miércoles, 8 de mayo de 2013

ANGEL OROPEZA


La utilidad de la violencia

ANGEL OROPEZA |
  EL UNIVERSAL
miércoles 8 de mayo de 2013  12:00 AM
A lo largo de la historia, quienes luchan por la justicia son siempre catalogados por los poderosos de turno como violentos y desestabilizadores.  Jesús de Nazareth era un peligro para los intereses de las autoridades tanto judías como romanas, y la acusación que le llevó a la muerte fue justamente la de ser un desestabilizador, cuyo "amaos los unos a los otros" era para los poderosos un mensaje de violencia, pues socavaba las bases de su dominación religiosa y política. Los cristianos que siguieron su ejemplo, fueron por siglos estigmatizados como violentos, ya que su mensaje liberador era un peligro para un dominio fundado en la sumisión.

El gran argumento de los esclavistas era que la lucha de los esclavos por su libertad era la mejor evidencia del carácter violento de aquellos seres considerados sub-humanos, y que la liberación de sus cadenas resultaba desestabilizadora para los intereses de grandes fortunas que descansaban sobre la explotación del hombre.

En nuestra lucha por la independencia, los patriotas siempre fueron los violentos que no reconocían la legitimidad de la hegemonía española. En Sudáfrica, los miembros del Congreso Nacional Africano eran tildados por la oligarquía blanca del oprobioso régimen del apartheid como ilegales y violentos, que se resistían a reconocer como gobierno a quienes realmente eran minoría.  Su líder máximo, Nelson Mandela, estuvo 27 años en prisión por desestabilizador y enemigo del orden establecido. En Estados Unidos, el Movimiento por los derechos civiles y contra la segregación y la discriminación racial, liderado entre otros por Martin Luther King, fue siempre acusado de ser una facción violenta, sin escrúpulos, que no aceptaba resignada y calladamente su situación de dominación, y que por tanto era un peligroso factor de desestabilización y amenaza  para los intereses de los blancos y pudientes.

Gandhi fue perseguido y encarcelado por el imperio británico, que consideraba su movimiento nacionalista por la independencia de la India como intrínsecamente violento, pues desestabilizaba sus intereses económicos en la zona. El actual Dalai Lama, líder religioso del budismo tibetano y premio Nobel de la Paz en 1989, es considerado por nuestros socios chinos como un enemigo violento, que a través de su prédica de superación espiritual pone en riesgo las estructuras de sometimiento y explotación sobre las que descansa el Imperio de la China comunista.

La historia, pasada y presente, está llena de episodios y ejemplos como los hasta aquí mencionados. Y a pesar de las diferencias geográficas o temporales, el hecho siempre es el mismo: para los poderosos, cualquiera que pregone un cambio es siempre violento y desestabilizador.  Porque como bien lo afirma el teólogo jesuita José María Castillo, la lucha por la justicia tiene que soportar el enfrentamiento y la contradicción, sencillamente porque quienes disfrutan y se ven privilegiados por el actual estado de cosas, es evidente que no pueden querer otra sociedad. En consecuencia, la búsqueda de la paz y la justicia es algo que no puede realizarse impunemente, porque al mismo tiempo que es una noticia de esperanza para la mayoría, es la amenaza más peligrosa para el presente orden constituido, para el status quo de los poderosos y gobierneros.

El señalar a quienes pregonan el cambio y la justicia como violentos y desestabilizadores, otorga a los opresores la excusa perfecta para actuar entonces con violencia contra ellos. Y en esta práctica de cinismo proyectivo, los gobiernos débiles y de dudosa legitimidad  suelen ser los más radicales y represivos. La razón de ello estriba justamente en la precaria autoridad que deriva de su ilegitimidad. Como lo descubrió Montesquieu, la tiranía es la más violenta y menos poderosa de las formas de gobierno, precisamente porque, como lo observa agudamente Hanna Arendt, violencia y poder no son iguales. El poder legítimo deviene de la autoridad claramente otorgada por el soberano, y este poder no necesita de la violencia y la represión para ser temido, pues tiene el autoritas que sólo da la legitimidad que le otorga y reconoce el pueblo. A falta de la autoridad suficiente que proviene de la legitimidad popular, el único recurso es la violencia contra quienes se oponen a su mandato usurpador, y de acusar de violentos a aquellos que se han abrazado a la causa de la dignidad y la justicia.  Esta es la utilidad política de la violencia para quienes no poseen la razón. Nada nuevo. Los poderosos y las oligarquías actúan siempre con el mismo guión.  Pero olvidan que al final, el guión también indica cuál suele ser siempre su desenlace.

@angeloropeza182

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