DEL ROMANTICISMO AL REVISIONISMO
Superproducción,
crisis y derrumbe del capitalismo
“E1 único camino histórico por el
cual pueden destruirse y transformarse
las
Contradicciones
de una forma histórica de producción es el desarrollo de esas
Mismas contradicciones”
Marx, El capital, I-l3, pg.409
Si se examina el debate planteado por los revisionistas
a finales del siglo XIX, se observa que fue en el terreno económico donde
fundamentalmente se dio la batalla contra el marxismo. Sin embargo, la crítica
de los fundamentos económicos del revisionismo constituye una de las partes
menos conocidas y peor estudiadas del marxismo-leninismo. Y eso que los
revisionistas no apuntaron nada nuevo en sus posicionamientos, sino que se
limitaron a promocionar viejas concepciones provenientes del socialismo utópico
que habían formado parte de las tradiciones intelectuales del movimiento obrero
y que nunca habían sido completamente abandonadas. Por otro lado, las ideas
económicas de Marx han incidido, más que cualesquiera otras, entre la
burguesía, los intelectuales y los académicos, dando lugar a una especie de
híbrido que poco tiene que ver con su origen. Todo esto ha dificultado
extraordinariamente la lucha contra el revisionismo en la Economía Política
y, como consecuencia de ello, es aquí donde más
fuertemente han arraigado sus posicionamientos.
El revisionismo se incubó y fortaleció a comienzos de
este siglo, tras un período de evolución acelerada, pacífica y plácida del
capitalismo que no solamente no parecía tener fin, sino ni siquiera crisis. Sus
ideas se apoyan en casi treinta años de evolución y expansión económica sin
precedentes y tratan de demostrar la capacidad del capitalismo para desarrollar
indefinidamente sus fuerzas productivas, la “revolución científico-técnica” que elimina las crisis y las
contradicciones. Para ellos el capitalismo es un modo de producción eterno, con
una capacidad expansiva ilimitada: sociedad opulenta, estado de bienestar,
revolución postindustrial, son hoy las expresiones que tratan de inculcar esas
mismas ideas.
El marxismo, por el contrario, ha demostrado
científicamente que el capitalismo, como toda formación histórica, tiene un
final, un término al que deberá llegar inexorablemente empujado por sus propias
contradicciones internas. Existen, por tanto, dos teorías sobre la crisis
capitalista, una primera, la burguesa y revisionista, que niega la existencia
de crisis, o la considera una mera oscilación pendular, destinada a corregir
disfunciones y a permitir continuar indefinidamente el desarrollo de las
fuerzas productivas; la segunda es la marxista, y se caracteriza por haber
analizado los mecanismos objetivos tanto de expansión como de destrucción del
capitalismo. Ambas teorías no se han expuesto paralelamente sino en medio de una
permanente crítica y lucha entre ellas y reflejan la posición antagónica de las
dos clases sociales directamente enfrentadas en el proceso de producción
capitalista: la burguesía y el proletariado.
I. Romanticismo económico y
socialismo utópico
Marx agrupaba a los economistas en cuatro
categorías (1). En primer lugar, decía, están los “fatalistas” que, a su vez
se dividen en otras dos categorías, los clásicos y los románticos. Los clásicos
(Smith y Ricardo) representan a la burguesía en ascenso y demuestran que el
capitalismo es un modo de producción superior al feudalismo, al que debe
suceder inevitablemente. Por el contrario, los románticos, cuyo máximo
exponente fue el economista suizo Sismondi, muestran sobre todo el lado
negativo del capitalismo, sus lacras, sus miserias y, en consecuencia, afirman
la superioridad del feudalismo sobre el capitalismo: quieren dar marcha atrás a
la historia. Las otras dos, la humanitaria y la filantrópica, propias de los
socialistas utópicos como Saint-Simon, Fourier y Owen, confunden la ciencia con
la moral; quieren el capitalismo pero sin sus consecuencias, sin sus miserias,
sin la lucha de clases. Los clásicos ponían el acento en la producción; los
románticos y demás en el consumo. Pero sin embargo, todas estas
-------------
(1)
Miseria de la Filosofía , Júcar,
Madrid, 1974, pg. l92.
Pero sin
embargo, todas estas corrientes tenían un punto común: consideraban que la
producción se regía por leyes “naturales”, eternas,
independientes de la voluntad de los hombres, mientras que el consumo y la
distribución son artificiales”, modificables
ya que en ellas intervienen los hombres: “La forma capitalista de producción es excelente y puede subsistir; pero
la forma capitalista de distribución no vale nada y debe abolirse. A estos
absurdos se llega cuando se escribe de economía sin haber comprendido siquiera
la relación necesaria existente entre producción y distribución” (2). La gran aportación de Marx a la ciencia consistió
en demostrar que todas esas leyes (tanto las de la producción como las de la
distribución) no eran naturales sino sociales y, por consiguiente, históricas:
no solamente se podían modificar sino que inexorablemente se modificarían. Marx
se consideraba heredero de los primeros, de los economistas clásicos, mientras
que calificó de utópicos a todos los demás, especialmente a aquéllos que
confundían la realidad económica con sus deseos. La crítica de Engels contra
Dühring contenía ese mismo reproche: Dühring “transporta toda la teoría de la distribución del terreno económico al de
la moral y el derecho, es decir, del terreno de los hechos materiales al más
movedizo de las opiniones y los sentimientos. No tiene ya necesidad de estudiar
ni de probar; le basta con declamar, exigir que la distribución de los
productos del trabajo se regule, no según sus causas reales, sino como a él le
parece justo y moral (...) Esa invocación a la moral y al derecho no nos hace
adelantar un paso en la ciencia; la ciencia económica no puede ver en la
indignación moral, por justificada que sea, un argumento, sino solamente un
síntoma; su tarea consiste más bien en mostrar que los abusos sociales que se
notan son los consecuencias necesarias de la forma de producción subsistente, al mismo tiempo que los signos de su disolución
inminente, y descubrir en el seno del
movimiento económico que se disgrega los elementos de una nueva organización
futura de la producción y del cambio que pondrá fin a esos abusos” (3). El socialismo utópico de los economistas respondía a un
incipiente desarrollo del proletariado como clase. Sismondi a comienzos del siglo XIX expuso
vivazmente en sus obras todas las lacras del capitalismo, teniendo gran
influencia entre los utopistas, como Proudhon en Francia y Rodbertus en Alemania.
En los utopistas, la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado se
sustituye por un conflicto puramente cuantitativo: la desigualdad entre ricos y
pobres; el capitalismo no es para ellos un sistema de producción basado en la
explotación de la fuerza de trabajo, sino en un reparto injusto de la riqueza.
Los utopistas se centran en que la plusvalía no es más que trabajo no
retribuido, pero de ahí sólo alcanzan a reclamar una mejor distribución, un
reparto igualitario. Este es también el punto de partida de las teorías del sub-consumo,
que Sismondi adoptó de los fisiócratas: como los capitalistas no consumen toda
la plusvalía y acumulan una parte, la oferta supera a la demanda, la producción
crece más que el consumo. Al no obtener en forma de salario una parte mayor del
valor creado por el trabajo, se comprime la capacidad adquisitiva del mercado,
que no es capaz de absorber toda la producción. La pauperización del
proletariado está en la base de las tesis románticas y utopistas: hay que
mejorar la distribución, elevar el nivel de vida de la clase obrera para
ampliar el mercado y evitar las crisis. Los románticos describen el capitalismo
no como un sistema económico destinado a acumular y producir plusvalía, sino
destinado a satisfacer 1as necesidades sociales por medio de la fabricación de
mercancías, su distribución y su venta. Sustituyen una contradicción económica
principal, la que se da entre el proceso de trabajo y el proceso de
valorización, por una contradicción secundaria, la que se verifica entre la
producción y el consumo, o dicho de otro modo, contradicción
producción-mercado, producción-realización, producción-circulación,
producción-distribución. De ahí derivan todas las teorías sub-consumistas, de
la contracción de los mercados y de las dificultades de realización. Para Marx “la verdadera ciencia de la economía
política comienza allí donde el estudio teórico se desplaza del proceso de
circulación al proceso de producción” (4). Pero para los románticos, la
burguesía invierte su dinero no con el fin de obtener un beneficio, no para
valorizar su capital, sino para prestar un servicio al consumidor, para
producir las mercancías que demanda. Sus ideas se apoyan en la supuesta
dependencia de la producción respecto del mercado y la circulación. Estas ideas
engendraron un retroceso hacia el viejo mercantilismo.
----------------
(2) Engels: Anti-Dühring. Ayuso , Madrid ,
3ª Ed., 1978, pg. 209.
(3) Anti-Dühring, cit, pgs. 174 y 168.
(4) El capital. Crítica de la Economía Política ,
Fondo de Cultura Económica. México. 1973, III-20, pg. 325.
(5) que se
prolonga hasta la actualidad, siendo Keynes uno de sus máximos exponentes.
Según Sismondi, el capitalismo restringe
el mercado interior como consecuencia de la pauperización, de la distribución
desigual de la riqueza. Para evitar la superproducción y extender el mercado
hay que mejorar la distribución, evitar las injusticias y elevar el nivel de
vida del proletariado. Sismondi decía que se diferenciaba de Smith en que éste
no era intervencionista, mientras él reclamaba el control, la regulación, la
planificación, centrada en la distribución.
Sismondi se caracterizó por la defensa de la pequeña
producción y por poner en primer plano la distribución, en lugar de la
producción. De aquí a afirmar que la producción está determinada por el consumo
no había más que un paso, que Sismondi y todos sus seguidores no vacilaron en
dar, fundamentando así sobre una base totalmente equivocada sus teorías sobre
el sub-consumo. La
Economía Política empezaba a dar un giro, asumiendo lo peor
de los fisiócratas (el sub-consumo) y de los mercantilistas (la preocupación
central por los mercados). Por el contrario, para Marx y Engels, en la
contradicción entre la producción y el consumo, la producción es el aspecto
dominante: “La distribución, en rasgos
generales, resulta siempre de la situación de la producción y del cambio en una
sociedad determinada, así como de los antecedentes históricos de dicha
sociedad, de tal suerte que, cuando conocemos estos últimos, podemos inferir
con precisión la forma de distribución que existe en la sociedad” (6). Ciertamente el capitalismo es una
unidad dialéctica de producción y consumo; pero es sobre todo una unidad
dialéctica entre el proceso de trabajo y el proceso de valorización. Dentro
mismo de la producción capitalista se desenvuelve una contradicción entre el
proceso de trabajo y el proceso de valorización, donde la valorización es el
aspecto dominante. Esta ha sido una de las cuestiones que más han tergiversado
los revisionistas del pensamiento de Marx, promoviendo nuevas variantes del
mercantilismo. Por ejemplo, Hilferding extrae todo su análisis económico del
ámbito de la producción y la explotación, poniendo el acento en la circulación
monetaria y en los aspectos financieros; así, consideraba que las crisis son
perturbaciones de la circulación y consisten en la escasez de ventas (7). El
rastro de este tipo de concepciones neo mercantilistas llega hasta el día de
hoy y son las más extendidas entre los intelectuales. Actualmente un economista
norteamericano tan influyente como Sweezy sigue escribiendo: “El
proceso de la producción es y debe
seguir siendo, independientemente de su forma histórica, un proceso destinado a
producir artículos para el consumo humano. Cualquier intento de alejarse de
este hecho fundamental representa una huida de la realidad y debe concluir en
una quiebra teórica”. Por eso no duda en afirmar que su teoría de la crisis
(que confunde con la de Marx) es aceptable también para los economistas
burgueses. Según él, Marx “supone que la
crisis no es el resultado sino más bien la causa de un déficit de demanda
efectiva. La dificultad, por consiguiente, no reside en ningún sentido en la
escasez de mercados. sino en una distribución insatisfactoria (desde el punto
de vista capitalista) del ingreso entre los que perciben salarios y los que
perciben plusvalía”(8). Vincula
la producción al consumo y se desliza por la misma pendiente que Keynes: la
demanda efectiva, el despilfarro, el sub-consumo en definitiva. Por ello
conviene insistir en las repetidas opiniones de Marx al respecto a fin de no
caer en este tipo de errores “muy
peregrinos”, como él mismo los calificaba (9):
“La producción de plusvalía es la finalidad propulsora de la
producción capitalista, el nivel de
la riqueza no se gradúa
por la magnitud absoluta de lo producido, sino por la magnitud relativa del
producto excedente” (10). “El motivo propulsor y la
finalidad determinante del proceso de producción capitalista son, ante todo,
obtener la mayor valorización posible
del capital, es decir, hacer que rinda la mayor
plusvalía posible y que, por
tanto, el capitalista pueda explotar con la mayor intensidad la fuerza de
trabaj.
---------------
(5)
Según Marx, el mérito de los
fisiócratas consistió en centrar el análisis económico en la producción y
no en la circulación, como habían hecho los mercantilistas
(Historia crítica de la teoría de la plusvalía, Brumario, Buenos Aires, 1974,
tomo I, pg. 29).
(6)
Engels, Anti-Dühring, cit., pg. 171.
(7) El capital financiero, Tecnos, Madrid, 1963,
pgs. 268 y 281.
(8) Teoría del desarrollo capitalista, Fondo de
Cultura Económica, México, 1974, pgs. 192, 174-175 y 173.
(9)
Teorías de la plusvalía, tomo II, pg. 28.
(10) El capital, I-7, pg. 175.
(11) La Producción
“La producción capitalista no es ya
producción de mercancías, sino que es, sustancialmente,
producción
de plusvalía (...) Por tanto, el concepto del trabajo productivo no entraña
simplemente
Una
relación entre la actividad y el efecto útil de ésta, entre el obrero y el
producto de su trabajo,
Sino
que lleva además implícita una relación específicamente social e históricamente
dada de
Producción,
que convierte al obrero en instrumento directo de valorización del capital” (12).
“En el régimen capitalista de producción, el proceso de trabajo no es
más que un medio para el
Proceso
de valorización; del mismo modo, la reproducción es simplemente un medio para
reproducir
Como
capital, es decir, como valor que se valoriza, el valor desembolsado”(13).
“Como un fanático de la valorización del valor, el verdadero capitalista
obliga implacablemente a
la
humanidad a producir por producir y, por tanto, a desarrollar las fuerzas
sociales productivas y a
crear
las condiciones materiales de producción, que son la única base real para una
forma superior
de
sociedad cuyo principio fundamental es el desarrollo pleno y libre de todos los
individuos” (14).
“El capitalismo queda destruido por su base al sentar la premisa de que
el motivo propulsor es el
disfrute y no el enriquecimiento” (15).
“Al desarrollarse la producción capitalista. la escala de la producción
es determinada en grado
cada
vez menor por la demanda directa de productos y en grado cada vez mayor por el
volumen del
capital del que el capitalista individual dispone, por el impulso de
valorización de su capital y por la
necesidad de la continuidad y la extensión de su proceso de producción.
Con ello, crece
necesariamente, en cada rama especial de producción, la masa de
productos que aparecen en el
mercado bajo forma de mercancías o buscan comprador. Aumenta la masa de
capital plasmada
durante más o menos tiempo bajo la forma de capital mercancías Aumentan
por tanto, las
mercancías almacenadas” (16).
“El proceso capitalista de producción consiste esencialmente en la
producción de plusvalía,
representada por el producto sobrante o por la parte alícuota de las
mercancías producidas en que
se
materializa el trabajo no retribuido. No debe olvidarse jamás que la producción
de esta plusvalía -
y la
reversión de una parte de ella a capital, o sea la acumulación, constituye una
parte integrante de
esta
producción de la plusvalía- es el fin directo y el motivo determinante de la
producción capitalista. Por eso no debe presentarse nunca ésta como lo que no
es, es decir, como un régimen de
producción que tiene como finalidad directa el disfrute o la producción de medios de disfrute
para el capitalista. Al hacerlo así, se pasa totalmente por alto su carácter
específico, carácter que se imprime en
toda su fisonomía interior y fundamental” (17).
La contradicción económica fundamental del capitalismo,
en consecuencia, únicamente puede situarse en el interior del proceso de
trabajo y valorización, no entre la producción y el mercado. Precisamente la
diferencia entre el capitalismo y los precedentes modos de producción radica en
que,
mientras sus
antecedentes se basaban en la mera circulación de mercancías M-D-M, el
capitalismo se basa en la circulación D-M-D', donde D'=D+ D. Lo razonaba Marx de esta forma: “El ciclo M-D-M arranca del
----------------
(11) E1
capital, I-11, pg. 267.
(12) El
capital, I-l4, pg. 426.
(13) El
capital, I-21, pg. 476.
(14) El
capital, 1-22, pg. 499.
(15) El
capital, II-4. pg. 107.
(16) El capital, Il-6, pg. 128.
(17) El
capital, III-15, pgs. 242-243.
polo de una mercancía y se cierra con el polo de
otra mercancía, que sale de la circulación y entra en la órbita del consumo. Su
fin último es, por tanto, el consumo, la satisfacción de necesidades o, dicho
en otros términos, el valor de uso, Por el contrario, el ciclo D-M-D' arranca
del polo del dinero para retornar por último al mismo polo. Su motivo propulsor
y su finalidad determinante es, por tanto, el valor de cambio” (18). La circulación M-D-M supone un cambio final cualitativo; la
circulación D-M-D' supone un cambio meramente cuantitativo: ese cambio de valor
D'=D+ D es la plusvalía, el incremento
de valor que constituye el nervio de todo el sistema capitalista: “El proceso de vida del capital -escribió
Marx- se reduce a su dinámica de valor
que se valoriza a sí mismo” (19).El capitalismo, por tanto, no es fundamentalmente un sistema de
producción de valores de uso, un sistema de satisfacción de necesidades, sino
de valorización, de creación de valor de cambio y de plusvalía. La producción está
dominada por Ias necesidades de valorización, de acumulación.
Por contra, las posiciones de Sismondi sobre el
sub-consumo eran simétricas a las de Malthus: la producción crece en progresión aritmética, mientras la población lo
hace en progresión geométrica (20). Este desfase entre producción y consumo es
lo que, según Malthus, justifica la existencia de “terceros”, de sectores sociales intermedios o improductivos, que
no son ni la burguesía ni el proletariado y que con su despilfarro absorben la
superproducción capitalista (21). Malthus daba la vuelta al problema: la causa
de la miseria
es que no llega para todos porque existe superpoblación. Las posiciones de
Malthus enlazaron con la ley de la fertilidad decreciente de la tierra de Smith
y Ricardo. Esta ley suponía el incremento constante de los precios de los
productos agrícolas y de las materias primas, respecto de los cuales, los
salarios disminuían, lo que a su vez engendraba el pauperismo de la clase
obrera y la reducción
sistemática
de su nivel de vida con el transcurso del tiempo. Por esta vía, el sub-consumo
de Sismondi coincide con el sub-consumo de los malthusianos: “De esta teoría de Malthus es de donde nace
toda esa concepción sobre la necesidad de que exista y se desarrolle sin cesar
el consumo improductivo, concepción que tiene un celoso propagandista en este
apóstol de la superpoblación por falta de medios de sustento” (22). Frente a la producción por la
producción de la burguesía Malthus opone el consumo por el consumo, “la glorificación de la sociedad inglesa con
sus terratenientes, su estado y su Iglesia, sus clases pasivas. sus
recaudadores de impuestos, sus diezmos, su deuda pública, sus bolsistas, sus
verdugos, sus sacerdotes, sus lacayos” (23).
No podemos extrañarnos de que Keynes considerara a
Malthus un precursor de sus teorías de la “demanda
efectiva” y el sub-consumo. La superpoblación es el hermano gemelo del sub-consumo.
Donde Sismondi veía un desfase entre la producción y el consumo, Malthus vio un
desfase entre la producción y la población. Por supuesto, la ley de Malthus es
una ley “natural” que está más allá
del alcance del hombre, lo mismo que la ley de la fertilidad decreciente de la
tierra: no se puede hacer nada por impedir ese desfase entre la producción y la
población. La miseria no deriva del capitalismo sino de la naturaleza
Superpoblación
significaba paro, bajos salarios, pauperismo, etc.
Malthus no aportó nada original a la Economía Política ,
de modo que Marx en El capital apenas se preocupa en discutir sus afirmaciones y
únicamente subraya su continuidad con respecto a Sismondi y su
teoría del
sub-consumo. Marx demostró que las barreras a la producción no eran naturales
sino sociales, que provenían de las relaciones de producción capitalistas. Para
él no existe un exceso absoluto de fuerza
de trabajo
sino relativo, lo que llama ejército industrial de reserva, que es
imprescindible para la
acumulación: “La producción de una población sobrante
relativa, es decir, sobrante con relación a las necesidades medias de explotación
del capital, es condición de vida de la industria moderna (...) A la
producción capitalista no le basta, ni mucho
menos, la cantidad de fuerza de trabajo disponible que le suministra el
crecimiento natural de la población. Necesita, para poder desenvolverse
-----------------
(18) El capital, 1-4, pg 106.
(19) E1 capital, 1-9, pg. 248.
(20) Primer ensayo sobre la población, Alianza
Editorial, Madrid, 1993, pg. 53.
(21) Marx, Teorías de la plusvalía, tomo II, pg.
123.
(22) Marx, Teorías de la plusvalía, tomo II, pg.
115.
(23) Marx, Teorías de la plusvalía,
tomo II, pgs. 121-122.
desembarazadamente, un ejército industrial de
reserva libre de esta barrera natural” (24).
Para demostrarlo, Marx expone el caso de Irlanda a
mediados del siglo XIX, donde como consecuencia del hambre de 1846 y la
emigración en masa durante las décadas siguientes, perdió la tercera parte de
la población, retrocediendo más de cuarenta años hasta 1800. Sin embargo, esto
no afectó ni al capital global del país ni a la superpoblación relativa: a
pesar de la emigración masiva “la
producción de superpoblación relativa ganó la partida a la despoblación
absoluta” (25). La población
había descendido de ocho a cinco millones y, a pesar de todo, el trabajo
escaseaba, los jornales eran muy bajos y la miseria no se había reducido.
Demostraba así que el capitalismo no puede funcionar sin el ejército industrial
de reserva y sin miseria, que el pauperismo no es la causa de la crisis del
capitalismo sino, más bien al contrario, condición indispensable para su buen
funcionamiento.
Los románticos no comprendieron que la diferencia
entre la producción y el consumo no conduce al sub-consumo, sino a la
acumulación, que es la base del funcionamiento del capitalismo. Negar la
acumulación es negar el progreso del capitalismo: “Sería difícil expresar con más relieve y nitidez
-escribió Lenin- la
tesis fundamental del romanticismo y de la concepción pequeñoburguesa acerca
del capitalismo. Cuanto más rápidamente aumenta la acumulación, es decir, el excedente
de la producción sobre el consumo,
tanto mejor, enseñaban los clásicos (los
cuales) formularon la tesis absolutamente correcta de que la producción crea su propio mercado,
determina el consumo. Y nosotros sabemos que Marx ha tomado de los clásicos esta concepción de la acumulación
(...) Los románticos sostienen
precisamente lo contrario, cifran todas sus
esperanzas en el débil desarrollo del capitalismo y claman porque este
desarrollo sea detenido” (26).
Todos los posicionamientos económicos del romanticismo y
sus epígonos tienen la misma naturaleza clasista, si bien unas veces, ponen el
acento en la pequeña propiedad campesina y otras en la pequeña burguesía
urbana. Y la pequeña burguesía siempre se ha considerado a sí misma como el
prototipo de la humanidad; por eso todas sus variantes ideológicas se presentan
como liberadoras de “toda” la
humanidad (27). El capitalismo arrincona
y arruina la pequeña propiedad, y sus paladines tienen que defenderla tratando
de dar marcha atrás a la historia.
2. Los posiciones económicas de
Bernstein y los revisionistas
Las ideas económicas del romanticismo tuvieron una
extraordinaria influencia sobre el movimiento obrero en el siglo XIX porque
subrayaron la miseria que el capitalismo engendraba entre las masas
trabajadoras, sus aspectos más censurables. Del romanticismo derivan todos los
principios utopistas de comienzos del siglo XIX, así como los de Proudhon en
Francia y Rodbertus en Alemania. El revisionismo recogerá toda esta herencia,
ampliamente arraigada en la conciencia de las masas obreras, para combatir al
marxismo, esta vez desde el mismo interior de sus filas.
Este fenómeno se dio en el seno de la socialdemocracia
alemana, que hacia finales de siglo constituía la parte más importante e influyente
del movimiento obrero internacional. Su contacto permanente con Engels y su
enorme peso electoral, recubrió a sus jefes de una enorme autoridad ideológica
y política ante las demás organizaciones obreras europeas Uno de éstos, Eduardo
Bernstein, que había colaborado estrechamente con Engels, inició a la muerte de
éste el desarrollo de nuevas concepciones ideológicas, políticas y económicas,
supuestamente fundadas en el marxismo, que él mismo calificó de “revisionistas”. Su obra más importante,
“Las premisas del socialismo y la tarea
de la socialdemocracia” (28), apareció en 1899 con el propósito explícito
de criticar y cambiar determinadas concepciones de Marx y Engels. Pero
Bernstein no fue el único: además de él, toda una serie de dirigentes socialdemócratas
que habían
mantenido
relaciones con Engels se pusieron a la tarea de “revisar” el marxismo e implantar nuevos principios, Entre ellos
cabe destacar a Conrad Schmidt, Otto Bauer, Rudolf Hilferding, Mijail Tugan-
------------------
(24) El capital, I-23, pgs.
536-537.
(25) El capital, I-23, pg. 599.
(26) "Para una caracterización del
romanticismo económico", en Obras Completas,
tomo II, pg. 139-140.
(27) Engels: "Del socialismo utópico a1
socialismo científico", en Marx-Engels: Obras Escogidas, Ayuso, Madrid,
1975, tomo II,
pg. 116.
Baranovski,
además de Carlos Kautsky. No se trataba sólo de escritores e intelectuales sino
también de economistas prácticos que ocuparon altos cargos en diversos
gobiernos burgueses. Sin embargo, la obra de estos autores, excepto la de
Kautsky, pasó casi desapercibida, por lo que sus escritos económicos siguieron
teniendo un peso importante dentro del legado intelectual del movimiento
obrero.
Cuando después de la guerra franco-prusiana, la
socialdemocracia alemana tomó la dirección del
del
movimiento obrero europeo, gracias al impulso de Marx y Engels, aún coexistían
con el marxismo importantes lacras ideológicas en su interior. En su obra “Contribución a la cuestión de la vivienda”,
escrita en 1872, Engels se enfrentó contra quienes pretendían introducir a
Proudhon en el movimiento obrero alemán. Dirigentes obreros como Lassalle, uno
de los fundadores de la socialdemocracia alemana, se basarán en el romanticismo
para exponer ideas económicas tan erróneas pero tan impactantes como la llamada
ley de bronce de los salarios (29). Contra los lasalleanos escribiría Marx en
1875 uno de los textos más importantes sobre la dictadura del proletariado, la “Crítica del programa de Gotha”, en
donde la raíz de la ley de bronce de los salarios se identificaba con los
principios de Malthus acerca de la población (30). Aún se desarrollarían
corrientes, como el “socialismo de
cátedra”, representado por economistas como Wagner y Sombart, muy
influyentes en Alemania durante la década de los setenta y los ochenta del
siglo XIX y cuyas ideas extendieron en Rusia los “marxistas legales”. Finalmente, en 1878, Engels tuvo que salir al
paso de la ideología que trataba de introducir Dühring entre la
socialdemocracia alemana.
El “Ant-Dühring” de
Engels tuvo una extraordinaria influencia en la socialdemocracia alemana y, en
general, en todo el movimiento obrero europeo. Marca un punto de inflexión: a
partir de entonces el marxismo será la ideología dominante del proletariado
europeo, lo que permite culminar en 1889 en París los trabajos para la
reconstrucción de la nueva
Internacional. Desde entonces los enemigos de la clase obrera comenzaron
a hurgar desde su mismo interior, como si fueran marxistas. Bernstein, por
ejemplo, iniciador del movimiento revisionista, había sido el más importante
valedor de las teorías de Dühring dentro de la socialdemocracia alemana antes
de hacerse pasar por marxista. Con él nace el revisionismo, que no es otra cosa
sino la continuación de la misma política pequeñoburguesa de tratar de
aprovechar la pujanza del movimiento obrero en beneficio propio. En expresión
de Lukacs, los revisionistas eran “proudhonistas
con terminología marxista” (31).
Por tanto, a la muerte de Engels el marxismo ya se
había convertido en la ideología dominante en el seno del movimiento obrero, y
sin embargo, e! peor enemigo del marxismo pasó a integrarse en sus propias
filas. El triunfo del marxismo supuso que todo tipo de errores se deslizaran
por su interior bajo la apariencia de una acérrima defensa de los principios
expuestos por Marx y Engels: “La
dialéctica de la historia es tal -decía Lenin- que el triunfo teórico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse
de marxistas” (32).Los
revisionistas se apoyaron en las erróneas tradiciones del movimiento obrero
para combatir al marxismo desde su mismo anterior.
El capitalismo no es ya para los revisionistas
aquel modo de producción dominado por la anarquía de que hablaba Marx, sino que
está “organizado”, es decir, es
capaz de regular mecánicamente su funcionamiento para reducir al máximo los
colapsos. Anarquía era sinónimo de competencia:
desaparecida
la competencia con los monopolios, desaparecía igualmente la anarquía. La idea
de que el capitalismo era un modo de producción anárquico estaba muy arraigada
en el movimiento obrero y se identificaba esa anarquía con la competencia, con
el capitalismo premonopolista. Cuando los
socialdemócratas
comienzan a referirse a los monopolios, es para demostrar que el capitalismo ha
introducido racionalidad en la anarquía, que es capaz de planificar eficazmente
la producción, la
distribución,
la acumulación y el consumo, de manera que puede evitar distorsiones
importantes: los
------------------
(28) En castellano se ha titulado El socialismo evolucionista, Fontamara,
Barcelona, 1978. Su titulado original en
alemán era
Die
Voraußetzungen des Sozialismus un die Aufgaben der Sozialdemocratie.
(29) “Es preciso purificar la atmósfera y limpiar
el Partido de toda esta hediondez lassalleana que queda”, le escribía en 1865
Marx a Engels en una carta
(Marx-Engels: Correspondencia, Cultura Popular, México, 1977, pg.239).
(30) Marx-Engels, Obras Escogidas, cit., tomo II,
pg. 21. Ver también la carta de Engels a Bebel de 18-28 de marzo de 1875.
Otra de las críticas expuestas por
Marx en su “Crítica del programa de Gotha” estaba dirigida contra la
reivindicación del
derecho a percibir “el fruto íntegro
del trabajo” (pg.10).
(31) Historia y consciencia de clase, Grijalbo, Barcelona,
1975, pg. 40.
(32) "Vicisitudes históricas de la doctrina
de Carlos Marx", en Obras completas, tomo XXIII, pgs. 1-4.
monopolios,
escribió Hilferding, “están en
condiciones de suprimir por completo las crisis, ya que pueden regular la
producción y adaptar en todo momento la oferta a la demanda” (33).El
capitalismo competitivo llevaba a la anarquía y a las crisis, pero el
capitalismo monopolista regula y amortigua las crisis. En la nueva etapa del
capitalismo, no hay ningún límite a la monopolización creciente de la economía,
de manera que si Kautsky habló de “ultraimperialismo, Hilferding
expondrá también su teoría del “cartel
general”, una instancia suprema que está en condiciones de regular
conscientemente todas las esferas de la economía: desaparece la división del
trabajo, cesa la especulación, se elimina el dinero y, en suma, el capitalismo
deja de ser capitalismo.
Ahora bien, hay que remarcar que anarquía no
significa caos, porque la competencia capitalista está regida por leyes
económicas que son ajenas a la voluntad de los propios capitalistas. Cuando los
revisionistas hablan de control y regulación del capitalismo se refieren,
naturalmente, a la posibilidad de que el Estado intervenga en el funcionamiento
del mercado. Enlazan con dos precedentes: fue Sismondi el primero en reclamar
ese intervencionismo del Estado contra el liberalismo de Smith; y fue Lassalle
quien otorgaba al Estado unos poderes demiúrgicos, por encima de las clases
(34). Los revisionistas alemanes, por tanto, empalman el intervencionismo
económico de Sismondi con algo más próximo para ellos: el concepto de Estado en
Lassalle como ente hegeliano, portador de una racionalidad universal, que debe
elevar el nivel de vida de las masas cambiando la distribución y frenando las crisis
de superproducción. El Estado es capaz de planificar porque no es parte del
sistema económico, sino que está por encima, es ajeno a él: la cuestión de
quién planifique y regule, decía Hilferding, es una cuestión de poder; pero por
sí mismo el capital financiero “significa
la creación del control social sobre la producción”, lo que
facilita mucho “la superación del
capitalismo. Tan pronto como el capital financiero haya puesto bajo su control
las ramas más importantes de la producción, basta que la sociedad se apodere
del capital financiero a través de su órgano consciente de ejecución, el
Estado, conquistado por el proletariado, para poder disponer inmediatamente de
las ramas más importantes de la producción” (35).
Pero ni el Estado capitalista ni los monopolios
pueden modificar las leyes de funcionamiento del sistema económico porque ambos
son parte integrante de esas mismas leyes. Son las leyes de la competencia las
que conducen indefectiblemente a su negación al monopolio; éste, a su vez,
también está regido por leyes económicas. Por tanto, son estas leyes las que se
imponen a la competencia lo mismo que al monopolio, por lo que la idea de un
capitalismo regulado y planificado es absurda. Como expondrá claramente Lenin,
el monopolio no puede controlar el funcionamiento de la economía capitalista,
lo mismo que tampoco lo podía controlar su precedente, la competencia; no
solamente no puede sobreponerse a las leyes objetivas, sino que está sometido a
esas mismas leyes El capitalismo no deja de ser capitalismo porque llegue a su
fase monopolista, de modo que bajo esta nueva fase siguen vigentes las mismas
leyes económicas que en la fase competitiva. Por contra, el revisionismo
siempre, antes como ahora, ha pretendido aparentar que con posterioridad a la muerte
de Marx y Engels aparecieron “nuevos” fenómenos
económicos que aquéllos no pudieron tomar en consideración y que alteran
sustancialmente la naturaleza del capitalismo. Aparentemente el monopolismo les
daba motivos para todo ese tipo de planteamientos. Los revisionistas
pretendieron divulgar que bajo el monopolismo imperan leyes distintas que en la
etapa del capitalismo competitivo. El monopolismo sería una fase nueva y
distinta, con sus propias características, de todo punto diferentes de la
anterior. El monopolismo sería la antesala del socialismo que demostraría que
e! capitalismo no se hundía sino que daba lugar a una etapa diferente, casi
socialista, que permitiría una aproximación de ambos modos de producción y el
tránsito pacífico (democrático) de uno a otro. El capitalismo no camina hacia
el derrumbe sino hacia el socialismo. El monopolismo sería una especie de
socialismo
con propiedad privada: bastaba eliminar ésta para encontrarnos, sin más, con el
socialismo. Además, añaden los revisionistas, Marx no conoció esa nueva fase y,
por tanto, no pudo describir el funcionamiento de la economía contemporánea, en
la que los monopolios han acabado con la competencia.
Nada más falso. El monopolio ya fue descrito por
Marx y Engels, al analizar cómo la competencia
--------------
(33) E1
capital financiero, cit., pg. 324.
(34) Engels
calificó a Lassalle de “demócrata vulgar, específicamente prusiano con marcadas
inclinaciones bonapartistas” (Carta
a Kautsky. 23 de febrero de I891, Obras
escogidas, cit., tomo II, pg..39).
(35) El capital financiero, cit., pgs. 326 y
410-411.
capitalista
surge dialécticamente de la destrucción de los monopolios feudales y cómo, en
un nuevo nivel de desarrollo, el monopolio reaparece de la competencia
capitalista: “La competencia ha sido
engendrada por el monopolio feudal. Así, primitivamente, la competencia ha sido
lo contrario del monopolio y no el monopolio lo contrario de la competencia.
Luego el monopolio moderno no constituye una simple antítesis; es, por el contrario,
la verdadera síntesis”. Esta síntesis, añade Marx, es dinámica, es
movimiento y contradicción: “El monopolio
produce la competencia, la competencia produce el monopolio. Los monopolistas
se hacen la competencia, los competidores devienen monopolistas (...) La
síntesis resulta tal que el monopolio no puede sostenerse más que pasando
continuamente por la lucha de la competencia” (36).
Apenas puede ofrecerse una descripción mejor, más
clara y más exacta de qué son los monopolios y cuál es su relación con la
competencia capitalista. El monopolismo no es una fase nueva ni distinta del
capitalismo competitivo sino solamente una fase superior dentro del mismo
capitalismo. En consecuencia,
ninguna de
las leyes del capitalismo se modifica en esta nueva etapa. Como manifestaba el
Programa de la
Internacional
Comunista, los monopolios agudizan e intensifican la competencia (37). Cuando
el monopolismo está más extendido es cuando más se habla de competencia y
competitividad y cuando la competencia es más aguda.
Marx relacionó el resurgimiento de los monopolios
bajo el capitalismo con la centralización del capital, que es un modo de
reforzar su acumulación. Si ésta concentra masas de capital cada vez mayores en
unas mismas manos, la centralización es una especie de expropiación de
capitales dispersos para formar grandes volúmenes de capital bajo una misma
dirección. La acumulación de capital origina un proceso de dispersión de los
capitales: al crecer la masa de capital crece también el número de
capitalistas, “enfrentados como
productores de mercancías independientes los unos de los otros y en competencia
mutua. Los nuevos capitales crean, por tanto, nuevos capitalistas
independientes; pero frente a este fenómeno de dispersión, surge el opuesto de
atracción: los capitales ya existentes se concentran en unas mismas manos, unos
capitalistas expropian a otros, los grandes capitales devoran a los pequeños
sin que necesariamente se cree nuevo capital. Marx destacó cómo la
centralización de capital es un instrumento mucho más poderoso comparado con la
acumulación y que sus mecanismos más importantes son el crédito y las
sociedades por acciones. La centralización consiste en una redistribución del
capital ya existente y no exige acumulación, sino que basta la reproducción
simple. Sin embargo, 1a centralización permite ampliar la escala de las
operaciones, constituir poderosos consorcios económicos, lo que es
imprescindible a medida que el capital constante crece y se expande, en que
crece cada vez más el volumen mínimo necesario para explotar una empresa.
La centralización del capital es consecuencia de la
concurrencia, en la que los capitales más débiles sucumben y son absorbidos por
los más fuertes. Los capitales se desplazan unos a otros. Muchos se arruinan y
los pocos supervivientes ven muy fortalecida su situación. “Esto equivale -decía Marx- a
la supresión del régimen de producción capitalista dentro del propio régimen de
producción capitalista y, por tanto, a una cantradicción que se anula a sí
misma”, hasta el punto que la aparición de los monopolios obliga al Estado
a intervenir en el funcionamiento económico (38).
Para los revisionistas bastaba abandonar el liberalismo
económico e intervenir en el sistema económico para que el capitalismo no se
derrumbara. El intervencionismo, el control y la regulación demostraban que se
trataba de un modo de producción eterno, “natural”
e inmutable. Los revisionistas, en definitiva, mantienen una visión
estática del capitalismo, donde las contradicciones y los desequilibrios no tienen
cabida. Mientras Engels subrayaba frente a Dühring la naturaleza esencialmente
histórica de la
Economía Política (39), los revisionistas, como todos los
burgueses, conciben las leyes económicas por las que se rige el capitalismo
como “independientes de la influencia del
tiempo. Son leyes eternas que deben regir siempre la sociedad. Por tanto, ha
existido la historia pero ya no la hay. Existió la historia, puesto que
existieron instituciones feudales, y en estas instituciones feudales se hallan
relaciones de producción
--------------------
(36) Miseria de la Filosofía , cit., pgs..
227-229.
(37) VI Congreso de la Internacional Comunista , Primera Parte, Cuadernos
de Pasado y Presente, México, 1977, pg.
.253.
(38) El capital, III-27, pg. 417.
(39) Anti-Dühring, cit., pg. 166.
Completamente diferentes de las de la sociedad
burguesa, las cuales quieren los economistas hacer pasar por naturales y, por
tanto, eternas” (40). Lo mismo que Fukuyama hoy, Bernstein
defendía hace cien años “el fin de la historia”: el capitalismo es
imperecedero. Rota la perspectiva del final del capitalismo, los revisionistas
llegaban a su fórmula mágica: los objetivos no son nada, el movimiento es todo.
“Por lo tanto -escribirá Bernstein- la socialdemocracia no tiene que esperar ni
desear el pronto derrumbe del actual sistema económico, si éste es concebido
como el producto de una gran y devastadora crisis económica. Lo que debe hacer
-y lo que deberá hacer aún por largo tiempo- es organizar políticamente a la
clase obrera y prepagarla para la democracia, así como luchar por todas las
reformas del Estado que sean adecuadas para elevar el nivel de la clase obrera
y transformar la naturaleza de aquel en el sentido de la democracia” (41).
Hay que apuntar, además, toda una serie de
planteamientos que Bernstein comienza a exponer y que se han mantenido
sustancialmente desde entonces en todas las argumentaciones revisionistas. El
primero de ellos es la desaparición de las crisis que, aunque Bernstein sigue
reconociendo su posibilidad, considera que en el futuro se irán amortiguando
hasta desaparecer, gracias al control de las fluctuaciones económicas. El
segundo es otro factor que, supuestamente, Marx no tomó en consideración: las
nuevas clases medias, el creciente protagonismo que, según él, tiene la pequeña
producción en el capitalismo, gracias al crédito y a las sociedades anónimas
que “democratizan” el capitalismo y
hacen partícipe de sus beneficios a toda la población. En este punto, Bernstein
ni siquiera está de acuerdo con Hilferding y sus teorías acerca del capital
financiero, negándose a reconocer el nuevo papel que empezaban a desempeñar los
grandes monopolios, destacando por el contrario una supuesta tendencia al
reparto de la propiedad. Por otro lado, estrechamente ligado con lo anterior,
está la mejora en las condiciones de vida de la clase obrera que demuestra el “error” de Marx cuando afirmaba que, por
el contrario, el proletariado experimentaría un proceso de pauperización
creciente. Finalmente, de ahí pasa a la idea de que la sociedad camina hacia
una progresiva democratización. que hay que profundizar, incluyendo no sólo el
ámbito político, sino el económico, aspecto éste en el que los revisionistas
modernos tampoco han innovado nada (42).
Pero sobre todo, los revisionistas se empeñaron en dos
batallas económicas fundamentales: trasladar las causas de la crisis desde la
producción en que las situó Marx a la circulación, aludiendo a crisis de
realización, de sub-consumo y de desproporción, y también enfrentarse contra lo
que entonces se llamaba la “zusammenbruchstheorie”,
la teoría del derrumbe (43) que constituyó el núcleo central de la polémica
con los revisionistas hasta la Primera Guerra Mundial. En suma, trataban de
acabar con la idea de que el capitalismo no tenía viabilidad como sistema de
producción y valorización y que sus propias contradicciones internas le
llevarían al colapso. Según los revisionistas, como el capitalismo no se
desplomaba, no había que sustituirlo por el socialismo sino dirigirlo,
controlarlo, regularlo a discreción: el papel de la socialdemocracia
consistiría precisamente en gestionar el capital, ganar las elecciones y
sentarse en los consejos de administración de los monopolios.
La trascendencia del debate sobre el colapso
radicaba en las consecuencias políticas que de ahí se desprendían para el
movimiento obrero y, en particular, para la unidad de lo objetivo y lo
subjetivo en el proceso revolucionario. La ley del derrumbe colocaba el proceso
revolucionario hacia el socialismo sobre
un fundamento
objetivo, el desmoronamiento del capitalismo, mientras los revisionistas
pretendían fundamentarlo sobre factores puramente subjetivos. Los revisionistas
sustituyeron a Marx por Kant: la revolución no era ya una necesidad sino una
posibilidad, no se basaba en leyes inexorables sino en la voluntad y en la
ética: la revolución socialista era un “imperativo
categórico”. El capitalismo no se hunde,
pero lo vamos
a reconducir. Según Bernstein, las injusticias del capital acrecentarían la
conciencia y organización del proletariado: para edulcorar el capitalismo hay
que “repartir la riqueza” y apoyar la
pequeña producción.
--------------
(40) Miseria de la Filosofía , cit., pg.
189.
(41) Horst Heimann: Textos sobre
el revisionismo. La actualidad de Eduard Bernstein, Nueva Imagen, México, 1982, pg. l27
(42) Así por ejemplo, en nuestro país, vid. Un
futuro para España: la democracia económica y política, prólogo de Santiago
Carrillo, París, 1968.
(43) Del alemán zusanmenbruchstheorie se viene traduciendo
a1 castellano como teoría o ley del derrumbe, que Lenin tradujo al
ruso como teoría de la
bancarrota y que también suele aparecer como colapso, e incluso como catástrofe
o hundimiento.
Los revisionistas conciben el sub-consumo no como
una consecuencia de la crisis sino como su causa
y, por tanto, no encuentran contradicciones entre los procesos de
producción y valorización, por lo que el capitalismo es un modo de producción
inagotable. Si tiene crisis y espasmos, serán externos, fuera de la producción,
y en ningún caso conducirán al derrumbe. El revisionismo sólo admite el sub-consumo,
que a su vez tiene su remedio en las recetas keynesianas de la demanda efectiva
y el despilfarro. El prototipo más sencillo de este tipo de concepciones fue el
libro del yerno de Marx, Paul Lafargue, “El
derecho a la pereza”, publicado 1863 (44), el mismo año de la muerte de su
suegro, donde el sub-consumo es el eje central de las reflexiones económicas.
Estos errores básicos conducen a otros: la pequeña burguesía como
sector social
en crecimiento que puede evitar la contracción de los mercados con su
enriquecimiento, la imposibilidad de realizar la plusvalía dentro de las
fronteras y la necesidad de buscar salidas al exterior, etc.
Marx sólo utiliza de pasada la expresión
"derrumbe" en su “Historia
crítica de la teoría de la plusvalía” pero fue aceptada por todos los que
intervinieron en el debate, en el sentido de una inviabilidad del modo de
producción capitalista para reproducirse indefinidamente, hasta el punto de que
se incluyó en un apartado del Programa de la Internacional Comunista ,
como sello distintivo frente a la socialdemocracia (45). Pero la idea de la
naturaleza esencialmente transitoria del capitalismo aparece repetidas veces en
las obras de Marx y Engels y, en concreto, en “El capital”:
“Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas
que usurpan y
monopolizan este proceso de transformación -escribía Marx-,
crece la masa de la miseria, de la
opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación;
pero crece también la rebeldía
de
la clase obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más
organizada por el
mecanismo del mismo proceso capitalista de producción. El monopolio del
capital se convierte en
grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él. La
centralización de los medios
de
producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con su
envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final
de la propiedad privada
capitalista. Los expropiadores son expropiados” (46).
“El régimen de producción capitalista tropieza en el desarrollo de las
fuerzas productivas con un
obstáculo que no guarda la menor relación con la producción de la
riqueza en cuanto tal. Este
peculiar obstáculo acredita precisamente la limitación y el carácter meramente
histórico,
transitorio, del régimen capitalista de producción: atestigua que no se
trata de un régimen absoluto
de
producción de riqueza, sino que, lejos de ello, choca al llegar a cierta etapa
con su propio
desarrollo ulterior” (47).
“El verdadero límite de la producción capitalista es el mismo capital,
es el hecho de que en ella
son
el capital y su propia valorización lo que constituye el punto de partida y la
meta, el motivo y el
fin
de la producción; el hecho de que aquí la producción sólo es producción para el
capital y no a la
inversa, los medios de producción simples medios para ampliar cada vez
más la estructura del
proceso de vida de la sociedad de los productores. De aquí que los
límites dentro de los cuales tiene
que
moverse la conservación y valorización del valor capital, la cual descansa en
la expropiación y
depauperación de las grandes masas de los productores, choquen
constantemente con los métodos
de
producción que el capital se ve obligado a emplear para conseguir sus fines y
que tienden al
aumento ilimitado de la producción, a la producción por la producción
misma, al desarrollo
incondicional de las fuerzas sociales productivas del trabajo. El medio
empleado -desarrollo
incondicional de las fuerzas sociales productivas- choca constantemente
con el fin perseguido, que
es
un fin limitado: la valorización del capital existente. Por consiguiente, si el
régimen capitalista de
producción constituye un medio
histórico para desarrollar la capacidad productiva material y
crear el mercado mundial correspondiente, envuelve al propio tiempo una
contradicción constante
------------
(44) En castellano en la Editorial Fundamentos ,
Madrid, 5ª Ed., 1991
(45) VI Congreso. Primera parte, cit., pg. 256.
(46) El capital, I-24, pgs. 648-649.
(47) E1 capital, III-l5, pg. 241.
entre esta misión histórica y las condiciones sociales de producción
propias de este régimen” (48).
“El punto de vista que sólo considera como históricas las relaciones de
distribución, pero no las
de
producción es, de una parte, el punto de vista de la crítica ya iniciada pero
todavía rudimentaria,
de
la economía burguesa. De otra parte, tiene su base en la confusión e
identificación del proceso
social de la producción con el proceso simple de trabajo tal como podría
ejecutarlo un individuo
anormalmente aislado, sin ayuda ninguna de la sociedad. Cuando el
proceso de trabajo no es más
que
un simple proceso entre el hombre y la naturaleza, sus elementos simples son
comunes a todas
las
formas sociales de desarrollo del mismo.
Pero cada forma histórica concreta de este proceso
sigue desarrollando las bases
materiales y las formas sociales de él. Al alcanzar una cierta fase de
madurez, la forma histórica concreta es abandonada y deja el puesto a
otra más alta. La llegada del
momento de la crisis se anuncia al presentarse y ganar extensión y
profundidad la contradicción y
el
antagonismo entre las relaciones de distribución y, por tanto, la forma
histórica concreta de las
relaciones de producción correspondientes a ellas, de una parte, y de
otra, las fuerzas productivas,
la
capacidad de producción y el desarrollo de sus agentes. Estalla entonces un
conflicto entre el
desarrollo material de la producción y su forma social” (49) .
Estos párrafos sintetizan el término del
capitalismo como modo de producción, su naturaleza
histórica
transitoria. Bernstein calificó este análisis de Marx como “teoría del derrumbe” y lo consideró mecanicista y fatalista.
Pretendía dar a entender que Marx únicamente tomaba en consideración el factor
objetivo de la revolución, el desplome del capitalismo, algo que conociendo
mínimamente la naturaleza dialéctica de todo el pensamiento marxista, no se
puede sostener con un mínimo de seriedad. Criticando el colapso, Bernstein
trataba de desplazar la concepción del proceso revolucionario hacia una
vertiente puramente subjetiva y, por sí mismo, este giro significaba un regreso
al socialismo utópico, situar la revolución en un futuro indefinido e incierto.
Por eso Bernstein criticó lo que consideraba una forma de “determinismo” en Marx, que para él estaba asociado a la dialéctica
y a las contradicciones; el socialismo no era una necesidad sino una
posibilidad, no dependía de circunstancias objetivas sino subjetivas. La tarea
de Bernstein era doble: por un lado, romper la unidad dialéctica de lo objetivo
y lo subjetivo en el proceso revolucionario, pretextando que Marx sólo tuvo en
cuenta el aspecto objetivo del problema, es decir, que era un “catastrofista”, un mecanicista vulgar y
corriente; segundo, rota esa unidad y aislados sus dos aspectos, Bernstein se
preocupó de poner el acento en el aspecto subjetivo, ético, de la lucha de
clases. Pero Marx tenía bien claro este proceso: “De todos los instrumentos de producción, el mayor poder productivo es
la misma clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios
como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que puedan
engendrarse en el seno de la vieja sociedad” (50).
Todas las demás tergiversaciones revisionistas
derivan de esa ruptura de la unidad de lo objetivo y lo subjetivo en el proceso
revolucionario. Si la revolución es un problema ético, en ella deben intervenir
no sólo ni principalmente el proletariado, sino “todos” aquellos que son conscientes de las desigualdades del
capitalismo. La lucha de clases se esfuma y trasladamos el eje de la crítica
desde la explotación hacia una distribución calificada de “injusta”. Por el
contrario, para Marx “la forma de cambio
de los productos
corresponde a la forma de
producción. Cambiad la última y la primera se modificará en consecuencia.
También observamos en la historia de la sociedad cómo se regula el modo de
cambiar los productos según el modo de producirlos. El cambio individual
corresponde también a un modo de producción determinado,
el cual a su vez, responde al
antagonismo de clases. Así pues, no existe cambio individual sin antagonismo
de clases” (51).
No es de extrañar que los revisionistas hicieran
de la dialéctica y de la contradicción el eje de sus ataques, para sustituir a
Marx por Kant y Malthus, del mismo modo que los economistas de hoy (Sweezy,
Baran, Dobb) sustituyen a la contradicción entre las fuerzas productivas
y las relaciones de producción, por
---------------------
(48) E1 capital, III-15, pg. 248.
(49) El capital, III-51, pgs. 815-816.
(50) Miseria de la Filosofía , cit., pg.
258.
(51) Miseria de la Filosofía , cit., pg.
131.
las modernas
versiones keynesianas de la demanda solvente. Al tiempo, el derrumbe se
sustituye por la optimista creencia en la posibilidad de un crecimiento
continuo e ilimitado de las fuerzas productivas en donde los sobresaltos serán
cada vez menores ante una capacidad de control y regulación cada vez
mayores. No
hay más que un paso desde aquí a afirmar que si el capitalismo es viable, lo
que es inviable es el socialismo.
3. La lucha contra el revisionismo desde e1 propio
revisionismo: Kautsky
Los ataques de Bernstein desataron una fuerte polémica dentro de la
socialdemocracia alemana, aunque no ocurrió lo mismo con los demás
revisionistas, cuyos escritos pasaron más desapercibidos Esto condujo a que las
posiciones económicas fundamentales de los revisionistas quedaran en un segundo
plano, insuficientemente rebatidas. Bernstein no fue expulsado del Partido, a
pesar de las peticiones que se lanzaron en ese sentido. Su crítica resultó
puramente formal y en ella no intervinieron el conjunto de militantes obreros
de la socialdemocracia. Puede decirse que dentro de la socialdemocracia, la
polémica no fue más allá de los escarceos entre los intelectuales que componían
la dirección del Partido. Aunque las posiciones de Bernstein hubieran resultado
triunfantes, eso en modo alguno hubiera cambiado el rumbo de los
acontecimientos, porque no se combatió el núcleo de las posiciones económicas
de los revisionistas y se soslayaron sus consecuencias estratégicas y tácticas,
Todo quedó como una polémica meramente teórica. reservada a los jefes
socialdemócratas. El Partido, por su parte, seguía aferrado a las viejas
concepciones lassalleanas y utopistas que venían de atrás y que no acababan de
erradicarse. En contra del criterio de Marx y Engels, se había autodisuelto en
1878 por la promulgación de las leyes de excepción y únicamente su facción
parlamentaria había asegurado su continuidad. Cuando en 1890 volvió o
reanudarse la actividad partidaria, su funcionamiento estaba ya lastrado por la
experiencia. Los jefes tenían miedo a nuevas leyes de excepción si adoptaban la
vía revolucionaria; los militantes no estaban acostumbrados a intervenir
activamente en los debates y a ser protagonistas en las discusiones. Toda esta
situación condujo a que la socialdemocracia alemana se estancara en el
reformismo, que es la vertiente práctica y concreta del revisionismo. El
imperativo ético de hundir el capitalismo se reconvertía en el más cercano de
modificarlo para mejorado.
El ejemplo más expresivo de las posiciones teóricas y prácticas de 1a
socialdemocracia alemana se personifica en Kautsky, el marxista más influyente
a comienzos de siglo. Kautsky fue uno de los primeros en salir al paso del
revisionismo y defender una supuesta “ortodoxia”
marxista. Esta actitud, por una parte, fue meramente superficial y
temporal, porque Kautsky acabó abrazando posteriormente todas y cada una de las
posiciones del revisionismo, de manera explícita, es decir, acabó como un “renegado”, como le llamó Lenin. Pero
incluso analizando sus primeras posiciones ideológicas contra el revisionismo,
se observa que Kautsky se atiene a los aspectos secundarios y los pone en
primer plano para destacar sus diferencias con Bernstein, mientras soslaya los
principales, en los que adopta una actitud muy ambigua.
La postura de Kautsky resultó, por tanto, inicialmente centrista:
consideraba la ley del derrumbe como el “punto
capital” de la crítica de Bernstein (52) pero no la admitía. Sin embargo,
tampoco admitía la viabilidad ilimitada del capitalismo y para “demostrarlo” recurrió, como
alternativa, a los propios
revisionistas, tomando prestada de ellos una singular versión
subconsumista. Decía Kautsky:
“La forma de producción capitalista se hace imposible desde el momento
en que el mercado no se
extiende en la medida en que la producción, es decir, que el exceso de
producción se hace crónico.
“(...) He aquí una situación de lo cual, si se
presenta, resultará inevitablemente el triunfo del
socialismo.
“Se ha de llegar a tal situación si la evolución económica continúa
progresando como hasta aquí,
porque el mercado exterior, lo mismo que el interior, tiene sus límites,
en tanto que la extensión de
la
producción es ilimitada (...). La forma de producción capitalista llegará a ser
insoportable no
tan sólo para los proletarios, sino también para la masa de la
población, en cuanto la posibilidad
------------------
(52) La
doctrina socialista, Fontamara, Barcelona, 2ª Ed., 1981, pg. 73. El título
original en alemán es “Bernstein und das
sozialdemokratische”. Es interesante el
comentario de Lenin a este trabajo en
Obras Completas, tomo IV, pgs. 196-197.
de
la extensión del mercado no responda a las necesidades de la extensión de la
producción, que
nacen del aumento de la población industrial, del crecimiento del
capital, de los progresos de las
ciencias aplicadas” (53).
Por tanto, el subconsumo no lo concibe Kautsky
como una mera oscilación cíclica coyuntural, a las
que también
se refiere, sino como un colapso definitivo de todo el sistema capitalista
mundial, lo que
otorga al
socialismo un carácter insoslayable más allá de la mera postulación utópica. En
efecto, más adelante continúa razonando Kautsky:
“Demostrar que la superproducción llega a ser crónica e irremediable,
no es profetizar
que muy pronto ha de sobrevenir una enorme crisis universal de donde
brote la sociedad
socialista triunfante como nuevo fénix que renace de sus cenizas.
“Esta superproducción crónica acaso tenga un proceso tardío. No sabemos
cómo ni
cuándo ocurrirá. Y hasta reconocería de buen grado que puede dudarse de
su realización
tanto más fácilmente cuanto más rápida sea la marcha del movimiento
social. La
superproducción crónica irremediable representa el límite extremo más
allá del cual no puede
subsistir ya el régimen capitalista; pero otras causas pueden hacerle
sucumbir antes. Hemos visto
que la concepción materialista, al lado de
la necesidad económica, admite otros factores de la
evolución social, factores que se explican
por las condiciones económicas, pero que son de
naturaleza moral y espiritual, y que agrupamos bajo la fórmula de 'lucha de clases'. La lucha de
clases del proletariado puede ocasionar la caída de la forma de
producción capitalista antes de que
llegue ésta al período de descomposición. Si el demostrar que la
superproducción se hará crónica
no
es predecir la gran crisis universal, tampoco es profetizar que el régimen
capitalista acabará de
esta o de la otra manera. Pero es importante aquella indicación, porque
al fijar un término extremo
a
la duración de la sociedad capitalista actual, se hace salir al socialismo de
las regiones
nebulosas en que tantos socialistas le creen, nos aproximamos a él, y le
convertimos en un objeto
político tangible, necesario. Ya no se trata de un sueño que se
realizará acaso dentro de quinientos
años, o que acaso no se realizará nunca” (54).
Por tanto Kautsky diferencia claramente dos tipos
de crisis, las coyunturales y las estructurales: esta última es “la crisis” por antonomasia, la última,
la del colapso definitivo de todo el sistema capitalista a escala planetaria,
porque “si la superproducción es general,
la quiebra lo será también” (55), Esto
es algo que diferenciará a Kautsky de los seguidores posteriores de las teorías
subconsumistas: según él, es una crisis que no tiene remedio (56). Kautsky
trató así de mantener el tipo, de guardar las apariencias, pero
no explicó en
absoluto por qué y de qué modo esa crisis fatal de subconsumo llevaba al
derrumbe del
capitalismo,
En realidad, el subconsumo sí tiene remedio (y muy sencillo, por cierto) y no
puede conducir
al
hundimiento del capitalismo como sistema de producción. EI subconsumo ni
siquiera puede explicar algo tan trivial como los ciclos económicos
capitalistas, las fases de auge y depresión, porque éstas son
periódicas,
mientras el subconsumo es permanente. En suma, como escribió Marx, “es una perogrullada decir que las crisis
surgen de la falta de consumo solvente o de consumidores capaces de pagar. El
sistema capitalista no conoce ninguna clase de consumo que no sea solvente, si
se exceptúan los pobres de
misericordia y los 'granujas' ” (57).
Más importante aún es tener en cuenta cómo, lo
mismo que Bernstein, rompe la unidad dialéctica entre lo objetivo y lo
subjetivo en la revolución. A pesar de que alude tanto a lo subjetivo (la lucha
de clases) como a lo objetivo ( el subconsumo como límite extremo del
capitalismo), en su exposición ambos contrarios no aparecen unidos sino
separados: los factores económicos coexisten con los “demás factores” y
----------------
(53) La
doctrina socialista, cit., pg. 207.
(54) La doctrina socialista, cit., pg. 211.
(55) La
doctrina socialista, cit., pg. 213.
(56) La
doctrina socialista, cit., pg. 215.
(57) El
capital, II-20, pg. 366.
aparecen
independientemente unos de otros, de modo de que los “demás factores” pueden adelantarse en el tiempo a los económicos
y, por tanto, surgir al margen de ellos. El mecanicismo de este tipo de
concepciones queda al descubierto, por más que trate Kautsky de encubrirlas
aludiendo a esos “otros factores” que
la concepción materialista también “admite”
en forma de lucha de clases y que son -según él- de naturaleza moral y
espiritual.
En consecuencia, la crítica de Kautsky al revisionismo
se plantea en lo sustancial, desde dentro del revisionismo. A estas
conclusiones cabía llegar ya en 1899, cuando Kautsky aparece enfrentado a
Bernstein. Naturalmente conforme avance el nuevo siglo, las posiciones se
definirán todavía más claramente, sobre todo tras el estallido de la Primera Guerra
Mundial, Fue entonces cuando quedó perfectamente claro no ya solamente que la
posición de Kautsky no era diferente de la Bernstein , sino que todos los revisionistas no
eran más que agentes de la burguesía entre las filas obreras.
4. La ley de los mercados de Say
La exposición del pensamiento económico revisionista no
quedaría completa sin describir otro tipo de revisionismo, esta vez opuesto a
las teorías subconsumistas, línea ésta defendida por Tugan-Baranovski y
Hilferding. Junto a las posiciones tradicionales de Kautsky, prototipo de
defensa del subconsumo, en la línea iniciada por Sismondi, el revisionismo
defendió otro tipo de planteamientos radicalmente diferentes, que enlazaban
directamente con los clásicos y, muy particularmente, con Ricardo, que no
admitía ninguna forma de superproducción, ni la de mercancías ni la de capital,
mientras que sus sucesores aceptarán la de capital, pero nunca la de
mercancías, planteamiento que ya fue criticado por Marx como incongruente (58).
Los posicionamientos que se caracterizan por la negación de la superproducción,
asumen la defensa de la “ley de los
mercados de Say” o de la correspondencia entre la producción y el consumo:
no cabe subconsumo porque toda producción engendra su propio consumo. La
primera exposición la hizo el economista ruso Tugan-Baranovski en 1894 en su
obra “Estudios
sobre la teoría y la historia de la crisis industrial en Inglaterra”, traducida
al alemán en 1901 con gran éxito entre la socialdemocracia. A diferencia de los
subconsumistas, no partían de la demanda sino de la oferta, de la producción y
consideraban, también acertadamente, que el capitalismo no tenía por objeto la
satisfacción de las necesidades sino la recaudación de plusvalía. Para
argumentar este criterio, Tugan-Baranovski interpretaba a Marx en ese mismo
sentido: la producción puede desarrollarse independientemente del consumo y, en
consecuencia, el capitalismo puede avanzar indefinidamente sin crisis. Según
estos dos economistas, las ecuaciones de equilibrio expuestas por Marx en el
Libro II de “El capital” demostraban
la ilimitada capacidad de crecimiento de los mercados y, en consecuencia,
negaban cualquier posibilidad de superproducción: “La producción puede
ampliarse hasta el infinito sin conducir por eso a la superproducción”, escribió
Hilferding, para quien “cada rama
industrial crea con su expansión una demanda para las otras, los sectores de la
producción se alimentan mutuamente, la industria se convierte
en el mejor cliente de la industria” (59) . De este modo, las tesis de Hilferding aparecen absolutamente
incongruentes
con sus propios postulados: niega la “plétora”
o superproducción de capital y sin embargo toda su obra se caracteriza por
subrayar el dominio del capital bancario y centrar el análisis económico en el
ámbito de la
circulación y especialmente del capital financiero.
La ley de Say, escribió Lenin, “se encuentra en flagrante contradicción con la doctrina de Marx sobre la
evolución y la desaparición final del capitalismo” (60). Sus partidarios niegan la posibilidad de
contradicción
entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda. Ante esto hay
que decir que esta es una contradicción secundaria, pero es una contradicción
al fin y al cabo: “Las condiciones de la
explotación directa y las de su realización no son
idénticas”, decía Marx ya
que la capacidad de consumo, a diferencia de la capacidad de producción, de la
sociedad capitalista está limitada “por
el impulso de la
acumulación” que la reduce a un mínimo “susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos”
--------------------
(58) Teorías de la plusvalía, tomo II, pg. 29.
(59) E1 capital financiero, cit., pgs. 265 y 282.
(60) “Algo más sobre la teoría de la realización”,
en Obras completas, tomo IV, pg. 85.
(61). Es una ley económica del capitalismo expuesta por Marx que el
sector dedicado a fabricar medios de producción avanza más rápidamente que el
que elabora bienes de consumo; pero eso no significa que éste no avance en
absoluto; avanza, aunque más lentamente que el otro. La acumulación amplía
tanto el sector
que produce
medios de producción como el que produce bienes de consumo. La superproducción
de bienes de consumo existe precisamente porque la producción se desliga del
consumo y se comienza a fabricar en masa para un mercado anónimo: el proceso inmediato de producción y el
proceso de circulación hacen que se desarrolle de nuevo y se ahonde la
posibilidad de la crisis, que se manifestaba ya en la simple metamorfosis de la
mercancía. La crisis existe desde el momento que esos procesos no se funden,
sino que se independizan el uno frente al otro” (62).
El consumo depende de la acumulación.
La acumulación determina tanto el salario de los trabajadores como el propio
consumo de los capitalistas porque amplía tanto el volumen del capital
constante como el del capital variable. Las teorías de Tugan-Baranovski y
Hilferding que niegan la superproducción apoyándose en la ley de Say y se
resumen en la idea
de “fábricas que producen fábricas” ya
fueron anticipadas por Marx: “La
producción de capital constante no se realiza nunca por la producción misma,
sino simplemente porque hay más demanda de él en las distintas ramas de
producción cuyos productos entran en el consumo individual” (63). No existe la producción por la
producción misma. La plusvalía tiene un triple destino: una parte se destina al
consumo improductivo de la burguesía; otra parte se destina a incrementar el
capital variable, es decir, los salarios y, en consecuencia, también se destina
al consumo improductivo; sólo una tercera parte se destina al incremento del
capital constante, es decir, al sector fabricante de medios de producción. Un
error muy generalizado en la economía burguesa no considera ni el consumo
improductivo de los capitalistas ni el de los obreros como parte de la
acumulación capitalista, sino parte del coste de la producción. Desde ese punto
de vista, lo que ellos denominan “ahorro”
está destinado a ser invertido únicamente en medios de producción.
Procediendo de esa forma es fácil caer en el error de tomar los salarios como
la variable independiente y dejar el ahorro como un residuo, es decir, cambiar
el curso causal de los acontecimientos. Como decía Lenin, “no es posible hablar de 'independencia' de la acumulación respecto de la producción de artículos de consumo,
aunque sólo fuere porque para la ampliación de la producción hace falta un
nuevo capital variable y, por consiguiente, también artículos de consumo” (64).
En la contradicción entre producción y consumo, es la
producción la que desempeña el papel dominante: la producción va por delante
del mercado, la oferta no espera a la demanda, el consumo no determina la
producción. Marx no aceptaba que los problemas económicos pudieran analizarse
desde el punto de vista de la demanda: “La
gran industria, obligada por los mismos instrumentos de que dispone a producir
en una escala cada vez mayor, no puede esperar a la demanda. La producción
precede al
consumo, la oferta fuerza la demanda” (65). Efectivamente, el capitalismo produce una brecha cada vez mayor
entre la producción y el consumo, pero en eso consiste justamente la ganancia y
la acumulación. El
progreso del
sector dedicado a la elaboración de bienes de consumo desempeña, sin embargo,
un papel fundamental en el capitalismo, porque es el que incide sobre los
salarios, el precio de la fuerza de trabajo.
La elevación
del nivel de vida de la clase obrera forma parte de ese progreso del sector de
empresas
dedicadas al
consumo improductivo. De aquí que determinadas conclusiones de los
subconsumistas sobre el pauperismo carezcan de fundamento y, al mismo tiempo,
eso tampoco significa que no haya
pauperismo, es decir, que la condición de la clase obrera no empeore con el progreso
del capitalismo. Las previsiones de
Marx sobre la
proletarización y el empobrecimiento creciente de la clase obrera son
absolutamente exactas y responden a leyes inexorables del capitalismo. La
condición material de la clase obrera no es mejor que hace l50 años; es
simplemente distinta porque el capitalismo es distinto y crea necesidades
distintas. Desde el punto de vista cuantitativo no cabe duda que la situación
de la clase obrera sigue siendo la misma: el salario sigue siendo una medida de
las necesidades de reproducción de la fuerza de trabajo; los trabajadores
----------------
(61) El capital, III-15, pg. 243.
(62) Teorías de la plusvalía, tomo II, pg 35.
(63) E1 capital, III-18, pg. 297.
(64) “E1 llamado problema de los mercados”, en
Obras completas, tomo I, pg. 94.
(65) Miseria de la Filosofía , cit., pg.
119.
siguen sin
poder ahorrar de sus salarios porque viven a nivel de pura supervivencia Si el
problema se analiza relativamente es indiscutible que la situación de la clase
obrera con respecto a la burguesía es infinitamente peor que hace siglo y
medio.
Por tanto, el pauperismo crece pero no se puede
argumentar en base a ello la existencia de una crisis de superproducción sino
que, por el contrario, impulsa el crecimiento de la acumulación capitalista,
que se
vería dificultada
si desaparecieran los bajos salarios y el ejército industrial de reserva: “La medida de esta
producción en exceso la da el
propio capital, la escala existente de las condiciones de producción y el
desmedido instinto de enriquecimiento y capitalización de los capitalistas; no
la da en modo alguno el consumo, que es de por sí limitado, ya que la mayoría
de la población, formada por la población obrera, sólo puede ampliar su consumo
dentro de límites muy estrechos” (66).
Marx se opuso tanto a las teorías subconsumistas
de los románticos, como a la ley de Say, pero los revisionistas no tuvieron en
cuenta sus críticas y adoptaron una de ambas posiciones: o bien consideraron
que la producción depende de la demanda y de ahí derivaban el subconsumo, o bien,
consideraron que no existía contradicción alguna y que toda oferta crea su
propia demanda (ley de Say). Los subconsumistas exponen la ley de Say justo al
revés: donde Ricardo y Say decían “toda
oferta crea su propia demanda”,
los
subconsumistas afirman “toda demanda crea
su propia oferta” (67). Ambos
tipos de errores tienen una raíz común, y es que Sismondi no se apartó de Smith
en un desliz que éste (seguido luego por Ricardo) cometió: reducir todo el
valor a renta, a ingresos de los trabajadores (salarios) y de los capitalistas
(plusvalía). Para Smith como para Ricardo y Sismondi, es decir, tanto para los
clásicos como para los románticos, no existe en el valor una parte que se
dedica a reponer el capital constante sino que desglosan el valor en capital variable
y plusvalía. Esto significa que la circulación sólo es posible como consumo
improductivo, porque en cuanto se toma en consideración la parte de la
plusvalía que se acumula, surgen todos los problemas de realización que han
atascado a populistas, revisionistas, marxistas legales, etc. Y es que hay una
parte del valor que sólo circula como capital y que no puede reconducirse a
renta, es decir, que no son salarios ni ganancias. Para los clásicos como para
los románticos, el capital constante no existe ya que continuamente tiene que
descomponerse en ingresos de unos u otros. Marx no incurrió en este error ni
tampoco en el de la “demanda solvente” o
de la “demanda efectiva” que han
tratado de aproximar su posición a la de Keynes. Marx defendió la existencia de
contradicciones entre la producción y el consumo y, por tanto, la existencia de
una superproducción de mercancías. Los problemas de superproducción, según
Marx, radican en la misma producción. Por tanto, la superproducción no se
amortigua con el consumo improductivo o con el despilfarro, elevando los
salarios e incrementando el gasto público y demás recetas keynesianas, sino
todo lo contrario.
5. La lucha contra el
revisionismo: Rosa Luxemburgo
Es importante dejar un hueco a un punto de vista
muy influyente en la tradición revolucionaria, como el de Rosa Luxemburgo que,
en paralelo con Kautsky, también se enfrentó a los revisionistas en general y a
Bernstein en particular, con importantes errores y aciertos. Entre sus errores,
el más importante es el del
subconsumo, lo que demuestra que esta teoría está mucho más arraigada que
la ley de Say; que un
economista monopolista como Keynes comparta las teorías subconsumistas,
demuestra hasta qué punto esta versión está más arraigada que la ley de Say de los
clásicos y que es ella la que merece una atención preferente. Aunque no quepa
encuadrar a Luxemburgo entre los reformistas, sino todo lo contrario, es
indudable que sus posiciones ideológicas estuvieron impregnadas, cuando menos,
de una gran confusión,
propia de la tradición que estaba heredando la socialdemocracia alemana y
de la que no acababa de desprenderse. Cabe decir que Luxemburgo pretende
fundamentar una teoría revolucionaria pero no consigue depurar a Marx de los
románticos y los utopistas y lo que es peor: incurre en sus mismos errores.
Llega a algunas conclusiones acertadas pero siempre por caminos totalmente
erróneos. Muchas de sus concepciones
son comunes con los revisionistas, a los que sin embargo critica, y
presentan todavía más semejanzas con
---------------
(66) Marx, Teorías de la plusvalía,
tomo II, pgs.25-26.
(67) V. gr. Baran y Sweezy: El
capital monopolista, Siglo XXI, 9ª Ed., México, 1974, pg. 7.
los
populistas rusos.
En su obra “Reformismo
o revolución”, escrita en 1899, Luxemburgo sale al paso de los
revisionistas, a los que considera herederos de Kant, de Proudhon y de
Lassalle, al tiempo que defiende la ley del derrumbe. Para ella el colapso
inevitable del capitalismo es la “piedra angular” del socialismo científico
(68), que poco a poco debe irse imponiendo sobre todos los errores utopistas
pequeñoburgueses que le han precedido. Considera, además, que la ley del
hundimiento inevitable del capitalismo forma parte de la tradición teórica de
la socialdemocracia alemana y que, al separarse de ella, Bernstein la ha
traicionado. La socialdemocracia siempre había pensado que el socialismo
llegaría con una “crisis general y
aniquiladora”, de que el capitalismo acabaría “por sí solo y víctima de sus propias contradicciones” (69).
Ahora bien ¿qué tipo de contradicciones son esas
capaces de hundir al capitalismo según ella? Aquí comienzan los errores de
Luxemburgo. Trata de fundamentar la inviabilidad del capitalismo como modo de
producción, pero tomando en consideración contradicciones secundarias que no
tienen esa virtualidad. Pone al mismo nivel la contradicción entre la
socialización de la producción y la privacidad de la apropiación, con la
contradicción entre la producción y el consumo (70). Crítica a Bernstein porque
defiende la posibilidad de superación de las crisis por el capitalismo, cuando
según ella “la eliminación de las crisis
supone la superación de la contradicción entre producción e intercambio”(71). Aquí su posición es la misma que la de
Kautsky: el capitalismo desaparecerá como consecuencia de la crisis de
subconsumo. Lo mismo que Kautsky, traslada las contradicciones al ámbito de la
circulación, de la realización de la plusvalía (72). Según ella, no habría
crisis si la producción coincidiera con el mercado, si éste tuviera una capacidad
de expansión ilimitada (73). Sustituye así la contradicción producción-mercado,
por la contradicción producción-valorización. Este error está aún más acentuado
en otras obras posteriores.
Su obra
posterior “La acumulación del capital”, escrita
en 19l3, suscitó una viva y violenta
reacción de
los jefes de la socialdemocracia alemana (74), viéndose ella obligada, a su
vez, a defenderse
escribiendo,
ya en la cárcel, la “Anticrítica”. En
principio, no cabe entender porqué los jefes revisionistas
protestaron
contra unas posiciones que ya eran conocidas de antemano por sus escritos
anteriores.
Evidentemente
no había cambiado Luxemburgo de posición, sino los jefes socialdemócratas.
Catorce años después, la guerra imperialista estaba a punto de estallar y preparaban
la gran traición contra el proletariado internacional. ¿No era la guerra
imperialista la mejor prueba del colapso total del capitalismo? Próxima la
guerra imperialista, la ley del derrumbe tenía interpretaciones demasiado
peligrosas para una corriente ideológica que, en plena crisis revolucionaria,
se disponía a sostener el edificio en ruinas. Esto explica esa desproporcionada
ofensiva de los revisionistas contra Luxemburgo.
Estas dos obras de Luxemburgo, sin embargo, no
solo no mejoran “Reformismo o revolución”
sino
que
amplifican sus errores. E1 núcleo de la argumentación de Luxemburgo parte de
los fundamentos que ya expusiera en “Reformismo
o revolución”: el consumo determina la producción; como los capitalistas no
consumen toda la plusvalía, esta acumulación engendra un subconsumo que no
encuentra salida porque carece de demanda solvente; este subconsumo sólo se
puede compensar con las ventas en el mercado
exterior, en
áreas al margen del capitalismo; por tanto, el capitalismo es un sistema económico
que sólo puede funcionar si coexiste con regiones no capitalistas, porque la
producción no encuentra compradores ni entre los obreros (ya que estos realizan
el capital variable) ni entre los capitalistas (ya que éstos consumen sólo la
parte de la plusvalía que no se acumula); hacen falta “otras clases sociales” situadas al margen de esas dos que
completen la demanda; una vez que el capitalismo se extienda tanto que no tenga
regiones
-----------------------
(68) "Reformismo o
revolución", en Obras Escogidas, Ayuso, Madrid, 1975, tomo II, pg.99.
(69) "Reformismo o
revolución", cit., pg.46.
(70) "Reformismo o revolución", cit.,
pgs.53 y 73.
(71) "Reformismo y
revolución", cit., pg.48.
(72) El primero en aludir a las dificultades para realizar la plusvalía, antes que Rosa
Luxemburgo, fue precisamente Bernstein en
sus "Premisas".
(73) "Anticrítica". En castellano se ha
publicado junto una crítica de Bujarin a las posiciones económicas de
Luxemburgo, bajo
el título "El imperialismo y la
acumulación de capital". Cuadernos de Pasado y Presente, Córdoba
(Argentina), 1974, pg.30.
(74) Por e1 contrario, Lukacs apoyó las
concepciones de Luxemburgo sobre la acumulación de capital y el imperialismo que, a
su modo de ver, ofrecían
un fundamento económico concreto a la
"zusammenbruchstheorie" ( Lukacs sobre Lenin 1924-
1970, Grijalbo, pgs.60 a
69).
vírgenes
precapitalistas ni tampoco “terceras
personas” que completen la demanda, se producirá el derrumbe. La causa del
derrumbe, por tanto, es la falta de demanda, la reducción del consumo, la
limitación de los mercados.
Luxemburgo, en realidad, está describiendo el
proceso de expansión capitalista, la acumulación originaria de capital que se
desarrolla a costa de las formas de producción precapitalistas, de la ruina de
la pequeña producción agrícola y artesanal. En ella la coexistencia de esos dos
modos de producción no se verifica necesariamente fuera de las fronteras,
porque es posible la expansión interior, cuando existen regiones a las que aún
no ha llegado el capitalismo. Desde el momento en que se agotan esos mercados
precapitalistas, Luxemburgo no es capaz de explicar el funcionamiento del
capitalismo, porqué éste se hunde irremisiblemente. Por eso su teoría es, a la
vez, una teoría del imperialismo ya que no concibe el capitalismo sin esa
búsqueda angustiosa de regiones vírgenes, sin burgueses ni proletarios, que le
permitan sobrevivir. Como se ve, es una posición simétrica a la de Malthus y en
estas ideas radica la fuente inspiradora de las modernas teorías “tercermundistas” del imperialismo. Lo
que Luxemburgo “demuestra” es la
imposibilidad del capitalismo, no su desmoronamiento. Es una posición similar
también a las que se dieron entre los populistas rusos y que Lenin ya había
criticado años antes. A pesar de que Luxemburgo critica expresamente a
populistas y revisionistas, incurre en sus mismos errores: las salidas
exteriores son imprescindibles, así como “otras
clases sociales” al margen del proletariado y la burguesía.
Pero sobre
todo, Luxemburgo incurre en un error mucho más grave, verdadero núcleo de todas
las teorías del subconsumo: partir de la demanda, del consumo y localizar los
problemas económicos en la realización.
Para Luxemburgo es imprescindible una expansión de la demanda y del mercado
para proseguir con la acumulación. En la polémica de Kautsky contra
Tugan-Baranovski y Hilferding, que habían defendido la ley de Say, Luxemburgo
reconoce expresamente que su opinión es la misma de Kautsky. Por tanto, su
teoría de la crisis se apoya en el subconsumo. Para ello, saca también las
contradicciones no solamente fuera de la producción sino fuera de las
fronteras, fuera del capitalismo mismo. Por tanto, Luxemburgo no critica al
revisionismo sino que toma partido dentro del mismo revisionismo por una de sus
dos corrientes, la de Kautsky. Su postura no está, en realidad, muy alejada de
la de Bernstein: él también necesitaba buscar “clases medias” que estén fuera del proceso productivo para “explicar” el funcionamiento de la
acumulación capitalista. Todas las teorías de la realización, en definitiva,
inciden en ese mismo error, si bien Luxemburgo se cuidó de no deslizarse por la
pendiente del reformismo y buscar contradicciones, aunque sea artificialmente,
que “demostraran” el hundimiento del
capitalismo.
Luxemburgo parte de un error muy común en aquella
época entre la socialdemocracia: partir de los esquemas de la reproducción
capitalista del Libro II de El capital y
tomarlos por un modelo del funcionamiento real del capitalismo. Pero esos
esquemas parten del supuesto simplificador de que no existe el mercado exterior
y, por tanto, no se puede pretender “demostrar”
a partir de ellos que el mercado exterior es imprescindible. Por otro lado,
en dichos esquemas Marx supone también que los intercambios se producen por su
valor y que no existen transferencias encubiertas de valor a través de los
precios de producción, que no obstante resulta característico del comercio
internacional.
Los errores de Luxemburgo no pueden empañar el
acierto de muchas de sus críticas, por ejemplo, al reafirmar al capitalismo
como un sistema económico movido por la ganancia y no por la mera producción de
mercancías; su defensa de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia,
“uno de los descubrimientos más
importantes de la economía marxista (...) el que infunde un sentido real a la
teoría del valor” (75), y
finalmente su peculiar teoría de la bancarrota, a la que se llegará, según
Luxemburgo, por dos vías: bien porque la expansión capitalista reduce cada vez
los sectores no capitalistas y, en consecuencia, impide la acumulación, bien
porque sin esperar a ese momento, el proletariado se levantará y acabará con el
régimen del
capital (76). Como afirma muy acertadamente, la lucha de clases es un “mero reflejo ideológico de la necesidad
histórica objetiva del socialismo, que resulta de la imposibilidad económica
objetiva del capitalismo al llegar a una cierta altura de su desarrollo”
(77).
------------------
(75) "Anticrítica", cit., pg. 28.
(76) "Anticrítica", cit., pg. l7.
(77) "Anticrítica", cit., pg. 31.
No cabe desconocer tampoco importantes
aportaciones que Luxemburgo elabora ya en “Reformismo
o revolución”, como el distinto tratamiento que hace de las crisis iniciales
del capitalismo “producto de su
crecimiento infantil” con las crisis de decadencia que aún no han llegado
pero que cabe esperar. Aquellas primeras crisis, decía Luxemburgo, derivan de
la fase de expansión del capitalismo, mientras que las futuras van a ser crisis
de envejecimiento y decrepitud. Esta genial aportación, que luego desarrollaría
Lenin, aparece por vez primera en Luxemburgo, aunque aparece siempre ligada al
mercado: expansión es expansión del mercado y no de la producción, los límites
están en el mercado no en la misma producción, el capitalismo no es capaz de
una expansión ilimitada precisamente por esos límites del mercado, las crisis
aparecen como crisis comerciales, llegando a afirmar, en contra de Marx, que
bajo el capitalismo “el intercambio
domina la producción” (78). Luxemburgo critica acertadamente a Bernstein y
su teoría de la “distribución injusta” de
las riquezas pero la sustituye por otra equivalente. Defiende acertadamente el
marxismo cuando sostiene que todo sistema de producción engendra una
determinada distribución, pero no es capaz de concluir que, del mismo modo, ese
sistema de producción condiciona el mercado.
Hay también en esta obra otras importantes
aportaciones que luego desarrollará también Lenin, como la negación de que el
monopolismo pueda resultar compatible, según decía Bernstein, con la progresiva
democratización: “A consecuencia del
desarrollo de la economía mundial y la agudización y generalización de la lucha
competitiva en el mercado mundial, el militarismo y la marina de guerra han
pasado de ser instrumentos de la política mundial a llevar la voz cantante
tanto en la vida interior como en la exterior de los grandes Estados. Y si la
política mundial y el militarismo suponen una tendencia ascendente en el momento
actual, en consecuencia la democracia burguesa se moverá en línea descendente” (79).
El éxito de las teorías subconsumistas
posteriores, especialmente en los ámbitos académicos anglosajones, radica
precisamente en que Luxemburgo les proporcionó un formato revolucionario; de
otro modo hubieran acabado recluidas en el ámbito de la socialdemocracia y del
sindicalismo reformista, ya que su papel consistía en “demostrar” la necesidad de aumentar los salarios reales de los
trabajadores para estimular la demanda y salir de las crisis. La obra de
Luxemburgo tuvo una enorme influencia posterior, ya que desde 1907 había
dirigido la sección de economía de la escuela de cuadros del partido
socialdemócrata alemán. Gran cantidad de intelectuales centroeuropeos (especialmente
polacos) bebieron en sus fuentes como si se tratara del manantial cristalino
del mismo Marx. Sus obras contribuyeron a trasladar una ideología, como el
subconsumismo, totalmente reformista, a ciertos sectores intelectuales de la “nueva” izquierda en los años sesenta,
así como a grupos “tercermundistas”. La
crítica de sus posiciones ideológicas es fundamental para deslindar los campos,
tanto con respecto al reformismo como con respecto al izquierdismo. En
particular, el “tercermundismo” que
absolutiza la contradicción entre las grandes potencias y los Estados
subdesarrollados de la periferia, no tiene en cuenta o menosprecia la lucha de clases dentro de las metrópolis
imperialistas, llegando a sostener a veces que la clase obrera de estos países
participa del saqueo neocolonial. Lo que Lenin consideró una característica del
imperialismo, la gestación de la “aristocracia
obrera” que promociona el reformismo entre los trabajadores, los “tercermundistas” la extienden al
conjunto de la clase. La lucha de clases es sustituida por una única
contradicción entre los países desarrollados y los subdesarrollados.
6. Un revisionista entre los
bolcheviques: Nicolás Bujarin
Bujarin fue miembro del partido bolchevique, en el
que mantuvo posiciones ideológicas
contradictorias. Durante cierto tiempo fue considerado el economista “oficial” del Partido y sus escritos
tuvieron una cierta resonancia gracias a que intervino en los debates de la Internacional Comunista.
Sin
embargo, no elaboró ninguna aportación significativa al marxismo y su
fama se debe más a la labor propagandística de los anticomunistas que al mérito
intrínseco de sus estudios De toda su obra, nos interesan aquí dos de sus
ensayos, uno de ellos, escrito en l914, exponiendo sus propias concepciones
sobre el imperialismo, que se tituló “La
economía mundial y el imperialismo” y el otro, escrito en l925,
---------------
(78) "Reformismo o
revolución", cit., pg. 83.
(79) "Reformismo o revolución", cit.,
pg. 89.
replicando a Luxemburgo y titulado “El
imperialismo y la acumulación de capital”.
Bujarin, influido por el revisionismo, defiende
las tesis subconsumistas y su crítica a Luxemburgo no tiene más que ese núcleo
sustancial, en el que, por lo demás, coincide con ella: que la producción tiene
el consumo como destinatario final, que hay una “conexión totalmente objetiva” entre ambos, que hay una “mutua dependencia” y, en suma, que “el volumen de la producción es determinado
por el nivel de la demanda (...) La contradicción entre el valor de uso y el
valor de cambio de la mercancía aparece aquí en el marco de la contradicción
entre la producción de plusvalía, que tiende a una expansión sin límites, y el
limitado poder de compra de las masas, que realizan el valor de su fuerza de
trabajo. Esta contradicción
encuentra su solución en las crisis” (80). Alude en varias ocasiones al poder de consumo de las masas, que
es cada vez menor, a causa de una distribución de la riqueza que tiende a
reducir al mínimo vital los salarios y se adhiere así a la vieja ley de bronce
de los salarios (81). En una conocida obra de divulgación, “El ABC del comunismo”, Bujarin escribe: “¿Qué son las crisis? He aquí cómo se desenvuelve el proceso éste. Un
buen día resulta que se han producido algunas mercancías en cantidad excesiva.
Los precios bajan y, sin embargo, no se encuentra quien las compre. Todos los
almacenes se abarrotan. Gran cantidad de obreros son reducidos a unas
condiciones de miseria en las que no pueden comprar lo poco que consumían en otros tiempos. Entonces
comienzan las catástrofes” (82). El
abarrotamiento de los mercados obstaculiza las salidas a la producción en el
interior del país; el imperialismo se vincula a esa búsqueda afanosa de
mercados donde vender mercancías.
Su pensamiento económico es muy contradictorio: en
lo sustancial Bujarin es un subconsumista, pero por lo demás sigue fielmente
todas las tesis de Hilferding. En su caso, no hay aciertos que compensen los
numerosos errores teóricos y simplicidades en que incurre. Así, por ejemplo, sostiene
que los movimientos migratorios internacionales tienen su origen en los
diferentes niveles de salarios existentes entre los países, cuyas diferencias
tienden a igualar, lo mismo que se iguala la cuota de ganancia por medio del
comercio internacional: “Tratando de
maximizar las ganancias busca fuerza de trabajo más barata y, al mismo tiempo,
la mayor tasa de explotación. Esta diferencia en la remuneración del trabajo,
que está relacionada funcionalmente con la ganancia, es la verdadera razón de
aquella cacería” (83).
Del mismo modo, siguiendo siempre literalmente a
Hilferding (84), considera que es la diferencia en las cuotas de ganancia (y
por tanto, en las composiciones orgánicas de capital) la que provoca la
exportación de capitales. Por tanto, concibe la superproducción de capitales no de manera absoluta sino puramente relativa (85): en
un país dado el capital resulta excedente y exportable sólo en relación al
beneficio que puede obtener en comparación con otro país. Y este principio
erróneo lo eleva nada menos que a la categoría de “ley general del modo de producción capitalista en su amplitud mundial”.
Escribe Bujarin: “No es, pues, la
imposibilidad de desplegar una actividad en el país, sino la búsqueda de una
tasa de beneficio más elevada lo que constituye la fuerza motriz del
capitalismo. Ni siquiera la 'plétora capitalista' moderna representa un límite absoluto. Una tasa de beneficio más
baja desplaza mercaderías y capitales cada vez más lejos de su 'país de origen'. Este
proceso se cumple simultáneamente en las diversas
partes de la economía mundial. Los capitalistas de
las diferentes economías nacionales chocan dentro de ellas como concurrentes, y
cuanto menos débil es el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo
mundial, la expansión del comercio exterior resulta menos contenida y más aguda
la lucha en el terreno de la concurrencia” (86). Por
el contrario, Marx y Lenin no tenían esa concepción económica. Ya en su época,
Marx defendió
la naturaleza absoluta de la superproducción de capital: “El sistema de crédito es, de
por sí, un resultado de la dificultad
con que tropieza para invertir el capital
'productivamente', es decir,
de un modo rentable Esto es, en efecto, lo que obliga a los ingleses a prestar
sus capitales al extranjero para abrirse mercados. La superproducción, el
sistema de crédito, etc., son medios con
los que la producción
--------------
(80) El imperialismo y la acumulación de capital,
cit., pgs. 173 y 174.
(81) La economía mundial y e1 imperialismo, Ruedo
Ibérico, París, 1969, pg. 72.
(82) El ABC del comunismo, Júcar,
Madrid, 1977, pg. 47.
(83) El imperialismo y la acumulación de capital,
cit., pg. 188; La economía mundial, cit., pg. 31.
(84) E1 capital financiero, cit., pg. 348.
(85) El imperialismo y la acumulación de capital,
cit., pgs. 164-165, 186-187 y 194.
(86) La economía mundial, cit. pgs. 37-38 y 75
capitalista se esfuerza en traspasar las fronteras
que circunscriben su campo de acción y en
producir con exceso. Obra así empujada de una parte por su propia tendencia y,
de otra parte, porque no admite más producción que aquella en que el capital
existente encuentre una inversión rentable. Y así es como estallan las crisis”
(87). Lenin tampoco se refirió para
nada a una supuesta superproducción “relativa”
de capital, y escribió al respecto: “La
necesidad de la exportación de capital es debida al hecho de que en algunos
países el capitalismo ha 'madurado' excesivamente
y (en las condiciones creadas por el desarrollo insuficiente de la agricultura
y por la miseria de las masas) no dispone de un terreno para la colocación lucrativa
del capital” (88). La superproducción de capital es, por tanto, según Marx y Lenin,
de carácter absoluto: un país no exporta capital porque pueda obtener fuera de
las fronteras un beneficio mayor que en el interior, sino porque aquí aparece
un excedente, un sobrante. Esto es propio, como dice Lenin, de los Estados más
maduros desde el punto de vista capitalista, de las grandes potencias, que es
donde se produce ese fenómeno de superproducción de capital. La superproducción
“relativa” de capital a la que se
refieren Hilferding y Bujarin no explica que la exportación de capital sea
mutua entre las grandes potencias imperialistas, donde la cuota de
ganancia y, por tanto, la expectativa de
beneficio, es parecida. La teoría de la superproducción “relativa”
de capital es otro de los grandes tópicos económicos del revisionismo, que
Bujarin definirá sintéticamente del modo siguiente: “La expansión del capital está condicionada por el movimiento de la ganancia, su monto y
su tasa, de la cual el monto depende” (89). Algunas décadas después, el Partido Comunista Francés repetirá: “El excedente de capital no se aprecia en sí
mismo sino en relación con la cuota de ganancia perseguida” (90).
En contradicción con la plétora de capital, Bujarin, lo
mismo que Hilferding, exagera el poder de 1a
banca. Según él, el capital bancario domina progresivamente al
industrial, operando como organizador de la industria, de manera que no se puede
fundar ningún nuevo monopolio sin intervención de la banca (91).
Esta
influencia bancaria contribuye a superar el caos del mercado competitivo y
tiende hacia un gigantesco monopolio omnicomprensivo, hacia el
superimperialismo de que hablaba Kautsky: “Las
diferentes esferas del proceso de concentración y organización se estimulan
recíprocamente y originan una fuerte tendencia a la transformación de toda la
economía nacional en una gigantesca empresa combinada bajo la égida de los
magnates de las finanzas y del Estado capitalista, de una economía que monopoliza el mercado mundial y que llega a ser la condición necesaria de la producción organizada en su forma superior no capitalista” (92). Tampoco este fue el criterio de Marx,
quien escribió: “Cuando la producción capitalista se desarrolla plenamente y pasa
a ser el régimen fundamental de producción, el capital usurario se somete al capital industrial y el capital comercial se convierte en una modalidad de éste, en una forma derivada del proceso de circulación. Más
para ello, ambos tienen que rendirse y supeditarse previamente al capital
industrial (93). Lenin
tampoco habló jamás de supeditación del capital industrial al capital bancario
sino de la fusión
de ambos, a
la que denomina capital financiero.
En la misma línea que Hilferding, sostiene
Bujarin que a finales del siglo XIX el capitalismo experimentó un claro proceso
de creciente “organización” que
modificó seriamente el libre juego de las fuerzas de la competencia. Según
Bujarin, el proceso de concentración y de creciente monopolización es lineal;
el volumen y tamaño de las empresas crece cada vez más hasta llegar a un
consorcio identificado con
el Estado: “Cada una de las 'economías nacionales' desarrolladas, en el sentido capitalista de la palabra,
se ha transformado en una especie de trust nacional del Estado (...) La economía nacional se transforma en un gigantesco trust combinado, cuyos accionistas son los grupos financieros y el Estado(...) Los Estados económicamente
desarrollados han llegado, por así decirlo, a un punto en que se les puede considerar como una especie de organización trustificada o, conforme al nombre que les hemos dado, como trusts
------------------
(87) Teorías de la plusvalía,
cit., tomo II, pg. l68.
(88) E1 imperialismo, fase superior
del capitalismo, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1972, pgs. 77-78.
(89) El imperialismo y la acumulación de
capital, cit., pg. 194.
(90) Capitalismo monopolista de Estado. Tratado
marxista de Economía Política, Ediciones de Cultura Popular, México, 1972,
tomo I, pg. 194.
(91) La economía mundial, cit., pgs. 63-64. En el
VI Congreso de la
Internacional Comunista , Bujarin salió expresamente en
defensa de Hilferding
para sostener esta tesis (Informes y
Discusiones. Segunda Parte, cit., pgs. 198-203).
(92) La economía mundial cit., pg. 65.
(93) Teorías de la plusvalía, cit., tomo II,
pgs. 376-377.
capitalistas nacionales” (94). Después
de muchas matizaciones Bujarin acaba finalmente por sucumbir ante las tesis de Hilferding y Kautsky: “La
formación de los trusts capitalistas nacionales desplaza casi enteramente la concurrencia al campo de la concurrencia exterior”. La competencia, añade, “está a
punto de desaparecer” (95). Operan dos tendencias contradictorias; por un lado la internacionalización que lleva hacia una organización capitalista mundial; por la otra, una tendencia nacionalista más fuerte que obliga al cierre de las fronteras. La competencia capitalista
ya sólo existe fuera de las fronteras, donde
se manifiesta como una pugna de los grupos nacionales entre sí,
porque a corto plazo no cabe esperar que los diversos Estados, a su vez. se
coaliguen en un trust mundial único, en una organización capitalista universal,
aunque finalmente ésta se imponga “pero
solamente después de un largo periodo de áspera lucha entre los trusts
capitalistas nacionales” (96) En
su obra “El ABC del comunismo” su
posición es aún más contundente:
“Los Sindicatos y los trusts
dominan casi por entero el mercado. No temen la concurrencia
porque la han suprimido
previamente. En el puesto de la concurrencia han colocado al
monopolio capitalista, esto es, el dominio del trust.
“Con esto la concurrencia ha sido lentamente destruida por la
concentración y centralización
del capital. La concurrencia se devoró a sí misma. A medida que se
acentuaba progresaba la
centralización. Hasta que finalmente, la concentración del capital
provocada por la
concurrencia mató a la concurrencia misma. En lugar de la libre
concurrencia apareció el
dominio de las Asociaciones de monopolio, de los sindicatos, de los
trusts” (97).
Por contra en el Vl Congreso de la Internacional Comunista ,
Bujarin matizó que el superimperialismo era viable en teoría pero no en la
práctica (98). En cualquier caso, todas estas ideas son ajenas al marxismo.
En cuanto al derrumbe, Bujarin se manifiesta contrario y
critica en este aspecto a Rosa Luxemburgo por su “determinismo económico” (99).
Considera que el futuro del capitalismo sólo depende de la “relación de fuerzas sociales en lucha y
nada más” (100) Su exposición es,
por tanto, notablemente peor que la de Kautsky: al menos éste aludía a un
factor “objetivo” paralelo al
subjetivo, mientras que Bujarin únicamente expone este último. La revolución
vuelve a convertirse en un imperativo categórico kantiano, en una cuestión
meramente ética.
7. La lucha contra el revisionismo: Lenin
Fue Lenin singularmente quien planteó batalla a
las concepciones de los revisionistas en el
terreno político,
ideológico, estratégico y organizativo, defendió el marxismo y lo desarrolló
con nuevas e
importantes aportaciones. Esta tarea de Lenin es bien conocida y ha sido continuada después por todo el movimiento
comunista internacional, especialmente por Mao Zedong, debido a la persistente
influencia del revisionismo en las filas del movimiento obrero.
Sin embargo, los primeros escritos económicos de
Lenin estuvieron dirigidos contra los populistas,
cuyas posiciones, tomadas de Sismondi (101) y Malthus (102), eran muy
parecidas a las revisionistas.
Apenas trascendieron en su momento fuera de Rusia y algunos de ellos ni
siquiera se publicaron entonces. La polémica contra los populistas en Rusia es
anterior a la de la socialdemocracia alemana contra los revisionistas y, sin
embargo, los argumentos de Lenin no se tomaron en consideración por la
debilidad de los círculos marxistas rusos, en general, y de Lenin, en
particular, que en aquella época tenía 23 años y no
-----------------
(94) La economía mundial, cit.,
pgs. 98 y 110.
(95) La economía mundial, cit., pg. 115.
(96) La
economía mundial, cit., pgs. 129-130
(97) Cit., pgs.75-76. Otras
traducciones de1 mismo texto, aluden a un “trust
único” (con E.
Preobrazhenski: ABC del
comunismo, Fontamara, Barcelona, 1977, pg. 98).
(98) Informes y Discusiones.
Segunda Parte, cit., pgs. 204-205.
(99) El imperialismo y la acumulación de
capital, cit., pg. 201.
(100) La economía mundial, cit., pg. l26.
(101) "Para una
caracterización...", tomo II, pgs. 192 y 243.
(102) "El contenido económico
del populismo", en Obras completas, tomo I, pgs. 465-466 y 470 y
siguientes.
era conocido. Buena parte de las críticas de Lenin van dirigidas contra
el economista ruso Tugan-Baranovski, que formaba parte con Bulgakov y Struve de
los “marxistas legales”, un anticipo
ruso de lo que luego sería el revisionismo dentro de la socialdemocracia
alemana. Después de la lucha contra el revisionismo entre la socialdemocracia
alemana, Lenin no insiste sobre las cuestiones económicas porque en 1903
sobreviene la escisión dentro de la socialdemocracia rusa y el enemigo
principal pasó a ser otro distinto y no ya los populistas. Entonces Lenin tuvo
que trasladar la discusión al terreno político, estratégico e ideológico y sólo
muy superficialmente entró en las cuestiones económicas. Basta leer “La revolución proletaria y el renegado
Kautsky” o “El Estado y la
revolución” para caer en la cuenta de cuáles eran las cuestiones más
importantes que entonces abordó Lenin en su lucha contra el revisionismo.
Incluso en su obra “El imperialismo, fase
superior del capitalismo” Lenin critica a Kautsky porque éste consideraba
el imperialismo como un fenómeno exclusivamente político, lo que lleva a Lenin
a centrarse en los fenómenos más aparentes y descriptivos del monopolismo,
debido al carácter popular y divulgativo del folleto, que contrasta
radicalmente con otros estudios suyos extremadamente concienzudos, como por
ejemplo “Materialismo y
empiriocriticismo”, en el que critica las corrientes filosóficas más en
boga entonces. Por el contrario, la Economía Política
no volvió a atraer la atención de Lenin, después de sus primeros trabajos
juveniles. Incluso Lenin lamenta en “El
imperialismo, fase superior del capitalismo” no haber podido escribir una
obra menos económica y más política, a causa de la censura. Y es que los
aspectos económicos del revisionismo quedaban en un segundo plano ante la
colaboración de la socialdemocracia en la guerra mundial y su oposición a la
revolución de octubre en Rusia. Consideraba superada la polémica con el
revisionismo en el plano económico: lo importante era explicar cómo era posible
que en la nueva etapa imperialista una parte de los trabajadores, la
aristocracia obrera, traicionara a su clase. Los estudios económicos que Lenin
elaboró en su juventud tenían un claro carácter instrumental; incluso obras tan
vastas como “El desarrollo del
capitalismo en Rusia” estaban concebidas para la elaboración de la línea
política de la socialdemocracia. Más que su
indudable interés para el análisis
económico, prevalecía la necesidad de diseñar una estrategia revolucionaria
para Rusia.
Las posiciones de Lenin han sido abiertamente
tergiversadas después por los propios revisionistas contemporáneos, por lo que
importa dejar bien claras cuáles fueron sus posiciones en la lucha contra los
que caricaturizaban al marxismo. Así por ejemplo para Umberto Cerroni la teoría
del derrumbe, “uno de los problemas más
espinosos de la tradición marxista”, fue rechazada por Kautsky, Luxemburgo
y Lenin. Incluso llega a decir que en este aspecto, Lenin estaba de acuerdo con
Kautsky (103). Todos sus esfuerzos radican en demostrar que Lenin se opuso tanto a la idea de un colapso
como a la de la superproducción y que entendía el proceso revolucionario como
un fenómeno exclusivamente subjetivo: el capitalismo sería derribado por la
creciente conciencia y organización del proletariado. Según Cerroni, la crisis
económica
es “un aspecto más” de la
crisis social, en la que inciden factores jurídicos, políticos y, cómo no,
morales, porque Marx no tenía una noción tan mecanicista de la crisis capitalista,
sino que la subjetividad desempeña un papel de primer orden (104). Cerroni no
se limita a falsificar el pensamiento de Kautsky y de Luxemburgo: lo que es
peor, falsifica el de Marx y el de Lenin.
Lenin defendió abiertamente las ideas económicas de
Marx y, en cuanto a la ley del derrumbe y en contra no sólo de Bernstein sino
también de Kautsky, escribió: “El
capitalismo marcha hacia la bancarrota, tanto en el sentido de las crisis políticas y económicas aisladas como en el
del completo hundimiento de todo el
régimen capitalista” (105). No se
trata únicamente de dificultades de realización, de desproporciones o de
contracción de los mercados sino de la inviabilidad del capitalismo como
sistema económico de producción y valorización, de que la acumulación tiene un
límite que, una vez alcanzado,
impide la
reproducción del sistema.
Los populistas rusos negaban la viabilidad del
capitalismo en Rusia, pero Lenin supo aclarar que la situación en Alemania y en
Rusia era diferente; el primero era un país maduro donde el capitalismo había
desarrollado sus fuerzas productivas y estaba en trance de entrar en su fase
monopolista e imperialista, es decir, en la fase de decadencia, mientras en
Rusia aún la penetración era muy débil y el desarrollo capitalista
-----------------
(103) La
teoría de las crisis sociales en Marx, Comunicación, Madrid, 1975, pgs.
107 y 110.
(104) Ibid, pg. l31 y 133.
(105) "Marxismo y revisionismo , cit.
no había extendido aún sus efectos
progresistas. Por eso la situación económica en Alemania había que analizarla
sobre todo en base al Libro III de “El capital”, mientras que para el estudio de la
de Rusia había que adoptar los esquemas de reproducción y acumulación del Libro
II. En un caso había que hablar de la crisis del capitalismo y en el otro de su
desarrollo. Ese es el significado del Libro Il: demostrar la circulación del
capital y su posibilidad de realización interior, ilustrar el paso de la economía natural a la
mercantil y de ésta al capitalismo. Además, en esa época, el Libro III aún no
había sido llevado a la imprenta por Engels, por lo que al escribir sus
primeras obras Lenin no pudo tener una visión completa del pensamiento de Marx
al respecto.
Los esquemas del Libro II se basan en la idea de
equilibrio y, por tanto, tienen un alcance explicativo muy limitado; hay que
ponerlos en relación con el análisis marxista de las tendencias del capital en
su conjunto y, especialmente, con la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia, que sólo aparece en el Libro III. Los esquemas de circulación del
Libro II parten de supuestos muy estrictos que no existen en el mundo real. Los
dos supuestos más importantes son que, en ese nivel de análisis, Marx sigue
suponiendo que el sistema económico está cerrado al comercio exterior y que las
mercancías se venden por su valor, las cuotas de ganancia de los dos sectores
no están aún igualadas y no hay transferencias de valor de un sector a otro y
que sólo circula dinero metálico:
“Para mantener en su pureza la fórmula del ciclo, no basta suponer que
las mercancías se
venden por su valor, sino que hay que partir, además. de la premisa de
que las demás
circunstancias en que esto ocurre permanecen invariables”
“Partimos siempre del supuesto de
que el dinero es dinero metálico, con exclusión del dinero
simbólico, de los simples signos
de valor, que son especialidad de ciertos Estados, y del dinero-
crédito, que aún no ha llegado a
desarrollarse” (106).
Puede decirse que mientras en el Libro II se trata
del equilibrio a corto plazo, en el Libro III se
trata de las tendencias, de los desequilibrios a largo plazo y, sobre
todo, de la caída de la cuota de ganancia. Si no se tiene esto en cuenta, los
esquemas de reproducción del Libro II no sirven en absoluto para examinar los
mecanismos de acumulación y reproducción.
En cuanto a la superproducción, Lenin criticó las
concepciones de Sismondi al respecto, ya que el subconsumo “existió en los regímenes económicos más diversos, mientras que las
crisis constituyen el rasgo distintivo de un sólo régimen: el capitalismo (107). Lenin no extrae el diagnóstico de las
crisis del
ámbito de la producción sino que las sitúa en el epicentro del modo de
producción capitalista, en la contradicción entre las fuerzas productivas y las
relaciones de producción, entre el carácter socializado de
las primeras
y el privatizado de las segundas. Y lo que es más importante. Lenin no niega la
existencia de
subconsumo sino que lo “pone en su
lugar considerándolo como un hecho secundario que concierne a un
sector de la producción
capitalista” (108). Lenin reconoció la enorme importancia
de las contradicciones entre la producción y el consumo y del problema de
subconsumo que origina, pero no la situó en el mismo plano que la otra porque
ella “no puede explicar las crisis”, en
cuanto que “dicha contradicción no
significa que el capitalismo sea imposible” (109). La contradicción entre la producción y el consumo no está al
mismo nivel que la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas
y las relaciones de producción: la primera es una contradicción secundaria
frente a la segunda, que es la principal; esta última
es una contradicción antagónica que conduce al desmoronamiento del
capitalismo, mientras que la primera
puede controlarse, de modo que toda producción se realice íntegramente en
el mercado: “Naturalmente, si el
capitalismo hubiera podido desarrollar la agricultura, que actualmente se halla
en todas partes enormemente atrasada con respecto a la industria; si hubiera
podido elevar el nivel de vida de las masas de la población, que siguen
viviendo, a pesar del vertiginoso progreso de la técnica, una vida de hambre
casi y
-----------------
(106) El capital, II-4, pgs. 95 y 100.
(107) "Para una caracterización...",
cit., tomo II, pg. 159.
(108) "Para una caracterización...",
cit., pg. 160.
(109) "Respuesta al Señor P.Nezhdanov",
en Obras completas, tomo IV, pg. 167.
de miseria, no habría por qué
hablar de un exceso de capital. Este 'argumento' es
constantemente empleado por los críticos pequeñoburgueses del capitalismo, pues
el desarrollo desigual y el nivel de vida de las masas semihambrientas son las
condiciones y las premisas básicas, inevitables, de este modo de producción.
Mientras el capitalismo es capitalismo, el exceso de capital no se consagra a
la elevación del nivel de vida de las masas en un país determinado, ya que esto
significaría la disminución de las ganancias de los capitalistas, sino al
acrecentamiento de estos beneficios mediante la exportación de capital al
extranjero, a los países atrasados” (110).
Una de las críticas de Lenin a Sismondi, los
populistas y todos los subconsumistas, consistía en decirles que sólo tenían en
consideración el consumo improductivo, el consumo personal, mientras que el
mercado de medios de producción también es consumo (consumo productivo) y entra
en la circulación de mercancías. A su vez esta errónea concepción de románticos
y revisionistas procede de que Sismondi no enmendó el error de Smith al
subdividir la producción únicamente en capital variable y plusvalía, sin tener
en cuenta el capital constante (111). De ahí deriva la concepción del
capitalismo como un mecanismo
económico volcado en el consumo y, por ende, todas las teorías del
subconsumo. Es justamente este mercado de capital constante, de medios de
producción, el que va adquiriendo con el desarrollo del capitalismo una
importancia mayor, frente al consumo improductivo. De modo que una parte de la
pequeña burguesía rural se arruina y se escinde en burguesía rural y
proletariado rural, pero este fenómeno de proletarización contribuye, por una
parte a liberar mano de obra para la industria y, por el otro, promueve el
mercado de medios de producción. La acumulación originaria de capital consiste
precisamente en una expropiación de la pequeña propiedad rural, en una
centralización de la propiedad sobre los medios de producción, que pasan a
convertirse en capital. Eso no reduce el mercado interior sino que lo crea
(112). Decía Lenin: “El empobrecimiento de las masas del pueblo (ese
miembro infaltable en toda disquisición populista sobre el mercado) lejos de
obstaculizar el desarrollo del capitalismo, expresa su desarrollo, es condición
de éste y lo fortalece. El capitalismo necesita de 'obrero libre', y el empobrecimiento se traduce justamente en que los pequeños
productores se convierten en obreros asalariados. Este empobrecimiento de las
masas es acompañado por el enriquecimiento de unos pocos explotadores; a la
ruina y decadencia de los pequeños establecimientos siguen el fortalecimiento y
desarrollo de los más grandes; ambos procesos contribuyen a la ampliación del
mercado: el campesino empobrecido, que vivía antes de su propia agricultura,
vive ahora de un salario, es decir, de la venta de su fuerza de trabajo. Ahora
tiene que comprar los artículos de consumo necesarios (aunque en menor cantidad
y de peor calidad); por otra parte, los medios de producción de los cuales es
liberado este campesino se concentran en manos de una minoría, se convierten en
capital y el producto entra al mercado” (113).
Lenin analiza la contradicción entre la producción y el
mercado sobre la base crucial de la acumulación y de cómo ésta supone un
crecimiento de las necesidades de toda la población, incluido el
proletariado.
Por tanto, en contra de lo que exponían Tugan-Baranovski y Hilferding, la
acumulación tiene
que
incrementar el sector de la producción dedicado a fabricar bienes de consumo;
una parte de la acumulación se tiende que destinar a incrementar el capital
variable; el desarrollo de ese sector dedicado a la fabricación de bienes de
consumo es también fundamental porque contribuye a reducir los salarios. Esta
es la clave para analizar la cuestión de la pauperización de la clase obrera:
el sector dedicado a la fabricación de medios de producción crece más
rápidamente que el dedicado a fabricar bienes de consumo, pero no significa que
éste no crezca en absoluto.
Otro de los postulados defenestrados por Lenin es el de
la exigencia de “terceros” y del
mercado exterior para la viabilidad del capitalismo, exigencia requerida tanto
por los populistas en Rusia como por
Luxemburgo en
Alemania. Este análisis de Lenin, basado en el Libro II de “El capital”, es el que permitió comprender correctamente el
carácter de la revolución futura en Rusia y la clase destinada a dirigir esa
revolución, la clase obrera. Sólo esta certera comprensión de las tendencias
económicas en Rusia permitió a los bolcheviques diseñar una estrategia
adecuada, prever el papel de las demás clases en el proceso
--------------------
(110) El imperialismo, cit., pg.
77.
(111) "El contenido
económico del populismo", cit., tomo I, pgs. 514-515.
(112) "Para una
caracterización...", cit, tomo II, pg. l31
(113) "El llamado problema de los
mercados", cit., tomo I, pg. ll3.
revolucionario
y ganarse importantes aliados.
En obras posteriores Lenin desarrolló esta misma idea
relacionándola con sus tesis sobre el imperialismo, una de cuyas
características era precisamente la descomposición. En 1910 Rudolf Hilferding
publica “El capital financiero”, en
el que relaciona a los monopolios con la posibilidad de regular el capitalismo
y evitar las crisis, descartando radicalmente cualquier posibilidad de colapso
del sistema. Los monopolios habían eliminado la anarquía de la producción, es
decir, la competencia. Lenin también criticó estas concepciones: “La afirmación reformista burguesa de que el
capitalismo monopolista de Estado no es ya capitalismo, que puede llamarse ya socialismo
de Estado', y otras cosas por el estilo,
es el error más difundido. Naturalmente, los trusts no proporcionan, no han
proporcionado hasta ahora ni pueden proporcionar una planificación completa.
Pero por cuanto son ellos los que
trazan los planes, por cuanto son los magnates del capital quienes calculan de
antemano el volumen de la producción a escala nacional o incluso
internacional, por cuanto son ellos quienes
regulan la producción con arreglo a planes, seguimos, a pesar de todo, en el
capitalismo. Cierto que en una fase suya, pero indudablemente en el capitalismo La 'proximidad' de tal capitalismo al socialismo debe
constituir, paca los verdaderos representantes del proletariado, un argumento a favor de la cercanía, la facilidad,
la viabilidad y la urgencia de la revolución socialista; pero de ninguna manera
un argumento que justifique la tolerancia con quienes niegan esta revolución y
con quienes embellecen el capitalismo,
como hacen todos los reformistas” (114).
En otra obra señala: “Al mismo tiempo, los monopolios, que se
derivan de la libre competencia, no la eliminan, sino que existen por encima de ella y a la par con ella, engendrando
así contradicciones, rozamientos y conflictos particularmente agudos y bruscos
(...) El monopolio no puede eliminar nunca del mercado mundial de un modo
completo y por un período muy prolongado la competencia” (115).
Por otro lado, Lenin deja también muy claro que el
imperialismo tiende a la agudización de todas las contradicciones, que lleva al
capitalismo a su crisis general. Es la tendencia al colapso capitalista la
única que permite explicar esa creciente agudización de todas las
contradicciones bajo el monopolismo, así como el fermento de las condiciones
subjetivas de la revolución: extensión de la conciencia de clase,
predisposición para el combate revolucionario, fortalecimiento de la
organización del proletariado, etc. El materialismo enseña que las condiciones
subjetivas no brotan de la nada sino que se corresponden a una situación
objetiva, de manera que resultaría imposible su crecimiento si el capitalismo pudiera desarrollarse
indefinidamente y si sus contradicciones se amortiguaran con el transcurso del
tiempo, como pretendían los revisionistas. La crisis general del capitalismo
significa precisamente que la bancarrota del sistema económico se expande al
sistema político, jurídico, ideológico e institucional: que no hay ninguna
esfera que se
salve de la degeneración capitalista. Sobreponerse a esta crisis general es
cada vez más difícil porque cuantitativa y cualitativamente los antagonismos
son cada vez mayores. De ahí también que el imperialismo sea un sistema de
soborno de una parte de los trabajadores, de creación de una aristocracia
obrera cómplice de las maniobras de los monopolistas. Las crecientes
dificultades del capital necesitan de
auxiliares
suyos dentro de las filas obreras: de los reformistas, de los sindicatos
amarillos, etc. El surgimiento de este sector traidor y corrupto entre los
trabajadores no es un síntoma de debilidad o de falta de conciencia del
movimiento obrero, sino de crisis del capitalismo en su conjunto.
Lenin no consideraba de ninguna de las maneras que
bajo el monopolismo pudiera democratizarse el sistema burgués de dominación,
sino todo lo contrario: “El viraje de la
democracia a la reacción política constituye la superestructura política de la nueva economía, del capitalismo monopolista (el
imperialismo es capitalismo monopolista). La democracia corresponde a la libre competencia. La reacción política corresponde al monopolio (...) El imperialismo está
en contradicción, en contradicción 'lógica', con toda la democracia política en general (...) La sustitución de
la libre competencia con los monopolios 'dificulta'
más aún la realización de cualquier libertad
política” (116). Hoy
el capitalismo se mueve sobre una situación económica cada vez más difícil; su reproducción reproduce las contradicciones a un nivel de creciente
confrontación y es precisamente esa
circunstancia la que impulsa la lucha de clases del proletariado como lucha
revolucionaria.
------------------
(114) El Estado y la revolución, Progreso, Moscú,
1974, pg. 73.
(115) El imperialismo, cit., pgs. 112 y 127
8. Eugen Varga y los nuevos
revisionistas
Eugen Varga fue economista y ministro de finanzas
del gobierno revolucionario húngaro de 1919, tras cuyo aplastamiento tuvo que
emigrar a Moscú, donde residió el resto de
su vida. Tuvo también una destacada intervención en
los Congresos de la
III Internacional.
En sus
escritos, Varga iniciará un estilo de análisis económico que ya estaba también
presente en las obras de Bujarin y que luego seguirán todos los economistas
soviéticos. Por un lado, ese estilo insistirá en una repetición de determinados
párrafos de los escritos de Marx y Lenin, para demostrar un apego formal por
los textos y una continuidad en la investigación. Por el otro, las obras de
Varga y los “Manuales” soviéticos se limitarán a una tarea puramente
descriptiva de los fenómenos más superficiales del capitalismo contemporáneo.
Parecen dar a entender que en Economía Política todo ya estaba escrito y que
únicamente quedaba actualizar estadísticamente los estudios de Marx y Lenin. Se
trataba de una cómoda “puesta al día” de
los viejos textos con los nuevos datos.
Pero a diferencia de los economistas soviéticos,
Varga aún conserva retazos de la teoría del derrumbe, y escribirá: “La doctrina
de Marx relativa a las crisis está indisolublemente vinculada a su teoría del
carácter históricamente temporal y al hundimiento revolucionario inevitable del
capitalismo por la lucha del proletariado (...) Quien niega la teoría marxista
del hundimiento debe necesariamente
repudiar o falsificar de manera oportunista su teoría de las crisis”(117). Sin embargo, no hay una explicación de
las razones objetivas de ese hundimiento inevitable, del papel que desempeña
ahí la crisis del capitalismo.
Por lo demás, la teoría de Varga y los soviéticos
sobre las crisis no es otra que la
vieja teoría revisionista del
subconsumo. Varga diferencia la producción (a la que denomina “poder de compra de la sociedad”) del
poder de consumo (los salarios de los obreros más la plusvalía de los
capitalistas que no se destina a la
acumulación) y considera que el abismo entre ambas cantidades progresa cada vez
más; la contradicción entre una producción socializada y una apropiación
privatizada se manifiesta en esa divergencia creciente entre la expansión de la
producción de mercancías y la limitación del consumo: “Es la limitación y la disminución relativa, continua, fatal, del poder
de consumo lo que resulta decisivo para la suerte del capitalismo”. Tal
teoría se apoya, como es natural, en que “los
medios de producción sirven, en el proceso
de reproducción social, o la producción de medios de consumo” y, por tanto,
“la producción de medios de producción
está, en último análisis, limitada por el poder de consumo de la sociedad
capitalista. La disminución relativa del poder de consumo producida por la
acumulación, necesariamente debe poner fin tarde o temprano, a la extensión de
la producción (...) Es así como la contradicción que se exacerba fatalmente
entre la evolución de las fuerzas productivas y el poder de consumo de la sociedad
capitalista determina en un
grado creciente, la marcha del ciclo industrial y constituye la base económica
de la maduración acelerada de la crisis
revolucionaria”. El monopolismo agrava el problema del subconsumo al reducir la capacidad
de absorción de los mercados: “El poder
de consumo de la sociedad capitalista disminuye relativamente con el desarrollo
de los monopolios y como, en último análisis, la potencia del poder de consumo
determina también la potencia del poder de compra, la contradicción entre las
posibilidades de producción y las posibilidades de salida se hacen cada vez más
grandes y el problema del mercado cada vez más insoluble” (118)
Los “Manuales de
Economía” de los soviéticos han repetido hasta la saciedad las ideas de las
dificultades de realización y venta de las mercancías. Así para Rumiantsev “las crisis de superproducción --
se distinguen por una considerable agravación de
las dificultades de venta del producto” (119) y, según Nikitin, “la
capacidad adquisitiva de las masas trabajadoras queda a la zaga de la
producción, que se amplía constantemente. Este atraso alcanza periódicamente
enormes proporciones y da lugar a las crisis económicas de superproducción
(...) El exceso de mercancías sólo existe si se tiene en cuenta la demanda
solvente, pero no en comparación con las verdaderas necesidades de la sociedad.
Durante la crisis no
----------------
(116) "Sobre la caricatura del marxismo y el economismo imperialista", en "El imperialismo y los
imperialistas", Progreso,
Moscú, s/f, pgs. 95, 98, 99.
(117) La crise économique,
sociale, politique, Bureau d'Editions, París, 1935, pg. 19.
(118) La crise, cit., pgs. 25, 32, 35, 37 y 39.
disminuyen las necesidades de la
sociedad, sino que se produce un descenso vertical de la capacidad solvente de
las masas trabajadoras. Durante las crisis los trabajadores se ven privados de
lo más indispensable y sus necesidades son satisfechas peor que en ninguna otra
época” (120). Por su parte, Rindina y Chernikov
escriben:
“Esta contradicción consiste en que la creciente masa de mercancías,
materialización del valor y
de la plusvalía, requiere que se amplíen constantemente los mercados
para la venta de las mismas.
Empero a la par de ello, el incremento de la explotación de los obreros
y campesinos restringe el
consumo de la enorme mayoría de la
sociedad. Así, las condiciones de su realización, dependientes
de la capacidad adquisitiva de la sociedad y la proporcionalidad entre
las distintas ramas de la
producción. Este conflicto se manifiesta en el mercado, cuando las
mercancías no encuentran salida
a
precios capaces de realizar la plusvalía que entrañan, e incluso, muchas veces,
a precios capaces
sólo de reponer los gastos de producción.
“Las crisis económicas hacen patente que la producción capitalista
depende, en última instancia,
del nivel del consumo personal de las masas trabajadoras” (121).
En otra obra de divulgación italiana se puede leer
igualmente: “El punto crucial del sistema
capitalista es precisamente éste, la venta de la mercancía, la reconstitución
del capital necesario para reiniciar el proceso productivo, la reproducción
(...) Por lo tanto, para que la mercancía producida pueda ser vendida con una
ganancia, esto es, a un precio remunerativo, es necesario que exista una
demanda, un poder adquisitivo (...) Una condición fundamental de desequilibrio
está representada precisamente por la relativa disminución del poder de
adquisición de las masas no capitalistas (...) Es característico de todas las
sociedades basadas en la explotación mantener a las masas en un estado de
perenne subconsumo y ello con el fin de conservar la estructura social
existente (...) Si bien, pues, el subconsumo no es una característica exclusiva
del sistema capitalista de producción sino que es común a todos los sistemas
basados en la explotación y en la división en clases, en el sistema capitalista
desempeña, sin duda, un papel importante en el origen de la crisis, cosa que
vimos cuando hablamos de las tesis de Sismondi y Malthus” (122).
A través de tantos “Manuales”
el subconsumo ha enraizado como la mala hierba entre el pensamiento
marxista, de modo que no hay tampoco línea política de partido revisionista que
no proponga
como receta
la elevación de los salarios y el estímulo de la demanda, para salir de la
crisis de
superproducción,
ni que deje de denunciar su llamativo contraste con el “despilfarro económico” que el capitalismo desata. Sin embargo, la
realidad va por otro rumbo y no hay crisis que no se salde con un fuerte
descenso de los salarios y de la demanda de consumo como vía de escape. Los
subconsumistas siguen también sin explicarnos la superproducción de
capital-dinero, es decir, de la ganancia ya realizada.
No obstante, Varga apunta algunos detalles interesantes,
que no sólo no llega a desarrollar mínimamente, sino que no hacen más que
añadir confusión al problema. Así por ejemplo, esboza correctamente la
naturaleza de los ciclos económicos que, a diferencia de sus tesis anteriores,
no relaciona con el subconsumo, sino con la acumulación, a la que considera
como “un proceso dialéctico”. Así en
su obra, se engendra una dualidad irresoluble: la crisis no parece tener
vinculación con el ciclo económico; ambos parecen caminar en paralelo, la
primera vinculada al subconsumo y el segundo a la acumulación.
Las teorías, viejas y modernas, del subconsumo no pueden
aportar nada al análisis de la crisis del capitalismo. La superproducción no es
la causa de la crisis sino su consecuencia y no es una superproducción
compuesta principalmente de bienes de consumo sino una superproducción de
capitales, bien en su forma de mercancías, bien en su forma de capital-dinero.
Su origen está en la insuficiente
-------------------
(119) Economía Política. Capitalismo, Manual,
Progreso, Moscú, 198O, pg 451.
(120) Manual de Economía Política, Akal, Madrid,
1986, pgs. 152-153.
(121) Economía Política del
capitalismo, Ayuso, Madrid, 1975, pg. 169.
(122) Antonio Pesenti: Lecciones de Economía
Política. Tratado marxista de Economía Política, Ediciones de Cultura Popular,
México, 1975, pgs. 259 a 264.
valorización
del capital. Pero el análisis de la superproducción en los nuevos revisionistas
es extraordinariamente confusa y ambigua. Por ejemplo, según Nikitin “la superproducción de mercancías que da
lugar a las crisis no es absoluta, sino relativa” (123). Y para Rumiantsev, la esencia de las
crisis “reside en que la cantidad de
mercancías producidas en la sociedad resulta superior a la demanda solvente y
no encuentra salida. En consecuencia, cierta parte da la producción suspende su
actividad, disminuye la producción de mercancías y el período de crecimiento de
la producción cede lugar a la decadencia. Este exceso de mercancías respecto de
la demanda en la sociedad expresa la superproducción de capital, la excesiva
ampliación de la producción, debida al afín de lucro, en comparación con el
volumen de la demanda solvente posible en las condiciones de cada caso
concreto” (124). Sólo admiten,
por tanto, la superproducción relativa y no aluden para nada a la
superproducción absoluta (125). Varga pone en boca de Marx que 1a acumulación
significa “una superproducción relativa
continua” (126), mientras los
soviéticos dicen que fue Lenin quien “subrayó”
la relatividad de la superproducción de capitales (127). Los economistas
soviéticos tienden a recargar todos los males del capitalismo sobre los
monopolios, y en particular a responsabilizarles de la superproducción (128),
lo que resulta falso porque la superproducción aparece también en la fase
premonopolista del capitalismo: como es igualmente falso referirse a la
superproducción de capital como capital sólo monetario, crediticio, bursátil o
accionarial (129). No obstante, al copiar literalmente a Lenin, a veces dan
finalmente con la clave: “La necesidad de
exportar capitales obedece a que en unos pocos países el capitalismo está 'demasiado
maduro' y al capital le falta espacio
para su aplicación 'lucrativa'” (130). Esto, que podía haber resultado un
excelente punto de arranque para el análisis del problema, no se desarrolla,
quedando en un mero calco aislado de lo que Lenin escribió, pero sin citarle
siquiera.
Los economistas del Partido Comunista Francés adoptan
una posición intermedia: admiten las dos clases de superproducción, la absoluta
y la relativa. Denominan superproducción absoluta de capital cuando una
cantidad suplementaria de capital no rinde ningún beneficio adicional al ya
existente, mientras que la califican de relativa cuando el capital
suplementario no alcanza a obtener la cuota media de ganancia (131). Este
planteamiento tampoco es correcto, aunque quepa disculparlo en el contexto en
el que los autores de este estudio lo plantean, al tomar en consideración dos
factores muy concretos que nosotros hemos dejado
de lado, a
saber, por una lado, la intervención del Estado en la economía y el
funcionamiento de las empresas públicas, la mayor parte de las cuales operan
con pérdidas o con beneficios por debajo de la cuota media de ganancia y, por
el otro, determinados pequeños negocios de tipo familiar que operan por debajo
de los márgenes de beneficio corrientes, constituyendo bolsas de desempleo
encubiertas. Pero este planteamiento es estático y considera la cuota de
ganancia algo fijo y no en continuo movimiento (y en movimiento de descenso,
además). Una consideración dinámica de la cuota de ganancia explicaría cómo una
misma empresa en un momento dado obtiene beneficios por encima de la cuota
media y luego por debajo de ella y ninguna de ambas situaciones cambiaría
sustancialmente la situación sino que seguiría funcionando mientras el capital
acumulado siguiera rindiendo beneficios. A veces la superproducción aparece con
una cuota de ganancia por encima de la cuota general y otras veces cuando su
cuota individual
está por
debajo de ella. La superproducción relativa no alcanza a explicarnos cómo es
posible que se produzca exportación de capitales entre países con similares
cuotas de ganancia, entre las mismas potencias imperialistas Lo que le interesa
al capitalista no es tanto un número abstracto, un mero índice, la cuota
general, sino la masa total de beneficio en relación con el capital acumulado:
para Marx el flujo de capital o su acumulación “se desarrollan en proporción al peso que ya tiene y no en proporción a
la cuantía de la
----------------------
(123) Manual de Economía
Política, cit., pg. 153
(124) Economía Política. Capitalismo, cit., pg.
443.
(125) Rumiantsev, Economía Política. Capitalismo,
cit., pg. 492-493; Nikitin, ob.cit., pg. 153.
(l26) La crise, cit., pg. 32.
(127) N.S.Spiridonova y L.A.Cherkasova: Rasgos
económicos del imperialismo, Grijalbo,
Barcelona, 1974, pg.52. Lo mismo
afirman Rindina y Chernikov, ob.cit., pgs. 254-255.
(128) Rindina y Chernikov, ob.cit.,, pg. 254;
Spiridonova y Cherkasova, ob.cit., pg. 52.
(129) Rindina y Chernikov, ob.cit., pg. 254;
Spiridonova y Cherkasova, ob.cit., pg. 52.
(130) Spiridonova y Cherkasova, ob.cit., pg. 53.
(131) Capitalismo monopolista de
Estado, cit., tomo I, pgs. 48-49.
cuota de ganancia” (132). No
existe la superproducción relativa de capital: la cuota de ganancia disminuye
pero la masa de ganancia aumenta, y el capitalista se preocupa justamente
cuando la masa (y no la cuota) empieza también a descender.
9. La superproducción absoluta de capital: Henryk
Grossman
El economista polaco Henryk Grossman elaboró después de
la muerte de Lenin la contribución más importante a la Economía Política ,
apoyándose en los estudios de Marx. Su obra “La
ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”, aparecida en
1929, constituye una aportación decisiva al materialismo histórico, que los
revisionistas se han esforzado por silenciar completamente, hasta el punto de
que sus estudios no se mencionan ni siquiera para criticarlos.
No cabe duda que Grossman es un economista “maldito”. De entre todo el grupo de
polacos que comenzaron a escribir en el período de entreguerras (Moszkowska,
Kalecki, Lange, Rosdolsk ) es el único que no sólo no se apoya en Luxemburgo,
sino que la critica certeramente y, con ella, todas las teorías subconsumistas.
En sus análisis, Grossman arranca de los postulados marxistas sobre el valor,
que pone en el centro mismo de su exposición para demostrar la tendencia
inexorable del capitalismo hacia el derrumbamiento. Pero Grossman no se limita
a repetir lo ya descrito por Marx sino que subraya determinados aspectos
descuidados por algunos continuadores, tales como el valor de uso, el consumo
improductivo
de los capitalistas, etc. Finalmente, Grossman añade importantes contribuciones
al análisis económico en las que hasta ese momento nadie había reparado. Fue el
primero en analizar el proceso de elaboración y la estructura lógico-dialéctica
de “El capital” y aunque sus
conclusiones distan de resultar exactas, hay que reconocer el extraordinario
mérito de esta tarea en una época en la que aún no habían sido descubiertos los
“Grundrisse”. No obstante su enorme
importancia, los estudios de Grossman carecieron de continuadores y no pudo
crear escuela, lo que ha contribuido a que continúe siendo un desconocido,
incluso en los ámbitos académicos.
Grossman concibe el capitalismo no como un sistema de
producción de valores de uso, un sistema de satisfacción de necesidades, al
modo de los subconsumistas, sino de valorización, de creación de valor
de cambio y
de plusvalía. Para él, como para Marx, la producción está dominada por las
necesidades de valorización, de acumulación, no por la demanda de los
consumidores. La unidad dialéctica del proceso de producción y el proceso de
valorización es la expresión económica de la contradicción entre las fuerzas
productivas y las relaciones de producción. El capital desarrolla las fuerzas
productivas para crear plusvalía, para incrementar su volumen, para acumular,
lo que incrementa la composición orgánica de capital; los medios de producción
crecen por encima de quien tiene que valorizarlos, que es la fuerza de trabajo.
El capital experimenta entonces el efecto de dos tendencias contradictoras: una
a reducir el capital variable y
otra a
aumentar la plusvalía; esto significa que cada vez hay más (capital constante)
que valorizar con menos (capital variable), que cada vez hay una parte más
importante de la producción que no se traduce en renta consumible sino que sólo
puede funcionar como capital. El propio desarrollo de las fuerzas productivas
conduce a que una masa creciente de capital acumulado no se corresponda con una
masa mayor, sino menor, de plusvalía. En palabras del propio Marx: “El desenvolvimiento de las fuerzas
productivas motivado por el capital mismo en su desarrollo histórico, una vez
llegado a cierto punto, anula la autovalorización del capital en vez de
ponerla” (133). La crisis
fundamental del capitalismo deriva entonces, no del pauperismo de las masas
obreras, ni de la insuficiente demanda, ni del consumo reducido, sino de la
insuficiente valorización o, lo que es lo mismo, de la sobreacumulación ,de la
plétora de capital:
la producción
se colapsa por grandes bolsas de capital (en forma tanto de dinero como de
mercancías) que no se recuperan productivamente. Es un proceso dialéctico en el
que las mismas causas que generan la prosperidad, conducen a la depresión,
porque el desarrollo de las fuerzas productivas reduce la fuente de la
plusvalía, que no es otra que el trabajo productivo y obstaculiza la
valorización y acumulación del capital.
Es la
expresión concreta y directa de la contradicción entre las fuerzas productivas
y las relaciones de
----------------
(132) El capital, III-15, pg. 244.
(133) Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política.
Grundrisse, Siglo XXI, Madrid, 2ª Ed., 1972, vo1. 2, pg.
282.
producción, entre
una producción socializada y una apropiación privada, entre la producción de
valor de cambio y la producción de valor de uso. Las posibilidades de
producción son ilimitadas porque están ampliamente socializadas; las
posibilidades de valorización están limitadas por la propiedad privada sobre
los medios de producción.
En consecuencia, Grossman defiende tenazmente la ley de
la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y critica a los subconsumistas
y sus tentativas de hacer depender la producción de los niveles de demanda y
del consumo. Según Grossman, la producción es la variable independiente y las
magnitudes de la circulación dependen de ella (134). El capitalismo se derrumba
por sus propias contradicciones internas: “La
ley del derrumbe desarrollada de este modo tiene un significado general de
principio. Es la ley fundamental que domina y sostiene todo el edificio teórico
de Marx (...) La tendencia al derrumbe aquí demostrada posee un carácter de
necesidad absoluta, que surge de la esencia del modo de producción capitalista”
(135). En oposición a todos los
revisionistas, Grossman fue el más ardiente defensor de la teoría del derrumbe
que, en su exposición, no tiene ninguna sombra de mecanicismo ni automatismo ni
catastro-fismo: el derrumbe aparece en medio de contradicciones cíclicas
periódicas y no de manera continua:
“La tendencia al derrumbe en tanto que 'tendencia básica' natural del
sistema capitalista, se
descompone en una serie de ciclos,
en apariencia independientes, donde la tendencia al derrumbe
sólo se impone periódicamente una y
otra vez (..) La teoría marxiana del derrumbe constituye por
ello el presupuesto y el fundamento
necesario de su teoría de las crisis, porque la crisis, según
Marx, sólo representa una tendencia
al derrumbe momentáneamente interrumpida y que no ha
llegado a su expansión plena, o sea
que representa una desviación pasajera de la 'línea
tendencial' seguida por el capitalismo.
“Pero a pesar de todas las
interrupciones periódicas y atenuaciones de la tendencia al
derrumbe, con el progreso de la
acumulación capitalista, el mecanismo global marcha
necesariamente hacia su fin, pues
con el crecimiento absoluto de la acumulación de capital, cada
vez se torna gradualmente más difícil
la valorización del capital generado (...) Si estas tendencias
contrarias llegaran a debilitarse o
a paralizarse (...) entonces la tendencia al derrumbe adquiere
predominio y se impone en su validez
absoluta como ' última crisis'.
“No es necesario que la ley del derrumbe se imponga. Su realización
absoluta se podría ver
interrumpida por tendencias contrarrestantes. De este modo el derrumbe
absoluto se transforma
en una crisis transitoria, luego de la cual se
reinicia el proceso de acumulación sobre una base
distinta” (136).
Según este economista polaco, la clave no está en
preguntar si el capitalismo se hundirá alguna vez sino en saber por qué hasta
la fecha no se ha hundido (137). Para solventar este interrogante, pasa a
analizar detalladamente todas y cada una de las “contratendencias” al derrumbe, tanto las que ya señaló Marx, como
otras que él toma en consideración, siempre sobre la base de que esas “contratendencias” son secundarias y no
pueden impedir el curso de la tendencia dominante hacia el derrumbe: “La tendencia del desarrollo histórico
procede en el sentido de agudizar cada vez más las contradicciones dentro del
capitalismo mundial y de acercar la tendencia al derrumbe en medida creciente
al límite absoluto del derrumbe del capitalismo (...) La creciente tendencia al
derrumbe y el fortalecimiento del imperialismo son sólo dos
aspectos del mismo complejo
fáctico” (138). Esa agudización de las contradicciones
desarrolla la conciencia de clase, el elemento subjetivo imprescindible del
proceso: “El derrumbe, a pesar de su
inevitable necesidad objetiva, está sujeto en gran medida a la influencia
ejercida por las fuerzas vivas de las clases en
pugna, otorgando de este modo un
cierto margen a la participación activa de las clases” (139). Acusado
-----------------
(134) La ley de la acumulación y el derrumbe del
sistema capitalista, Siglo XXI, 2ª Ed., 1984, pg. 160.
(135) La ley de la acumulación,
cit., pgs. 185 y 186.
(136) La ley de la acumulación, cit. pgs. 95 y
ll9.
(137) La ley de la acumulación, cit.,
pg. 188.
(138) La ley de la acumulación, cit., pgs.192 y
193.
(139) La ley de la acumulación, cit., pg. 388.
de
mecanicista, de catastrofista, determinista y espontaneísta (140), Grossman
escribe: “El capitalismo puede ser
abatido sólo a través de la lucha de clase de la clase obrera. Pero lo que yo
quería demostrar es que la lucha de clase no es suficiente por sí misma. No es
suficiente la voluntad de abatirlo (...) Como marxista dialéctico es obvio que
las dos caras del proceso, los elementos objetivos y los subjetivos tienen un
influjo recíproco entre sí. No se puede 'esperar' a que se den primero las condiciones 'objetivas' para después, y sólo entonces, dejar actuar a las condiciones 'subjetivas'.
Sería una concepción mecánica,
insuficiente, con la que no estoy de acuerdo (..) Mi teoría del derrumbe no
trata de excluir esta intervención activa, sino que se propone más bien demostrar
en qué condiciones puede surgir y surge de hecho una situación revolucionara de
este tipo, en forma objetiva” (141).
Otro de los aspectos del pensamiento económico
marxista defendido por Grossman es la pauperización del proletariado bajo el
capitalismo (142), que también algunos revisionistas habían cuestionado.
Crítica que se identifica con el principio establecido por Marx, según el cual
el salario se fija por la cantidad necesaria para la reproducción de la fuerza
de trabajo, con el mínimo imprescindible para el sustento cotidiano del
trabajador. Para Grossman el salario no es constante sino que varía en función
de la intensidad del trabajo, de modo que si, por un lado, la creciente
productividad tiende a reducir el salario, por la otra, el crecimiento de la
intensidad empuja hacia el incremento de los salarios reales. El crecimiento de
la intensidad del trabajo aumenta, por tanto, el coste de reproducción de la
fuerza de trabajo y con él, los salarios. Ahora bien, a partir de un cierto
nivel, la tendencia de la acumulación opera en un sentido contrario, expulsando
fuerza de trabajo y reduciendo los salarios: “La tendencia creciente del salario real y la tendencia a la
agudización de la miseria, lejos de contradecirse, más bien reflejan diferentes
niveles de la acumulación de capital” (143). De ese modo, la tendencia al aumento de los salarios no tiene
continuidad a causa de la acumulación, que exige a partir de un cierto momento,
una reducción de los salarios y un drástico empeoramiento de la condición
obrera, de manera que “la pauperización es el punto conclusivo
necesario del desarrollo al cual tiende inevitablemente la acumulación
capitalista” (144).
Una de las “contratendencias”
a las que Grossman dedica una especial importancia es la población. Siempre
partiendo de la ley de valor, Grossman recuerda que la masa de plusvalía es
directamente proporcional al número de obreros y que, en consecuencia, una
forma de incrementar esa masa es incrementar la población trabajadora.
Considera que ni la emigración del campo a la ciudad ni la incorporación de la
mujer a la producción, son suficientes para colmar la sed de beneficios del
capital. El problema de la población ha cambiado desde la época de Malthus y,
por ello, la significación del ejército
industrial de
reserva es ahora otra: “Lo que diferencia
la época actual de la malthusiana es la oposición
entre la fase inicial y la fase tardía de la
acumulación de capital, la oposición entre el ritmo lento de la acumulación en
sus comienzos (de ahí el ejército de reserva como consecuencia de la
insuficiente acumulación de capital) y el ritmo acelerado de la acumulación en
un nivel más alto del desarrollo capitalista (de ahí el ejército de reserva
como consecuencia de la sobreacumulación)” (145). En
la época de Malthus la burguesía temblaba por el riesgo de superpoblación;
ahora por el de subpoblación. Grossman ve aquí una de las raíces del
colonialismo y ofrece una exhaustiva explicación de los lazos entre
colonización y población a lo largo de la historia, desde el descubrimiento de
América: mientras en las
metrópolis,
la mano de obra va hacia el ejército de reserva, en las colonias se produce una
escasez crónica;
así surgen
las grandes migraciones hacia las colonias, el mercantilismo fomenta las
políticas natalistas y se desata el comercio de esclavos, uno de los negocios
más lucrativos de la época “infantil” del
capitalismo. El malthusianismo aparece transitoriamente, según afirma Grossman,
precisamente en ese tránsito entre un déficit de fuerza de trabajo originado
por un estadio precoz de la acumulación capitalista y otro también de déficit
pero originado esta vez por la sobreacumulación.
Igualmente originales son las ideas de Grossman acerca
del mercado mundial y la exportación de
------------------
(140) Todos estos calificativos están en la obra
de Pesenti, refiriéndose a Grossman sin mencionarlo siquiera (pgs. 226 a 229).
(141) Ensayos sobre la teoría de las crisis.
Dialéctica y metodología en 'El capital',
Pasado y Presente México, 1979, pg. 250.
(142) La ley
de la acumulación, cit., pgs. 126 y 374 y sigs.
(143) La ley de la acumulación, cit., pg. 384.
(144) La ley de la acumulación, cit, pg. 386.
(145) La ley de la acumulación, cit., pgs.
246-247.
capitales,
que analiza como “contratendencias” frente a la caída de la cuota de
ganancia. El comercio internacional consiste en un intercambio desigual que
origina un drenaje de valor desde las colonias a los centros imperialistas por
medio de la disparidad entre los valores de las mercancías y sus precios de
producción. Los países imperialistas encuentran de esa forma fuentes
adicionales de plusvalía que acumular. Los métodos de producción más avanzados
son los que, por su más elevada composición orgánica de capital, permiten esa
transferencia encubierta de valor que esquilma a las áreas coloniales, por cuyo
dominio comienza a entablarse una pugna feroz. Asegurar el aprovisionamiento de
materias primas a buen precio es el segundo de los motivos de esa pugna, porque
el precio de las materias primas tiene una importancia creciente en el coste
del capital constante y, por tanto, en la configuración de la cuota de
ganancia. Los países imperialistas no buscan en las colonias “salidas” a su producción industrial.
sino que, muy al contrario, son netamente importadores, especialmente de
materias primas. El control del abastecimiento de materias primas es vital para
el dominio de la producción y el mercado: “La
lucha competitiva de los estados capitalistas comenzó, ante todo, por el
dominio de las materias primas, porque aquí las posibilidades de ganancias
monopólicas eran mayores. Sin embargo, ésta no es la única razón. El dominio
sobre las materias primas conduce al dominio sobre la industria en general” (146).
A diferencia de Luxemburgo, Bujarin y todos los economistas
“tercermundistas”, Grossman se
preocupa también por las relaciones interimperialistas, ya que la competencia
entre las grandes potencias va adquiriendo una importancia cada vez mayor.
Comerciar con un país atrasado, de baja composición de capital, sólo es
rentable mientras subsista ese atraso tecnológico que permite el drenaje
encubierto de valor en favor de los países más adelantados. El comercio entre
países de similar composición de capital no ofrece esas ventajas, mientras que
la exportación de capital sí puede suponer una fuente adicional de plusvalía
que frene la crisis de sobreacumulación. Y el imperialismo se caracteriza más
por la exportación de capitales que por la de mercancías. Ahora bien, a
Grossman las explicaciones ofrecidas del fenómeno de la exportación de
capitales no le resultan convincentes. Tanto Hilferding, como Bujarin, como
Varga y como los “Manuales” soviéticos,
afirmaban que el capital se invertía en el exterior a causa de una cuota de
ganancia más elevada en el extranjero, mientras Grossman sostiene que la
emigración del capital tiene su origen en la sobreacumulación. La
sobreacumulación ocasiona que grandes masas de mercancías (capital mercancías)
no se realicen en el mercado y que grandes sumas de dinero (capital dinero) no
encuentren inversión lucrativa en el interior. No es que la cuota de ganancia
sea superior en el extranjero sino que en el interior no hay ninguna ocupación
rentable, que se trata de capital excedente, inactivo. Critica a Varga porque
admite la superproducción de mercancías pero no la de capital; y critica a
Ricardo porque acepta la superproducción de capital pero no la de mercancías.
Siguiendo a Marx, afirma que ambos tipos de superproducción son manifestaciones
de un mismo fenómeno: la sobreacumulación de capital, es decir, un exceso de
capital para el que no hay posibilidad de valorización, de inversión rentable.
La burguesía pasa a
transformarse
en una clase rentista, parasitaria y estudia el caso de Holanda como país
precursor en este campo.
Junto a la exportación de capitales, Grossman sitúa la
especulación como complemento de la sobreacumulación: “La exportación de capital hacia el exterior y la especulación en el
interior del país son fenómenos paralelos y nacen de una misma raíz (...) La
especulación es un medio para sustituir la insuficiente valorización de la
actividad productiva con ganancias que emanan de las pérdidas de la cotización
de las acciones de las amplias masas de pequeños capitalistas, de la
considerada 'mano débil' y es por ello un poderoso medio de concentración del
capital dinerario” (147). La plétora de capital lleva a
Grossman a
criticar a Hilferding su teoría del dominio del capital bancario sobre el
industrial (148): eso pudo ser posible en una fase inicial del capitalismo caracterizada
por la escasez de capitales en donde los bancos pueden desempeñar plenamente su
papel de mediadores; pero, en la época del capital financiero, es el capital
industrial el que domina al bancario, debido a los excedentes crónicos de
capital-dinero que permanecen inactivos y que permiten una holgada
autofinanciación. Igualmente se opone a la tesis de
-------------------
(146) La ley de la acumulación, cit., pg. 293.
(l47) La ley de la acumulación, cit., pg. 346.
(148) E1 capital financiero, cit., pg. 247.
Hilferding de
la disminución de la especulación como consecuencia de la regulación
monopolista (149) y le critica algo trascendental en Hilferding: el concepto
mismo de capital financiero que utiliza, como sinónimo de capital bancario
aplicado a la industria, al que opone la definición leninista de fusión del
capital industrial con el bancario y unión estrecha con el poder del Estado
monopolista. Finalmente, Grossman se enfrenta a la teoría del “superimperialismo” de Kautsky y a la
idea de una corporación única de Hilferding (150), capaz de englobar y
gestionar un capitalismo “organizado” y
sin crisis, mediante una idea muy sencilla: el capitalismo no existe sin valor
de cambio y éste, a su vez, exige una multiplicidad de productores independientes
que intercambian sus mercancías, de modo que si esos productores independientes
fueran engullidos por un gigantesco monopo1io, desaparecería el valor de cambio
y el capitalismo, lo que resulta absurdo imaginar siquiera. Una economía
capitalista no puede ser regulada y una economía regulada no es capitalista
(151).
10. La versión moderna del
subconsumo: Natalie Moszkowska
Durante los años treinta y en polémica con
Grossman, la también economista polaca Natalie Moszkowska plantea la versión
contemporánea del subconsumo, en la que elimina las incongruencias de los
revisionistas y propone un planteamiento diferente para llegar al mismo
resultado. En última instancia, la exposición de Moszkowska está fundamentada
en la de Luxemburgo, aunque no llega a las conclusiones de ésta acerca del
imperialismo, la necesidad de “terceros”,
e incluso la critica explícitamente. A su vez, Moszkowska ha tenido una
extraordinaria influencia en el pensamiento económico posterior, especialmente
en el economista norteamericano Paul Sweezy, que escribió su “Teoría del desarrollo capitalista” en
1942; cuando en los años sesenta una cierta versión del pensamiento económico
de Marx comienza a desplegarse entre los intelectuales europeos, serán Sweezy y
los economistas radicales anglosajones (principalmente Paul Baran y Maurice
Dobb) los que se convertirán en el punto de referencia. Una característica
común tienen todos estos economistas, a diferencia de los anteriores: se trata
de intelectuales y académicos con muy poca relación con la práctica, con la
lucha política. Aunque la mayor parte de estos intelectuales se pueden integrar
en las diversas corrientes izquierdistas aparecidas en aquellos años, sus
raíces son las
mismas que
las del revisionismo, maman en las mismas fuentes ideológicas, agravadas por
nuevos y más importantes errores. Este proceso es el que ha hecho de las tesis
del subconsumo un lugar común entre la literatura económica que pasa por “marxista”, no por más repetida menos
errónea.
Los fundamentos de todos esos errores, viejos y
nuevos, están en los estudios de Natalie Moszkowska. Esta economista polaca, lo
mismo que los revisionistas, se propuso depurar el pensamiento económico de
Marx de determinadas incoherencias e incongruencias Marx no había dispuesto de tiempo para
exponer un conjunto sistemático de ideas; no había, pues, que quedar apegados a
la letra sino a su espíritu, reconstruir su tarea de modo que desaparecieran
las fisuras y contradicciones. Pero en realidad Moszkowska, como luego harán
Sweezy y Baran, entra a saco en los conceptos básicos de la Economía Política ,
tal y como Marx los definió. Así por ejemplo, su concepto de composición
orgánica de capital no es el mismo que el de Marx, aunque pretenda hacer pasar
sus definiciones como si fueran las del mismo Marx (152).
Pero sobre todo, para Moszkowska la ley de la
cuota decreciente de ganancia es falsa; ahora bien, como no tiene una relación
imprescindible con el pensamiento marxista, hay que separarla de él para que
todo el
conjunto de ideas económicas no quede contaminado por dicho error. Fue así como
ella, por primera vez, combate una ley que, hasta entonces, ni siquiera los
revisionistas se habían atrevido a poner en cuestión: la ley más importante de
toda la Economía
Política , según Marx (153) y, sin embargo la que “ha inspirado siempre gran pavor a los
economistas” (154). La cuota de
ganancia es directamente
----------------
(149) El capital financiero,
cit., pgs. 247 y 320 y sigs.
(150) El capital financiero, cit., pg. 258.
(151) La ley de la acumulación, cit., pg. 393.
(152) El sistema de Marx. Un aporte para su
construcción, Pasado y Presente, México, 1979, pg. 41.
(153) Grundrisse, cit., vo1.2, pg. 281.
(154) Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg.
363.
proporcional a la
cuota de plusvalía e inversamente proporcional a la composición orgánica de
capital, es decir, aumenta con la cuota de plusvalía y disminuye con la
composición orgánica de capital. Marx pensaba que el progreso técnico aplicado
a la producción subía la composición orgánica del capital más de lo que subía
la cuota de plusvalía y, por ello, la cuota de ganancia debía descender. Hoy la
ley de la cuota decreciente de ganancia se ha convertido en el caballo de
batalla fundamental contra el pensamiento económico marxista. Fue esta
economista polaca la que en 1929 inició este tipo de críticas, aduciendo que
dicha ley no era histórica, sino dinámica, que era sólo tendencial, no
incondicional (155). Partiendo de Moszkowska, muchas de las críticas se apoyan
en que no hay que tomarse la ley como una férrea norma inexorable, porque el
mismo Marx dijo que sólo se trataba de una tendencia y, en consecuencia, podía
verse contrarrestada por tendencias de signo opuesto que él mismo reconoció.
En realidad
todas las leyes funcionan como tendencias: “En
toda la producción capitalista ocurre lo mismo: la ley general sólo se impone
como una tendencia predominante de un modo muy complicado y aproximativo, como
una media jamás susceptible de ser fijada entre perpetuas fluctuaciones”
(156). Y advirtió can claridad: “No hay que confundir las tendencias
generales y necesarias del capital con las formas que revisten. Aquí no
tratamos de analizar cómo se manifiestan en la dinámica externa de los
capitales las leyes inmanentes de la producción capitalista, cómo se imponen
como otras tantas leyes imperativas de la concurrencia y cómo, por tanto, se
revelan a la conciencia del capitalista individual como motivos propulsores;
pero lo que desde luego puede asegurarse, por ser evidente, es que para analizar
científicamente el fenómeno de la concurrencia hace falta comprender la
estructura interna del capital, del mismo modo que para interpretar el
movimiento aparente de los astros es indispensable conocer su movimiento real,
aunque imperceptible para los sentidos” (157). Ahora bien, la disminución de la cuota de ganancia tiene el rango
de una ley económica fundamental del funcionamiento de la economía capitalista;
es una ley inexorable que desempeña un lugar destacado en el movimiento del
modo de producción capitalista; en cuanto que ley objetiva, no puede ser
suprimida o eliminada por la intervención de los hombres. En el Prólogo a la
primera edición de “El capital”, Marx
expuso su deseo de describir fielmente las leyes por las que se mueve el
sistema capitalista: “Lo que de por sí
nos interesa aquí no es precisamente el grado más o menos alto de desarrollo de
las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de la producción
copitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas tendencias,
que actúan y se imponen con férrea necesidad (...) Aunque una sociedad haya
encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve -y la
finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que
preside el movimiento de la sociedad moderna- jamás podrá saltar ni descartar
por decreto las fases naturales de su desarrollo. Podrá únicamente acortar o
mitigar los dolores del parto” (158).
Y pocos meses después escribió a Kugelman: “Las leyes naturales jamás pueden suprimirse. Lo único que puede variar
en situaciones históricas distintas es la forma en que esas leyes se abren
paso” (159).
Así concebía Marx las leyes económicas, entre las
cuales, una de las más importantes, es la que describe el descenso de la cuota
de ganancia. Todas las leyes son igualmente tendenciales porque todo movimiento
es dialéctico y supone una unidad de contrarios: hay una tendencia y frente a
ella, una contratendencia de signo opuesto. No hay nada nuevo en esta
concepción y resulta inverosímil que de ello pueda deducirse una
indeterminación o criticar su “incondicionalidad”.
La ley del decrecimiento de
la cuota de ganancia
es una consecuencia ineludible de la ley del valor y tiene la misma vigencia
que
ésta: si la
ley del valor describe el funcionamiento de los precios, la ley del
decrecimiento de la cuota de ganancia describe el movimiento de los capitales y
sus crisis. Según Marx, “la ley del valor
sólo actúa aquí como ley interna que los agentes individuales consideran como
una ciega ley natural y esta ley es, de este modo, la que impone el equilibrio
social de la producción en medio de sus fluctuaciones
------------------
(155) E1 sistema de Marx, cit., pgs. 80 y 110.
(156) El capital, lII-9, pg. l67.
(157) E1 capital, 1-10, pg. 254.
(158) El capital, I, pgs. XIV y XV.
(159) Carta de Marx a Kugelman, 11 de julio de
1868, Correspondencia, pg. 318 y E1 capital, I, pg. 705.
fortuitas” (160). Lo
mismo cabe decir de la ley de la cuota decreciente de ganancia. La cuota de
ganancia no es más que una referencia general y abstracta, una cuota “media” como a veces la denominó Marx
que varía con cada empresa, con cada sector económico y con las fases del
ciclo. Hay épocas en que la cuota de ganancia asciende, y además
vertiginosamente. Esto no invalida ni un ápice el que, de un modo general y a
largo plazo, la cuota de ganancia desciende de una forma inexorable.
Otra de las
criticas a la ley del decrecimiento de la cuota de ganancia consiste en
afirmar, como hace Sweezy que si la tendencia de la cuota de ganancia a
descender viene dada por el aumento de la composición orgánica de capital, es
posible que dicho aumento quede compensado (o incluso anulado) por un
incremento de la explotación, es decir, por un aumento de la cuota de plusvalía
y “entonces la dirección en que la tasa
de la ganancia cambiará se hace indeterminada” (161). También fue Moszkowska la primera en exponer este argumento
contra la ley del descenso de la cuota de ganancia.
Para esta economista
polaca, en los orígenes del capitalismo el capital variable era la magnitud más
importante cuantitativamente porque las fábricas eran intensivas en trabajo,
mientras que la magnitud del capital constante era muy reducida y lo mismo el
volumen de la plusvalía. Con el desarrollo de las fuerzas productivas, la
importancia cuantitativa del capital variable ha ido descendiendo, de manera
que si bien la composición orgánica del capital aumenta, también aumenta la
cuota de plusvalía, por lo que no puede decirse con seguridad si aumentará o disminuirá
la cuota de ganancia.
Este
argumento es inconsistente porque mientras la composición orgánica de capital
puede crecer ilimitadamente, la cuota de plusvalía está limitada y no puede ser
mayor que el valor añadido en la producción, es decir, la renta bruta. Puede
decirse que, en el caso límite, cuando el capital variable se reduce al mínimo,
cuando prácticamente no se pagan salarios, la explotación es infinita y
entonces toda la renta es plusvalía y pasa a manos de los capitalistas,
alcanzando su máximo en ese hipotético momento la masa de plusvalía, que nunca
será superior a la renta. Lo decisivo es que, a la larga, la renta bruta
desciende relativamente en proporción a la producción. En expresión de Lenin, “la renta disminuye
a medida que crece la producción. Este es un hecho
indiscutible” (162). Entonces, la cuota de plusvalía se
mantiene relativamente estacionaria y no puede compensar a largo plazo el
incremento de la composición
orgánica de
capital, por lo que la cuota de ganancia cae. Por eso Marx razonaba siempre en
el Libro III sobre la hipótesis más general de que la cuota de plusvalía no se
modificaba, ya que tiene límites absolutos (duración de la jornada de trabajo,
volumen de población) a partir de los cuales no es posible incrementarla
indefinidamente. La posibilidad de explotación de la fuerza de trabajo tropieza
con un máximo determinado: “La
compensación del número de obreros o de la magnitud del capital variable -decía-
mediante el aumento de la cuota de
plusvalía o la prolongación de la jornada de trabajo, tiene sus
límites, límites infranqueables” (163). Y más adelante analiza el problema a escala general, añadiendo: “El incremento de la población constituye
aquí el límite matemático con que tropieza la producción de plusvalía por el
capital global de la sociedad” (164).
El descenso de la cuota de ganancia no puede compensarse con el aumento de
la cuota de plusvalía o, por decirlo en los términos más simples, se gana más
explotando un poco a muchos obreros, que explotando mucho a sólo unos pocos
obreros: “La compensación del menor
número de obreros por el aumento del grado de explotación del trabajo tropieza
con ciertos límites insuperables; puede por tanto, entorpecer la baja de la
cuota de ganancia, pero no anularla” (165). Marx llamaba a este fenómeno la segunda ley de la cuota de
plusvalía, cuyo enunciado
dice que no
es posible compensar la disminución del capital variable aumentando la cuota de
plusvalía: “Esta segunda ley, bien
palpable, es de importancia para explicar muchos fenómenos que brotan de la
tendencia, que más tarde explicaremos, del capital a reducir todo lo posible el
número de obreros por él empleados o, lo que es lo mismo, su parte variable,
invertida en fuerzas de trabajo, en aparente contradicción con otra tendencia
suya: la de producir la mayor masa posible de plusvalía. La realidad es
---------------------
(160) El capita1, III-51, pg. 813.
(161) Teoría del desarrollo capitalista, cit., pg.
115.
(162) "Para una caracterización..., cit.,
tomo II, pg. 150.
(163) El capital, I-9, pg. 243.
(164) E1 capital, I-9, pg. 246.
(165) El capita1, III-15, pg. 246.
la inversa. La masa de plusvalía producida, lejos
de aumentar, disminuye al crecer la masa de la fuerza de trabajo empleada, o
sea, la magnitud del capital variable, si este aumento no guarda proporción con
el descenso experimentado por la cuota de plusvalía” (166).
A largo plazo, por más que se incremente la
cuota de plusvalía su aumento no puede frenar la caída de la cuota de ganancia;
en definitiva, como tendencia, la cuota de ganancia sólo depende de la
composición orgánica del capital. Como esta relación es inversa, si la
composición orgánica del capital crece con el desarrollo de las fuerzas
productivas, la cuota de ganancia se reduce. La cuota de plusvalía sólo puede
tener efectos sobre la cuota de ganancia a corto plazo. Llegado un punto,
aunque la explotación de la fuerza de trabajo se intensifique poderosamente, la
cuota de ganancia tiende a descender inexorablemente y desciende precisamente
por las mismas razones por las que aumenta la explotación de la fuerza de
trabajo. Esto es algo que los expertos economistas de la burguesía no pueden
entender: la cuota de ganancia disminuye no porque disminuya la productividad
del trabajo, sino precisamente porque aumenta (167).
Otra de las
críticas fundamentales de Moszkowska contra la ley consiste en argumentar que
si bien es cierto que la composición técnica de capital crece con el desarrollo
de las fuerzas productivas, no sucede lo mismo con la composición en valor. La
aplicación a la industria de los progresos técnicos no solamente economiza
fuerza de trabajo y reduce su valor, sino también reduce el valor de los medios
de producción, del capital constante.
En sus
orígenes, cuando fue expuesta por Tugan-Baranovski, a esta idea no se le dio
mayor importancia. Los revisionistas (168) siguieron afirmando, igual que Marx
(169), que la composición orgánica del capital crecía con el desarrollo de las
fuerzas productivas. Fue también Moszkowska quien insistió en descartar el
aumento de la composición orgánica de capital y, a partir de entonces, sobre
todo después de la
Segunda Guerra Mundial, está muy cuestionado el principio de
que esa composición ascienda inexorablemente. Para todos estos autores, el
desarrollo de las fuerzas productivas se debe aplicar
sobre los dos
sectores fundamentales del sistema productivo, es decir, tanto sobre el sector
I productor de medios de producción, como sobre el sector II productor de
bienes de consumo. Si el crecimiento de la productividad expulsa fuerza de
trabajo de la producción y reduce los salarios, al abaratar el coste de las
mercancías que entran en el salario, lo mismo sucede con los medios de
producción. Escribió Moszkowska: La
creciente productividad abarata los medios de producción y de consumo. El valor
decreciente de los medios de producción reduce la composición del capital. El
decreciente valor de los
bienes de consumo necesarios hace posible un
aumento de la tasa de plusvalor. Ambos contrarrestan la tendencia decreciente
de la tasa de ganancia” (170). Por tanto, aunque la
composici6n técnica entre capital constante y variable suba, la composición de
valor se mantiene estacionaria o puede incluso reducirse, pero sin poder
asegurar que deba crecer siempre indefectiblemente.
Esta posición
es insostenible: implica afirmar que el tamaño de las empresas no es cada vez
mayor sino menor, que el capital inicial mínimo a desembolsar para poder
constituir una empresa, se va reduciendo con el desarrollo de las fuerzas
productivas, mientras que para Marx “al
disminuir la cuota de ganancia aumenta el mínimo de capital que cada
capitalista necesita manejar para poder dar un empleo a su trabajo (171). La ley de la productividad creciente
del trabajo significa, efectivamente, que el valor
de las mercancías se
reduce porque la introducción de nuevos medios de producción aumenta la parte
del valor producido que consiste en la transferencia del valor depreciado por
el uso de los mismos, pero sin embargo, disminuye mucho más intensamente el
gasto de capital variable. Esto quiere decir que el capitalismo es un obstáculo
al progreso y al desarrollo de la productividad porque no se introducen todas
las máquinas que ahorran trabajo sino sólo aquéllas que ahorran el trabajo
retribuido, el capital variable
-------------------
(166) El capital, I-9, pg. 244.
(167) Marx, Teorías de la plusvalía, cit., tomo I,
pg. 534.
(168) Por ejemplo Hilferding, a pesar de que era
un continuador de Tugan-Baranovski (E1 capital
financiero, cit., pgs. 196 y
281).
(169) E1 capital, I-23, pgs. 525-526 y 532.
(170) E1 sistema de Marx, cit., pg. 38.
(171) El capita1, III-15, pg. 248; también en
III-15, pg. 259.
(172). Por eso los salarios elevados favorecen
la promoción de nuevas técnicas productivas, mientras una elevada tasa de
plusvalía las obstaculiza porque una costosa maquinaria, aunque ahorre mucho
trabajo no es rentable si los salarios son muy reducidos. La composición
orgánica de capital no es una cifra absoluta sino relativa: aunque disminuyera
el valor del capital constante, disminuye aún más el del capital variable por
efecto de la ley de la productividad creciente.
La tesis
contraria de Moszkowska supone que la tendencia no es hacia la centralización
del capital y que pueden ir desapareciendo el crédito y las sociedades por
acciones. Por el contrario, según Marx, la caída de la cuota de ganancia
ocasiona una concentración incesante del capital y, por consiguiente, un
desplazamiento progresivo de los pequeños capitales, “el resultado al que tienden
todas las leyes de la producción capitalista” (173). De planteamientos como los de Moszkowska derivan varios errores
muy comunes en lo que respecta al papel de la ciencia y la tecnología en los
procesos de producción. El primer error es el considerar que el período de
rotación, en lugar de disminuir, aumenta debido a la creciente importancia del
capital fijo dentro del capital constante y a la mejora de su valor de uso, que
permite una utilización más dilatada en el tiempo, una mayor duración y, por
tanto, un desgaste menor. Este fenómeno haría que en cada mercancía hubiera una
parte cada vez menor de capital constante porque cada máquina transferiría su
valor a una mayor masa de mercancías. Si bien esto es cierto, en realidad la
innovación técnica implica una mayor y más rápida obsolescencia del
equipamiento industrial. El “desgaste
moral”, como lo llamaba Marx, acelera la circulación del capital fijo y
éste es un fenómeno aún más importante que el anterior. Las empresas están
obligadas a la amortización acelerada del capital fijo aunque no se haya
desgastado totalmente y pueda funcionar aún durante muchos años más, porque
cada innovación lo desvaloriza frente al nuevo. El capital fijo se tiene que
sustituir continuamente, dando lugar a un fenómeno de capital “de usar y tirar” y obligando a una elevada
amortización que transfiere una mayor cantidad en concepto de desgaste de
capital constante a cada mercancía producida. La superproducción de capital
presiona continuamente para sustituir un capital en funciones desvalorizado por
los nuevos capitales.
El tiempo de
amortización del capital constante no es un tiempo natural; el capitalista
puede calcular que en ocho años surgirá una nueva maquinaria que dejará
obsoleta la que ahora adquiere. Sin embargo, ésta no se desgastará totalmente
hasta dentro de diez años. Por tanto, debería conseguir un desgaste más rápido
de su maquinaria, por ejemplo introduciendo el trabajo por turnos, de manera
que se iguale el tiempo de rotación al tiempo natural, es decir, que el
funcionamiento de la maquina sea continuo, que no tenga lagunas. Entonces el
capital rota más rápido, tiene un número mayor de rotaciones por unidad de
tiempo. El trabajo nocturno y el trabajo por turnos están ampliamente
implantados en aquellas empresas en que la composición orgánica del capital es
muy elevada y el capital constante rota muy despacio por el peso de su parte
fija. Es un modo de acelerar su circulación y evitar una rápida obsolescencia o
desgaste moral. De ese modo la composición orgánica del capital se reduce
drásticamente y se eleva la cuota de ganancia porque el tiempo de rotación del
capital disminuye y el capital variable aumenta.
La rotación
acelerada del capital constante y el trabajo por turnos que conlleva, conducen
a la producción en cadena, a gran escala y en masa, introducida principalmente
en el sector II que produce artículos de consumo; su objetivo es reducir los
salarios y multiplicar la cuota de plusvalía. Los sectores productivos que
tienen un período muy largo de rotación del capital constante tienen una cuota
de ganancia extraordinariamente baja, de modo que se trata de sectores abocados
a la nacionalización (lo que elevaría la cuota media de ganancia) y a funcionar
con pérdidas, o bien a la monopolización, a la creciente centralización de
capitales.
Un segundo
error proviene de considerar (casi siempre de forma implícita) que las
innovaciones
técnicas son
gratuitas y, en consecuencia, que el coste invertido en I+D (investigación y
desarrollo) no se transfiere al capital constante. Para estos autores, el
mercado de patentes, royaltis y “know-how”,
simplemente no existe o es tan barato como el aire y el agua que también
necesitan las fábricas. Este pensamiento proviene, a su vez, de una
circunstancia que ha sido hasta la fecha muy frecuente: la
----------------
(172) El capita1, I-13, pgs. 320 a 322 y III-15, pgs.
258-259.
(173) Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg.
363.
asunción por parte
del Estado de toda o la mayor parte de los costes de investigación y
desarrollo, lo que se viene denominando “sistema
universidad-empresa”, al que se añaden toda una serie de instituciones
públicas dedicadas a la investigación científica. Toda la investigación básica
(universidades politécnicas, escuelas de ingenieros) está financiada por el
Estado, así como la mayor parte de la investigación aplicada: laboratorios,
prototipos industriales, pruebas piloto y diseño industrial. Sin embargo, el
Estado no patenta sus descubrimientos e innovaciones. Es más: gran parte de los
gastos de las empresas en I+D gozan de exenciones fiscales y existe
financiación privilegiada para sufragarlos. Este papel del Estado es el típico
y característico del
sector público, y no sólo se produce en el campo I+D; casi todo el sector
público tiende a reducir el valor del capital constante, bajando el nivel de
composición orgánica de capital y, por tanto, elevando el de la cuota de
ganancia.
Evidentemente
I+D tiende a convertirse por sí mismo en un pujante sector productivo y las
empresas destinan cada vez más inversiones a mejorar sus sistemas productivos,
lo que significará una elevación de la composición orgánica de capital y un
descenso de la cuota de ganancia. No sólo la ciencia y la técnica se aplican a
la producción, sino que la producción (y la valorización) capitalista se
introduce en la investigación transformando a I+D en un sector productivo más,
sometido a las mismas leyes económicas que los demás. Este fenómeno es
consecuencia de la creciente división del trabajo y singulariza a I+D por su
fuerza de trabajo cualificada y superespecializada.
Por otro
lado, en numerosas ocasiones Moszkowska define correctamente el capitalismo
como un sistema económico orientado hacia la obtención de plusvalía y no hacia
el consumo. Tampoco incurre en el error de descuidar el consumo productivo,
pues reconoce que la diferencia entre la producción y el consumo no genera
superproducción sino acumulación, que únicamente cambia la dirección de la
demanda y el consumo improductivo se sustituye por el productivo (174).
Considera, además, que tanto la fabricación de medios de producción como la de
bienes de consumo, o lo que es lo mismo, la
acumulación y el
consumo, no son independientes entre sí sino que están determinados por el
estado de la técnica (175). Pero 1uego equipara la producción al ingreso:
producción es oferta e ingreso es demanda; la oferta se divide en medios de
producción y bienes de consumo; la demanda en ahorro y consumo: “La teoría de la desproporcionalidad en su
formulación antigua presupone una proporcionalidad en la
distribución del ingreso, por lo tanto una
proporcionalidad entre ahorro y gasto. En cambio, afirma una
desproporcionalidad en la distribución de la producción, y por ello también una
divergencia entre oferta y demanda, por lo tanto entre la dirección de la
producción y la del ingreso. La nueva teoría es muy diferente. Ella constata
una falsa distribución del ingreso, una desproporcionalidad entre la parte a
consumirse y la parte a acumularse. Y puesto que
la dirección de la producción está determinada por la finalidad del ingreso, la
oferta se orienta según la demanda, así resulta también una divergencia entre
bienes de consumo”. En consecuencia, es una versión remozada del
subconsumo que ella misma resume de la forma siguiente: “Si la vieja doctrina busca lo causa de la crisis en la producción, la
nueva lo hace en la distribución” (176).
La desproporción de los ingresos consiste en que los capitalistas ganan
mucho y los obreros poco, lo que origina mucha acumulación y poco consumo: es
esta distribución desproporcionada la que orienta el sentido de la producción. Aquí está el matiz con que
Moszkowska trata de diferenciarse de los subconsumistas anteriores, en que
además del subconsumo toma en cuenta la
sobreacumulación.
Considera. siguiendo al revisionista Conrad Schmidt, que el consumo productivo es sólo relativo mientras el
improductivo es absoluto o definitivo; el primero promueve el reflujo de nuevas
mercancías, mientras que el otro desaparece definitivamente de la circulación.
Entran en contradicción
ambas esferas de la
producción, la de la producción de bienes de producción y la de producción de
consigo misma y todo
ello le induce a incurrir en los típicos errores de las corrientes
subconsumistas:
“La creciente desproporción entre producción y consumo hace que cada vez
cueste más
garantizar la colocación. La relativamente creciente escasez de la
demanda obliga a incontables
gastos improductivos. Piénsese sólo en el costoso moblaje de los
negocios, en los avisos
publicitarios, anuncios, viajantes y otros numerosos intermediarios.
----------------
(174) E1 sistema de Marx, cit., pg. ll3.
(175) El sistema de Marx. cit., pg. 134.
(176) E1 sistema de Marx, cit., pg. 141.
“Con salarios bajos, es decir, con detención del consumo social, la
enormemente creciente
productividad en la producción provoca automáticamente una productividad
decreciente
en la circulación. El avance de la técnica aumenta la productividad del
trabajo, las crecientes
dificultades de colocación la disminuyen. Lo que en la producción es
ahorrado en trabajo es
desperdiciado en la circulación.
“El mismo estado de cosas puede
presentarse también así: cuanto más elevada es la tasa de
crecimiento de la productividad, con un consumo social que crece
lentamente, tanto más
dificultosa es la colocación, si se consideran iguales todas las demás
circunstancias” (177).
Según Moszkowska, la desproporción entre
producción y consumo conduce a otra desproporción: la que se da entre medios de
producción y fuerza de trabajo (178) y esta última desproporción la califica de
“sobreacumulación”. Ahora bien, esta
noción no tiene nada que ver con la de Marx: sólo coincide en el nombre. A
diferencia de Marx, Moszkowska, como los revisionistas, únicamente considera
posible una sobreacumulación relativa y nunca absoluta de capital (179). La
sobreacumulación es relativa al volumen de fuerza de trabajo; entonces
Moszkowska da un giro malthusiano a su pensamiento: el volumen de fuerza de
trabajo depende de la capacidad de elaboración de bienes de consumo y como ésta
decrece relativamente, el volumen de capital constante no encuentra fuerza de
trabajo explotable, por lo que aparece un excedente de capital. Si se elevaran
los salarios, crecería la parte de la producción dedicada a fabricar bienes de
consumo y con ella aumentaría la población y el capital constante dejaría de
estar ocioso al encontrar trabajo productivo explotable: “La expansión de la producción y, por consiguiente, la
coyuntura alta no se interrumpen a fin de cuentas
porque disminuye el poder de consumo, sino la fuerza de trabajo, esto es, porque el gasto de consumo
ya no puede reemplazarse por el productivo (...) Los dos
estadios de la sobreacumulación son sólo dos
grados de la escasez en obreros Sobreacumulación y falta de obreros son
conceptos correlativos. Pues la sobreacumulación no significa otra cosa que el
exceso de medios materiales de producción, y la necesidad de medios materiales
de producción está determinada
por la existencia de medios personales de
producción” (180).
La
sobreacumulación es relativa también en el sentido de que se refiere únicamente a las grandes potencias imperialistas: sólo
ellas experimentan ese fenómeno, en tanto que las colonias padecen el fenómeno
contrario, el déficit de capital. De modo que para Moszkowska la exportación de
capital sólo es posible en dirección a las colonias: no hay exportación mutua
de capitales entre los Estados imperialistas
(181).
También aquí trata de introducir variantes a la teoría del subconsumo: el papel
de las colonias no es buscar salidas a las mercancías sobreproducidas sino al
capital sobreacumulado; la exportación de
mercancías tiene un
retorno inmediato en otras mercancías importadas, mientras que el capital se
instala definitivamente fuera de las fronteras.
Tiene más
importancia, sin embargo, la tesis de Moszkowska en el sentido de que es
incompatible el descenso de la cuota de ganancia y la sobreacumulación. Para
ella, ambos fenómenos se excluyen mutuamente, porque si la cuota de ganancia
descendiera, se dificultaría la acumulación (182). Esto tampoco tiene nada que
ver con Marx, quien muy al contrario, sostenía que el descenso de la cuota de
ganancia significaba una aceleración de la acumulación: “La baja de la cuota de ganancia y la acumulación acelerada no son más
que dos modos distintos de expresar el mismo proceso, en el sentido de que
ambos expresan el desarrollo de la capacidad productiva. La acumulación, por su
parte, acelera
la disminución de la cuota de ganancia, toda vez
que implica la concentración de los trabajos en gran escala y, por tanto, una
composición más alta de capital. Por otra parte, la baja de la cuota de
ganancia acelera, a su vez, el proceso de concentración del capital y su
centralización mediante la expropiación de los pequeños capitales y el
desahucio del último resto de los productores directos que todavía tienen algo
----------------
(177) El sistema de Marx, cit., pg. 108.
(178) E1 sistema de Marx, cit., pgs. l24 y 137.
(179) E1 sistema de Marx, cit., pg. 122.
(180) E1 sistema de Marx, cit., pgs. 128-129.
(181) El
sistema de Marx, cit., pg. 143.
(182) El sistema de Marx, cit., pg. l53.
que
expropiar. Con ello se acelera, a su vez, en cuanto a la masa, la
acumulación, aunque en lo que a la cuota se refiere, la acumulación disminuya
al disminuir la cuota de ganancia (...) Al mismo tiempo que disminuye la cuota
de ganancia, aumenta la masa de los capitales y, paralelamente con ello, se
desarrolla una depreciación del capital existente que contiene esta
disminución, imprimiendo un impulso acelerado a la acumulación de
valor-capital” (183).Queda claro, en consecuencia, que no
sólo no hay contradicción, sino que ambos fenómenos, caída de la cuota de
ganancia y acumulación acelerada, son correlativos.
En opinión de
Moszkowska, la cuota de ganancia sólo desciende en las crisis, mientras aumenta
en las fases de auge económico. El progreso técnico lo que hace es aumentar la
cuota de plusvalía y reducir los salarios reales, de manera que las mejoras en
la productividad únicamente benefician a los capitalistas; para que bajara la
cuota de ganancia debería mejorar el nivel de vida de los trabajadores y, con
él, el consumo, lo que no sucede nunca. En definitiva, según ella, el
desarrollo de las fuerzas productivas se traduce no en una baja de la cuota de
ganancia sino en un ascenso de la cuota de plusvalía que conduce a
la sobreacumulación,
mientras que para Marx “la cuota de
plusvalía disminuye a medida que se desarrolla el régimen capitalista de
producción, mientras que su masa aumenta conforme aumenta la masa del capital
empleado” (184). Este es, en
definitiva, el núcleo del error de Moszkowska: su teoría de los salarios no
coincide para nada con la de Marx porque, una vez más, formula una versión
nueva de la ley de bronce de los salarios Para la economista polaca con el
progreso técnico deben descender los precios de manera generalizada, incluso
también los salarios como precio de la fuerza de trabajo. Si una mejora en la
producción abarata el coste de la cesta de la compra, se deben reducir al mismo
nivel anterior los salarios nominales, por lo que el progreso técnico se
traduce mecánicamente en un incremento de la cuota de plusvalía y no beneficia
en nada a los trabajadores. Los bienes de consumo descienden de precio, pero el
volumen de esos bienes que demandan los trabajadores no crece ni un ápice
porque sus salarios se han reducido en la misma proporción. Por el contrario,
para Marx los salarios oscilan entre un mínimo de
mera supervivencia y
un valor real por encima de él, ya que no dependen sólo de las necesidades físicas
sino también de las necesidades sociales, tal como se hallan históricamente
determinadas (185). Los
salarios dependen de
forma directa de la intensidad del trabajo y de su fuerza productiva: “Al crecer la productividad del trabajo -escribió
Marx- crece también, como veíamos, el
abaratamiento del obrero y
crece, por tanto, la cuota de plusvalía, aún
cuando suba el salario real. La subida de éste no guarda nunca proporción con
el aumento de la productividad” (186). Una
mayor intensidad de trabajo puede
incrementar tanto el
salario como la plusvalía al mismo tiempo (187). El progreso técnico, por
tanto, se reparte entre capitalistas y obreros; aumenta la intensidad del
trabajo y con ella deben aumentar los salarios. Para Marx la magnitud de la
acumulación es la variable independiente y los salarios la variable dependiente
(188). La acumulación aumenta, por tanto, el volumen de fuerza de trabajo y, a
un ritmo menor (189), el capital variable en su conjunto, así como los salarios
de cada trabajador individual: “Las
crisis van precedidas siempre -decía Marx- precisamente de un período de subida general de los salarios, en que la
clase obrera obtiene realmente una mayor participación en la parte del producto
anual destinada al consumo” (190).
Igualmente errónea
es la tesis de Moszkowska respecto a la negación de la sobreacumulación
absoluta de capital.
Partimos de que -no obstante la opinión de Moszkowska- la cuota de ganancia
desciende y, sin
embargo, a pesar de algunas falsificaciones vertidas al respecto (191), no se
anula nunca. La sobreacumulación absoluta no surge en el momento en que la
cuota de ganancia desciende hasta el punto cero, sino bastante antes; por
tanto, aparece una sobreacumulación absoluta aún a pesar de que el capital
sigue resultando rentable y se debe -como expuso Marx- a que el volumen de
ganancias no
-------------------
(183) E1 capital, III-15, pgs. 240 y 247.
(184) E1 capital, III-15, pg. 246.
(185) E1 capital, III-50, pgs. 793-794.
(186) E1 capital, I-22, pgs. 509-510.
(187) El capital, I-l5, pgs. 434 a 443.
(188) El capital, 1-23, pg. 523.
(189) El capita1, 1-23, pgs. 537-538.
(190) El capital, II-20. pg. 366.
(191) Pesenti, Lecciones, cit., pg. 228.
depende tanto de la
cuota de ganancia como del volumen de la masa de capital acumulado con
anterioridad. Un capital pequeño obtiene siempre un volumen de ganancias
pequeño, aunque la cuota de ganancia sea muy elevada; por el contrario, los
grandes capitales obtienen grandes ganancias, aunque su cuota de ganancia sea
muy reducida: “Esto es lo que explica -decía
Marx- por qué la masa de la acumulación
puede aumentar aunque disminuya la cuota de ganancia” (192). Según Marx se produce sobreacumulación
absoluta cuando el incremento de capital produce la misma o menos masa de
plusvalía que antes de su incremento (193) y, por tanto, ya no es solamente que
descienda la cuota de ganancia, sino que lo que desciende es la propia masa de
ganancia, su volumen absoluto. Se siguen obteniendo rendimientos, pero menores
que los anteriores, y aún así estamos lejos de una masa y una cuota de
ganancias totalmente nulas. Como a pesar de la sobreacumulación absoluta se
siguen obteniendo beneficios, la carrera de acumulación prosigue: “La masa absoluta de ganancia producida por
él puede, por tanto, aumentar, y aumentar progresivamente, a pesar del descenso
relativo de la cuota de ganancia. Y no sólo puede ocurrir esto, sino que,
además -prescindiendo de fluctuaciones transitorias- tiene necesariamente que
ocurrir donde quiera que impere la producción capitalista (...) Las mismas
leyes de la producción y la acumulación hacen que, con la masa, aumente el
valor del capital constante en progresión ascendente con mayor rapidez que la
parte del capital variable, o sea, la del que se cambia por trabajo vivo. Por
tanto, las mismas leyes se encargan de producir para el capital de la sociedad
una masa absoluta de ganancia creciente y una cuota de ganancia decreciente” (194). Las consecuencias de la
sobreacumulación son, por tanto, paradójicas una vez más: “Un capital grande con una cuota de ganancia pequeña acumula más
rápidamente que un capital pequeño con una cuota de ganancia grande” (195). Por eso no existe superproducción
relativa: porque la cuota de ganancia no influye, porque la superproducción de
capital “basta enfocarla en términos
absolutos” (196).
La
acumulación de capital ocasiona tanto un aumento de valor del capital, que es
necesario conservar y reproducir constantemente, como un aumento de los valores
de uso, “y en este aumento de los medios
de producción va implícito el crecimiento de la población obrera, la creación
de una población cortada a medida del capital excedente y que incluso rebasa
siempre, en general, sus necesidades, es decir, las de una superpoblación
obrera” (197). En consecuencia,
la sobreacumulación no es relativa a la
población obrera, no
tiene vinculación con un supuesto déficit de mano de obra, porque “partiendo de esta base contradictoria, no
constituye en modo alguno una contradicción el que el exceso de capital vaya
unido al exceso creciente de población” (198). La sobreacumulación de capital es el plano simétrico y opuesto a
la superpoblación relativa: ambos fenómenos responden a las mismas causas y son
complementarios, generando el desempleo del capital y el ocio de la mano de
obra: “Esta plétora de capital -decía
Marx- responde a las mismas causas que
provocan una superpoblación relativa y constituye, por tanto, un fenómeno
complementario de ésta, aunque se mueven en polos contrarios: uno el capital
ocioso y otro el de la población obrera desocupada (...) No constituye ninguna
contradicción el que esta superproducción de capital vaya acompañada de una
superpoblación relativa más o menos grande. Los mismos factores que elevan la
capacidad productiva del trabajo, que aumentan la masa de los
productos-mercancías, que extienden los mercados, que aceleran la acumulación
de capital tanto en cuanto a lo masa como en cuanto al valor, y que hacen bajar
la cuota de ganancia, han creado y crean
emplea por el grado bajo de explotación del
trabajo en que tendría que emplearlos o, al menos, por la baja cuota de
ganancia que se obtendría con este grado de explotación” (199).
En resumen,
la teoría de la sobreacumulación relativa de Natalie Moszkowska es una negación
total
constantemente una superpoblación relativa, una
superpoblación de obreros que el capital sobrante no -------------------------
(192) Teorías de la plusvalía, cit., tomo II, pg.
281.
(193) El capital, III-15, pg 249.
(194) El capital, III-13, pg. 219.
(195) El capital, III-15, pg. 249.
(196) El capital, III-15, pg. 249.
(197) E1 capital, III-13, pg. 219.
(198) El capital, III-15, pg. 243.
(199) El capita1, III-15, pg. 253.
del pensamiento
marxista y con ella arrastra su oposición a la ley del descenso de la cuota de
ganancia: este descenso no sólo no es incompatible con la sobreacumulación sino
que ambos fenómenos tienen la misma raíz: “La
baja de la cuota de ganancia y la superproducción de capital obedecen a las
mismas causas” (200). El Marx depurado
de incongruencias por Moszkowska aparece irreconocible y desfigurado hasta
rozar lo grotesco: hay una oposición total entre ambos.
11. Conclusión: el capital más preciado
Marx dedicó
la mayor parte de su vida al estudio de la Economía Política
y “El capital” es su obra más
conocida, a la que hay que añadir un importante número de ensayos, casi todos
ellos muy voluminosos. A pesar de todo ello, estamos bastante lejos de disponer
de un acuerdo mínimo sobre los aspectos básicos de su pensamiento económico.
Después de su muerte, la
Economía Política sigue librando una lucha sin cuartel contra
toda clase de tergiversaciones, que ahora se nos presentan, además, como una
adhesión inquebrantable al propio Marx. Algunos “marxistas” constituyen hoy los más peligrosos deformadores de su
legado científico. Hemos detenido nuestro recorrido histórico a las puertas de la Segunda Guerra
Mundial, pero podíamos continuarlo hasta hoy mismo con los falsificadores de
última hora. El transcurso del tiempo, su distanciamiento temporal con Marx y
el secuestro de sus ideas por los académicos, no ha hecho más que agigantar la
deformación de sus principios.
En vano buscará hoy el lector en los “Manuales
de economía marxista” nada acerca del derrumbe del capitalismo, de sus
límites, de su tendencia inevitable hacia el colapso. En ellos el capitalismo,
o bien aparece como eterno, o bien se convierte en la antesala del socialismo.
Mencionan con profusión, por el contrario, toda la cantinela relativa al
subconsumo: demanda solvente, dificultades de realización, despilfarro,
abarrotamiento de los mercados, etc. El sólo empleo de esta terminología basta
a cualquier “Manual” para obtener un certificado oficial de buen “marxismo”. La realidad, sin embargo, demuestra
siempre que las
primeras dificultades de las crisis “no
se manifiestan y estallan primeramente en las ventas al por menor, relacionadas
con el consumo directo, sino en la órbita del comercio al por mayor y
de los bancos, que son los que ponen a su
disposición el capital-dinero de la sociedad” (201). La
realidad demuestra también con dramática contundencia que ante toda crisis hay
que reducir el consumo y no aumentarlo, que hay que reducir plantillas y bajar
los salarios. No es posible comprender, por otra parte, cómo las dificultades
de realización pueden explicar la superproducción de capital-dinero, es decir,
de la
ganancia ya
realizada.
Los
subconsumistas aprovechan muy bien el hecho de que la manifestación más
evidente de la crisis capitalista es la superproducción para llevar agua hacia
su molino; pero superproducción no es igual a subconsumo. A esta confusión
viene contribuyendo la subdivisión de la superproducción en superproducción de
mercancías y superproducción de capitales, que no es verdaderamente afortunada
porque los subconsumistas identifican mercancías con bienes de consumo, cuando
en realidad mercancías son tanto los artículos de consumo como los medios de
producción y, por tanto, la superproducción de mercancías es también
superproducción de capital, o por decirlo con otras palabras, superproducción
de capital-mercancías. Al mismo tiempo, la superproducción de capital se
subdivide en superproducción de capital-dinero y de capital-mercancías, donde
por mercancías hay que entender tanto los medios de producción como bienes de
consumo. Ambos fenómenos no son independientes, pero tampoco se les puede
identificar, no se les puede poner en el mismo plano. La superproducción de
artículos de consumo aparece dentro ya de la crisis, cuando las empresas comienzan
a racionalizar costes, reducir plantillas y bajar los salarios; surge porque ya
no es posible mantener el ritmo precedente de acumulación,
crece el
ejército de
trabajadores en la reserva y disminuye la capacidad de consumo de las masas en
general. Pero, como se observa, eso es consecuencia de la crisis y de la
sobreacumulación y no causa de ella; se trata de una contradicción secundaria y
de escasa relevancia en el conjunto de la crisis.
Cuestión
distinta es que el subconsumo exponga un dramático contraste entre las
condiciones de
------------------
(200) El
capital, III-15, pg. 250.
(201) E1 capital, III-l8, pg. 297.
vida del
proletariado y la gigantesca acumulación de riquezas alcanzada bajo el
capitalismo, de la cual únicamente pueden beneficiarse un puñado de oligarcas.
La burguesía impide que el desarrollo de las fuerzas productivas se utilice
para mejorar la calidad de vida y de trabajo de millones de trabajadores, que
tienen vedado el acceso al tiempo libre, a la cultura, a los servicios y a la
mayor parte de las posibilidades de expansión personal creadas bajo el
capitalismo. Pero esta contradicción indignante no puede explicar la mayor
parte de los fenómenos económicos del capitalismo porque es consecuencia y no
causa de ellos: el capitalismo no puede entenderse de otra forma, pues no
podría funcionar elevando los salarios y el consumo de las masas, disminuyendo
la explotación y generalizando el disfrute de las riquezas obtenidas.
La
superproducción de medios de producción es cuantitativa y cualitativamente
mucho más trascendente que la de artículos de consumo, por la propia
importancia que va ganando progresivamente el sector de empresas que fabrica
medios de producción, frente a los que se dedican a elaborar los artículos de
consumo. Pero sólo la superproducción de capital-mercancías alude a un problema
de mercados y de realización, porque el capital-dinero es ganancia ya
realizada, valor ya recuperado en el mercado. Ambos fenómenos, pese a su forma
diversa, tienen el mismo origen: la insuficiente valorización, la disminución
progresiva del volumen de beneficios con relación al capital acumulado. Esta
superproducción es absoluta y proyecta capitales ociosos al área de la
circulación que no encuentran una localización productiva y pugnan por abrirse
camino frente a los capitales en funciones, dando lugar a tres fenómenos
característicos: la exportación de capitales, la especulación y el incremento
del consumo de lujo y ostentoso de los grandes magnates.
Si queda
clara la causa de la crisis, queda claro el movimiento cíclico así como las
medidas imprescindibles para salir del estancamiento. Como los mandamientos de
la ley de dios, todas las intervenciones de política económica se resumen en
dos: primero, elevar la cuota de ganancia, y segundo, destruir y desvalorizar
el capital en funciones para sustituirlo por el capital nuevo, que se encuentra
ocioso. Para elevar la cuota de ganancia hay que aumentar la cuota de plusvalía, es decir, la explotación
de los trabajadores, despidiendo trabajadores, reduciendo salarios,
incrementando los ritmos de trabajo, eliminando los derechos sociales, etc. La
destrucción física y la desvalorización del capital viejo presenta
también numerosas
formas: amortización acelerada, reconversión, nacionalización por parte del
Estado,
ruina de los
capitales más débiles y centralización y, sobre todos ellos, la guerra. La
crisis, escribió Marx, tiene necesariamente que manifestarse “como algo violento, como un proceso de
destrucción. Y es precisamente en las
crisis donde se manifiesta su unidad, la unidad de lo dispar. La sustantividad
que adoptan entre sí los dos factores que se complementan mutuamente es
destruida de un modo violento. La crisis revela, por tanto, la unidad de las
dos fases sustantivizadas la una con respecto a la otra. Sin esta unidad intrínseca entre factores al parecer
indiferentes entre sí, las crisis no existirían” (202).
La guerra es
un mecanismo de política económica al que, naturalmente, los economistas
(burgueses y revisionistas) no prestan ninguna atención, a pesar de la enorme
trascendencia que siempre ha tenido en todas las crisis económicas. No se ha
inventado todavía mejor modo de superar las dificultades del capitalismo que
esta gigantesca forma de elevación de la cuota de ganancia y de destrucción de
capital. El olvido de los economistas es, no obstante, lógico porque la guerra
acarrea estupendas consecuencias
para iniciar un
ciclo de auge económico, pero también evidencia con claridad los límites del
capitalismo, algo que ni los burgueses ni los revisionistas quieren plantear.
Por el contrario, para el proletariado la guerra plantea inmediatamente la
urgencia de la revolución: o la revolución impide la guerra o la guerra desata
la revolución. Para la burguesía la guerra es la única forma de someter aún más
a unas masas ya extremadamente depauperadas y exhaustas por la explotación y la
miseria. Los conflictos bélicos pueden convertirse en un fantástico negocio,
pero acarrean riesgos incalculables y por eso es un recurso al que sólo acuden
en último extremo, cuando todas las demás vías de escape de la crisis han
agotado sus capacidades.
Para los
marxistas la guerra forma parte integrante del análisis económico, que es
imposible elaborar sin tener en cuenta la naturaleza histórica y transitoria
del capitalismo. Todos los fenómenos económicos, y más las crisis cíclicas,
sólo pueden entenderse y explicarse teniendo en cuenta la
------------------
(202) Teorías de la plusvalía, cit., tomo II,
pg.32.
perspectiva
indudable del hundimiento del capitalismo. Este hundimiento irremisible es
consecuencia de las contradicciones internas y no de factores extraños al
sistema mismo. En particular, la contradicción entre el desarrollo de las
fuerzas productivas y las relaciones de producción es la que desempeña un papel
decisivo en la crisis letal del capitalismo; las fuerzas productivas están
ampliamente socializadas, pero las relaciones de producción son privadas e
impiden su libre desenvolvimiento. Las fuerzas productivas constituyen, por
tanto, el factor más dinámico mientras las relaciones de producción de carácter
privado han llegado a convertirse en un pesado fardo que obstaculiza cualquier
progreso económico y social. Las primeras juegan un papel revolucionario y
decisivo porque, en contraste con las segundas, están en perpetuo movimiento y
transformación, desempeñando un papel determinante, principal y decisivo en el
capitalismo que choca con unas relaciones de producción caducas, estancadas y
retardatarias de toda evolución.
Pero dentro
de las fuerzas productivas, es el proletariado el elemento más importante y más
enérgico que moviliza y empuja el curso de la historia: “El hombre es el capital más preciado” dijo Stalin (203). ¿Dónde
está el catastrofismo, el determinismo, el mecanicismo, al que aluden los
revisionistas? No hay ni asomo de eso en afirmar sin vacilaciones que el
capitalismo marcha hacia su propio final y en apuntar qué amargo camino nos
obligará recorrer antes de derribarlo. En ese duro camino es donde la necesidad
ciega se transformará en necesidad consciente, donde se forjará la unidad de lo
objetivo y lo subjetivo del proceso revolucionario, donde se verificará el
tránsito entre el desplome y la revolución. El capitalismo ni es un modo de
producción indefinido ni nos aproxima tampoco al socialismo; por el contrario,
se descompone y degenera movido por sus propias contradicciones internas. Es la
revolución lo que nos lleva hacia el socialismo; y la revolución es un fenómeno
esencialmente consciente y subjetivo que madura entre las ruinas del
capitalismo agonizante. Ambos fenómenos son igualmente ineluctables; la
vertiente subjetiva no es menos inexorable que la objetiva porque ambos van
encadenados y forman una unidad dialéctica. Del derrumbe del capitalismo
brotará la revolución socialista.
-------------------
(203)
Discurso pronunciado en el Kremlin con ocasión de la promoción de
alumnos de la Academia
del
Ejército Rojo, 4 de mayo de 1935,
Editions du Centenaire, Paris, 1974, pgs. 7 a 19.
Mario Quintana
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dentro del mejor de los climas y respeto