas, escuelas de ingenieros) está financiada por el Estado, así como la mayor parte de la investigación aplicada: laboratorios, prototipos industriales, pruebas piloto y diseño industrial. Sin embargo, el Estado no patenta sus descubrimientos e innovaciones. Es más: gran parte de los gastos de las empresas en I+D gozan de exenciones fiscales y existe financiación privilegiada para sufragarlos. Este papel del Estado es el típico

y característico del sector público, y no sólo se produce en el campo I+D; casi todo el sector público tiende a reducir el valor del capital constante, bajando el nivel de composición orgánica de capital y, por tanto, elevando el de la cuota de ganancia.

Evidentemente I+D tiende a convertirse por sí mismo en un pujante sector productivo y las empresas destinan cada vez más inversiones a mejorar sus sistemas productivos, lo que significará una elevación de la composición orgánica de capital y un descenso de la cuota de ganancia. No sólo la ciencia y la técnica se aplican a la producción, sino que la producción (y la valorización) capitalista se introduce en la investigación transformando a I+D en un sector productivo más, sometido a las mismas leyes económicas que los demás. Este fenómeno es consecuencia de la creciente división del trabajo y singulariza a I+D por su fuerza de trabajo cualificada y superespecializada.

Por otro lado, en numerosas ocasiones Moszkowska define correctamente el capitalismo como un sistema económico orientado hacia la obtención de plusvalía y no hacia el consumo. Tampoco incurre en el error de descuidar el consumo productivo, pues reconoce que la diferencia entre la producción y el consumo no genera superproducción sino acumulación, que únicamente cambia la dirección de la demanda y el consumo improductivo se sustituye por el productivo (174). Considera, además, que tanto la fabricación de medios de producción como la de bienes de consumo, o lo que es lo mismo, la

acumulación y el consumo, no son independientes entre sí sino que están determinados por el estado de la técnica (175). Pero 1uego equipara la producción al ingreso: producción es oferta e ingreso es demanda; la oferta se divide en medios de producción y bienes de consumo; la demanda en ahorro y consumo: “La teoría de la desproporcionalidad en su formulación antigua presupone una proporcionalidad en la

distribución del ingreso, por lo tanto una proporcionalidad entre ahorro y gasto. En cambio, afirma una desproporcionalidad en la distribución de la producción, y por ello también una divergencia entre oferta y demanda, por lo tanto entre la dirección de la producción y la del ingreso. La nueva teoría es muy diferente. Ella constata una falsa distribución del ingreso, una desproporcionalidad entre la parte a

consumirse y la parte a acumularse. Y puesto que la dirección de la producción está determinada por la finalidad del ingreso, la oferta se orienta según la demanda, así resulta también una divergencia entre

bienes de consumo”. En consecuencia, es una versión remozada del subconsumo que ella misma resume de la forma siguiente: “Si la vieja doctrina busca lo causa de la crisis en la producción, la nueva lo hace en la distribución” (176). La desproporción de los ingresos consiste en que los capitalistas ganan mucho y los obreros poco, lo que origina mucha acumulación y poco consumo: es esta distribución desproporcionada la que orienta           el sentido de la producción. Aquí está el matiz con que Moszkowska trata de diferenciarse de los subconsumistas anteriores, en que además del subconsumo toma en cuenta la

sobreacumulación. Considera. siguiendo al revisionista Conrad Schmidt, que el consumo productivo es sólo relativo mientras el improductivo es absoluto o definitivo; el primero promueve el reflujo de nuevas mercancías, mientras que el otro desaparece definitivamente de la circulación. Entran en contradicción

ambas esferas de la producción, la de la producción de bienes de producción y la de producción de

consigo misma y todo ello le induce a incurrir en los típicos errores de las corrientes subconsumistas:

                 “La creciente desproporción entre producción y consumo hace que cada vez cueste más        

              garantizar la colocación. La relativamente creciente escasez de la demanda obliga a incontables

              gastos improductivos. Piénsese sólo en el costoso moblaje de los negocios, en los avisos

              publicitarios, anuncios, viajantes y otros numerosos intermediarios.

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(174)  E1 sistema de Marx, cit., pg. ll3.

(175)  El sistema de Marx. cit., pg. 134.

(176)  E1 sistema de Marx, cit., pg. 141.

                 “Con salarios bajos, es decir, con detención del consumo social, la enormemente creciente

               productividad en la producción provoca automáticamente una productividad decreciente

              en la circulación. El avance de la técnica aumenta la productividad del trabajo, las crecientes

              dificultades de colocación la disminuyen. Lo que en la producción es ahorrado en trabajo es   

              desperdiciado en la circulación.

                 “El mismo estado de cosas puede presentarse también así: cuanto más elevada es la tasa de    

              crecimiento de la productividad, con un consumo social que crece lentamente, tanto más  

              dificultosa es la colocación, si se consideran iguales todas las demás circunstancias” (177).

 

 Según Moszkowska, la desproporción entre producción y consumo conduce a otra desproporción: la que se da entre medios de producción y fuerza de trabajo (178) y esta última desproporción la califica de “sobreacumulación”. Ahora bien, esta noción no tiene nada que ver con la de Marx: sólo coincide en el nombre. A diferencia de Marx, Moszkowska, como los revisionistas, únicamente considera posible una sobreacumulación relativa y nunca absoluta de capital (179). La sobreacumulación es relativa al volumen de fuerza de trabajo; entonces Moszkowska da un giro malthusiano a su pensamiento: el volumen de fuerza de trabajo depende de la capacidad de elaboración de bienes de consumo y como ésta decrece relativamente, el volumen de capital constante no encuentra fuerza de trabajo explotable, por lo que aparece un excedente de capital. Si se elevaran los salarios, crecería la parte de la producción dedicada a fabricar bienes de consumo y con ella aumentaría la población y el capital constante dejaría de estar ocioso al encontrar trabajo productivo explotable: “La expansión de la producción y, por consiguiente, la

coyuntura alta no se interrumpen a fin de cuentas porque disminuye el poder de   consumo, sino la fuerza de trabajo, esto es, porque el gasto de consumo ya no puede reemplazarse por el productivo (...) Los dos

estadios de la sobreacumulación son sólo dos grados de la escasez en obreros Sobreacumulación y falta de obreros son conceptos correlativos. Pues la sobreacumulación no significa otra cosa que el exceso de medios materiales de producción, y la necesidad de medios materiales de producción está determinada

por la existencia de medios personales de producción” (180).

La sobreacumulación es relativa también en el sentido de que se refiere únicamente a las grandes potencias imperialistas: sólo ellas experimentan ese fenómeno, en tanto que las colonias padecen el fenómeno contrario, el déficit de capital. De modo que para Moszkowska la exportación de capital sólo es posible en dirección a las colonias: no hay exportación mutua de capitales entre los Estados imperialistas

(181). También aquí trata de introducir variantes a la teoría del subconsumo: el papel de las colonias no es buscar salidas a las mercancías sobreproducidas sino al capital sobreacumulado; la exportación de

mercancías tiene un retorno inmediato en otras mercancías importadas, mientras que el capital se instala definitivamente fuera de las fronteras.

Tiene más importancia, sin embargo, la tesis de Moszkowska en el sentido de que es incompatible el descenso de la cuota de ganancia y la sobreacumulación. Para ella, ambos fenómenos se excluyen mutuamente, porque si la cuota de ganancia descendiera, se dificultaría la acumulación (182). Esto tampoco tiene nada que ver con Marx, quien muy al contrario, sostenía que el descenso de la cuota de ganancia significaba una aceleración de la acumulación: “La baja de la cuota de ganancia y la acumulación acelerada no son más que dos modos distintos de expresar el mismo proceso, en el sentido de que ambos expresan el desarrollo de la capacidad productiva. La acumulación, por su parte, acelera

la disminución de la cuota de ganancia, toda vez que implica la concentración de los trabajos en gran escala y, por tanto, una composición más alta de capital. Por otra parte, la baja de la cuota de ganancia acelera, a su vez, el proceso de concentración del capital y su centralización mediante la expropiación de los pequeños capitales y el desahucio del último resto de los productores directos que todavía tienen algo

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(177)    El sistema de Marx, cit., pg. 108.

(178)    E1 sistema de Marx, cit., pgs. l24 y 137.

(179)    E1 sistema de Marx, cit., pg. 122.

(180)    E1 sistema de Marx, cit., pgs. 128-129.

(181)    El sistema de Marx, cit., pg. 143.

(182)    El sistema de Marx, cit., pg. l53.

que  expropiar. Con ello se acelera, a su vez, en cuanto a la masa, la acumulación, aunque en lo que a la cuota se refiere, la acumulación disminuya al disminuir la cuota de ganancia (...) Al mismo tiempo que disminuye la cuota de ganancia, aumenta la masa de los capitales y, paralelamente con ello, se desarrolla una depreciación del capital existente que contiene esta disminución, imprimiendo un impulso acelerado a la acumulación de valor-capital” (183).Queda claro, en consecuencia, que no sólo no hay contradicción, sino que ambos fenómenos, caída de la cuota de ganancia y acumulación acelerada, son correlativos.

En opinión de Moszkowska, la cuota de ganancia sólo desciende en las crisis, mientras aumenta en las fases de auge económico. El progreso técnico lo que hace es aumentar la cuota de plusvalía y reducir los salarios reales, de manera que las mejoras en la productividad únicamente benefician a los capitalistas; para que bajara la cuota de ganancia debería mejorar el nivel de vida de los trabajadores y, con él, el consumo, lo que no sucede nunca. En definitiva, según ella, el desarrollo de las fuerzas productivas se traduce no en una baja de la cuota de ganancia sino en un ascenso de la cuota de plusvalía que conduce a

la sobreacumulación, mientras que para Marx “la cuota de plusvalía disminuye a medida que se desarrolla el régimen capitalista de producción, mientras que su masa aumenta conforme aumenta la masa del capital empleado” (184). Este es, en definitiva, el núcleo del error de Moszkowska: su teoría de los salarios no coincide para nada con la de Marx porque, una vez más, formula una versión nueva de la ley de bronce de los salarios Para la economista polaca con el progreso técnico deben descender los precios de manera generalizada, incluso también los salarios como precio de la fuerza de trabajo. Si una mejora en la producción abarata el coste de la cesta de la compra, se deben reducir al mismo nivel anterior los salarios nominales, por lo que el progreso técnico se traduce mecánicamente en un incremento de la cuota de plusvalía y no beneficia en nada a los trabajadores. Los bienes de consumo descienden de precio, pero el volumen de esos bienes que demandan los trabajadores no crece ni un ápice porque sus salarios se han reducido en la misma proporción. Por el contrario, para Marx los salarios oscilan entre un mínimo de

mera supervivencia y un valor real por encima de él, ya que no dependen sólo de las necesidades físicas sino también de las necesidades sociales, tal como se hallan históricamente determinadas (185). Los

salarios dependen de forma directa de la intensidad del trabajo y de su fuerza productiva: “Al crecer la productividad del trabajo -escribió Marx- crece también, como veíamos, el abaratamiento del obrero y

crece, por tanto, la cuota de plusvalía, aún cuando suba el salario real. La subida de éste no guarda nunca proporción con el aumento de la productividad” (186). Una mayor intensidad de trabajo puede

incrementar tanto el salario como la plusvalía al mismo tiempo (187). El progreso técnico, por tanto, se reparte entre capitalistas y obreros; aumenta la intensidad del trabajo y con ella deben aumentar los salarios. Para Marx la magnitud de la acumulación es la variable independiente y los salarios la variable dependiente (188). La acumulación aumenta, por tanto, el volumen de fuerza de trabajo y, a un ritmo menor (189), el capital variable en su conjunto, así como los salarios de cada trabajador individual: “Las crisis van precedidas siempre -decía Marx- precisamente de un período de subida general de los salarios, en que la clase obrera obtiene realmente una mayor participación en la parte del producto anual destinada al consumo” (190).

Igualmente errónea es la tesis de Moszkowska respecto a la negación de la sobreacumulación

absoluta de capital. Partimos de que -no obstante la opinión de Moszkowska- la cuota de ganancia

desciende y, sin embargo, a pesar de algunas falsificaciones vertidas al respecto (191), no se anula nunca. La sobreacumulación absoluta no surge en el momento en que la cuota de ganancia desciende hasta el punto cero, sino bastante antes; por tanto, aparece una sobreacumulación absoluta aún a pesar de que el capital sigue resultando rentable y se debe -como expuso Marx- a que el volumen de ganancias no

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(183)  E1 capital, III-15, pgs. 240 y 247.

(184)  E1 capital, III-15, pg. 246.

(185)  E1 capital, III-50, pgs. 793-794.

(186)   E1 capital, I-22, pgs. 509-510.

(187)   El capital, I-l5, pgs. 434 a 443.

(188)   El capital, 1-23, pg. 523.

(189)   El capita1, 1-23, pgs. 537-538.

(190)   El capital, II-20. pg. 366.

(191)   Pesenti, Lecciones, cit., pg. 228.

depende tanto de la cuota de ganancia como del volumen de la masa de capital acumulado con anterioridad. Un capital pequeño obtiene siempre un volumen de ganancias pequeño, aunque la cuota de ganancia sea muy elevada; por el contrario, los grandes capitales obtienen grandes ganancias, aunque su cuota de ganancia sea muy reducida: “Esto es lo que explica -decía Marx- por qué la masa de la acumulación puede aumentar aunque disminuya la cuota de ganancia” (192). Según Marx se produce sobreacumulación absoluta cuando el incremento de capital produce la misma o menos masa de plusvalía que antes de su incremento (193) y, por tanto, ya no es solamente que descienda la cuota de ganancia, sino que lo que desciende es la propia masa de ganancia, su volumen absoluto. Se siguen obteniendo rendimientos, pero menores que los anteriores, y aún así estamos lejos de una masa y una cuota de ganancias totalmente nulas. Como a pesar de la sobreacumulación absoluta se siguen obteniendo beneficios, la carrera de acumulación prosigue: “La masa absoluta de ganancia producida por él puede, por tanto, aumentar, y aumentar progresivamente, a pesar del descenso relativo de la cuota de ganancia. Y no sólo puede ocurrir esto, sino que, además -prescindiendo de fluctuaciones transitorias- tiene necesariamente que ocurrir donde quiera que impere la producción capitalista (...) Las mismas leyes de la producción y la acumulación hacen que, con la masa, aumente el valor del capital constante en progresión ascendente con mayor rapidez que la parte del capital variable, o sea, la del que se cambia por trabajo vivo. Por tanto, las mismas leyes se encargan de producir para el capital de la sociedad una masa absoluta de ganancia creciente y una cuota de ganancia decreciente” (194). Las consecuencias de la sobreacumulación son, por tanto, paradójicas una vez más: “Un capital grande con una cuota de ganancia pequeña acumula más rápidamente que un capital pequeño con una cuota de ganancia grande” (195). Por eso no existe superproducción relativa: porque la cuota de ganancia no influye, porque la superproducción de capital “basta enfocarla en términos absolutos” (196).

La acumulación de capital ocasiona tanto un aumento de valor del capital, que es necesario conservar y reproducir constantemente, como un aumento de los valores de uso, “y en este aumento de los medios de producción va implícito el crecimiento de la población obrera, la creación de una población cortada a medida del capital excedente y que incluso rebasa siempre, en general, sus necesidades, es decir, las de una superpoblación obrera” (197). En consecuencia, la sobreacumulación no es relativa a la

población obrera, no tiene vinculación con un supuesto déficit de mano de obra, porque “partiendo de esta base contradictoria, no constituye en modo alguno una contradicción el que el exceso de capital vaya unido al exceso creciente de población” (198). La sobreacumulación de capital es el plano simétrico y opuesto a la superpoblación relativa: ambos fenómenos responden a las mismas causas y son complementarios, generando el desempleo del capital y el ocio de la mano de obra: “Esta plétora de capital -decía Marx- responde a las mismas causas que provocan una superpoblación relativa y constituye, por tanto, un fenómeno complementario de ésta, aunque se mueven en polos contrarios: uno el capital ocioso y otro el de la población obrera desocupada (...) No constituye ninguna contradicción el que esta superproducción de capital vaya acompañada de una superpoblación relativa más o menos grande. Los mismos factores que elevan la capacidad productiva del trabajo, que aumentan la masa de los productos-mercancías, que extienden los mercados, que aceleran la acumulación de capital tanto en cuanto a lo masa como en cuanto al valor, y que hacen bajar la cuota de ganancia, han creado y crean

emplea por el grado bajo de explotación del trabajo en que tendría que emplearlos o, al menos, por la baja cuota de ganancia que se obtendría con este grado de explotación” (199).

En resumen, la teoría de la sobreacumulación relativa de Natalie Moszkowska es una negación total

constantemente una superpoblación relativa, una superpoblación de obreros que el capital sobrante no -------------------------

(192)   Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg. 281.

(193)   El capital, III-15, pg 249.

(194)   El capital, III-13, pg. 219.

(195)   El capital, III-15, pg. 249.

(196)   El capital, III-15, pg. 249.

(197)   E1 capital, III-13, pg. 219.

(198)   El capital, III-15, pg. 243.

(199)   El capita1, III-15, pg. 253.

del pensamiento marxista y con ella arrastra su oposición a la ley del descenso de la cuota de ganancia: este descenso no sólo no es incompatible con la sobreacumulación sino que ambos fenómenos tienen la misma raíz: “La baja de la cuota de ganancia y la superproducción de capital obedecen a las mismas causas” (200). El Marx depurado de incongruencias por Moszkowska aparece irreconocible y desfigurado hasta rozar lo grotesco: hay una oposición total entre ambos.

 

11. Conclusión: el capital más preciado      

          

Marx dedicó la mayor parte de su vida al estudio de la Economía Política y “El capital” es su obra más conocida, a la que hay que añadir un importante número de ensayos, casi todos ellos muy voluminosos. A pesar de todo ello, estamos bastante lejos de disponer de un acuerdo mínimo sobre los aspectos básicos de su pensamiento económico. Después de su muerte, la Economía Política sigue librando una lucha sin cuartel contra toda clase de tergiversaciones, que ahora se nos presentan, además, como una adhesión inquebrantable al propio Marx. Algunos “marxistas” constituyen hoy los más peligrosos deformadores de su legado científico. Hemos detenido nuestro recorrido histórico a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, pero podíamos continuarlo hasta hoy mismo con los falsificadores de última hora. El transcurso del tiempo, su distanciamiento temporal con Marx y el secuestro de sus ideas por los académicos, no ha hecho más que agigantar la deformación de sus principios.

En vano buscará hoy el lector en los “Manuales de economía marxista” nada acerca del derrumbe del capitalismo, de sus límites, de su tendencia inevitable hacia el colapso. En ellos el capitalismo, o bien aparece como eterno, o bien se convierte en la antesala del socialismo. Mencionan con profusión, por el contrario, toda la cantinela relativa al subconsumo: demanda solvente, dificultades de realización, despilfarro, abarrotamiento de los mercados, etc. El sólo empleo de esta terminología basta a cualquier “Manual” para   obtener un certificado oficial de buen “marxismo”. La realidad, sin embargo, demuestra

siempre que las primeras dificultades de las crisis “no se manifiestan y estallan primeramente en las ventas al por menor, relacionadas con el consumo directo, sino en la órbita del comercio al por mayor y

de los bancos, que son los que ponen a su disposición el capital-dinero de la sociedad” (201). La realidad demuestra también con dramática contundencia que ante toda crisis hay que reducir el consumo y no aumentarlo, que hay que reducir plantillas y bajar los salarios. No es posible comprender, por otra parte, cómo las dificultades de realización pueden explicar la superproducción de capital-dinero, es decir, de la

ganancia ya realizada.

Los subconsumistas aprovechan muy bien el hecho de que la manifestación más evidente de la crisis capitalista es la superproducción para llevar agua hacia su molino; pero superproducción no es igual a subconsumo. A esta confusión viene contribuyendo la subdivisión de la superproducción en superproducción de mercancías y superproducción de capitales, que no es verdaderamente afortunada porque los subconsumistas identifican mercancías con bienes de consumo, cuando en realidad mercancías son tanto los artículos de consumo como los medios de producción y, por tanto, la superproducción de mercancías es también superproducción de capital, o por decirlo con otras palabras, superproducción de capital-mercancías. Al mismo tiempo, la superproducción de capital se subdivide en superproducción de capital-dinero y de capital-mercancías, donde por mercancías hay que entender tanto los medios de producción como bienes de consumo. Ambos fenómenos no son independientes, pero tampoco se les puede identificar, no se les puede poner en el mismo plano. La superproducción de artículos de consumo aparece dentro ya de la crisis, cuando las empresas comienzan a racionalizar costes, reducir plantillas y bajar los salarios; surge porque ya no es posible mantener el ritmo precedente de           acumulación, crece el

ejército de trabajadores en la reserva y disminuye la capacidad de consumo de las masas en general. Pero, como se observa, eso es consecuencia de la crisis y de la sobreacumulación y no causa de ella; se trata de una contradicción secundaria y de escasa relevancia en el conjunto de la crisis.

Cuestión distinta es que el subconsumo exponga un dramático contraste entre las condiciones de

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(200)   El  capital, III-15, pg. 250.

(201)   E1 capital, III-l8, pg. 297.

vida del proletariado y la gigantesca acumulación de riquezas alcanzada bajo el capitalismo, de la cual únicamente pueden beneficiarse un puñado de oligarcas. La burguesía impide que el desarrollo de las fuerzas productivas se utilice para mejorar la calidad de vida y de trabajo de millones de trabajadores, que tienen vedado el acceso al tiempo libre, a la cultura, a los servicios y a la mayor parte de las posibilidades de expansión personal creadas bajo el capitalismo. Pero esta contradicción indignante no puede explicar la mayor parte de los fenómenos económicos del capitalismo porque es consecuencia y no causa de ellos: el capitalismo no puede entenderse de otra forma, pues no podría funcionar elevando los salarios y el consumo de las masas, disminuyendo la explotación y generalizando el disfrute de las riquezas obtenidas.

La superproducción de medios de producción es cuantitativa y cualitativamente mucho más trascendente que la de artículos de consumo, por la propia importancia que va ganando progresivamente el sector de empresas que fabrica medios de producción, frente a los que se dedican a elaborar los artículos de consumo. Pero sólo la superproducción de capital-mercancías alude a un problema de mercados y de realización, porque el capital-dinero es ganancia ya realizada, valor ya recuperado en el mercado. Ambos fenómenos, pese a su forma diversa, tienen el mismo origen: la insuficiente valorización, la disminución progresiva del volumen de beneficios con relación al capital acumulado. Esta superproducción es absoluta y proyecta capitales ociosos al área de la circulación que no encuentran una localización productiva y pugnan por abrirse camino frente a los capitales en funciones, dando lugar a tres fenómenos característicos: la exportación de capitales, la especulación y el incremento del consumo de lujo y ostentoso de los grandes magnates.

Si queda clara la causa de la crisis, queda claro el movimiento cíclico así como las medidas imprescindibles para salir del estancamiento. Como los mandamientos de la ley de dios, todas las intervenciones de política económica se resumen en dos: primero, elevar la cuota de ganancia, y segundo, destruir y desvalorizar el capital en funciones para sustituirlo por el capital nuevo, que se encuentra ocioso. Para elevar la cuota de ganancia hay que            aumentar la cuota de plusvalía, es decir, la explotación de los trabajadores, despidiendo trabajadores, reduciendo salarios, incrementando los ritmos de trabajo, eliminando los derechos sociales, etc. La destrucción física y la desvalorización del capital viejo presenta

también numerosas formas: amortización acelerada, reconversión, nacionalización por parte del Estado,

ruina de los capitales más débiles y centralización y, sobre todos ellos, la guerra. La crisis, escribió Marx, tiene necesariamente que manifestarse “como algo violento, como un proceso de destrucción. Y  es precisamente en las crisis donde se manifiesta su unidad, la unidad de lo dispar. La sustantividad que adoptan entre sí los dos factores que se complementan mutuamente es destruida de un modo violento. La crisis revela, por tanto, la unidad de las dos fases sustantivizadas la una con respecto a la otra. Sin esta unidad  intrínseca entre factores al parecer indiferentes entre sí, las crisis no existirían” (202).

La guerra es un mecanismo de política económica al que, naturalmente, los economistas (burgueses y revisionistas) no prestan ninguna atención, a pesar de la enorme trascendencia que siempre ha tenido en todas las crisis económicas. No se ha inventado todavía mejor modo de superar las dificultades del capitalismo que esta gigantesca forma de elevación de la cuota de ganancia y de destrucción de capital. El olvido de los economistas es, no obstante, lógico porque la guerra acarrea estupendas consecuencias

para iniciar un ciclo de auge económico, pero también evidencia con claridad los límites del capitalismo, algo que ni los burgueses ni los revisionistas quieren plantear. Por el contrario, para el proletariado la guerra plantea inmediatamente la urgencia de la revolución: o la revolución impide la guerra o la guerra desata la revolución. Para la burguesía la guerra es la única forma de someter aún más a unas masas ya extremadamente depauperadas y exhaustas por la explotación y la miseria. Los conflictos bélicos pueden convertirse en un fantástico negocio, pero acarrean riesgos incalculables y por eso es un recurso al que sólo acuden en último extremo, cuando todas las demás vías de escape de la crisis han agotado sus capacidades.

Para los marxistas la guerra forma parte integrante del análisis económico, que es imposible elaborar sin tener en cuenta la naturaleza histórica y transitoria del capitalismo. Todos los fenómenos económicos, y más las crisis cíclicas, sólo pueden entenderse y explicarse teniendo en cuenta la

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(202)   Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg.32.

perspectiva indudable del hundimiento del capitalismo. Este hundimiento irremisible es consecuencia de las contradicciones internas y no de factores extraños al sistema mismo. En particular, la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción es la que desempeña un papel decisivo en la crisis letal del capitalismo; las fuerzas productivas están ampliamente socializadas, pero las relaciones de producción son privadas e impiden su libre desenvolvimiento. Las fuerzas productivas constituyen, por tanto, el factor más dinámico mientras las relaciones de producción de carácter privado han llegado a convertirse en un pesado fardo que obstaculiza cualquier progreso económico y social. Las primeras juegan un papel revolucionario y decisivo porque, en contraste con las segundas, están en perpetuo movimiento y transformación, desempeñando un papel determinante, principal y decisivo en el capitalismo que choca con unas relaciones de producción caducas, estancadas y retardatarias de toda evolución.

Pero dentro de las fuerzas productivas, es el proletariado el elemento más importante y más enérgico que moviliza y empuja el curso de la historia: “El hombre es el capital más preciado” dijo Stalin (203). ¿Dónde está el catastrofismo, el determinismo, el mecanicismo, al que aluden los revisionistas? No hay ni asomo de eso en afirmar sin vacilaciones que el capitalismo marcha hacia su propio final y en apuntar qué amargo camino nos obligará recorrer antes de derribarlo. En ese duro camino es donde la necesidad ciega se transformará en necesidad consciente, donde se forjará la unidad de lo objetivo y lo subjetivo del proceso revolucionario, donde se verificará el tránsito entre el desplome y la revolución. El capitalismo ni es un modo de producción indefinido ni nos aproxima tampoco al socialismo; por el contrario, se descompone y degenera movido por sus propias contradicciones internas. Es la revolución lo que nos lleva hacia el socialismo; y la revolución es un fenómeno esencialmente consciente y subjetivo que madura entre las ruinas del capitalismo agonizante. Ambos fenómenos son igualmente ineluctables; la vertiente subjetiva no es menos inexorable que la objetiva porque ambos van encadenados y forman una unidad dialéctica. Del derrumbe del capitalismo brotará la revolución socialista.

 

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 (203)   Discurso pronunciado en el Kremlin con ocasión de la promoción de alumnos de la Academia del     

            Ejército Rojo, 4 de mayo de 1935, Editions du Centenaire, Paris, 1974, pgs. 7 a 19.

 

 

 

Mario Quintana

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