martes, 14 de abril de 2015

cumbre cargada de historia

            

Panamá, una cumbre cargada de historia; por Carlos Malamud

Por Carlos Malamud | 13 de abril, 2015
Panamá, una cumbre cargada de historia; Carlos Malamud 640
[Infolatam].- Leyendo o escuchando las noticias sobre la VII Cumbre de las Américas se concluye rápidamente que fue histórica. Se trata del adjetivo preferido por quienes han narrado o analizado lo ocurrido en Panamá durante los días que duró la Cumbre. El motivo de tanta unanimidad no es otro que la presencia de Cuba, y de Raúl Castro, en la misma, junto al hecho de que la mayor parte de las expectativas más optimistas se hubieran cumplido.
Pero también fue histórica por las constantes alusiones a la historia realizadas por algunos de los principales protagonistas, donde parecía que la disputa se materializaba en un enfrentamiento entre pasado o futuro. Mientras Barack Obama decía que su país estaba interesado en el futuro otros insistían en concentrarse en el pasado. Hubo inclusive alusiones de mala fe, pese a que simultáneamente se reclamaba sinceridad, de quien acusaba, erróneamente a Obama, de no estar interesado en la historia.
De algún modo la Cumbre recordó al Jano bifronte, sólo que mientras unos eran capaces de mirar hacia delante, otros quedaban irremediablemente anclados en el pasado. Últimamente se tiende con demasiada frecuencia a confundir la historia con la memoria histórica o a recrear la historia en función de los intereses del presente o de una determinada agenda política. Desde esta perspectiva la intervención de Nicolás Maduro resultó paradigmática ante sus constantes alusiones a Bolívar y su gesta continental, incluyendo su presencia en Panamá. Hubo pasajes, inclusive, en que resultaba difícil saber si Maduro se estaba refiriendo al pasado o al presente.
No se trata de negar la dilatada relación de intervenciones, militares y políticas, de Estados Unidos en América Latina, pero es necesario contextualizarlas, algo que ni Nicolás Maduro, Rafael Correa, Evo MoralesCristina Fernández o Daniel Ortega hicieron. Tampoco lo hizo Raúl Castro, aunque éste finalmente se mostró mucho más sincero que sus colegas. La gran diferencia entre Castro y sus teóricos “seguidores” es que mientras él si puede hablar en primera persona de sus serios enfrentamientos con EEUU los demás sólo pueden hacerlo de oídas (Daniel Ortega puede ser la excepción, aunque en su caso el triunfo sandinista fue favorecido por la actitud de EEUU contra Somoza). Los rifirrafes de unos y otros con los embajadores norteamericanos son simples batallitas al lado de algunas invasiones del pasado, como la de Santo Domingo.
Resulta curiosa la forma en que se ha impuesto un cierto “relato” continental a la hora de explicar el “fracaso” de América Latina en comparación con el “éxito” de EEUU. De repente toda la culpa se carga contra las “elites”, que según parece eran una especie de marcianos totalmente separados de sus respectivas sociedades. Las instituciones, el respeto a la ley de unos y otros, los procesos históricos, la emergencia de movimientos políticos fuertemente nacionalistas nada tienen que ver con lo ocurrido.
Pero Obama, como el mismo señaló, sí conoce la historia y se interesa por ella. Su alusión a su presencia en Selma hace un mes atrás así lo atestigua. Ahora bien, como él mismo recordó a sus oponentes, en la parte final, improvisada y definitivamente la mejor de su discurso, una mirada dirigida exclusivamente al pasado no nos permite reducir la pobreza, mejorar la competitividad ni luchar por el progreso de los pueblos.
A la hora de contextualizar la presencia, e injerencia, de EEUU en América Latina, habría que recordar que en lo que llevamos de siglo XXI ésta ha sido mínima. Que desde la II Guerra Mundial nunca EEUU había tenido menos presencia, de todo tipo, en la región. Pero sobre todo, que desde la perspectiva de los gobiernos mencionados, en ningún caso sus opciones disminuyeron por presiones de EEUU. El desalojo de la base de Manta, en Ecuador, por ejemplo, se produjo sin ningún altercado reseñable entre los dos países.
Una de las grandes paradojas a la hora de mirar el pasado la protagonizó Nicolás Maduro. El día de la apertura de la Cumbre visitó El Chorrillo, un barrio de Panamá golpeado duramente en 1989 por la invasión estadounidense. Inclusive en su discurso del sábado Maduro sacó a relucir el tema con recriminaciones directas contra Washington. Esa actitud beligerante contrasta con la actitud del gobierno panameño. El presidente bolivariano, que tanto gusta hablar de no injerencia, podría aplicarse su propia medicina, ya que con su intervención ha demostrado una absoluta falta de respeto hacia su anfitrión, al que dejó en una posición bastante incómoda.
En su alocución Cristina Fernández evocó a Cicerón, aunque sin citarlo, por aquello de que la historia es maestra de la vida. Su discurso crispado, abiertamente antiimperialista y defensor a ultranza de la Revolución Cubana tuvo algunas incursiones, pero con firmes ataduras en el pasado. Así ocurrió cuando habló del narcotráfico y volvió a insistir en las grandes diferencias entre productores y consumidores, cuando Argentina se ha vuelto un gran paraíso del consumo y un importante lugar de paso y de blanqueo. O cuando se mostró favorable a las negociaciones de paz en Colombia pero presentó a un país territorialmente dividido entre la guerrilla y el estado colombiano, algo que sólo existe en un relato todavía partidario de las FARC, como el desarrollado en su momento por Hugo Chávez.
El irrenunciable respeto a la soberanía y el sacrosanto derecho a la no injerencia fueron dos conceptos trillados en muchos de los discursos pronunciados en la Cumbre. Al mismo tiempo que se hablaba de modernidad, de lucha contra el narcotráfico y el cambio climático, de internet o de iniciativas continentales de educación. En el mundo autista e ideal de la soberanía y la no injerencia ninguna de esas metas puede ser cumplida, y menos si estamos inmersos en la globalización. El enorme riesgo de mirar permanentemente hacia atrás es convertirse en una estéril estatua de sal, como le ocurrió a la mujer de Lot después de su salida de Sodoma.

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